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Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros las siete iglesias. (Apocalipsis  1, 20) © Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944)

Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)



CAPÍTULO 1

Introducción

EL MISTERIO DE LA HISTORIA

La entera revelación bíblica, desde la historia más remota en el Génesis hasta el Apocalipsis en el Nuevo Testamento, da testimonio de la acción misericordiosa de Dios con el mundo y con la humanidad; su objeto es la historia de la salvación 1. ésta se inicia con el comienzo puesto por Dios, la creación, y se orienta hacia el fin último de la consumación, que el Creador fijó a su obra desde toda la eternidad y hacia el que la conduce con absoluta seguridad a través del tiempo. Así, la idea de la historia propia de la Sagrada Escritura es radicalmente teológica y escatológica; en otras palabras; está regida en todo y por todo conforme a un punto inicial y un punto final fijado por Dios a toda la historia. De acuerdo con esto, su exposición se inicia con el primer comienzo y termina con una descripción que trata de ofrecer una representación del estado final; ahora bien, dado que el estado de consumación alcanza hasta la esfera trascendente de la existencia divina, sólo puede ser presentado gráficamente en forma analógica, es decir, por medio de comparaciones, de símiles y de imágenes, pero no ser descrito directamente. Al empeño por representarse anticipadamente, por lo menos con imágenes y analogías el final de la figura pasajera del mundo y la forma definitiva, acabada y eterna de existencia que va brotando de ésta, responde un género literario especial, la llamada literatura apocalíptica, en la que el último libro del canon bíblico se encuadra deliberadamente con su primera palabra apocalipsis.

Este género literario, estimulado en un principio por los escritos proféticos del Antiguo Testamento, se desarrolló principalmente en los dos últimos siglos que precedieron a la era cristiana; lo hallamos ya esbozado en Isaías (cap. 24-27), Ezequiel (40-48), Zacarías (9-14), textos todos en los que se dedica gran espacio a la perspectiva escatológica; finalmente, en el libro de Daniel (168-164 a.C.) se desarrolla en forma de una exposición que penetra y configura la obra entera. El período crítico de la época de los Macabeos intensificó el interés por la orientación final del sentido de la historia; luego, tras las huellas de Daniel, hasta por los comienzos del siglo II d.C., surgen numerosos apocalipsis judíos (apócrifos).

En el Nuevo Testamento se destaca por separado el Apocalipsis de Juan por su contenido y tenor exclusivamente apocalípticos. Sin embargo, a lo largo de todo el Nuevo Testamento se descubren fragmentos aislados dispersos que pueden designarse como apocalípticos: éstos muestran que la predicación cristiana primitiva, al incorporarse y transmitir la predicación de Jesús, se sirvió también generalmente de este género literario al mismo tiempo que de otros (cf. el llamado Apocalipsis sinóptico Mt 24 y 25 = Mc 13 = Lc 21; en Pablo: 1Th_4:15-17; 2Th_2:1-12; 1Co_15:20-28; 2Co_5:1-10; también 2Pe_3:10-13). El Apocalipsis de Juan fue todavía hasta entrado el siglo II objeto de más de una imitación en la literatura cristiana primitiva; en parte se trata únicamente de elaboraciones cristianas de modelos judíos; como obra maestra tardía de este género podría designarse la Divina comedia de Dante.

El mismo Apocalipsis de Juan sabe también de la conexión primigenia de la apocalíptica con la profecía veterotestamentaria, pues su autor se designa como profeta ( 2Pe_10:11; 2Pe_22:9). Los profetas de Israel habían sido guías del pueblo elegido enviados por Dios, que aparecieron sobre todo en épocas críticas de su historia; sus instrucciones y advertencias, sus exhortaciones y consolaciones proporcionaban una y otra vez al pueblo la debida orientación por su camino de la historia de la salvación; la perspectiva de la salvación definitiva que había de venir, el tiempo de la salud, desempeñaba naturalmente un papel especial en la motivación de su predicación destinada a dar ánimos; de esta manera, la predicción del futuro, el vaticinio, que en modo alguno constituye el encargo más inmediato o incluso propio de la misión de los profetas, halló un puesto en su predicación.

Como los escritos de los profetas en el Antiguo Testamento, también el Apocalipsis de Juan, en cuanto libro profético por su disposición general, tiene por objeto proporcionar a la Iglesia de aquel tiempo -especialmente a las cristiandades existentes en la provincia romana de Asia (Asia Menor)- orientación, fortaleza y consolación en su situación del momento. Su intención es, por tanto, parenética; incluso los cuadros del tiempo final sirven de motivaciones de las palabras de aliento. En efecto, toda historia temporal recibe sentido y esclarecimiento de su desenlace y meta definitiva; ahora bien, lo definitivo proporciona seguridad, da fuerzas y dispone para superar debidamente lo pasajero. Por esta razón el Apocalipsis extiende todas las líneas desde lo provisional y pasajero hasta la eternidad definitiva de la consumación de la historia de la salvación.

La forma de exposición con que el Apocalipsis logra este objetivo es una sucesión de cuadros alegóricos simbólicos, por tanto no un lenguaje conceptual, sino un lenguaje de imágenes. Esta circunstancia dificulta notablemente su inteligencia al lector de hoy. La apocalíptica judía trabaja con motivos figurativos tradicionales, cuya materia fundamental está tomada principalmente del Antiguo Testamento; a esto se asocian suplementariamente motivos tomados de una más amplia corriente de tradición judía popular, en la que, a su vez, se habían amalgamado también representaciones de índole mítica tomadas del entorno pagano de Israel. El conocimiento de la procedencia de los elementos figurativos, juntamente con la constatación de su constante empleo para expresar en cada caso un determinado contenido simbólico (valores simbólicos fijos de números, colores, acontecimientos de la naturaleza, animales, pueblos, ciudades, etc.), ayuda a comprender el sentido. Por lo demás, el Apocalipsis de Juan, con el empleo tan frecuente de la conjunción comparativa «como», hace ya notar que no trata en modo alguno de describir hechos históricos, sino que en sus imágenes quiere poner al alcance a modo de comparación (analógicamente) una realidad inaccesible a la experiencia humana y, por consiguiente, en alguna manera inefable. No describe por tanto el desarrollo real de futuros acontecimientos terrestres, ni presenta una sucesión cronológica de la historia final, sino que desde la absoluta realidad supratemporal de Dios, que sin embargo fundamenta y conduce a su meta toda la historia, interpreta el sentido último del entero proceso histórico, como también el de hechos de la historia temporal.

El Apocalipsis de Juan se distingue exteriormente de los escritos del mismo género del judaísmo tardío por su agradable sobriedad y por la estructura relativamente perceptible de los diferentes cuadros, como también de la composición de conjunto. Esta cualidad está relacionada con el origen de la obra. No es un producto artístico surgido, como aquellos escritos, en la mesa de escritorio; describe algo no excogitado, sino vivido; trata de dar una expresión comprensible a verdaderas vivencias de visiones bajo un revestimiento tradicional y con los medios usuales en la apocalíptica, vivencias con las que el vidente, en estado profético extático, había sido instruido por Cristo sobre la historia de su Iglesia. La sucesión de imágenes descubre el impulso central del transcurso de la historia del mundo después de la acción redentora de Cristo: la oposición combativa -que nunca cesa, que se agudiza en algunos tiempos y en particular hacia el final de los tiempos- entre el reino de Dios, presente ya actualmente en el mundo por Cristo, y el reino de Satán, quebrantado ya en el fondo por Cristo, pero que todavía opone resistencia. Así pues, lo que los fieles de Cristo experimentan en el mundo y por parte del mundo está caracterizado en su raíz por este conflicto que tiene lugar en el fondo de toda historia terrestre, en el cual la historia divina de la salvación se lleva a término con lucha.

Como lugar de las mencionadas vivencias de revelación viene designada la isla de Patmos, a la que el sujeto que recibe la revelación había sido desterrado por causa de su fe y de su acción apostólica (1,9). El vidente, sin duda una personalidad conocida y de autoridad reconocida entre sus destinatarios directos, se llama sencillamente por el nombre de Juan. Aunque el Apocalipsis mismo no ofrece más puntos de referencia para la exacta determinación de su autor, la tradición imparcial del siglo II ve en él al apóstol Juan (testigos: Justino, Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes; fragmento de Muratori; prólogo antimarcionista de Lucas); sólo la desconfianza provocada por el uso abusivo del Apocalipsis en que incurrieron los quiliastas exaltados, perturba a partir del siglo III esta tradición originariamente unánime.

El motivo de la composición del Apocalipsis, que con una introducción epistolar (1,1-8), con las siete cartas dirigidas a otras tantas comunidades 2,1-3,22) y con el final semejante a una conclusión de carta (22,21), se presenta como una carta circular, fue una persecución de los cristianos que asomaba ya en el horizonte; su fin próximo es el de preparar interiormente para este período de prueba a las iglesias de Asia Menor, objeto de esta persecución, y animarlas a dar el testimonio del sufrimiento y, si se diera el caso, de la muerte, con la excelencia del premio que aguarda al vencedor.

Como tiempo de la composición del Apocalipsis, el testimonio de la tradición más antigua (Ireneo, Contra las Herejías v, 30) indica el período del reinado del emperador Domiciano (81-96 d.C.); éste tomó la negativa a dar culto al emperador como motivo de la primera persecución contra los cristianos extendida más allá de la corte imperial] de Roma en los años 95/96; esto concuerda con la circunstancia de que el Apocalipsis presupone como inminente una persecución de los cristianos en Asia Menor.

La interpretación 10 del Apocalipsis debe partir de este motivo y fin concretos, aunque su contenido y significado no se reducen a instrucciones para aquel único momento histórico, como lo muestran sus mismas palabras. En este libro profético se pone la historia final al servicio de la historia temporal, la cual a su vez viene reflejada con múltiples rasgos en las imágenes del tiempo final o escatológico. Aunque las descripciones de los capítulos 13 y 17,1-19,20 se envuelven en un velo simbólico, sin embargo, en ellos se puede reconocer sin dificultad el imperio romano, su capital Roma y el culto del emperador. No obstante, tales perspectivas de la historia del tiempo adquieren siempre a la vez en el marco de la composición total un significado típico, se amplían en forma de símbolos supratemporales, como también aparece en realidad, en formas históricas cambiantes en cada caso, el misterio central de la historia, el enfrentamiento combativo entre el reino de Dios y el poder usurpado de su adversario. Por esta razón, toda forma que exprese este proceso, única cada vez en la historia, es apropiada para representar gráficamente la batalla decisiva que domina la entera historia del mundo; sus fases pueden por consiguiente estar diseñadas también en el Apocalipsis de tal forma que su descripción da la sensación de procesos descritos ya anteriormente, los cuales adquieren mayor intensidad según se va acercando el fin, pero que en el fondo y en substancia siguen siendo los mismos.

Esta idea, con la que se capta la ley estructural que sirve de base al Apocalipsis, es ya suficiente para prevenir contra la equivocada tendencia a querer ver en las escenas que se van sucediendo un proceso histórico real, del que se pudiera colegir sin más a qué distancia del fin se halla el tiempo del mundo. La intención del Apocalipsis no es -ni tampoco puede ser (cf. Mar_13:32; Luk_17:20s)-, la de ofrecer puntos de referencia para una exacta determinación del fin de los tiempos con la segunda venida de Cristo; el Apocalipsis quiere sencillamente mostrar clara y globalmente el carácter del tiempo final, es decir, de la época que se extiende de la primera a la segunda venida de Cristo, a fin de que la Iglesia, en virtud de esta convicción, esté preparada para sostener la prueba, a veces dolorosa, del nivel de su fe y así dar buena prueba de sí misma en la firme convicción de que su Señor, que ha de volver, dice la última palabra tocante a la historia del mundo, sobre todas sus épocas y sobre todos los que han vivido en ellas, han participado activamente en ellas y han tenido en ellas su parte de culpa. Esta certeza que sostiene el libro entero como constante motivo de consolación, se ve subrayada con la frecuente repetición de indicaciones de tiempo, como «en seguida» (2,16; 3,11; 22,7.12.20) y «el tiempo está cerca» (1,3; 22,10), las cuales, en cuanto tales, no tienen en el Apocalipsis la menor intención de fijar el momento concreto del «cuándo», de la misma manera que las imágenes no tratan de describir en este libro la forma concreta del «cómo»; lo único que se hace es recalcar y garantizar la certeza del «qué», del hecho, y ello con la forma de estilo profética de acortamiento de la perspectiva temporal, habitual también en el Antiguo Testamento. La significación teológica 11 del Apocalipsis se infiere de su tema capital, que no es otro que el objeto central de la proclamación de Jesús en los Evangelios sinópticos: el reino de Dios, sus vicisitudes y su triunfo en la historia. La multiplicidad y la fuerza de expresión de las imágenes lo ilustran: comenzando por su origen eterno (4,1-11), pasando por su fundación en medio de la historia de la humanidad (5,1-14; 12,1-6) y sus suertes en la historia del mundo (12,13-13,18), hasta su explosión definitiva (19,11-20,15) y su manifestación en forma acabada en la tierra (21,1-22,5).

A lo largo del desarrollo de este contenido fundamental traza la profecía grandiosos cuadros de detalle, en los que todos los artículos del símbolo de fe apostólico aparecen interpretados en la forma más original y primigenia mediante una expresiva teología en imágenes: la doctrina sobre Dios en sentido estricto (4,1-11), la doctrina del Redentor y de la redención (1,5-8.12-19; 5,6-14; 12,1-6; 14,1-5; 19,11-21; 20,4-6), la doctrina sobre el Espíritu Santo (1,14; 2,7.17, etc.; 2Ki_4:5; 2Ki_5:6; 2Ki_14:13; 2Ki_22:17), la doctrina sobre la Iglesia (2Ki_1:5s; 2Ki_1:20, 2Ki_1:2, 2Ki_1:1-3, 22; 2Ki_7:1-8; 2Ki_12:13-17), la comunión de los santos (2Ki_6:9-11; 2Ki_8:3-5), la resurrección de los muertos y la vida eterna (2Ki_4:10s; 2Ki_7:9-17; 2Ki_14:14-20; 2Ki_19:17-20, 15; 2Ki_21:1-22, 5).

Así ofrece el Apocalipsis un compendio gráfico que abarca la entera predicación cristiana de la salvación, coordinada orgánicamente e inserta en el gran marco de la historia de Dios con la humanidad definida escatológicamente; sigue su desarrollo en las fases históricas de primer plano, en consideración de los factores preternaturales y sobrenaturales que en ella se ponen de relieve y con la mirada puesta en el fin último que Dios fijó a su creación y hacia el que la conduce a través de todas las confusiones y extravíos. El último libro de los escritos de revelación de Dios es el punto culminante y la conclusión y colofón de un «Evangelio eterno» (2Ki_14:6), que comienza en la época de su promesa en el Antiguo Testamento y alcanza hasta su cumplimiento finalmente acabado.

La estructura del Apocalipsis es relativamente clara. él mismo indica la división en dos partes; se muestran al vidente para que las anote, «las (cosas) que son» y «las que han de ser» (2Ki_1:19).

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1. La investigación bíblica de nuestros tiempos vuelve a poner especialmente de relieve el carácter histórico de la revelación divina. Los escritos del Nuevo Testamento y del Antiguo no deben leerse en primera línea como una colección de preceptos morales o como una lista de dogmas de fe, sino que refieren «la historia de lo que Dios ha hecho en unas vidas de hombres en favor del conjunto de la humanidad con vistas a realizar en ésta un determinado designio de salvación. Toda esta historia está dirigida a un término que esclarece y da sentido a todas sus etapas» (Y. CONGAR, Cristo en la economía salvífica y en nuestros tratados dogmáticos en «Concilium nº 11 [1966]6). Con esta convicción está relacionado el redescubrimiento de la escatología como determinante del transcurso de la historia; la escatología desempeña el papel principal en toda una corriente de la teología moderna.

