Hechos 8 Biblia Hispanoamericana de la Nueva Evangelización (Sociedad Bíblica, 2015) | 40 versitos |
1 Saulo estaba allí, dando su aprobación a la muerte de Esteban. º

Persecución de la Iglesia

Aquel mismo día se desató una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén. Todos los fieles *, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría º.
2 Unos hombres piadosos enterraron el cuerpo de Esteban y lloraron sentidamente su muerte.
3 Mientras tanto, Saulo asolaba la Iglesia: irrumpía en las casas, apresaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel. º
4

II.— TESTIGOS EN JUDEA Y SAMARÍA (8:4—12:25)

Evangelización de Samaría (8:4-40)

Felipe en Samaría

Los discípulos que tuvieron que dispersarse iban de pueblo en pueblo anunciando el mensaje.
5 Felipe º, en concreto, llegó a la ciudad de Samaría y les predicaba al Mesías. º
6 La gente en masa escuchaba con atención a Felipe, pues habían oído hablar de los milagros que realizaba y ahora los estaban viendo.
7 Hubo muchos casos de espíritus malignos que abandonaron a sus víctimas lanzando alaridos; y numerosos paralíticos y cojos fueron también curados º,
8 de manera que la ciudad se llenó de alegría. º
9

Simón, el mago

Desde hacía tiempo, se encontraba en la ciudad un hombre llamado Simón, que practicaba la magia y tenía asombrada a toda la población de Samaría. Se las daba de persona importante º
10 y gozaba de una gran audiencia tanto entre los pequeños como entre los mayores. “Ese hombre —decían— es la personificación del poder divino: eso que se llama el Gran Poder”.
11 Y lo escuchaban encandilados, porque durante mucho tiempo los había tenido asombrados con su magia.
12 Pero cuando Felipe les anunció el mensaje acerca del reino de Dios y de la persona de Jesucristo, hombres y mujeres abrazaron la fe y se bautizaron. º
13 Incluso el propio Simón creyó y, una vez bautizado, ni por un momento se apartaba de Felipe; contemplaba los milagros y los portentosos prodigios que realizaba y no salía de su asombro.
14

Pedro y Juan en Samaría

Cuando los apóstoles que estaban en Jerusalén se enteraron de que Samaría había acogido favorablemente el mensaje de Dios, enviaron allá a Pedro y a Juan.
15 Llegaron estos y oraron por los samaritanos para que recibieran el Espíritu Santo,
16 pues aún no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús, el Señor. º
17 Les impusieron, pues, las manos y recibieron el Espíritu Santo. º
18 Al ver Simón que cuando los apóstoles imponían las manos se impartía el Espíritu º, les ofreció dinero,
19 diciendo: — Concédanme también a mí el poder de que, cuando imponga las manos a alguno, reciba el Espíritu Santo.
20 — ¡Al infierno tú y tu dinero! —le contestó Pedro—. ¿Cómo has podido imaginar que el don de Dios es un objeto de compraventa º?
21 No es posible que recibas ni tengas parte en este don, pues Dios ve que tus intenciones son torcidas. º
22 Arrepiéntete del mal que has hecho y pide al Señor que, si es posible, te perdone el haber abrigado tal pensamiento.
23 Veo que la envidia te corroe y la maldad te tiene encadenado. º
24 Simón respondió: — Oren por mí al Señor para que nada de lo que ustedes han dicho me suceda. º
25 Una vez que Pedro y Juan cumplieron su misión de testigos y proclamaron el mensaje del Señor, emprendieron el regreso a Jerusalén, anunciando de paso la buena noticia º en muchas poblaciones samaritanas.
26

