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Y quien es honrado en la pobreza, ¡cuánto más lo será en la riqueza! Y el que es deshonrado en la riqueza, ¡cuánto más lo será en la pobreza! (Eclesiástico 10, 34) © Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944)

Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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10. El Orgullo y la Verdadera Gloria.

Los gobernantes (9:24-10:5).
24 La mano del artífice se alaba por su obra, y la sabiduría del príncipe del pueblo por su palabra. 25 Terrible es en la ciudad el hombre lenguaraz, y el precipitado en hablar se hará aborrecer. 10 1El juez sabio instruye a su pueblo, y el gobierno del discreto es ordenado. 2 Según el príncipe, así son sus ministros, y según el que rige la ciudad, así sus moradores. 3 El rey ignorante pierde a su pueblo, y la ciudad prospera por la sensatez de sus príncipes. 4 En manos del Señor está el gobierno de la tierra, y en cada tiempo pone sobre ella a quien le place. 5 En la mano del Señor está la fortuna del hombre; es El quien confiere al soberano su majestad.

Los gobernantes forman una clase especial de hombres, cuya sabiduría o necedad puede tener consecuencias trascendentales para las naciones cuyos destinos rigen. Ante todo han de ser inteligentes, lo que ha de patentizarse en los discursos en que trazan los programas de su política, como en la obra de escultura queda plasmado el genio del artista. Causa un mal grande en la ciudad, tanto mayor cuanto más elevado sea el puesto que en ella ocupa, el charlatán, que no piensa en lo que dice, que desmentirá muchas veces con sus hechos sus promesas, ni sabe guardar el prudente silencio en los asuntos delicados.
El sabio gobernante - a quien se designa también con el título de juez por ser ésta una de sus funciones principales 1 - instruye al pueblo con sus discursos y lo rige de acuerdo con los dictámenes de la sabiduría. Esta sabiduría se comunica en primer lugar a sus ministros, por estar más cerca y en contacto con él y porque éstos suelen afanarse por proceder conforme a la voluntad y gustos de sus soberanos. Entonces los subditos vienen a ser también buenos y virtuosos conforme al corazón de su rey, cumplidores de las leyes. Todo ello trae como fruto la paz y prosperidad a la nación y el contento y satisfacción de todos 2. En cambio, el gobernante necio llevará a su pueblo a la ruina, pues no es posible sin una gran sabiduría llevar a feliz término los complejos y delicados problemas que supone la administración política de las naciones. La misma historia de Israel ofrecía a Ben Sirac no pocos ejemplos en uno y otro sentido.
Pero por encima de los mismos reyes, advierte el Eclesiástico, hay un soberano supremo, que es quien pone y quita reyes, da la sabiduría a los sabios y la ciencia a los entendidos 3. Los gobernantes han de saber que su poder viene de Dios y que lo han de ejercer conforme a su voluntad 4. Los subditos, a su vez, han de comprender que los gobernantes buenos, que anteponen el bien de la nación al suyo particular, son un don de Dios, y que, en consecuencia, hay que pedir al Señor tales dirigentes para los pueblos. A veces El permite que sean insensatos y tiranos, para castigo de nuestros pecados o expiación de los ajenos; nuestra misión entonces es aceptar los designios de Dios y merecer con nuestra justicia que pase cuanto antes la prueba.
Es también Dios el autor de la suerte de los hombres. Es El quien ordena los acontecimientos de modo que tengan éxito los que triunfan, mientras que son víctimas de la mala suerte aquellos cuyos negocios Dios dispone que fracasen. Los antiguos adoraban a la diosa Fortuna como dispensadora de la prosperidad, por lo que se mostraban diligentes en su culto. Finalmente, es también El quien da al soberano su dignidad. De Salomón dice el autor de las Crónicas que Yahvé lo engrandeció en extremo a los ojos de todo Israel5. Y el salmista dice del rey que por su protección es magnífica su gloria y amontona honras y honores 6.