10. Las diferentes clases de interpretación registradas en la historia de la exégesis del Apocalipsis pueden reducirse a tres grupos principales: la de historia del fin (escatológica), la de historia del tiempo y la de historia del mundo y de la Iglesia. Esta última se ha abandonado ya, exceptuadas algunas sectas; la interpretación más seguida hoy presenta una asociación de interpretación de historia del tiempo y de interpretación de historia del fin (escatológica), por lo cual es la que mejor toma en consideración la circunstancia de haberse escrito el Apocalipsis en primer lugar para su tiempo («escrito ocasional») y de haber venido a ser luego, mediante su adopción en el Canon, un libro para todos los tiempos.

11. Con la adecuada interpretación se ha ido reconociendo cada vez más el contenido teológico del Apocalipsis. Comprende no sólo enunciados doctrinales sobre cuestiones de la escatología; la teología en sentido estricto, la cristología, la pneumatología y la demonología se desarrollan no menos ampliamente en el último libro de la Biblia en forma figurativa intuitiva, que tiene afinidad con el lenguaje figurado de Jesús. No menos digna de consideración que el contenido teológico es la concepción fundamental, en base a la cual se desarrolla este contenido. Todo se enfoca desde el punto de vista de que Dios asume toda su soberanía en la creación; en función de la consumación de la soberanía de Dios al fin del mundo se capta e interpreta teológicamente el entero transcurso de la historia y toda la realidad del mundo.

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INTRODUCCIÓN (1,1-20)

1. TITULO DEL LIBRO Y BIENAVENTURANZA (1,1-3)

1 Revelación de Jesucristo que Dios le dio para mostrar a sus siervos lo que ha de suceder en seguida, y él la manifestó a su siervo Juan, mediante el ángel que le envió.

Al último libro del canon neotestamentario se da el nombre de Apocalipsis, es decir, «revelación», pues en él se revelan realidades que el hombre no puede alcanzar por sí mismo mediante experiencia ni reflexión, y que sólo puede conocer si le son reveladas. En la fase preparatoria del tiempo de salvación, Dios había hecho decir a su pueblo por medio de profetas cuáles eran en cada caso sus intenciones para con él, cómo debía éste entender su historia; en el punto culminante del tiempo de salvación «habló por el Hijo... él es el reflejo de su gloria, impronta de su ser. él sostiene el universo con su palabra poderosa» (Hab_1:2s).

El profeta viene a serlo por llamamiento; como en el Antiguo Testamento, por Yahveh (cf. Isa_6:8 ss; Jer_1:4 ss; Eze_1:1 ss), así el profeta neotestamentario Juan (Eze_22:9) es llamado por Jesucristo (Eze_1:9-20); de él recibe también lo que tiene que anunciar («revelación de Jesucristo»). El mensaje de Cristo glorificado es, como lo era también su predicación durante su vida terrena, revelación de Dios, que él había recibido del «Padre» (Joh_12:49; Joh_14:10; Joh_17:8).

Al igual que la «palabra de Yahveh» (Hos_1:1; J1 1,1), que fue dirigida a los profetas veterotestamentarios, la profecía neotestamentaria -como tal se designa el Apocalipsis (1,3)- no es en primer lugar y propiamente predicción de hechos futuros con indicación del lugar y del tiempo, sino notificación de instrucciones divinas en forma de exhortación, amenaza y promesa, que están relacionadas con determinadas situaciones y experiencias históricas y deben ayudar a comprenderlas y dominarlas. Al mismo tiempo, procesos históricos vienen interpretados constantemente a partir del hecho primigenio por el que vienen determinados en cuanto a su contenido y su dirección, a saber, por la necesaria referencia de todo ser a Dios como a su origen y a su fin.

En la perspectiva de Dios, todo futuro, próximo o remoto, es un «en seguida» (cf. 2Pe_3:8; Sal 90[89]4). En el género literario profético, que por lo regular diseña en una superficie sin la dimensión de profundidad, con lo cual borra sobre todo la perspectiva de tiempo, «en seguida» queda reducido casi a una expresión simbólica, que manifiesta la certeza absoluta del acontecer y conforme a ello quiere suscitar en los interesados una prontitud vigilante; enfocado juntamente con el «debe» o «ha de», que caracteriza el plan salvífico de Dios, inmutable a despecho de todas las resistencias, quiere aportar a los destinatarios del Apocalipsis consolación y confianza en la aflicción. Estos son llamados «sus siervos», porque conocen a Dios como el Señor absoluto del mundo y de su historia, y como tal lo reconocen personalmente para sí mismos. Aquí se dirige la palabra no sólo a ellos, sino juntamente con ellos a todos los que participan de esta fe; se trata de mostrarles el plan de Dios sobre el mundo, que ningún hombre puede descubrir por sí mismo, ni con especulación filosófica sobre la realidad de las cosas, ni con reflexión sobre la profundidad de su propio yo. La revelación de Dios viene al hombre exactamente por el camino contrario; Juan llega, como veremos, en el éxtasis, es decir, en una elevación por el Espíritu de Dios por encima de la estrechez del yo, de sus posibilidades y limitaciones, al conocimiento de las intenciones y caminos de Dios con respecto al mundo y al hombre, que en este estado de elevación por encima de sí mismo se le mostraron en múltiples y variadas imágenes («todo cuanto vio»,2Pe_1:2) para que las transmitiera a la Iglesia.

Así pues, lo que él presenta en su escrito es revelación; este hecho debe ser garantizado. La garantía viene aportada mediante indicación del camino por el que le llegó la revelación: Dios-Jesucristo-un ángel-Juan; por esta cadena de tradición, que va desde la fiabilidad del origen hasta la fiabilidad del último eslabón, queda asegurado el contenido; esto es por lo demás una presentación gráfica muy intuitiva del hecho de que el principio de la tradición puede ser la única forma de transmisión de la revelación y de la razón por que lo es.

En la cadena de tradición se intercala todavía un ángel como intermediario entre Jesucristo y Juan, como en el Antiguo Testamento se refiere con frecuencia de Yahveh, el Señor elevado al trono del Padre se sirve de un ángel para comunicar su mensaje; la gloria y el poder del ser de Dios, cuya manifestación inmediata no es capaz de soportar el hombre (cf. Exo_33:20), se da a conocer en los ángeles bajo revestimiento humano (cf. Luk_2:9); con este resplandor de la gloria de Dios se acreditan como enviados por él.

Los ángeles y los demonios en el Apocalipsis tienen un papel importante, el hombre aparece como colocado entre estos poderes espirituales y consiguientemente ante la decisión entre el bien y el mal. Los ángeles de la revelación tienen en el Apocalipsis (Luk_4:1; Luk_10:1 ss; Luk_17:1.7.15; Luk_19:9; Luk_21:9; Luk_22:9) la misión de mostrar al vidente las imágenes como garantía de que la visión no es una ilusión de los sentidos del hombre, sino que ha sido causada por Dios; a veces también le explican el contenido de realidad de un símbolo no fácil de comprender por sí mismo.

2 Juan da testimonio de la palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo: de todo cuanto vio.

El quehacer que incumbe a Juan como a «siervo» de Jesús es el servicio del testimonio; tras esta función de dar testimonio desaparece totalmente su persona. Su testimonio a su vez reposa en el testimonio de Jesús mismo, que es «el testigo fidedigno» (Luk_1:5); su nombre (expresión de su ser) es, por eso, también «fiel y veraz» (Luk_19:11). Puede, en efecto, testimoniar, con fiabilidad, la «palabra de Dios» porque conoce al Padre (Mat_11:27), y así habla por visión directa de eso que testimonia (Joh_3:11.31s); por su «testimonio de la verdad» (Joh_18:37) fue a la muerte. La «palabra de Dios», cuyo testimonio da Jesús, contiene junto a su testimonio sobre Dios también el testimonio de Dios sobre Jesús (Joh_5:32.37; Joh_8:18). El Apocalipsis es incluso, como veremos, ante todo y sobre todo la interpretación o exposición de la persona y de la obra de Jesús en cuanto a su significado para la historia del mundo.

3a Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan lo escrito en ella.

Después de haberse dado en la inscripción todos los datos necesarios sobre el origen, el contenido y el modo de la revelación, como también sobre su transmisión y su receptor, termina Juan su prólogo con una felicitación al lector y a los oyentes; así da por supuesto que la «revelación de Jesucristo» se lee públicamente a los fieles en la asamblea cultual; la transmisión se efectúa por tanto a través de Juan a las cristiandades. En la lectura pública de la «palabra de Dios», registrada por un testigo autorizado, se hace presente eficazmente entre los fieles la oferta de salvación en forma de comunicación y de exigencia. A aquellos que con prontitud interna la toman en serio y la hacen fructificar (cf. Luk_11:28) se aplica la primera de las siete bienaventuranzas del Apocalipsis (cf. 14,3; 16,15; 19,9; 20,6; 22,7.14).

3b Pues el tiempo está cerca.

A fin de subrayar lo apremiante del llamamiento contenido en esta bienaventuranza se halla, como un signo de exclamación al final del prólogo, el recuerdo y advertencia de la brevedad del tiempo de que todavía se dispone.

En el «cerca» se reasume el sentido contenido en el «en seguida» (1,1). Con la primera venida de Cristo adquirió el tiempo, en sí mismo y para los hombres, una nueva modalidad de ser; en Cristo fue el tiempo envuelto en la eternidad; con la «plenitud del tiempo» (Gal_4:4) se dio también a conocer la propia plenitud de sentido de todo tiempo (cf. Eph_1:9s), que en su segunda venida se manifestará abiertamente. El tiempo intermedio no posee ya un centro de gravedad en sí mismo; una vez que con él llegó «la etapa final de los tiempos» (1Co_10:11), su significado se cifra en su orientación hacia el despuntar de «el día de Cristo Jesús» (Phi_1:6.10; Phi_2:16), que no conoce ya ocaso. La exhortación a una prontitud vigilante y el motivo de fortalecimiento y consolación que impregnan todo el Apocalipsis, se compenetran en este llamamiento.

2. INTRODUCCIÓN EPISTOLAR (Phi_1:4-8)

4a Juan, a las siete Iglesias que están en Asia...

Como al Evangelio de Juan (Joh_1:1-18), también al Apocalipsis se antepone una introducción, que a manera de prólogo indica el tema e insinúa variaciones según los diferentes motivos. Dado que Juan había concebido su escrito como destinado a ser leído en público en la asamblea cultual (Joh_1:3), da al prólogo la forma de un sobrescrito según el tenor corriente en la antigüedad: Menciona al remitente y a los destinatarios y transmite su saludo (cf. las introducciones de las cartas neotestamentarias, en particular Jam_1:1).

El remitente se llama por su propio nombre, Juan, sin ningún aditamento; da por supuesto que es conocido de los destinatarios y que goza de autoridad en las Iglesias de Asia Menor; en 1,1 se había designado ya como siervo de Jesucristo, como suele hacerlo también Pablo en las introducciones de sus cartas (Rom_1:1, etc.; cf. también Jam_1:1; 2Pe_1:1; Jud_1:1); había subrayado también su elección y designación para dar «testimonio» (2Pe_1:2): el encargo de servir y la prontitud para prestar servicio ocupan el primer plano en la persona del que ha sido llamado. Como destinatarios se mencionan siete Iglesias concretas de la provincia romana de Asia (Asia Menor occidental), que luego se designan por sus nombres (2Pe_1:11). El número siete juega en el plan del Apocalipsis el mismo papel que la planta en la construcción de un edificio; las siete cartas van seguidas (2Pe_2:1-3, 22) de otros tres septenarios, en los que están reunidas por orden las visiones de futuro: los siete sellos (2Pe_6:1-8, 2), las siete trompetas (2Pe_8:2-11, 19), las siete copas (2Pe_15:1-16, 21). Esta estructura debe su origen al significado simbólico que el número siete tenía en el sistema numérico de la antigüedad. El siete se empleaba como signo de lo acabado, de la integridad y de la plenitud. Así pues, en el número siete de las iglesias de Asia Menor se oculta el conjunto de las iglesias de Jesucristo en Asia, como en el mundo entero. En este libro se trata de la Iglesia de todos los lugares y de todos los tiempos.

4b Gracia y paz a vosotros de parte de aquel que es, que era y que ha de venir...

La fórmula de salutación «Gracia y paz» se halla en casi todas las cartas del Nuevo Testamento; este tenor se remonta sin duda a Pablo, que reunió en él el saludo corriente del mundo griego khaire (¡salud!) con el de los pueblos semíticos shalom (paz) y los reinterpretó en sentido cristiano; «gracia y paz» traducen la quintaesencia de la salvación en Jesucristo. Tal salutación pone más allá del mero deseo una acción eficaz (Mat_10:12s; Luk_10:5s); la salvación que se desea a alguien se hace realidad en el saludado. Por esta razón en la ordenación sacerdotal se transmite expresamente la potestad de bendecir. Ahora bien, quien imparte bendición no es nunca el hombre, sino siempre Dios mismo; en tres fórmulas solemnes, que corresponden a la triple forma en que Dios se dio a conocer en la historia de su revelación, viene aquí traducido su nombre. A la persona del Padre se aplican aquí los tres predicados soberanos que expresan la esencia de Dios en su trascendencia y al mismo tiempo en su historicidad. El primero hace claramente referencia a la revelación de Dios en la zarza ardiente y al nombre de Yahveh (Exo_3:14); Dios es el que es siempre y en todas partes; ya en el judaísmo tardío se interpretó el nombre de Yahveh como referencia a la eternidad imperecedera de Dios, lo que aquí se destaca expresamente con el predicado que se añade en segundo lugar: «que era». El tercer predicado asocia -indicándolo claramente con la substitución de «será» por «ha de venir»- al Dios trascendente con la historia de su mundo, en el que él se manifestará un día como su conductor y soberano en toda la plenitud de su gloria. El ser divino viene presentado en un arco de la mayor envergadura, que arranca de la intemporalidad, pasa por los comienzos de todo ser creado y el sucesivo y cambiante acontecer dentro del espacio y del tiempo, para rematar en el punto final, que Dios le pondrá en el juicio y en la consumación 12,

4c...y de parte de los siete espíritus que están ante su trono...

De manera semejante, el cumplimiento de la bendición deseada se hace depender «de los siete espíritus»; como las siete iglesias simbolizan la Iglesia entera, así también los siete espíritus simbolizan la plenitud del espíritu, su perfección sin medida ni límites (cf. también Isa_11:2). El estar «ante el trono de Dios» expresa plásticamente lo que más adelante (Isa_4:5; Isa_5:6) se formulará con mayor claridad en la expresión «los siete espíritus de Dios»; se trata del Espíritu Santo, que es también el único al que conviene el atributo: la plenitud del Espíritu, el Espíritu perfecto 13. Es el mismo Espíritu que también en las siete Iglesias hace oír la palabra de su Señor Jesús (cf. 2,7.11.17.29; 3,6.15.22).

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12. «Al final de la revelación bíblica, el Apocalipsis da al Señor, que va a realizar su supremo «desvelamiento» para esta tierra, ese título compuesto que hay que leer como si fuese un solo nombre: «él es, él era, él viene.» Este nombre responde al nombre de Moisés; aquí como allí Dios se designa a sí mismo como el sujeto soberano de la historia sagrada, cuya «naturaleza» se revela en y por lo que él es y hace por nosotros» (Y. CONGAR, Cristo en la economía salvífica y en nuestros tratados dogmáticos en «Concilium», nº 11 [1966] 8-9.)

13. El hecho de aparecer «los siete espíritus» en un mismo plano con Dios y con Jesucristo y de la misma forma que ellos como origen del bien, es un argumento contra su interpretación como seres angélicos superiores; interpretación sostenida por J. MICHL.

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5a ...y de parte de Jesucristo, el testigo fidedigno, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra.

Sólo en tercer lugar se menciona a la segunda persona de la Trinidad divina, Jesucristo, y de nuevo con tres predicados se trae a la memoria su aparición como hombre en condición humilde, su obediencia al encargo de revelación del Padre hasta la muerte (cf. comentario a 1,3), y su glorificación con la resurrección y la elevación al trono del Padre para reinar sobre todos los poderosos de la tierra, y así sobre todo su figura de Redentor. La vida terrena de Jesús viene caracterizada en su conjunto como un acto de dar testimonio; Jesús es la revelación de Dios no sólo en el sentido de una información sobre el ser y obrar de Dios, sino como comunicación de Dios mismo a los hombres en la figura de un hombre; no sólo su palabra, sino él mismo, en manifestación y en obra, es el testigo fiel y veraz (cf. 3,14). En él, Dios ofreció a los hombres su palabra, la plenitud de su revelación, y la garantizó absolutamente, pues Jesucristo es la palabra de Dios (19,11) en persona y así merece una fe absoluta, incondicional. Se llama «el primogénito de los muertos» (cf. Col_1:18; 1Co_15:20), porque él fue el primer hombre al que la muerte no pudo retener; y como tal no es el único y el último, sino el primero «de los muchos»; su resurrección es promesa para todos, es el principio de una nueva creación de Dios (cf. 3,14), en la que todo está ordenado a renacer de la caducidad y de la muerte, vivamente representado y garantizado en la realidad del Resucitado. La glorificación de Jesús, que comienza visiblemente con su resurrección, posee un significado determinante no sólo para los hombres, sino también sobre todo para la entera historia universal; elevado al trono del Padre, ha entrado a reinar con Dios sobre el universo (cf. 4,8-5,13s), soberanía de la cual, conforme al especial ángulo visual del Apocalipsis, se destaca aquí expresamente su suprema soberanía sobre los potentados políticos de la tierra (cf. 17,14; 19,16). En la profesión de la omnímoda soberanía de Jesús resuena el motivo de la esperanza, la consolación, los alientos para la Iglesia en la persecución, que se insinúa desde un principio y se repite constantemente en el libro.

5b Al que nos ama y al que nos libró de nuestros pecados con su sangre, 6 y de nosotros hizo un reino, sacerdotes para Dios, su Padre: a él la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.

Las tres declaraciones de soberanía desembocan en una triple alabanza de Jesús y de su obra, en la que también se indica lo que él significa para nosotros. El que fue elevado al rango de soberano omnímodo no se ha distanciado por ello de los suyos en una majestad inaccesible, sino que sigue siendo uno con ellos por la grandeza divina de su amor. En este amor ejerce también el poder sobre los suyos y para los suyos, una vez que como hombre se reveló como un amor que es más fuerte incluso que la muerte (Joh_15:13; cf. Joh_3:16). En efecto, con la entrega de su vida -la sangre es aquí símbolo de la vida (cf. Lev_17:11) llevó a cabo la liberación del poder del pecado, el pago de la deuda de los hombres ante Dios, y les facilitó de nuevo a ellos el acceso a Dios, que se amplía en forma de una elección jamás sospechada, por la que alcanza cumplimiento una promesa de tiempos pretéritos (Exo_19:6).

El que nos rescató del poderío del pecado no nos convierte en súbditos, sino que nos constituyó en soberanos juntamente con él en la tierra. Donde se hallan sus redimidos está presente por medio de ellos su omnímoda soberanía en medio de este mundo, pues ellos lo conocen en la fe y siguen el ejemplo de su amor. Donde la Iglesia existe de manera tan viva, allí está el reino de Dios y actúa en dirección hacia su forma plena y perfecta prometida para un día venidero, el soberano omnímodo se halla en medio de su comunidad, y en sus miembros está presente en este mundo, aunque de momento la apariencia externa, el desprecio y la persecución de sus seguidores por parte del mundo haga suponer exactamente lo contrario. Quien ha sido hecho partícipe de la omnímoda soberanía del Señor glorificado, tiene también participación en su sacerdocio eterno, que en el Nuevo Testamento está descrito como sacerdocio regio (1Pe_2:9; cf. también Heb_5:6; Heb_7:17.21). Su muerte redentora por los hombres fue su ministerio sacerdotal delante de Dios (Heb_9:11s).

De la participación de los fieles en su ministerio sacerdotal ante Dios se sigue también la adopción de sus sentimientos sacerdotales para con Dios (Heb_10:8-10), como también la de su disposición para prestar el servicio de mediador entre Dios y el mundo (Heb_5:1s; Heb_7:24s). Estas altas distinciones confieren además a los fieles de Cristo su absoluta confianza en Dios (Heb 10, ]9-21) 14 y frente al mundo (cf. Joh_16:32). Los predicados de soberanía, tales como la gloria y el poder, que en 1,5-6 se reconocen al Señor exaltado, se repiten al final como alabanza dirigida a él en una fórmula de confesión y se refuerzan con el término hebreo de confirmación «amén».

7 Ved que viene con las nubes. Y lo verán todos, incluso los que lo traspasaron. Y por él se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí. Amén.

Su gloria y su poder actualmente ocultos resplandecerán un día ante el mundo entero; en efecto, este Jesús del que escribe Juan, «viene». Aquí se indica el tema del libro. Suceda lo que suceda, en todos los horrores de la historia, aun en los mayores, y en las más tremendas calamidades de la humanidad, que luego se describen con imágenes apocalípticas, se anuncia ya su venida, y el mundo vive las señales precursoras de la hora de su juicio. Así, la pregunta dirigida por la humanidad al futuro, si se plantea debidamente, no deberá ser: «¿Qué viene?», sino: «¿Quién viene?» Con dos imágenes veterotestamentarias se concreta más en detalle el que ha de venir y se proclama el significado de su venida para el mundo. La referencia a la visión del profeta Daniel, la imagen del Hijo del hombre al que viene conferido el señorío universal y eterno (Dan_7:13s) caracteriza al que viene como Señor y juez del mundo (cf. Dan_7:26). El texto de Zacarías (Zec_12:10), que en el relato de la lanzada se cita como objeto de reflexión (Joh_19:37), subraya aquí la idea de que aquel a quien todos reconocen por fin como su juez, es el crucificado. Ahora bien, esta convicción y el arrepentimiento de los que se hicieron culpables para con él vienen demasiado tarde, y los gritos de lamentación «por él» sólo puede ser expresión de la condenación que prevén ya anticipadamente. La primera venida en humildad viene a dar, a través del Calvario, en la segunda venida en gloria y en poder, del juez del universo. La certeza absoluta de este acontecimiento se corrobora al final con un doble «sí» (en griego y en hebreo).

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14. A. FEUILLET hace notar la indiscutible afinidad teológica entre el Apocalipsis y la carta a los Hebreos que, según él, merece tomarse en consideración.

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8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el todopoderoso.

Dios mismo pronuncia la última palabra de la introducción. Así como el alfa y la omega se hallan respectivamente al principio y al fin del alfabeto griego, así Dios, que abarca en unidad el pasado, el presente y el futuro, se halla al principio de todo lo que existe como el creador, en la historia de la humanidad como el salvador y el juez, y al final de la historia universal como el consumador; en una palabra: él es el «todopoderoso». Como tal, es también la última razón de la certeza de que al final de los tiempos vendrá en la figura gloriosa del crucificado, con el corazón traspasado.

3. VISIÓN INAUGURAL (1,9-20)

9a Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la constante espera de Jesús...

Un profeta no habla en nombre propio; tiene necesidad de ser enviado y legitimado por Dios para anunciar su palabra. Así como en el caso de los profetas del Antiguo Testamento, también Juan experimenta un llamamiento especial, cuyas circunstancias se describen aquí. Con la designación y misión por parte de Dios se da naturalmente también la autoridad para con aquellos que son objeto del encargo; de la misma manera, tal encargo para el que uno es llamado por Dios, en cuanto a su contenido y su ejecución es independiente del conocimiento y de la idea humana, así como de la apreciación personal; en efecto, el prestigio del que es llamado, al igual que su autorización y su legitimación no estriba en su personalidad, sino el encargo para el que ha sido designado y en virtud del cual él puede exigir que se le tome en serio y se le acepte en su ministerio. Por esta razón, tampoco el ministerio en la Iglesia crea, como sucede con frecuencia en el mundo, una relación de superior y súbdito, pues en la Iglesia tienen todos un único Señor, al que están subordinados, Jesucristo; ahora bien, entre sí son ellos mismos «hermanos» (Mat_23:8). Así pues, también Juan se presenta con el nombre de hermano a aquellos a quienes se dirige por encargo de su común Señor. Con todos comparte la misma gracia de la elección por Dios, así como la misma suerte en el mundo. Cierto que ahora tiene ya, aunque todavía invisiblemente, participación en la realeza de su Señor glorificado, pero mientras están en la tierra tienen que compartir primero con él la suerte que el mundo le había deparado (Mat_10:38s; Mat_16:24; Mat_24:9; Joh_15:20; Joh_16:33). La «tribulación» en el mundo ha sido predicha a la Iglesia como su estado normal, y la experiencia de la historia muestra que al ceder esta tribulación de fuera, las más de las veces decrecen también la concordia y la paz dentro de la Iglesia; en cambio, los males que amenazan en común consolidan la unión fraternal, como también en la persecución da valiente prueba de sí la fidelidad a la fe de los fieles en particular en virtud de la espera confiada del Señor que ha de venir, con cuya venida la participación en su señorío regio será para ellos una experiencia beatificante.

9b...estuve en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús.

La tribulación de Juan tiene su forma especial, así como su razón especial. él había proclamado la palabra de Dios en la provincia de Asia, dando testimonio de la salvación y ofrecida por Dios a los hombres y operada por medio de Jesucristo (cf. Act_1:8; Act_4:33; Act_5:32). Para hacerlo enmudecer como misionero y para privar de su apoyo a las comunidades cristianas de Asia Menor, había sido desterrado de la tierra firme y conducido por la fuerza a la pequeña isla rocosa de Patmos, de 40 km2 de extensión, al oeste de Mileto. La primera persecución cristiana que alcanzó también a Asia fue la que tuvo lugar bajo el emperador Domiciano en 95-96; en ella se produjo el primer choque del cristianismo con el imperio romano por causa del culto al emperador (exigencia de prestar honores divinos al genio del imperio romano representado por el emperador). Según parece, la persecución no está plenamente en marcha, pero en el destierro de Juan proyecta ya anticipadamente sus sombras. Al que a los ojos de los hombres estaba privado de toda influencia para la Iglesia de entonces, el Espíritu de Dios hace de él, en su lugar de destierro, su instrumento especial, por el que él mismo (cf. comentario a 2,7) viene en socorro de la Iglesia contra la oposición de los poderosos en el mundo.

10a Fue arrebatado por el Espíritu el día del Señor...

Sucedió un «día del Señor», un domingo -la celebración del primer día de la semana, día de la resurrección de Jesús, con el banquete eucarístico había venido ya a reemplazar el sábado judaico (Act_20:7; 1Co_16:2)-, que el Espíritu de Dios vino sobre Juan para constituirlo en vidente y pregonero profético de la palabra que Jesús quería que llegase a su Iglesia. El estado extático, en el que Juan recibe su llamamiento y se le muestra también el mensaje en imágenes (visiones), lo explica él mismo como un verse lleno del Espíritu de Dios; su espíritu humano, sin perder la conciencia, queda capacitado, de esta manera, para recibir conocimientos que por naturaleza le son inaccesibles. El espíritu humano debe ser primeramente abierto por el Espíritu de Dios y elevado por encima de sus posibilidades, si ha de percibir y comprender una revelación divina; por esta razón también la potencia y el acto de la fe es efecto del Espíritu de Dios, es gracia.

10b ...y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, 11 que decía: «Lo que ves, escríbelo en un libro y envíalo a las siete Iglesias: a éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea.»

La primera visión comienza con una experiencia auditiva: detrás del profeta arrobado, un voz -por tanto, no en él mismo- cuya fuerza le afecta como un toque de trompeta, lo interpela. Lo fuerza a volverse para ver quién le habla y le comunica el encargo. Esta vivencia le sobreviene de forma totalmente inesperada; el encargo mismo estaba fuera de su campo visual, ya que su ejecución tenía que parecer imposible desde el punto de vista humano; en el auténtico profetismo no hay acuerdo psíquico con uno mismo. Juan tiene que escribir lo que le viene mostrado y enviar los apuntes a siete iglesias determinadas. Jesús había ordenado a los apóstoles proclamar el Evangelio mediante predicación oral; este encargo lo vemos ahora extendido también a la proclamación por medio de la palabra escrita. La palabra de Dios que Juan ha de transmitir por escrito, se le mostrará en imágenes; el lenguaje figurado era también el medio preferido por Jesús mismo en su predicación. La palabra de Dios puede ser no sólo oíble, sino que de esta manera había de hacerse también visible, ya que el ver, y hasta meras representaciones visuales, son las formas más sugestivas y eficaces de percepción humana. Si bien la verdad de revelación sobrenatural sólo puede hacerse accesible a la vista en imágenes analógicas, por lo cual la transmisión de la revelación debe operar siempre con la conjunción comparativa «como», sin embargo, este medio conduce más fácil y eficazmente que una idea sin relieve, a una comprensión más profunda. Cierto que en las parábolas de Jesús, como también en el Apocalipsis, sólo se produce un conocimiento analógico, pero tampoco el lenguaje en conceptos mentales alcanza inmediatamente el contenido de la revelación, ni lleva más allá de un conocimiento comparativo. Ni siquiera la palabra de Dios hecha visible para el ojo humano en la persona de Jesús mostró la realidad de Dios inmediatamente al espíritu humano, sino que sólo la acercó un tanto en la refracción a través del campo de experiencia humana. Por esta misma razón también Juan puede reproducir lo que se le mostró en el éxtasis únicamente en formas visuales que le son familiares, o que tampoco son extrañas a aquellos a quienes debe transmitir lo que ha visto como una misiva de Dios mismo (cf. 2,1; 2,8; 2,12, etc.). Veremos cómo Juan realiza esto preferentemente con imágenes y palabras del Antiguo Testamento, en las que «habló Dios antiguamente a nuestros padres» (Heb_1:1).

12 Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo. Y, vuelto, vi siete candelabros de oro...

Cuando Juan se vuelve, tiene su primera visión; ésta le muestra al Señor Jesús glorioso (v. 13), tal como está presente en la tierra en medio de su Iglesia. Salta a la vista lo que esta visión tiene de consolador para una Iglesia perseguida.

Los siete candelabros de oro se explican al final de la visión (Heb_1:20) como símbolos de las siete Iglesias a las que va dirigida la misiva. En el templo de Jerusalén lucía el candelabro de oro de siete brazos como símbolo del pueblo de Dios veterotestamentario. Los candelabros son del metal más precioso, de oro; en el Apocalipsis aparece siempre el oro, junto con las perlas, las piedras preciosas y el cristal, como la materia de que está formado el cielo (cf. 4,4; 21,15.18.21). El oro de los candelabros indica también aquí que la Iglesia, como comunidad de «santos,» es decir, de elegidos por Dios y para Dios (como tales se designa a los cristianos en la mayoría de las cartas paulinas: Rom_1:7; 1Co_1:2; 2Co_1:1; Eph_1:1; Phi_1:1; Col_1:2), se halla ya en este mundo realmente, y no sólo como mera expectativa de futuro (2Co_5:1; Col_1:5; 1Pe_1:5), en conexión con el cielo de Dios (cf. Phi_3:20). La esencia interna de la Iglesia como la comunidad de Jesucristo agrupada en torno a su Señor glorificado, para estar vivificada, guiada y regida por él, difícilmente podría mostrarse más claramente y representarse de manera más eficaz que con esta imagen de los candelabros de oro. Es también altamente probable que con ella se exprese también la misión de la Iglesia en el mundo; recuerda, en efecto, el dicho del Señor acerca de la luz sobre el candelero (Mat_5:14-16) y las comparaciones tomadas de la luz con las que los apóstoles describen el comportamiento de los cristianos en el mundo ( Eph_5:8; 1Th_5:5; 1Pe_2:9; 1Jo_1:7; 1Jo_2:9).