Orgullo y presunción (10:6-22).
6 No vuelvas a tu prójimo mal por mal, cualquiera sea el que él te haga, ni te dejes llevar de la soberbia. 7 La soberbia es odiosa al Señor y a los hombres, y contra ambos peca quien comete injusticia. 8 El imperio pasa de unas naciones a otras por las injusticias, la ambición y la avaricia. 9 ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? Ya en vida tienes las entrañas llenas de podredumbre. 10-11 Una ligera enfermedad, el médico sonríe; 12 pero hoy rey, mañana muerto. 13 Al morir el hombre, su herencia serán las sabandijas, los bichos y los gusanos. 14 El principio de la soberbia es apartarse de Dios 15 y alejar de su Hacedor su corazón. Porque el pecado es el principio de la soberbia, y la fuente que le alimenta mana maldades. 16 Por esto el Señor mandará tremendos castigos y los exterminará de raíz. 17 Los tronos de los príncipes derriba el Señor, y en su lugar asienta a los mansos. 18 El Señor arranca de raíz a los soberbios y planta en su lugar a los humildes. 19 Las tierras de las naciones las destruye el Señor y las arrasa hasta los cimientos. 20 Ya ha destruido y arrasado algunas y borró de la tierra su memoria. 21-22 No es propio de hombres la soberbia, ni la cólera furiosa de los nacidos de mujer.

Todo mortal lleva en su interior un fondo profundo de amor propio que nos expone a los peligros del orgullo. Pero nadie tanto como los gobernantes, de quienes habló en la perícopa anterior. Tal vez esta asociación de ideas dio origen a la piesente.
La primera sentencia es una maravillosa lección de caridad, que ocupa un lugar intermedio entre la ley del talión, que permitía devolver el mal en la medida que fue causado, y el mandato de Cristo de hacer el bien incluso a quienes nos hacen el mal7. Hay en la Biblia un progreso en el orden moral, como lo hay en la revelación de las verdades dogmáticas. El primer paso lo marca la ley misma del talión, que marca ya un avance notable sobre la tendencia natural que lleva a devolver el mal en una medida mayor a la recibida, y que algunas legislaciones antiguas expresaban con el mejilla por diente. Ben Sirac señala un enorme progreso al recomendar no devolver mal por mal, de cualquier persona que aquél provenga, aunque sea un enemigo. Spicq, que entiende el consejo como dirigido a los príncipes, cita las palabras de Séneca: Exhortamos al príncipe a que permanezca señor de sus pensamientos aun en el caso de que haya sido manifiestamente ofendido, y a perdonar, si le es posible hacerlo sin ocasionar daño alguno; si no lo es, a observar la medida y a ser mucho menos inflexible cuando es él el ofendido que cuando no lo es... No hay en el mundo acción más gloriosa que la impunidad dejada al crimen cuando un príncipe es el ofendido. 8
La soberbia, a quien generalmente es debida esa actitud de venganza, es odiosa a Dios, que resiste a quien se arroga lo que sólo a El pertenece, y a los hombres, a quienes el orgullo ajeno repele. Pero sus efectos van todavía más allá; ella fomenta la ambición, que da origen a las injusticias, pecado contra Dios, que quiere un orden justo, y contra los hombres, cuyos derechos se lesionan. Soberbia e injusticias que originan las luchas entre las diversas clases sociales, y, como consecuencia, las guerras y cambios de regímenes. La historia del pueblo hebreo y de los imperios vecinos, que se disputaban la hegemonía sobre Siria y Palestina, ofrecía no pocos ejemplos.
El sabio presenta a los príncipes el motivo profundo por el que han de rechazar toda soberbia: el pensamiento de nuestro origen y nuestro fin. El hombre proviene del polvo y lleva en sus entrañas los gérmenes de corrupción, que le están recordando en lo que un día ha de convertirse 9. La misma vida está pendiente de un hilo, que se rompe muchas veces cuando menos se piensa. Sobreviene no rara vez una enfermedad a la que el médico no concede ninguna importancia, y al día siguiente el enfermo es cadáver. Sigue la descomposición repugnante de nuestro cuerpo, que queda muy pronto reducido a cenizas. Esta realidad sirvió siempre a los autores de vida espiritual como punto de meditación sobre las vanidades de las glorias humanas y movió a no pocos a dejar las cosas de la tierra por glorias más sólidas y duraderas. Así concluirá también la gloria y esplendor de los mismos reyes, que hallarán en esta consideración motivos de humildad 10.
Otro motivo por el que los príncipes han de evitar la soberbia es la naturaleza y consecuencias a que expone este pecado capital. El principio o primer paso de la soberbia es apartarse de Dios, que tiene sobre nosotros los derechos del Creador sobre las criaturas n; esto constituye una rebelión contra El, que priva de su gracia y deja actuar el orgullo, que da origen a numerosos pecados. Ya la raíz del primero fue la soberbia, y en todos los demás que se cometen hay un fondo de orgullo que inclina a ellos. Naturalmente, Dios no puede tolerar tan insolente rebelión, y la castiga duramente, a veces con el exterminio de príncipes y naciones poderosas. Así lo expresan los v.17 y 18; pensamiento que encontramos en idénticos términos en el cántico de Ana y en el Magníficat12. La historia desde el castigo de los progenitores de la humanidad hasta la destrucción de Jerusalén, anunciada por Jesucristo, pasando por el diluvio, la destrucción de los imperios asirio, babilónico, egipcio y el castigo mismo de los israelitas, frecuentemente rebeldes a Dios, ofrecía a Ben Sirac numerosos ejemplos de su cumplimiento 13.
Concluye el autor que la soberbia, como también la ira, que ella engendra, son cosas impropias del ser humano tal como Dios lo creó: criatura suya dotada de entendimiento y voluntad. Como criatura, su actitud natural es la humildad y sumisión al Creador; como ser racional, son su entendimiento y voluntad, no las pasiones, quienes deben dirigir los actos de su vida.