13 ...y en medio de los candelabros, a uno semejante a Hijo del hombre, vestido de túnica talar y ceñido a la altura del pecho con un ceñidor de oro. 14 Su cabeza, o sea, sus cabellos, eran blancos como blanca lana, como nieve, y sus ojos, como llama de fuego, 15 y sus pies, semejantes a bronce brillante, como incandescente en el horno, y su voz como estruendo de muchas aguas.

La figura en que el Señor es contemplado por Juan en medio de su Iglesia recuerda al «Hijo del hombre» en Dan_7:13 (cf. comentario a 1,7); según los Evangelios, Jesús se aplicó con preferencia este nombre para expresar su misión mesiánica; en Daniel aparece el Hijo del hombre como aquel al que «se ha dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mat_28:18); el Hijo del hombre glorificado es el Señor de su Iglesia. La túnica talar y el ceñidor de oro eran distintivos de los sacerdotes y de los reyes. El Hijo del hombre, como el sumo sacerdote de Israel, ejerce su poder como mediador para con Dios (cf. Heb_7:24s). También la continuación de la descripción está tomada del libro de Daniel, concretamente de la figura del «anciano de días» (Dan_7:9); el blanco resplandeciente es el color de la glorificación en el cielo. Cuando el Apocalipsis traslada sin más la figura del «anciano de días» al «Hijo del hombre», significa con ello que Dios mismo aparece en Jesús glorificado; conforme al modelo de Daniel, también los atributos divinos de eternidad y omnisciencia («ojos como llama de fuego») son destacados especialmente en este «Hijo del hombre».

La mirada penetrante es un requisito para el oficio de juez, que más adelante se le asignará con la imagen de la «espada aguda de dos filos» (v. 16). La impresión de firmeza y de poder que dimana de todo el cuadro se reproduce con la descripción de los pies; éstos, duros como bronce precioso y llenos del resplandor celestial, simbolizan la omnipotencia del divino triunfador, al que ningún poder de la historia detiene y retrae de su camino, ante cuya sentencia judicial deberán todos un día doblegarse. A la figura sobrehumana y superpotente cuadra también su voz; su fuerza viene representada gráficamente con la imagen del estruendo de las olas encrespadas, como sin duda lo había experimentado Juan en la estación invernal en Patmos (cf. también Sal 29 [28] 3-5). A nadie puede pasar inadvertida esta voz, su orden de mando se impone.

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16. Sobre la espada como símbolo de la palabra de Dios que juzga, cf. Isa_14:4 : Hab_4:12.

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16a Y tenía en su mano derecha siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos...

El soberano lleva en su mano derecha siete estrellas, símbolo de su poder de jurisdicción, como en otro tiempo los emperadores y reyes llevaban el globo imperial, que al final de la visión están (1,20) interpretadas como «los ángeles de las siete iglesias», es decir, como enviados de Dios encargados de dirigir las iglesias, sin duda los prepósitos que en nombre de Jesús desempeñan el ministerio de la dirección 15. En esta figura se simboliza, aparte de la protección y seguridad que el Señor les ofrece, sobre todo su dominio sobre ellos, que además, con la espada que sale de su boca, se especifica en el sentido de que ellos, como responsables ante él y con todo rigor -la espada es de dos filos- deberán rendir cuentas en el juicio venidero.

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15. Quiénes hayan de entenderse en concreto bajo la designación de los «ángeles de las iglesias» sigue todavía controvertido en la exégesis. Se proponen: los ángeles custodios de las iglesias (Boismard, Bonsirven); las comunidades personificadas (Bousset, Charles. Lohmeyer, Ben); los jefes responsables de las iglesias (Strack-Billerbeck, Zahn). E.B. ALLO supone un simbolismo a varios niveles; según él, el ángel simboliza el espíritu de la respectiva iglesia, encarnado en su jefe, el obispo.

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16b ...y su semblante era como el sol cuando brilla en su esplendor. 17a Cuando lo vi; caí como muerto a sus pies. Y puso su diestra sobre mí, diciéndome: «No temas.

La descripción se cierra con la reiterada alusión (1,14s) a la plenitud supraterrena de luz, que irradia de la aparición del «Señor de la gloria» (1Co_2:8), insoportable para ojos humanos, como una mirada al sol resplandeciendo en pleno mediodía. Como los tres discípulos en la escena de la transfiguración sobre la montaña de Galilea (Mat_17:6), cae Juan «como muerto» bajo esta impresión; el hombre se siente como aniquilado ante la esencia y potencia de Dios que se le revela (cf. Isa_6:5; Eze_1:28).

El Señor hace volver en sí a Juan con las palabras tranquilizantes del Maestro, que eran familiares a un discípulo de Jesús. Si nos atenemos al pleno contenido de sus palabras, parece ser que éstas, juntamente con el gesto de la imposición de la mano, tienen un significado más profundo que va más allá de una mera reanimación; en efecto, las palabras de aliento van seguidas de una presentación de sí mismo tras la cual se confiere un encargo de misión a Juan, expresado con toda exactitud; con la imposición de la mano recibe éste sin duda la consagración profética (cf. Act_6:6; Act_13:3; 1Ti_4:14; 1Ti_5:22; 2Ti_1:6).

17b »Yo soy el primero y el último 18 y el que vive. Estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades.

El Señor se aplica a sí mismo palabras que anteriormente se habían dicho de Dios (2Ti_1:8); él es eterno como el Padre, existe antes que el mundo entero, está por encima de su historia, y delante de él llegará ésta un día a su fin; «el que vive» es un nombre veterotestamentario de Dios, por oposición a los ídolos muertos. Luego prosigue la presentación aludiendo a su encarnación en forma expresiva; él compartió con nosotros la condición humana hasta la muerte y la superó también por nosotros con su resurrección a la vida eterna; como triunfador de la muerte vino a ser Señor sobre su esfera de dominio y sobre los que están aprisionados en ella, los muertos. Así, desde el comienzo mismo del libro que quiere incitar a la prontitud para la confesión de la fe hasta la muerte, aparece como la viva promesa de vida a todos los que en la persecución que se inicia han de morir por causa de su nombre; los que le pertenecen han hallado con él y en él el absoluto punto de referencia por encima de todo temor propiamente dicho, el temor por la existencia en vista de la muerte.

19 »Escribe, pues, las cosas que viste: las que son y las que han de ser después de éstas. 20 En cuanto al misterio de las siete estrellas que viste a mi diestra y de los siete candelabros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candelabros, las siete iglesias.»

Al profeta armado ya para su misión se le reitera el encargo (2Ti_1:11) y se le expresa con precisión. Lo que se le ha mostrado en las visiones debe fijarlo por escrito y remitirlo reunido a las siete iglesias de Asia Menor y a sus prepósitos (cf. comentario a 1,16). Una declaración tocante al contenido anuncia que él será informado sobre el estado presente de la Iglesia («las cosas que son») y el transcurso futuro de la historia de la salvación («las que han de ser después de éstas»). A estas dos secciones responde la división del libro.

Presente y futuro están contrapuestos mutuamente como formas de vivencia del tiempo, aunque la estructura interna del tiempo quedó modificada substancialmente con la primera venida del Redentor. El tiempo se ha convertido en tiempo final, no sólo en el sentido de que está totalmente orientado a la segunda venida de Cristo, sino sobre todo por el hecho de que en su transcurso perecedero se hincó un germen de existencia eterna desde que el Hijo de Dios entró en él corporalmente y luego, en calidad de quien resucitó corporalmente, superó toda caducidad del tiempo. El futuro eterno comenzó ya con el establecimiento del reinado de Dios en el mundo y en los hombres. Este reinado ha venido a ser la verdadera fuerza motriz de la historia universal con vistas a su consumación final; entonces se pondrá al descubierto lo que había estado ya presente en todo el tiempo final (cf. Rom_8:18-25).



Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)



Prólogo: título del libro y afirmación de su origen divino, 1:1-3.
San Juan comienza su libro por una especie de introducción, en la que nos presenta su escrito, nos habla de su contenido y de su origen divino. Y termina este pequeño prólogo con un macarismo, en el que declara bienaventurado al que escucha y pone en práctica las cosas que están escritas en dicho libro.

1 Apocalipsis de Jesucristo, que, para instruir a sus siervos sobre las cosas que han de suceder pronto, ha dado Dios a conocer por su ángel a su siervo Juan, 2 el cual da testimonio de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo, de todo lo que él ha visto. 3 Bienaventurado el que lee, y los que escuchan las palabras de esta profecía, y los que observan las cosas en ella escritas, pues el tiempo está próximo.

La palabra griega apocalipsis vale tanto como revelación, como manifestación de algo oculto. Y puede referirse a la manifestación de secretos de orden natural o sobrenatural. En el Nuevo Testamento, sin embargo, designa la manifestación de verdades sobrenaturales! San Pablo es el que más emplea el término apocalipsis 2; algunas veces utiliza dicha expresión para significar la manifestación gloriosa de Cristo y de los fieles 3, pero el sentido más frecuente en San Pablo es el de revelación de los secretos divinos4. Más tarde se aplicará dicha palabra para designar el libro en que está contenida la revelación de las cosas ocultas, de los secretos divinos, comunicados a los hombres por Dios. Unas veces esas revelaciones serán puras invenciones, y entonces tendremos los apocalipsis apócrifos; otras veces las revelaciones serán auténticas, verdaderas, y en ese caso tendremos el Apocalipsis de San Juan, o partes de otros libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Por consiguiente, el término apocalipsis es muy apropiado para designar el último libro de la Biblia, que contiene la revelación divina comunicada a su siervo Juan, por medio de un ángel, sobre las cosas que están para suceder.
Jesucristo mismo es el que comunica a Juan los secretos de esta revelación divina, como se ve por el contexto inmediato, así como por la visión de Rev_1:9 y por las cartas a las siete iglesias5, en donde el mismo Cristo en persona aparece como revelador. El ángel intermediario es solamente una exigencia del género literario apocalíptico 6.
El origen primordial de la revelación es Dios. En todo el Nuevo Testamento, Dios Padre es la fuente de cuanto existe, porque El creó el mundo y El lo conserva. El predestinó a los santos y El, llevado de su amor hacia los hombres, les da a su Unigénito. El conduce las almas a Jesús. Mientras que el Hijo tiene como misión cumplir la voluntad de su Padre y darla a conocer a los hombres. Jesucristo es, pues, el que nos descubre los misterios del Padre, los misterios de su naturaleza y de su providencia. El es el verdadero revelador de su Padre. Esta es una idea muy propia de San Juan7.
A pesar de que Apocalipsis de Jesucristo pueda tomarse en el sentido de una revelación comunicada por Cristo a San Juan, de hecho se trata de una revelación que tiene por objeto al mismo Cristo. Jesucristo es el centro de todo el Apocalipsis. Toda la revelación comunicada a Juan gira en torno a la manifestación de Cristo en la historia de la Iglesia y del mundo. Y el contenido de esta revelación es lo que ha de suceder pronto (v.1), es decir, los juicios de Dios sobre el mundo. San Juan, a imitación de los profetas del Antiguo Testamento, considera la ejecución de los juicios de Dios ya cercana. La razón de esto hemos de buscarla en la manera que tienen los profetas de contemplar el futuro mesiánico: sus visiones y profecías son cuadros sin perspectiva, en los que el futuro lejano se entremezcla con el presente, sin delimitación de planos y de épocas. Por eso, para ellos, lo lejano en el tiempo se presenta ya como en el horizonte, próximo a realizarse e íntimamente unido a los sucesos que anuncian. También la literatura apocalíptica suele insistir en que los hechos que predice sucederán pronto o inmediatamente. De donde hemos de deducir que la proximidad de ejecución de los hechos, anunciados por los escritos proféticos y apocalípticos, es relativa, y no hemos de interpretarla según nuestras maneras de pensar actuales.
La presentación sobria y sin títulos que se hace de Juan es un indicio de veracidad 8. Al final del Apocalipsis 9 será reiterada de nuevo la garantía dada a sus visiones. Esta insistencia encaja bien en el tono de la literatura joánica 10.
Los beneficiarios de la revelación recibida por Juan serán los sierros de Jesucristo, es decir, los fieles cristianos del Asia Menor, 9 Y por medio de ellos, todos los cristianos de la Iglesia universal. 10 Apocalipsis es un libro de consolación dirigido a los fieles de fines del siglo I, que se sentían desalentados y como acobardados ante la hostilidad de los poderes públicos, y decepcionados por la tardanza de la par usía del Señor. El vidente de Patmos les dice que la manifestación gloriosa de Cristo está próxima, y que mientras tanto han de mantenerse firmes en la prueba para que cuando venga Jesucristo, puedan presentarse a El purificados. Y entonces los que hayan permanecido fieles reinarán gloriosos con Cristo triunfador.
San Juan se siente después como obligado a dar testimonio y a atestiguar ante la Iglesia y ante el mundo la verdad de la palabra de Dios (v.2), es decir, todo lo que ha visto y nos irá declarando en el curso del libro. Esta palabra de Dios es, según Juan, una profecía (v.3), o sea una exhortación que consuela, instruye y estimula 11. Esta profecía despertará en los corazones cristianos la certeza de la victoria sobre las fuerzas enemigas de Dios. San Juan la coloca de golpe al mismo rango que las profecías del Antiguo Testamento, porque proclama bienaventurados a los que la lean y la escuchen con obediencia. El que cumpla el mensaje del Apocalipsis vencerá y obtendrá de Cristo una grande recompensa. En el Apocalipsis existen siete bienaventuranzas o macarismos 12. El macarismo, que se encuentra en la literatura griega y latina, es una forma literaria muy propia de la literatura bíblica, mediante la cual se proclama feliz a alguien a causa de una buena acción, de una virtud, por la cual será recompensado. El macarismo consta de cuatro elementos: a) ha de empezar con la expresión bienaventurado, que en hebreo es 'asrey, en griego ìáêÜñéïò, y en latín beatus (Vulgata); b) después viene la persona a la cual se dirige el macarismo; c) se alude a la causa que ha motivado la alabanza: una buena acción, una virtud.; d) y, finalmente, se expresa la recompensa de la buena acción, que suele ser descrita con imágenes exuberantes. Puede suceder, sin embargo, que alguno de estos cuatro elementos no esté expresado, en cuyo caso será suficiente atender al contexto para suplirlo 13.
Juan apremia a los cristianos, a los que se dirige, para que reciban el mensaje y conformen su conducta a las instrucciones morales de la profecía. Esto es tanto más necesario y útil cuanto que el tiempo esta próximo 14. En la perspectiva teológica de San Juan, los hechos se suceden con celeridad tal que el cristiano dispone de poco tiempo para prepararse a la venida gloriosa de Cristo 15.
La manifestación gloriosa de Jesucristo constituirá el tiempo de la plena salud, el tiempo en que cada uno ha de recibir su recompensa, que con tanta instancia promete Juan a los fieles, a través de todo el libro, para animarlos a la lucha.




Primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de

Las Siete Iglesias de Asia, 1:4-3:22.
D espués del prólogo 16, que ofrece ciertas semejanzas con el encabezamiento de los libros proféticos del Antiguo Testamento 17, San Juan comienza su libro con una fórmula epistolar. En esto tal vez trate de imitar el modo de empezar de las epístolas paulinas y de los demás apóstoles.



Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia, 1:4-8.
4 Juan, a las siete Iglesias que hay en Asia: Con vosotros sean la gracia y la paz, de parte del que es, del que era y del que viene, y de los siete espíritus que están delante de su trono, 5 y de Jesucristo, el testigo veraz, el primogénito de los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Al que nos ama y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre, 6 y nos ha hecho un reino y sacerdotes de Dios, su Padre, a El la gloria y el imperio por los siglos de los siglos, amén. 7 Ved que viene en las nubes del cielo, y todo ojo le verá, y cuantos le traspasaron; y se lamentarán todas las tribus de la tierra. Sí, amén. 8 Yo soy el alfa y la omega, dice el Señor Dios; el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso.

San Juan se dirige a las siete Iglesias de la provincia proconsular de Asia, que comprendía la parte sudoccidental de la actual Turquía, y cuya capital era Efeso. Las siete iglesias locales o distritos religiosos, a modo de diócesis, eran: Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. De cada una de ellas hablará con más detalle en Ap 2-3. W. M. Ramsay 1S ha mostrado que las iglesias son escogidas siguiendo una vía imperial circular, al oeste de la provincia proconsular. Sin duda que en Asia Menor había más de siete iglesias; sin embargo, el número siete, número simbólico que indicaba plenitud, totalidad, es evidentemente elegido para simbolizar el conjunto de las cristiandades de la provincia proconsular de Asia. La tradición nos dice que San Juan residió la última época de su vida en Efeso. Y en dicha ciudad y en las regiones circunvecinas, donde estaban situadas las siete iglesias, ejerció su apostolado. Las cartas dirigidas a estas iglesias pueden ser consideradas como dirigidas de un modo mediato a todas las iglesias cristianas. Según esto, dice muy bien el Fragmento de Muratori: lohannes enim in Apocalypsi, licet septem ecclesiis scribat, tamen ómnibus dicit.19
A esas iglesias San Juan desea la gracia y la paz (v.4), comenzando con esta expresión el saludo epistolar. A semejanza de San "ablo, el autor del Apocalipsis junta el saludo griego gracia, ×Üñéò, con el saludo hebreo paz, salom, para significar todo el conjunto de bendiciones que deseaba a los fieles a quienes escribía. El término ×Üñéâ, gracia, sólo aparece aquí y en la fórmula final del Apocalipsis 20. También es digno de tenerse en cuenta que en el cuarto evangelio se lee ×Üñéò sólo tres veces en el prólogo, y, en las epístolas joánicas, una sola vez en el saludo de la 2 Jn. Este fenómeno se explica si tenemos presente que San Juan suele expresar la idea de gracia con otras expresiones, como la luz, la vida, el amor. Junto con la gracia, que es la benevolencia divina 21, les desea la paz, aquella paz que Jesucristo dejó a los discípulos al despedirse de ellos, y que el mundo no puede dar 22. Esta gracia y esta paz proceden de Dios Padre, al cual designa con la extraña expresión de el que es, el que era y el que viene. Parece ser que esta frase es una explicación targúmica del nombre de Yahvé, para significar la eternidad de Dios, que domina todos los tiempos. El Targum de Jonatán (s.III-IV d.C.) sobre Deu_32:39 tiene: Yo soy aquel que es, y que fue y que será. De igual modo, los escritores paganos atribuyen a Júpiter esta misma expresión: Júpiter es, fue y será. El futuro sera, que emplea el Targum de Jonatán y Pausanias, parece más apropiado para abarcar toda la duración de los tiempos. Sin embargo, nuestro profeta sustituyó el que sera por el que viene, que concuerda mejor con el tema del libro, que es el de la venida de Dios a juzgar al mundo. Åñ÷üìåíïò implica una intervención de Dios en la historia humana para llevar a cabo su plan salvífico. Después de mencionar al Padre Eterno como el que es, el que era y el que viene, el autor sagrado pasa a hablarnos de los siete espíritus que están delante de su trono. A propósito de esta expresión son posibles dos interpretaciones. La primera es la que cree que aquí San Juan se refiere a los siete ángeles de la tradición judía, que sirven ante el trono de Yahvé 23. Y el hecho de que se hable de ellos antes de Jesucristo sería únicamente para indicar su posición junto al trono de Dios, sin que se quiera expresar jerarquía 24. La segunda interpretación, que nos parece la más probable, es la que ve en esta frase una alusión al Espíritu Santo septiforme 25. Esta manera de ver está avalada por varias razones: en la fórmula trinitaria inicial, los siete espíritus son mencionados antes de Jesucristo, y están colocados en el mismo rango que el Padre y el Hijo. Además, la gracia y la paz que Juan desea a sus lectores, son un don divino, que, en el Nuevo Testamento, es concedido por Dios y nunca por los ángeles. De ahí que la tradición latina admita unánimemente que este pasaje se refiere al Espíritu Santo. En cambio, la tradición griega está dividida: unos admiten la referencia al Espíritu Santo y otros a los siete ángeles 26. Por consiguiente, creemos que la fórmula de Rev_1:4-5 es trinitaria y que supone la igualdad de las personas divinas, fuente indivisible de vida y de felicidad27. El hecho de que San Juan ernplee la imagen de los siete espíritus para designar al Espíritu Santo, tal vez haya sido motivada por el simbolismo del número siete, que tanta importancia tiene en el Apocalipsis. Por otra parte, también el texto de Isaías de los siete dones del Mesías 28, y el de Zacarías sobre los siete ojos divinos 29, pudieron sugerir la imagen al vidente de Patmos. Del mismo modo que los siete cuernos y los siete ojos del Cordero simbolizan el poder absoluto y el conocimiento perfecto de Jesucristo, así también los siete espíritus simbolizan la plenitud de los dones divinos del Espíritu Santo, con los cuales consolará y fortificará a los fieles en la lucha que tienen entablada con las Bestias.
A Jesucristo se le designa, en nuestro pasaje (v.5), con varios apelativos, muy propios del Apocalipsis. Se le llama primeramente testigo veraz, como en Rev_3:14. Designación muy propia de San Juan, pues él mismo nos dice en el cuarto evangelio que Cristo vino al mundo a dar testimonio de la verdad. 30 El segundo título de Jesucristo es el ser primogénito de los muertos. Esto significa que El es el primero que resucitó a una vida gloriosa e inmortal, y que, por lo tanto, es el fundamento y el garante de nuestra propia resurrección, como afirma también San Pablo 31. La expresión primogénito de los muertos supone una concepción curiosa del Seol-Hades: el Seol, o región de los difuntos, es concebido como una mujer encinta que retiene en su seno a los muertos, y la resurrección, como un nacimiento 32. El tercer apelativo dado a Cristo es el de príncipe de los reyes de la tierra, pues le ha sido dado todo poder en la tierra y en el cielo 33. ã San Pablo enseña que, por las humillaciones de su pasión, Jesucristo recibió del Padre el título de Señor, con pleno poder en el cielo, en la tierra y hasta en los infiernos 34. El título de Cristo-Rey es como el tema principal del Apocalipsis, e insinúa una oposición a los emperadores romanos 35. San Juan desea destacar la soberanía de Jesucristo sobre todos los poderes, principalmente sobre el poder imperial que se oponía violentamente a la difusión de la Iglesia en la tierra. Esto era necesario para consolar e infundir nuevo valor a los cristianos, mostrándoles la superioridad de Cristo sobre todos los poderes terrenos.
Jesucristo, además de ser Rey y Señor de toda la creación, es también el Redentor, que nos ama, y nos ha absuelto de nuestros pecados por la virtud de su sangre (í.5) 36. Jesucristo nos amó y nos dio la mayor prueba posible de su amor muriendo por nosotros 37 y librándonos de los pecados en virtud de su sangre derramada. San Pablo dice lo mismo en su epístola a los Efesios: Cristo nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios 38 El rescate por la sangre es una doctrina común del cristianismo primitivo 39. Cristo es el Pontífice de la nueva alianza, que, en virtud de su sangre, se ha convertido en Mediador supremo entre Dios y nosotros y nos ha hecho participantes de su soberanía real y sacerdotal.
Jesucristo, después de absolvernos de nuestros pecados, nos ha constituido reyes-sacerdotes de Dios Padre (v.6). Formamos, pues, ahora un reino sacerdotal, una clase sacerdotal especial, como la que formaban los levitas en el Antiguo Testamento. Juan se refiere en este pasaje al Exo_19:5-6, en donde se dice que Yahvé eligió a Israel e hizo de él un reino sacerdotal, una nación santa. Para los antiguos, el rey era el sumo sacerdote del dios nacional, lo mismo que el jefe de familia era el sacerdote familiar. Israel, la nación santa, la más próxima a Dios, estaba consagrada de un modo especial al culto de Yahvé, y en cuanto tal había de ejercer el sacerdocio en nombre de todos los pueblos de la tierra. San Pedro40 aplica las palabras del éxodo a los cristianos: sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable. Es en la Iglesia en donde se cumplen las promesas hechas al pueblo judío 41, pues los cristianos constituyen la continuación del Israel de Dios. Jesucristo se ha dignado comprar con su sangre para Dios hombres de todas las razas para hacer de ellos un reino y sacerdotes42. Es decir, Cristo, en cuanto Sumo Sacerdote del Padre 43, ha conferido a sus fieles una parte de ese sacerdocio para que cada uno ofrezca su cuerpo como hostia viva, santa, grata a Dios44. Esta oblación, unida a la de Jesucristo, siempre resulta grata al Padre celestial, al cual es debida la gloria y la majestad de un imperio eterno45. El cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo, se encuentra en una situación totalmente particular de proximidad y de unión íntima con El. Por cuya razón goza de un poder especial de intercesión delante de Dios, como gozaba el sacerdote levítico en la Antigua Alianza. Este sacerdocio de los fieles no presupone la transmisión de un poder especial, propio del sacramento del orden. El sacerdocio de los cristianos tiene más bien como finalidad el recordarles su dignidad de hijos de Dios, el valor de su bautismo y las obligaciones que en él han contraído, y el servicio religioso al que han sido llamados. Lo mismo que el antiguo pueblo israelita ocupaba una posición privilegiada entre todos los pueblos respecto de Dios, porque podía acercarse a El, gozar de sus intimidades y hacer de intermediario entre Yahvé y todos los demás pueblos, así también los cristianos, por la gracia de adopción como hijos de Dios y por su íntima unión con Cristo, ocupan una posición absolutamente única que les permite interceder por las almas46.
La doxología del v.6 parece evocar en la mente del autor sagrado la última venida triunfal de Cristo sobre las nubes del cielo, ante la mirada atónita de todos los pueblos (v.y). El profeta está tan seguro de la próxima venida de Jesucristo, que lo presenta ya como avanzando en medio de las nubes. La imagen de la parusía de Cristo rodeado de nubes proviene del profeta Daniel, que en visión nocturna ve venir en las nubes del cielo a uno como hijo de hombre47. Nuestro Señor también se sirvió de ella delante del sumo sacerdote para confesar su mesianidad y su triunfo futuro48. La relación que tiene esta confesión de Jesús ante Caifas con su pasión redentora, recuerda a Juan un texto del profeta Zacarías: Y a aquel a quien traspasaron, le llorarán como se llora al hijo único, y se lamentarán por él como se lamenta por el primogénito. 49 El profeta alude a un llanto general a causa de la muerte de un justo traspasado, que parece haber sido víctima inocente del pueblo elegido. Yahvé llevará a cabo una efusión de gracias divinas sobre los moradores de Jerusalén, por cuyo medio Dios producirá en ellos un cambio interior, que les hará convertirse de nuevo a El y llorar, con un duelo nacional, la muerte del misterioso justo. San Juan aplica el texto de Zacarías a Jesucristo crucificado por el mismo pueblo judío: Cristo es el Justo traspasado de la profecía. Pero también llegará un tiempo en que los judíos reconocerán su pecado y se lamentarán en señal de dolor y de arrepentimiento. En nuestro texto son todas las tribus de la tierra las que condividen los remordimientos de Israel.
La alusión a la crucifixión y a la lanzada de Cristo es bastante clara, tanto más cuanto que es Juan quien nos transmite la noticia de esta última50. La crucifixión parece asociada, en el v.7, a la gloria parusíaca, como en Mat_24:30.
La doble afirmación con que se termina el v.7: Sí, amén, indica la solemnidad y la convicción de lo que acaba de decir. Recuérdese el amén, amén del cuarto evangelio.
Del mismo modo que sucede al final de los oráculos proféticos, una declaración divina garantiza la verdad de lo que acaba de decir.
Las últimas palabras de esta sección están puestas en boca del Señor Dios (= Yahvé-Elohim). El que habla es el Padre, el cual hace una declaración de su eternidad: Yo soy el alfa y la omega (v.8), o sea el principio y el fin de las cosas. Esta designación simbólica de la divinidad - que en otros lugares será aplicada al mismo Cristo - por la primera y la última de las letras del alfabeto griego, tal vez sea la imitación de un procedimiento tomado de los rabinos. Estos también solían designar a Yahvé con la primera y la última de las letras del alfabeto hebreo: a/e/ y tau. En la literatura rabínica también se dice que el sello de Dios es el 'emet, es decir, la fidelidad y la firmeza; y esa expresión está escrita con la primera, la mediana y la última letra del alefato hebreo51. La expresión de San Juan también pudiera tener estrecha relación con la mística helenística de las letras, que era frecuente entonces. Así la serie áåçéïõù en los papiros mágicos, significa la universalidad del mundo, y sirve, al mismo tiempo, para designar a la divinidad 52.
Finalmente, el autor sagrado insiste de nuevo sobre la eternidad de Dios y sobre el poder absoluto que tiene sobre toda la creación: (Yo soy). el que es, el que era, el que viene, el todopoderoso (v.8). Con esto quiere tranquilizar a sus lectores, pues el Dios justo y triunfador del pasado continuará siendo el mismo en todos los tiempos, ya que su soberanía sobre todos los seres es absoluta.



Visión Introductoria a Todo el Libro, 1:9-20.
San Juan recibe de Jesucristo, que se le aparece en la isla de Patmos, el encargo de escribir a las siete Iglesias de Asia. La visión viene a ser como la introducción a todo el libro. En este sentido se puede comparar con las visiones de la vocación de Isaías 53, de Jeremías 54 y de Ezequiel 55.

9 Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el reino y en la paciencia en Jesús, hallándome en la isla llamada Patmos, por la palabra de Dios y por el testimonio de Jesús, 10 fui arrebatado en espíritu el día del Señor y oí tras de mí una voz fuerte, como de trompeta, que decía: n Lo que vieres escríbelo en un libro y envíalo a las siete iglesias, a Efeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardes, a Filadelfia y a Laodicea. 12 Me volví para ver al que hablaba conmigo; 13 y vuelto vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno, semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. 14 Su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca, como la nieve; sus ojos, como llamas de fuego; 15 sus pies, semejantes al azófar, como azófar incandescente en el horno, y su voz, como la voz de muchas aguas. 16 Tenía en su diestra siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos, y su aspecto era como el sol cuando resplandece en toda su fuerza. 17 Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo: 18 No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno. 19 Escribe, pues, lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto. 20 Cuanto al misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra y los siete candeleros de oro, las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros las siete iglesias.