La verdadera gloria (10:23-34).
23 ¿Cuál es la progenie honrada? La progenie humana. ¿Cuál es la progenie honrada? La de los que temen al Señor.¿Cuál es la progenie infame? La progenie humana. ¿Cuál es la progenie infame? La de los que quebrantan los preceptos. 24 Entre sus hermanos es honrado el jefe, pero los que temen al Señor son más que él. 25 Rico, noble o pobre, su gloria está en el temor del Señor. 26 No es justo afrentar al discreto ni conviene honrar al hombre prepotente. 27 El grande, el juez y el poderoso son honrados, pero ninguno mejor que el que teme al Señor. 28 Al siervo sabio le servirán los libres, y el varón docto no se queja. 29 No alardees de sabio al hacer tus obras y no te gloríes al tiempo de la angustia. 30 Mejor es quien trabaja y abunda en bienes que el pretencioso que carece de pan. 31 Hijo mío, honra tu alma con la modestia y dale el honor de que es digna. 32 ¿Quién justificará al que peca contra su alma y quién honrará al que a sí mismo se deshonra? 33 Hay pobres que son honrados por su prudencia y hay quien sólo es honrado por su riqueza. 34 Y quien es honrado en la pobreza, ¡cuánto más lo será en la riqueza! Y el que es deshonrado en la riqueza, ¡cuánto más lo será en la pobreza!