El autor sagrado hace su presentación personal a semejanza de los profetas de la Antigua Alianza 56. Juan - su nombre ya nos era conocido desde Ap 1:1 - tiene una visión hallándose en la pequeña isla de Patmos. Hoy día esta isla se llama Patino, y forma parte de las islas Esperadas. Está situada enfrente de Milito y de Efeso, en el mar Egeo. Tiene unos doce kilómetros de largo por cinco de ancho en su parte más amplia. Según Plinio57, los romanos utilizaban el islote de Patmos como lugar de deportación para algunos condenados especiales. San Juan también fue deportado a esta isla, castigado a causa del Evangelio, como nos dice él expresamente (v.9). Victorino, obispo de Pettau, en Styria, martirizado bajo Diocleciano, nos dice que San Juan fue condenado por Domiciano a trabajos forzados en las canteras situadas al norte de la isla de Patmos: in metallum damnatus.58 Esto mismo es confirmado por San Jerónimo 59.
El apóstol se nos presenta como hermano en la fe y como compañero en la tribulación, sufrida por la fe; como copartícipe en el reino sacerdotal60 y en la paciencia con que soporta la tribulación. San Juan ha tenido que pasar por grandes pruebas exteriores y persecuciones a causa del Evangelio. Su destierro en el islote de Patmos era una señal evidente de los sufrimientos que había tenido que soportar. Pero todo lo sufrió con paciencia (õðïìïíÞ), es decir, con fe, esperanza y firmeza. Juan es el prototipo del verdadero cristiano que sabe aguantar y perseverar en la fe, a pesar de las muchas dificultades que se le opongan. Y esta perseverancia en el servicio de Cristo será la que consiga el triunfo del reino de Jesucristo en medio de todas las persecuciones desencadenadas contra él.
Después de la presentación, San Juan comienza inmediatamente con la narración de la primera visión. Esta tuvo lugar en el día del Señor, es decir, en domingo, día venerado por los cristianos a causa de la resurrección del Señor, que tuvo lugar en tal día61. Este texto del Apocalipsis (v.10) constituye la primera mención expresa del domingo cristiano. La expresión, que se hizo técnica, pudo nacer en los ambientes asiáticos como reacción contra la designación de día de Augusto, que indicaba un día mensual establecido en honor del emperador 62. Juan fue arrebatado en éxtasis, para que, desligado de la vida de los sentidos, percibiese mejor las cosas divinas. En este estado oye una voz fuerte, como de trompeta, que le intimaba la orden de escribir lo que viese para transmitirlo a las siete iglesias de Asia (v.11). Se trata del Apocalipsis entero. Las siete ciudades nombradas, unidas por magníficas vías, formaban un círculo fácil de recorrer para un mensajero llegado de Patmos a Efeso. Pero, ¿cuál es la razón de nombrar sólo siete iglesias, cuando en la misma región había muchas otras de mayor importancia? Ramsay cree que la razón hay que buscarla en el hecho de que la provincia romana de Asia estaba dividida en siete distritos postales, cada uno de los cuales tenía por centro una de esas siete ciudades, las cuales formaban un círculo alrededor de la provincia. De cada uno de estos centros era fácil enviar la carta a otras ciudades 63.
Juan, al volverse para ver al que le hablaba, lo primero que contempla son siete candelabros de oro. En medio de ellos había uno semejante a un hijo de hombre (v.12-13). Es Jesucristo que se le aparece en sus funciones de juez escatológico, como en Dan_7:13. Jesús empleó con mucha frecuencia esta expresión daniélica, aplicándosela a sí mismo 64. Era un título mesiánico que ponía de realce las cualidades humanas de Cristo. La Iglesia cristiana primitiva lo empleó muy raramente, prefiriendo llamarle Señor, con el fin de poner de manifiesto su carácter divino. El autor del Apocalipsis describe las prerrogativas de Cristo simbólicamente; su túnica talar lo caracteriza como sacerdote 65, y su cinturón de oro designa la dignidad regia del Mesías66. El sumo sacerdote de la Antigua Ley llevaba también una larga túnica talar, ceñida con una faja de cuatro dedos de ancho 67. Los cabellos blancos, como la nieve 68, significan la eternidad del personaje que ve Juan. Los ojos llameantes indican la mirada que todo lo penetra y de la que nadie puede huir. Es su ciencia divina 69. Una majestad aterradora parece como desprenderse de toda su persona: sus pies son como azófar (una aleación de cobre y cinc) incandescente; su voz, potente como el ruido de muchas aguas; su aspecto, resplandeciente como el sol. Esta descripción se apoya indudablemente en las narraciones de Ezequiel y Daniel, que contemplan a su personaje resplandeciente cual bronce bruñido70. Ezequiel contempla a una figura semejante a un hombre que se erguía sobre el trono; y lo que de él aparecía, de cintura arriba, era como el fulgor de un metal resplandeciente, y de cintura abajo, como el resplandor del fuego, y todo en derredor suyo resplandecía71. Y Daniel todavía nos describe con mayor detalle a un varón vestido de lino y con un cinturón de oro puro. Su cuerpo era como de crisólito, su rostro resplandecía como el relámpago, sus ojos eran como brasas de fuego, sus brazos y sus pies parecían de bronce bruñido, y el sonido de su voz era como rumor de muchedumbre 72.
El fuego, a causa de su resplandor y de su acción purificadora, es un símbolo bíblico muy frecuente para representar la santidad divina. Dios es la santidad misma, totalmente separado de la más mínima impureza humana. Por eso, los profetas y autores apocalípticos suelen representar a la divinidad rodeada de fuego.
El vidente de Patmos percibe en la visión que Jesucristo tenía en su mano derecha, es decir, en su poder, siete estrellas, que representaban las siete iglesias a las cuales se dirige Juan73. Como se nos dirá en el v.ao de este capítulo, las estrellas simbolizan los ángeles protectores de las siete iglesias, que debían velar por cada una de ellas. De la boca de Cristo sale una espada de dos filos, que es el símbolo de su autoridad de juez supremo, a cuyos fallos nadie puede resistir (v.14-16)74.
Todos los elementos de esta descripción contribuyen a darnos una imagen impresionante del misterioso personaje que se le aparece a Juan, el cual, como ya dejamos indicado, no es otro que Jesucristo glorioso.
A la vista de esta aparición, San Juan sufre un desmayo, del que le hace volver Cristo, que le conforta, inspirándole confianza. Escenas semejantes las encontramos en los profetas Ezequiel y Daniel75. Las palabras que le dirige Cristo son tranquilizadoras, y se proponen infundirle ánimo. Con este mismo fin, Jesucristo enumera sus títulos y poderes: yo soy el primero y el último (v.18). Esta designación, tomada probablemente de Isa_44:6, en donde se aplica a Yahvé, es sinónima de la expresión alfa y omega 76. Dios siempre es el mismo; y por eso Juan no ha de temer, pues Jesucristo es tan misericordioso como cuando él le conoció en este mundo.
A continuación Cristo se presenta como resucitado. Y reivindica una triple prerrogativa: en primer lugar afirma su poder sobre la vida (tengo las llaves), la muerte y el infierno (= Seol-Hades). Seguramente el autor sagrado alude aquí al descenso de Cristo a los infiernos para librar a los allí detenidos 77. Jesucristo es señor del infierno porque tiene las llaves, es decir, el poder para penetrar en aquel lugar misterioso en donde estaban reunidos los muertos78. Y es dueño de la muerte, porque sobre ella ejerce su soberanía.
Cuando quiere la puede soltar para que actúe en el mundo y la puede volver a encerrar bajo llave cuando lo estime conveniente. Este poder extraordinario de Cristo ha de servir para tranquilizar a San Juan, y para justificar ante sus ojos y ante los de las siete iglesias el mensaje que va a comunicarle.
Una segunda prerrogativa de Cristo es la de tener derecho de gobierno sobre las iglesias. Y, finalmente, es dueño de los destinos de esas mismas iglesias y del mundo entero. Estas dos últimas prerrogativas están expresadas en el v.1q, cuando Cristo ordena a Juan escribir para las siete iglesias tanto lo presente como lo que ha de suceder después. Las cosas presentes se refieren al estado de las siete iglesias, y las cosas futuras parecen aludir a lo que dirá en el resto del Apocalipsis. Por consiguiente, la profecía tendrá por objeto no sólo el futuro, sino también el presente. San Pablo concebía el carisma de la profecía como un don que Dios da para exhortar, consolar y edificar79.
Las iglesias están representadas por siete candeleros (v.20), porque participan de la luz de Cristo. El hijo del hombre, Cristo, vive en medio de ellos (cf. v.13). Las siete estrellas en la mano diestra de Cristo representan los ángeles de las siete iglesias. Según las concepciones judías, entonces vigentes, no sólo el mundo material estaba regido por ángeles 80, sino también las personas y las comunidades. De ahí que San Juan considere cada iglesia regida por un ángel, que era el responsable de su buena conducta81. Estos ángeles tutelares eran los obispos de las diversas iglesias, que, a su vez, representaban a Cristo ante las comunidades.

1 Gf. Luc_2:32; Efe_1:17. - 2 De diecisiete veces que se emplea el término apocalipsis en el Í. Ô., catorce veces pertenecen a las epístolas de San Pablo. - 3 Cf. 2Te_1:7; Rom_2:5; Rom_8:19; 1Co_1:7; ver 1Pe_1:7.13; 1Pe_4:13. - 4 Rom_16:25; 2Co_12:1; Gal_1:12; Gal_2:2; Efe_3:3. - 5 Ap 2-3- - 6 Cristo reveló a su Padre al mundo, pero aquí lo hace por medio de un ángel (cf. Apo_22:6.16) para acomodarse al estilo apocalíptico. A partir de Ezequiel, Zacarías y Daniel, los ángeles eran los guías de los videntes y los intérpretes de sus visiones. El ángel, enviado por Jesu-isto y como ministro suyo, viene a comunicar la revelación a Juan. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es frecuente el ministerio de los ángeles entre Dios y los hombres (£,240:1-44:3; Zac_1:9; Zac_2:3; Dan_7:16; Zac_8:15-26; Zac_9:20-27; Zac_10:4-21; Zac_12:5-12; Rev_22:6-9). - 7 Cf. Jua_1:18; Jua_5:20ss; Jua_7:16; Jua_14:10; Jua_17:8. - 8 Cf. Rev_1:9, en donde vuelve a presentarse como Juan, recordando al mismo tiempo a Js lectores que, como ellos, ha tenido que sufrir la tribulación en la isla de Patmo^. Véase también Rev_22:8. - 9 Rev_22:8-9. - 10 Jua_19:35; Jua_21:21; 1Jn_1:1-3. - 11 Gf. 1 Cor 14. - 12 Cf. Rev_1:3; Rev_14:13; Rev_16:15; Rev_16:19.9; Rev_20:6; Rev_22:7.14. El nombre de macarismo proviene del adjetivo griego ìáêÜñéïò: feliz, dichoso, bienaventurado. Por eso los griegos llaman ìáêáñéó-ìïß las bienaventuranzas del sermón de la Montaña. - 13 Cf. S. Bartina, Los macarismos del Nuevo Testamento. Estudio de la forma: EstEcl 34 (1960) 57-88. Véase también el Excursus I: Los siete macarismos del Apocalipsis, del mismo autor, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.618-621. - 14 Cf. Rev_22:10. - 15 Cf. M. García Cordero, El libro de los siete sellos (Salamanca 1962) ñ.34· - 16 Cf, Jer_1:1-3. - 18 The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1904). - 19 Cf. EB 4 Jn.57-59. - 20 Rev_22:21-21 Cf. Luc_1:30. - 22Jn_1:14:127. - 23 Cf. Tob_12:15. Ver también el Targum de Jonatán sobre Gen_11:7 : Dijo Dios a los siete ángeles que están en su presencia. - 24 Cf. P. Jouon, Apocalypse 1:4: RSR 21 (1931) 486-487. - 25 Cf. Isa_11:2-3(LXX). - 26 Cf. J. M. Bover, Los siete espíritus del Apocalipsis: Razón y Fe 52 (1918) 289-99; J. Lebreton, Histoire du dogrne de la Trinité7 (París 1927) p.628-631; E. B. Allo, Apocalypse (París 1933) p.8-9; A. Skrinjar, Les sept Esprits: Bi 16 (1936) 1-24.113-140; J. Michl, Die En-elvorstellungen in der Apokalypse des heiligen Johannes: I. Die Engel um Gott (München 1937) 112-210; E. Schweizer, Die sieben Geister in der Apokalypse: Evangelische Theologie n (1951-1952) 502-512; L. F. Rivera, Los siete espíritus del Apocalipsis: Revista Bíblica 64 (Buenos Aires 1952) 35-39- - 27 Así lo cree también el P. E. B. Allo. Véase su obra U Apocalypse p.6. - 28 Isa_11:2-3. - 29 Zac_3:9; Zac_4:10. - 30 Jua_18:37. - 31 Cf. 1Co_15:20; Col_1:18. - 32 Cf. Hec_2:24. Véase también IV Esdrás 4:33-42. J. Chaine, Deséente du Christ aux en-fers: DBS II 414-415. - 33 Mt 28:18. - 34 Flp_2:6-9. - 35 Cf. A. Gelin, Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1938) P-596s. - 36 Los v. 5-6 constituyen una especie de doxología, la primera de las muchas contenidas en el Apocalipsis. Deben de ser sin duda ecos de las asambleas cristianas, que nos son conocidas por la 1 Cor y la Didajé. Estas doxologías, introducidas a veces con Allelu-Yah (Ap iq,iss), parecen ser una herencia del judaismo. Son de gran importancia teológica, sobre todo para la cristología. - 372Jn_15:13. - 38 Efe_5:2. - 39 Cf. Mar_10:45; Rom_3:24; Heb 0:11-22. - 40 1Pe_2:9. Cf. M. García Cordero, El sacerdocio real en 1Pe_2:9 : CultBib 16 (1959) 321-323; véase en Recueil L. Cerfaux (Gembloux 1954) II p.283-315, el artículo Regale Sacer-dotium; R. B. Y. Scott, A Kingdom of Priests, en Oudtestamentische Studien VIII (Leiden 1950) p.213-219; J- Lécuyer, Le sacerdoce dans le mystére du Christ (París 1957) p.iyiss. - 41 Exo_19:6; cf. Rev_5:10; Rev_20:6. - 42 Rev_5:9-10. - 43 Heb_7:20. - 44 Rom_12:1. - 45 Cf. W. H. Brownlee, The Priestly Character ofthe Church in the Apocalypse: NTStS (1959) 224-225. - 46 Cf. A. Gharue, Les építres Catholiques, en La Sainte Bible, de Pirot-Clamer, XII P-453S. Véase también M. García Cordero, a.c.: CultBib 16 (1959) 322S. - 47 Dan_7:13. - 48 Mat_26:64; Me 14:62. Jesús también empleó la imagen de Daniel en el discurso escato-logico (Mat_24:30; Mar_13:26; Lev_21:27). - 49 Zac_12:10. - 50 Jn 19:34- - 51 Cf. G. Kittel, Theologisches Worterbuch zum N. T. I 2 ; S. bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento III p.óoó. - 52 E. B. Allo, o.c. p.8. - 53Jn_1:6.155. - 54 Jer_1:4ss. - 55 Ez 1-2. - 56 Dan_7:28; Dan_8:1. - 57 Hist. Nat. 4:12:23. Cf. G. camps, Patmos: DBS VII 73-81. - 58 Comm. in Apocalypsin: PL 5:317. - 59 De viris illustr. 9: PL 23:625. Véase también A. berjon, San Juan en Patmos: CultBib 10 (1953) 51-52. - 60 Cf. Apo_1:6. - 61 Cf. Hec_20:7-8; 1Co_16:1-2. La Didajé (1Co_14:1) afirma claramente que los cristianos se reunían el domingo para la fracción del pan. Y San Ignacio de Antioquía dice expresamente: Vivid, no ya sabatizando, sino según el día dominical (Ad Magn. 9:1: F. X. Funk, I 235-239). - 62 Cf. A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer (París 195i)p.598. - 63 W. M. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia (Londres 1906) p.iqiss. - 64 Mat_16:13-27; Mat_17:9 : Me 9:8s. - 65 Cf. Lev_8:13. - 66 Dan_10:5. - 67 Exo_28:4.31-32; Exo_29:5· Cf. josefo flavio, Ant. 3:7:4. - 68 Cf. Dan 7:9- - 69 Cf. Dan_10:6. - 70 Eze_1:7; Dan_10:6. - 71 Eze_1:26-27. - 72 Dan_10:6. - 73 Cf, S. Bartina, En su mano derecha siete ásteres: EstEcl 26 (1952) 71-78. - 74 Cf. S. Bartina, Una espada salía de la boca de su vestido: EstBib 20 (1961) 207-217. - 75 Eze_1:28; Eze_2:1-2; Dan_8:18; Eze_10:15-19. - 76 Rev_1:8; Rev_22:13. La expresión Yo soy el primero y el último se encuentra otras dos veces en el Apocalipsis (Rev_2:8; Rev_22:13) y siempre es aplicada a Jesucristo. - 77 Cf. Jua_5:26-28; 1Pe_3:19; 1Sa_2:6. - 78 Isa_38:10. - 79 1Co_14:3. - 80 Cf. Rev_7:1; Rev_14:18; Rev_16:5. - 81 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.so; A. Skrinjar, Antiquitas christiana de angelis septem ecclesiarum (Ap 1-3): VD 22 (1942) 18-24.51-56; W. H. Brownlee, The Priestly Character of the Church in the Apocalypse: NTSt 5 (19583) 224-225.



Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo. Nuevo Testamento (Verbo Divino, 2004)



17 (I) Prólogo (1,1-3).
(A) Descripción del libro (1,1-2). 1. (la) revelación de Jesucristo: La descriptiva frase gr. significa al mismo tiempo la revelación sobre Jesucristo y la revelación que Jesucristo da. El contexto inmediato sugiere que el significado es la revelación que da Jesucristo, porque se trata de la revelación «que Dios le dio». Esta interpretación está apoyada por el conjunto del libro. Aunque Jesucristo, bien en forma huma(-)na, o como Cordero, o como palabra de Dios, juega un papel importante en el libro, la reve(-)lación no trata principalmente sobre él, sino sobre «lo que va a suceder pronto». 2. quien da testimonio: Juan da testimonio mediante la es(-)critura de este libro, de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús: Esta fórmula aparece tam(-)bién en 1,9 y 20,4. En estos pasajes, indica la predicación cristiana que evoca la oposición de las autoridades. Aquí, la especificación «todo cuanto vio» muestra que la «palabra» y el «tes(-)timonio» se refieren al contenido del Ap.
(B) Bienaventuranza para quienes aco(-)jan el libro (1,3). Esta es la primera de las sie(-)te bienaventuranzas que encontramos en el Ap (14,13; 16,15; 19,9; 20,6; 22,7.14). 3. El con(-)traste entre el singular «el que lea» y el pl. «los que escuchen» sugiere que los cristianos de Asia Menor se reunían en grupos, en las dife(-)rentes ciudades, para escuchar el Ap, que era leído públicamente, posiblemente en las cele(-)braciones litúrgicas, el tiempo de crisis está próximo: La audiencia es urgida a hacer caso al libro, porque el juicio está cercano.
18 (II) Marco epistolar (1,4-22,21).
(A) Introducción (1,4-6). 4. los siete espíri(-)tus que están ante su trono: Son siete ángeles de alto rango (cf. Tob 12,15; 1 Hen 90,21). En este contexto, el número siete puede mostrar una cierta relación con los siete planetas, que en tiempos de Juan se pensaba que eran seres ce(-)lestiales. 5. el primogénito de los muertos: La re(-)surrección de Jesús es el acontecimiento que ha inaugurado la nueva era; es el signo de que ya ha irrumpido el tiempo de crisis, el Señor de los reyes del mundo: La resurrección de Jesús equivale a su instauración como rey universal (cf. 1 Cor 15,20-28). Al que nos amó y nos libró con su sangre de nuestros pecados: Esta precisa fraseología es exclusiva en todo el NT, pero la idea es común a la tradición cristiana primiti(-)va (cf. Rom 3,21-26; 8,37; Gál 2,20). 6. hizo de nosotros un reino y sacerdotes: La obra de Jesús cumple la promesa del Ex 19,6. Ser un reino significa estar bajo el poder de Dios, no bajo el de Satanás. Todos los que escuchan y obedecen la palabra de Dios son sacerdotes: mediadores entre Dios y el resto de la humanidad. Esta do(-)xología puede reflejar, en parte, una liturgia cristiana primitiva; véase E. Schüssler Fiorenza, Priester für Gott (Münster 1972).
(B) Dos dichos proféticos (1,7-8). 7. El primer dicho es una predicción apocalíptica que combina y adapta Dn 7,13 y Zac 12,10, di(-)chos más antiguos interpretados como profe(-)cías del retorno de Jesús resucitado como juez (cf. Mt 24,30). Ap 1,7 y Mt 24,30 reflejan la ac(-)tividad exegética de los primeros cristianos (B. Lindars, New Testament Apologetic, Filadelfia 1961, 122-27). 8. El segundo dicho es un orácu(-)lo divino. Este es el primero de los dos únicos pasajes del Ap en los que se identifica explícita(-)mente a Dios como aquel que habla (el otro es 21,5-8). «Yo soy» es típico de los oráculos en los que el revelador se identifica a sí mismo o a sí misma.
19 (C) Informe de la experiencia de re(-)velación (1,9-22,5). Esta unidad, que incluye casi la totalidad del Ap, es un relato único de una experiencia visionaria en el sentido de que todo el libro se desarrolla en un solo escenario (lugar, tiempo, circunstancias). El relato, no obstante, se divide en varias visiones y audi(-)ciones.
(a) Contexto de la escena (1,9-10a). 9. en la tribulación: Un término general para el dolor físico y mental, la tribulación se refiere, fre(-)cuentemente, a los sufrimientos relacionados con la crisis del final de los tiempos (Dn 12,2; Mt 24,21). Reino: El reino establecido por la muerte de Jesús (v. 6). resistencia por Jesús: Resistencia, con connotaciones de paciencia y perseverancia, es una virtud subrayada en va(-)rios de los mensajes a las siete iglesias. En 13,9-10, el contexto sugiere que uno de los as(-)pectos de la resistencia es la aceptación pa(-)ciente de las medidas opresoras de las autori(-)dades contra los cristianos. Otro aspecto es la perseverancia en la fidelidad al modo de vida exigido por el Ap para evitar el castigo eterno (14,9-12). me encontraba en la isla de Patmos a causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesús: Juan estaba en la isla como consecuen(-)cia de su proclamación del mensaje cristiano (Charles, Commentary 1.21-22). En esta época, el cristianismo como tal era ofensivo para mu(-)chos, pero el carácter escatológico de la ense(-)ñanza de Juan puede haber sido considerada subversiva por las autoridades (R. MacMullen, Enemies of the Román Order [Cambridge, MA, 1966] 144-62). Patmos es una pequeña isla ro(-)cosa en la costa de Asia Menor. Las autorida(-)des romanas desterraban a estas islas a indivi(-)duos que constituían una amenaza contra el orden público (Yarbro Collins, Crisis [? 6 supra] 102-04). 10a. el día del Señor: El domingo, como día de la resurrección de Jesús, tenía un especial, posiblemente litúrgico, significado para Juan, una voz potente, como de trompeta: El sonido de una trompeta era tradicional(-)mente utilizado para describir una teofanía (Ex 19,16.19). En la literatura cristiana primi(-)tiva es frecuentemente relacionado con el final de los tiempos (Mt 24,31; 1 Tes 4,16).
20 (b) La experiencia de revelación (l,10b-22,5).
(i) Primer ciclo de las visiones (1,10b-11,19). Estas visiones están vinculadas mediante fra(-)ses de transición, reasunciones de motivos an(-)teriores y la secuencia lógica entre aconteci(-)mientos sucesivos. No hay ningún elemento que conecte 11,19 con 12,1.
(1) Epifanía de Cristo a Juan con siete men(-)sajes (1,1 Ob-3,22). Una epifanía es una visión cuyo centro es la aparición y el discurso del que se revela. 11. Las siete localidades men(-)cionadas están situadas correlativamente en una de las vías principales. Así que este apo(-)calipsis, en forma de carta circular, podría ha(-)berse llevado fácilmente de un lugar a otro (W. Ramsay, The Letters to the Seven Churches of Asia [Nueva York 1904]). 13. una figura huma(-)na: Lit., «como un hijo de un ser humano», traducido frecuentemente «como un hijo de hombre». La expresión refleja la influencia se(-)mítica: un «hijo de hombre» significa simple(-)mente «un hombre». Aquí, la presentación de un ser celestial en forma humana alude a Dn
7,13; en este pasaje, Dios, «uno que era anti(-)guo de días», da a este personaje el dominio (Dn 7,9). En la tradición sinóptica, esta figura es identificada con Jesús (Mt 8,20; Mc 8,31; Lc 6,5) . 14-15. su cabeza y cabello eran blancos, como lana blanca o nieve: Se trata de una adaptación de la figura de Dios en Dn 7,9. sus ojos eran como llama de fuego, y sus pies como bronce: Alusiones al ángel de Dn 10,6. 16. sie(-)te estrellas: Son ángeles relacionados con las siete iglesias (v. 20). La imagen de las siete es(-)trellas puede aludir a una constelación deter(-)minada, como la Osa Menor o las Pléyades, o a los siete planetas. Los ángeles de las iglesias son sus patrones y protectores celestiales (cf. Dn 10,20-11,1; 12,1). de su boca salía una es(-)pada afilada de doble filo: La palabra de Dios lleva la espada afilada del mandato divino (Sab 18,14-16; cf. Ap 19,13-15). La descripción del revelador en los w. 13-16 es ambigua. Al(-)gunos elementos sugieren que se trata de Dios; otros, un ángel, y otros que es Jesús resucita(-)do. La semejanza de Jesús con Dios sugiere que el Mesías resucitado ha sido exaltado a la posición divina (cf. 3,21). 18. Las alusiones a la muerte y resurrección de Jesús dejan final(-)mente claro que la «figura humana» (v. 13) es el Señor resucitado. 19. escribe lo que viste; lo de ahora y lo que sucederá después: Esta man(-)dato es una elaboración de la orden dada por el revelador a Juan en el v. 11. Es una fórmula común para describir la profecía (W. C. van Unnik, NTS 9 [1962-63] 86-94).
21 Los siete mensajes pertenecen al dis(-)curso que el revelador comunica a Juan en su epifanía. Concretan además la orden de escri(-)bir dada en los w. 11 y 19. Es altamente im(-)probable que estos mensajes existieran alguna vez de forma independiente como auténticas cartas, pues no manifiestan la forma literaria de las cartas antiguas. Más bien, se trata de discursos proféticos (F. Hahn, en G. Jeremías et al. (eds.), Tradition und Glaube, Fest. K. G. Kuhn [Gotinga 1971] 357-94). Cada mensaje comienza con una fórmula de encargo profético. El modelo básico de esta fórmula en el AT es: «Ve y di a X, así dice Y». Puesto que Juan no puede abandonar Patmos, el mandato «ve» es reemplazado por el mandato «escribe». El hablante (Y), en cada mensaje, es Jesús resu(-)citado. La parte central de cada mensaje es introducida por «yo conozco». Esta sección consta de una exhortación, y tiene semejanzas con los oráculos judíos postexílicos de juicio y salvación. Estos oráculos pueden tener (1) ala(-)banza, (2) reproche, (3) llamada al arrepenti(-)miento, (4) amenaza de juicio, (5) promesa de salvación. Cada mensaje acaba con dos dichos tipo fórmula, cuyo orden varía. Uno es una lla(-)mada a prestar atención («el que tenga oídos que oiga...»). Esta fórmula tiene una función similar a la fórmula de proclamación profética en el AT, (p.ej. «Escucha la palabra del Señor», en 1 Re 22,19). El otro es una promesa de salvación escatológica para el vencedor (véase D. E. Auné, Prophecy in Early Christianity [? 4 supra] 275-78). Otra de las razones para concluir que estos pasajes fueron com(-)puestos para este contexto en el que se en(-)cuentran es el modo artificial con el que se re(-)lacionan a su contexto inmediato, la epifanía de Cristo, y al conjunto del Ap. En cada men(-)saje, el hablante en la fórmula de encargo es identificado con el Señor resucitado mediante frases tomadas de la descripción de 1,13-16. Las promesas al vencedor anticipan la des(-)cripción de la salvación en los caps. 21-22.

Nuevo Comentario Bíblico Siglo XXI (Editorial Mundo Hispano, 2019)



Llamado de Juan a Profetizar

La visión trae a la mente las experiencias de los profetas del AT cuando recibieron su llamamiento a profetizar. Sin embargo, es dudoso que esto signifique el comienzo del ministerio profético de Juan; había sido confinado a Patmos porque predicaba la palabra de Dios y el testimonio de Jesús. Más bien, aquella visión era la oportunidad de recibir y escribir el Apocalipsis. La descripción que hace de sí mismo es la de vuestro hermano y copartícipe en la tribulación y en el reino y en la perseveracia en Jesús (9) lo cual es significativo; esa fue la suerte común de la mayoría de los cristianos del primer siglo d. de J.C. (cf. Juan 16:33), y Juan previó la intensificación del sufrimiento y la perseverancia necesaria a continuación (cf. caps. 11-13). La tribulación y el reino son partes del patrón mesiánico (Luc. 24:26); por lo tanto, estar en Jesús es experimentar desde ya ambos, con una visión de compartir la gloria del reino en el futuro.

Juan estaba en el Espíritu en el día del Señor (10) o sea en estado de éxtasis, no por ser transportado a ver sucesos del día del Señor, sino para recibir la visión del día que pertenece al Señor (como en la frase cena del Señor, 1 Cor. 11:20). La expresión el día del Señor probablemente fue moldeada según el día del César (Sebaste) lo que es compa rable. A su vez imita el hecho del egipcio Tolomeo Euergetes, que designó al 25 de cada mes como día del rey en honor a la fecha de su coronación. Se piensa que el día del César era observado semanalmente en ciertas áreas. Evidentemente, un cristiano desconocido reclamó el título día del Señor para celebrar el día en que Jesús, el ungido de Dios como Señor del mundo, se levantó de la muerte para compartir el trono de Dios.

La lista de la siete iglesias (11) figura en el orden de su aparición en el camino que llevaba de Efeso al norte a través de Esmirna hasta Pérgamo y luego hacia el sur a través de Tiatira, Sardis, Filadelfia, Laodicea. C. Hemer sugiere que este itinerario había existido desde los días de Pablo y concuerda con Sir William Ramsay en que las siete iglesias habían adquirido especial importancia como organización y centros de distribución para las iglesias de la zona. Las ciudades eran centros tanto administrativos como postales. Se ha considerado que en el tiempo en que Juan escribía, esta zona tenía la mayor concentración de cristianos en el mundo. Al dirigirse a estas iglesias Juan no sólo podía alcanzar a otras en el Asia Menor, sino también a las que estaban desparramadas por el mundo.

Las figuras de los siete candeleros de oro (12) recuerda el candelero de siete brazos en el templo de Jerusalén (Exo. 25:31; Zac. 4:2), pero el pueblo único de Dios se representa aquí como siete candeleros en cuyo medio está el Señor resucitado. De ese modo, la iglesia en su conjunto es representada por cada congregación y cada una disfruta de la comunión con el Redentor.