¿Dónde está la verdadera gloria, si no lo está en el orgullo, en el poder, en las riquezas? se pregunta el autor de una manera enfática. El verdadero honor reside, contesta Ben Sirac, en el temor de Dios, que es principio de la sabiduría y de toda virtud, es decir, en la práctica de la religión, como el mayor deshonor para el hombre reside en el pecado, por el que se aparta de Dios, su Señor y Creador.
Entre los hombres son honrados aquellos que están constituidos en autoridad sobre los demás, pero es digno de una honra mayor el que teme a Dios, sea rico o sea pobre; aquéllos son honrados por los hombres, éste lo es ante Dios. Sólo Dios es la grandeza y gloria absolutas; el ser humano será tanto más grande y digno de honor cuanto más se acerque a Dios. Y el ser humano se acerca a El por la piedad filial, por la práctica de la religión, no por la dignidad o humildad de condición, por las riquezas o la pobreza en cuanto tales; el humilde y el pobre que practican el temor de Dios son más dignos de honor que el poderoso y el rico que no temen a Dios. Y si el temeroso de Dios posee la sabiduría de la mente, entonces los mismos grandes le servirán, como ocurrió con José en la corte del faraón y con Daniel en la de Nabucodonosor.
El autor advierte algunas cosas (v.29-31) que ha de evitar el hombre sabio y prudente: no andar alardeando de sabio, cuando lo que importa es trabajar y hacer bien las cosas. Con tal conducta no se intenta a veces otra cosa más que encubrir la pereza y desidia. Ni te exaltes o vanaglories, como si fuera indigno de ti el trabajo, en el tiempo de angustia y necesidad, en que lo que procede, conforme al buen sentido, es trabajar y procurarse un sustento digno.
Está mejor el pobre que trabaja, y con ello tiene cuanto necesita, que el pretencioso, que todo se le va en palabras y vanagloria, pero que carece del pan necesario para su sustento 14. El verdadero sabio ha de poseer la humildad, virtud comprendida en la verdadera sabiduría. Jesucristo, Sabiduría encarnada, dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón 15. Pero la humildad, como dice Santa Teresa, es sencillamente la verdad, y, por consiguiente, perfectamente compatible con el reconocimiento del propio honor y estima. Tengamos en cuenta que, si ofende a Dios la soberbia, quizás no le ofenda menos el no reconocer lo que El ha hecho en nosotros o nos ha otorgado. Ahora bien, si uno comienza por despreciar su propia alma, entregándose a las pasiones, pecando contra su buen nombre y envileciéndose ante los demás con sus vicios, no podrá esperar que los demás lo alaben como justo y honren como virtuoso y sabio.
La sabiduría y la virtud son las cosas que merecen y obtienen el verdadero honor, mayor que la riqueza misma. Y así, si un pobre, no obstante su pobreza, que no es ninguna carta de recomendación para la estima ajena, es honrado por su virtud y ciencia, lo será después mucho más si adquiere riquezas, pues éstas lo harán más conocido y le granjearán más aduladores 16. Si, en cambio, un rico es despreciado, no obstante el atractivo que las riquezas ejercen y amigos más o menos fieles que conquista, verá aumentar su deshonra si un día cae en la miseria y perderá toda su consideración.

1 2Sa_15:1-6. - 2 Prov 29:4.14. Regís ad exemplum totus componitur orbis (Ülaudiano). - 3 Dan_2:21. - 4 2 Par 29,nss; Pro_21:1; Rom_13:1 - 5. 1Cr_29:25. -1Cr_6 21:26. El griego lee escriba; la lección, dice Spicq, puede ser intencionada, pues en Egipto los escribas son frecuentemente mencionados como secretarios del rey, altos dignatarios de la corte. - 7 Exo_21:24; Lev_24:20; Deu_19:21; Mat_5:43-45. - 8 Séneca, De clement. 1:18, - 9 Gen_3:19; Gen_18:27. - 10 Los v.9-12 resultan difíciles de interpretar tanto en el hebreo como en el griego, que las versiones no aclaran con sus adiciones. El loab falta en el hebreo y mayor parte de los códices griegos. En la Vulgata se lee: Nada tan odioso como el avaro; él es capaz de vender hasta su alma; Judas escribió un indeleble comentario a estas palabras. En gb tal vez se alude al desastroso fin de Antíoco III el Grande, muerto el 187, y Antíoco IV Epífanes, muerto el 164 (cf. Diodoro De Sicilia, XXIX; 1Ma_6:8-16; 2Ma_1:13-16; 2Ma_9:5-29), reyes impíos que oprimieron a Israel. - 11 Cf. Tomás, 2-2 q.i63 a.7 ad 2. - 12 1Re_7:8; Lev_1:52. - 13 El 21 falta en el hebreo. Se lee en la Vulgata: Dios aniquiló la memoria áp. los soberbios y conservó la memoria de los humildes de corazón. Resume el pensamiento de los versículos precedentes. - 14 Pro_12:9. - 15 Mat_11:29. - 16 Ecl_7:11-12.


Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



20. Algunos manuscritos añaden v. 21: "El comienzo de la aceptación (de parte de Dios) es el temor del Señor, y el comienzo del rechazo es el endurecimiento y el orgullo".