La descripción del Señor resucitado en los vv. 13-16 es un eco del Anciano de Días de Dan. 7:9 y del ángel poderoso en Dan. 10:5, 6. La intención es mostrar que el Señor posee la gloria del cielo y comparte la imagen de Dios. La expresión uno semejante al Hijo del Hombre lleva directamente a Dan. 7:13 (más bien que a los Evangelios), donde es alguien a quien se da el reino del mundo, como representativo tanto de Dios como de su pueblo. El hecho de que usara una vestidura que le llegaba hasta los pies podría indicar su carácter sacerdotal (el sumo sacerdote de Israel usaba una túnica de ese tipo; Exo. 28:4); pero como también la usaban personas de alto rango, no conviene insistir al respecto. Que su cabeza y sus cabellos eran blancos como la lana blanca es una reminiscencia delibera da de Dan. 7:9, donde Dios se describe de esa manera. La aplicación a Cristo de los atributos de Dios es un elemento constante en el Apocalipsis. Los ojos ... como llama de fuego (Dan. 10:6) penetran las profundidades del corazón y son adecuados para alguien que juzga al mundo. La voz ... como el estruendo de muchas aguas, en Eze. 43:2 describe la impresionante voz de Dios. La espada aguda de dos filos que sale de su boca es una nueva alusión al papel del Señor como juez de la humanidad, cuyas palabras tienen un poder irresistible. Es ese Señor el que sostiene en su mano derecha siete estrellas, o sea las iglesias; tiene poder no sólo para juzgar el mal, sino también para sostener a quienes son suyos (cf. v. 20).

La reacción de Juan a la visión del Señor exaltado es similar a la de todos los que tienen tal experiencia (cf. Isa. 6:5; Eze. 1:28; Dan. 7:28). Yo soy el primero y el último, el que vive es de hecho una exposición de Alfa y Omega en el v. 8 (cf. también Isa. 44:6; 48:12), pero se aplica a Cristo a la luz de su muerte y resurrección. El primero y el último se encarnó, murió y fue levantado, y como aquel que vive tiene poder sobre la muerte y la esfera de los muertos y de ese modo ha abierto las puertas del reino eterno para toda la humanidad.

La orden de escribir las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de éstas (19) se considera generalmente que indica la división en Apoc. A base de este entendimiento las cosas que has visto se refiere a la visión ya dada; las que son se refiere a las cartas a las iglesias en los caps. 2 y 3; las que han de ser después de éstas comprende las visiones de los caps. 4-22. Eso es posible, pe ro no se aplica a los caps. 4, 5, que describen hechos presentes, pasados y futuros (como lo hace también el cap. 12). Es mejor ver el v. 19 como una orden de escribir todo el libro, más bien que un análisis del mismo.

La interpretación de las siete estrellas como los ángeles de las siete iglesias ha producido dificultades. Si ángeles se entiende en un sentido lit. se produce la cuestión de por qué Juan recibió la or den de escribir a ángeles. En cualquier caso, las cartas tienen en vista las iglesias mismas y los miembros individuales. ¿Son entonces los ángeles los líderes de las iglesias tales como obispos o mensajeros (án gel significa mensajero sea celestial o terrenal)? Eso es posible, pero es excepcional en la literatura apocalíptica que los ángeles simbolicen hombres, y además las cartas tienen en vista a las iglesias y no a sus líderes. El criterio más plausible es entender que los ángeles de las iglesias son las iglesias mismas en relación con el Señor exaltado. Aunque viven en la tierra, su existencia está determinada por estar en Jesús (9) y por ello son sacerdotes y reyes con él. La naturaleza angélica de la iglesia recuerda a los cristianos que deben cumplir en la tierra su llamado celestial. El propósito de la siete cartas es ayudarles a cumplirlo.

Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)



1. Dan_2:28.

4. "Aquel que es, que era y que viene" es la extensión del nombre divino revelado a Moisés: "Yo soy el que soy" ( Exo_3:14).

5. Isa_55:4; Sal_89:28. "Testigo": ver nota Hec_22:20.

6. Exo_19:6. Ver 1Pe_2:9.

7. Dan_7:13; Zac_12:10, Zac_12:14. Ver Jua_19:37; Mat_24:30.

8. "El Alfa y la Omega": designación simbólica de Dios, principio y fin de todas las cosas, mediante la primera y la última letra del alfabeto griego. Ver 21. 6; 22. 13.

9. "Patmos" es una pequeña isla, situada cerca de Éfeso, que los romanos usaban como lugar de deportación.

10. "El Día del Señor": ver nota Mat_28:1.

13. Dan_7:13; Dan_10:5. "Hijo de hombre": ver nota Mat_8:20.

14. Dan_7:9.

15. Dan_10:6; Eze_43:2.

16. La "espada de doble filo" simboliza el poder de la Palabra. Ver Heb_4:12-14.

17. Isa_44:6; Isa_48:12. Ver 2. 8; 22. 13.

18. El "Abismo" es la morada de los muertos. Ver nota Sal_6:6.

19. Dan_2:28.

20. "Los Ángeles de las siete Iglesias": según las antiguas concepciones judías, tanto el mundo material cuanto las personas y las comunidades estaban regidas por ángeles. Ver 7. 1; 14. 18; 16. 5; nota 1Co_11:10.

King James Version (KJVO) (1611)



Chapter I.

[Kings and Priests.]

4 Iohn writeth his reuelation to the seuen Churches of Asia, signified by the seuen golden Candlestickes. 7 The comming of Christ. 14 His glorious power and maiestie.
1 The Reuelation of Iesus Christ, which God gaue vnto him, to shewe vnto his seruants things which must shortly come to passe; and he sent and signified it by his Angel vnto his seruant Iohn,
2 Who bare record of the word of God, and of the testimonie of Iesus Christ, and of all things that he saw.
3 Blessed is hee that readeth, and they that heare the words of this prophesie, and keepe those things which are written therein: for the time is at hand.
4 Iohn to the seuen Churches in Asia, Grace be vnto you, & peace, from him [ Exo_3:14 .] which is, and which was, and which is to come, and from the seuen spirits which are before his throne:
5 And from Iesus Christ, who is the faithful witnesse, and the [ 1Co_15:21 ; Col_1:18 .] first begotten of the dead, and the Prince of the kings of the earth: vnto him that loued vs, [ Heb_9:14 .] and washed vs from our sinnes in his owne blood,
6 And hath [ 1Pe_2:5 .] made vs Kings and Priests vnto God and his Father: to him be glory and dominion for euer and euer, Amen.
7 [ Mat_24:30 .] Behold he commeth with clouds, and euery eye shal see him, and they also which pearced him: and all kinreds of the earth shall waile because of him: euen so. Amen.

[First and last.]

8 I am Alpha and Omega, the beginning and the ending, saith the Lord, which is, and which was, and which is to come, the Almighty.
9 I Iohn, who also am your brother, and companion in tribulation, and in the kingdome and patience of Iesus Christ, was in the Isle that is called Patmos, for the word of God, and for the testimonie of Iesus Christ.
10 I was in the spirit on the Lords day, and heard behind me a great voice, as of a trumpet,
11 Saying, I am Alpha and Omega, the first and the last: and what thou seest, write in a booke, and send it vnto the seuen Churches which are in Asia, vnto Ephesus, and vnto Smyrna, and vnto Pergamos, and vnto Thyatira, and vnto Sardis, and Philadelphia, and vnto Laodicea.
12 And I turned to see the voice that spake with mee. And being turned, I saw seuen golden Candlesticks,
13 And in the midst of the seuen candlestickes, one like vnto the Sonne of man, clothed with a garment downe to the foot, and girt about the paps with a golden girdle.
14 His head, and his haires were white like wooll as white as snow, and his eyes were as a flame of fire,
15 And his feet like vnto fine brasse, as if they burned in a furnace: and his voice as the sound of many waters.
16 And hee had in his right hand seuen starres: and out of his mouth went a sharpe two edged sword: and his countenance was as the Sunne shineth in his strength.
17 And when I sawe him, I fell at his feete as dead: and hee laid his right hand vpon me, saying vnto mee, Feare not, [ Isa_41:4 ; Isa_44:6 .] I am the first, and the last.
18 I am hee that liueth, and was dead: and behold, I am aliue for euermore,

[Seuen candlesticks.]

Amen, and haue the keyes of hell and of death.
19 Write the things which thou hast seene, and the things which are, and the things which shall be hereafter,
20 The mysterie of the seuen starres which thou sawest in my right hand, and the seuen golden Candlestickes. The seuen Starres are the Angels of the seuen Churches: and the seuen candlestickes which thou sawest, are the seuen Churches.

Comentario al Nuevo Testamento (EUNSA, 2008)

La isla de Patmos era un lugar de prisión. El domingo (v. 10) es el día establecido por la Iglesia como sagrado desde la época apostólica -en lugar del sábado de la Ley Mosaica-, por ser el día en que resucitó Jesucristo. La escena de la visión tiene un colorido litúrgico, dejando entender que el autor recibe la visión durante la celebración de una liturgia dominical, y mostrando así que la liturgia de la tierra está unida a la del Cielo.

En la visión, los candelabros (v. 12) representan a las iglesias en oración, recordando el candelabro de los siete brazos -la menoráh-, que lucía en el Templo de Jerusalén.

Jesucristo, como Hijo del Hombre (cfr Dn 7,13), es el Juez escatológico, y los rasgos de su figura simbolizan su sacerdocio («la túnica hasta los pies»: cfr Ex 28,4; Za 3,4); su realeza («una banda de oro»: cfr 1 M 10,89); su eternidad («los cabellos blancos»: cfr Dn 7,9); su ciencia divina («ojos como una llama de fuego»: cfr 2,18); y su poder («pies semejantes al metal»: cfr Dn 10,6; «un estruendo de muchas aguas»: cfr Ez 43,2). El Señor tiene en su mano las iglesias como signo de su protección sobre ellas.


Dios Habla Hoy (Sociedades Bíblicas Unidas, 1996)



Dios Habla Hoy 1996 Notes:



[1] 1.4 Siete: El número siete es símbolo de totalidad y perfección; las siete iglesias representan a todas las iglesias.

[2] 1.4 El que es y era y ha de venir: alusión al nombre divino revelado en Ex 3.14-15.

[3] 1.4 Los siete espíritus: Cf. Ap 3.1; 4.5; 5.6. La mención de los siete espíritus junto con el Padre y con Jesucristo sugiere que estos espíritus simbolizan al Espíritu de Dios en sus múltiples manifestaciones (cf. Is 11.2).

[4] 1.7 Cf. Dn 7.13; Zac 12.10.

[5] 1.8 Alfa y omega son, respectivamente, la primera y la última letra del alfabeto griego, y la frase equivale a decir el principio y el fin (cf. Ap 21.6; 22.13).

[6] 1.10 Día del Señor: el primer día de la semana, es decir, el domingo; cf. Jn 20.19; Hch 20.7 .

[7] 1.13 Un hijo de hombre: Ap 14.14; cf. Dn 7.13.Véase Hijo del hombre en el Índice temático.

[8] 1.14 Sus cabellos eran blancos como la lana: Cf. Dn 7.9.

[9] 1.13-15 Cf. Dn 10.5-6.

[10] 1.17 Cf. Is 41.4; 44.6,8; 48.12.

La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

Visión de Jesucristo. Esta visión sirve de introducción a todo el libro. Jesús es el Señor de la gloria y de la historia, como aparecerá en cada capítulo. La grandeza de Cristo es descrita con alusiones al Éxodo (Éxo_19:16) y a Daniel (Dan_7:13s). Jesús es el Mesías sacerdotal -túnica-, con la franja o cinturón real (13); es sabio y eterno -cabellos-, juez -mirada penetrante, espada-, estable y seguro -firmeza en los pies-, que tiene en sus manos el destino de los pueblos -siete estrellas-. Jesús está en medio de su comunidad, las Iglesias, representadas por los siete candelabros que nos recuerdan a la «Menorah» o gran candelabro de siete brazos usado en la liturgia judía.

Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros


NOTAS

1:20 Según las ideas judías, los ángeles no sólo gobernaban el mundo material, ver Apo_7:1; Apo_14:18; Apo_16:5, sino también a las personas y a las comunidades, ver Éxo_23:20+. Se supone, pues, que cada iglesia está gobernada por un ángel responsable de ella, al que va dirigida una carta. Pero las iglesias están en las manos de Cristo, en su poder y bajo su protección.

Nueva Biblia de Jerusalén (Desclée, 1998)


NOTAS

1:20 Según las ideas judías, los ángeles no sólo gobernaban el mundo material, ver Apo_7:1; Apo_14:18; Apo_16:5, sino también a las personas y a las comunidades, ver Éxo_23:20+. Se supone, pues, que cada iglesia está gobernada por un ángel responsable de ella, al que va dirigida una carta. Pero las iglesias están en las manos de Cristo, en su poder y bajo su protección.

Sagrada Biblia (Bover-Cantera, 1957)



LOS ÁNGELES: son los obispos en cuanto gobiernan y representan las Iglesias. Muchas de las cosas que en las cartas siguientes se dicen de ellos no pueden aplicarse a los ángeles. Es de notar la complejidad del simbolismo apocalíptico. Las estrellas simbolizan los ángeles (Apo_9:1; Apo_12:4 [= Apo_12:9]); los ángeles designan metafóricamente los obispos; los obispos representan toda la Iglesia.

Torres Amat (1825)



[4] Por estos siete espíritus algunos entienden los siete ángeles custodios de lassiete iglesias. Otros los siete primeros ángeles que asisten al trono de Dios. Algunos lo entienden como los siete dones del Espíritu Santo. Tob 12, 15.

[7] Poseídos de un tardío e inútil arrepentimiento.

[8] Alfa y Omega son la primera y última letras del alfabeto griego, lengua usada en el Asia Menor. Juan explica esta expresión o modismo en seguida.

[9] Desterrado allí por Domiciano.

[12] Se cree queJuan vio a un ángel, que representaba y hablaba en nombre de Jesucristo; pero no era el mismo Jesucristo.

[13] La faja de oro era un adorno que usaban los reyes en señal de su autoridad. Job 12, 18.

[20] Los obispos. 2 Cor 5, 20.

Biblia Hispano Americana (Sociedad Bíblica Española, 2014)

— los ángeles: Aquí y en los capítulos siguientes se trata, sin duda, de una expresión metafórica. Estos ángeles son, bien una personificación de las distintas iglesias a las que se dirige el autor, o bien los dirigentes espirituales de dichas comunidades cristianas.

Biblia Peshitta en Español (Holman, 2015)

a Apo 1:12; Apo 1:16

Traducción En Lenguaje Actual Con Deuterocanonicos En Orden Alejandrino (2004)

[8] 1.20 La palabra ángel significa mensajero. Aquí, los siete ángeles pueden representar a seres espirituales que protegen a las iglesias, o a seres humanos (líderes de las iglesias) enviados por Dios.

Nuevo Testamento México (Centro Bíblico Hispano Americano, 1992)

Los siete candeleros representan las siete iglesias o congregaciones de fieles, como en el antiguo templo el candelero de los siete brazos representaba delante de Dios a toda la nación israelita.

Greek Bible (Septuagint Alt. Versions + SBLGNT Apparatus)

οὓς WH Treg NA28 ] ὧν RP

Biblia Textual IV (Sociedad Bíblica Iberoamericana, 1999)

candelabros... M↓ añaden que viste.

Nueva Versión Internacional (SBI, 1999)

[c] ángeles. Alt. mensajeros.

Nueva Traducción Viviente (Tyndale House, 2009)

O los mensajeros.