Felipe y el ministro de la reina de Etiopía

Un ángel del Señor * dio a Felipe estas instrucciones: — Ponte en camino y dirígete hacia el sur por la ruta que va desde Jerusalén hasta Gaza, la ruta del desierto º.
27 Felipe partió sin pérdida de tiempo. A poco divisó a un hombre, que resultó ser un eunuco * etíope *, alto funcionario de Candace º, reina de Etiopía, de cuyo tesoro era administrador general. Había venido en peregrinación a Jerusalén
28 y ahora, ya de regreso, iba sentado en su carro leyendo el libro del profeta Isaías.
29 El Espíritu dijo a Felipe: — Adelántate y acércate a ese carro.
30 Felipe corrió hacia el carro y, al oír que su ocupante leía º al profeta Isaías, le preguntó: — ¿Entiendes lo que estás leyendo?
31 El etíope respondió: — ¿Cómo puedo entenderlo si nadie me lo explica? E invitó a Felipe a subir al carro y sentarse a su lado. º
32 El pasaje de la Escritura que estaba leyendo era este º: Como oveja fue llevado al sacrificio; y como cordero que no abre la boca ante el esquilador, tampoco él despegó sus labios. º
33 Por ser humilde no se le hizo justicia. Nadie hablará de su descendencia, porque fue arrancado del mundo de los vivos.
34 El etíope preguntó a Felipe: — Dime, por favor, ¿de quién habla el profeta, de sí mismo o de otro?
35 Felipe tomó la palabra y, partiendo de este pasaje de la Escritura, le anunció la buena noticia de Jesús. º
36 Prosiguieron su camino y, al llegar a un lugar donde había agua, dijo el etíope: — Mira, aquí hay agua. ¿Hay algún impedimento para bautizarme º? º
37 [se omite]
38 El etíope mandó parar el carro; bajaron ambos al agua y Felipe lo bautizó.
39 Apenas salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe, y el etíope no volvió a verlo, pero siguió su camino lleno de alegría. º
40 Felipe, a su vez, se encontró en Azoto *, circunstancia que aprovechó para anunciar la buena noticia en las ciudades por las que fue pasando hasta llegar a Cesarea º. º

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Introducción a Hechos

INTRODUCCIÓN


1. Aspectos generales


En la introducción al tercer evangelio quedó claro que el libro de los Hechos de los Apóstoles ha de ser considerado como la segunda parte de una obra conjunta que la tradición cristiana, prácticamente sin fisuras, ha atribuido a un cristiano del último tercio del siglo I llamado Lucas. En consecuencia, lo dicho allí sobre las características generales y estado primitivo de la obra, sobre su finalidad, el autor y los destinatarios es plenamente válido para esta introducción.


Debemos señalar, en primer lugar, que el título que actualmente lleva el libro — Hechos de los Apóstoles — no es original, aunque con ligeras variantes se remonta, como mínimo, a la segunda mitad del siglo II. Por otra parte, dicho título tampoco responde al contenido básico del libro. En efecto, el grupo de los doce apóstoles en conjunto sólo se menciona de pasada en los primeros capítulos. Inmediatamente el protagonismo pasa a Pedro que ocupa el primer plano de la escena en la primera parte de la obra. Del resto de los apóstoles, sólo los hijos de Zebedeo — Juan y Santiago — tienen una cierta y esporádica cabida (siempre a la sombra de Pedro) en el relato (Hch 3:1-4; Hch 3:11; Hch 4:1-15; Hch 4:23; Hch 8:14-17; Hch 8:25; Hch 12:1-2). A partir del capítulo Hch 13:1-52 el protagonista del libro es Pablo, a quien Lucas admira, pero a quien no aplica nunca el apelativo de apóstol. Con razón, pues, se ha dicho que el título adecuado para esta parte de la obra de Lucas podría ser Historia de los Orígenes Cristianos, o bien, Hechos del Espíritu, si consideramos que el Espíritu Santo es, sin lugar a dudas, el verdadero y profundo protagonista de toda la obra lucana.


El texto griego del libro de los Hechos (en adelante se utilizará preferentemente la abreviatura Hch) se ha transmitido en dos principales formas: a) el llamado texto alejandrino o egipcio, representado por importantes y valiosos papiros y códices; es un texto breve y sobrio, los críticos lo consideran más cercano al original, y suele ser utilizado como base para ediciones críticas; y b) el texto llamado occidental (tal vez por haber sido copiado en Occidente y conservado durante varios siglos en Lyón) representado por una tradición manuscrita de menor peso, pero de ninguna manera desdeñable; es un texto que introduce numerosas adiciones con respecto al anterior, trata de corregir inexactitudes, las citas del AT son menos cercanas a los LXX, tiende a resaltar las figuras de Pedro y Pablo, es abiertamente antijudío y subraya más todavía, si fuera posible, la actividad del Espíritu Santo. La inmensa mayoría de las traducciones modernas — y la presente no es una excepción — utilizan el texto alejandrino como principal punto de referencia.


La autoría de Lucas, reconocida de forma unánime por la tradición, ha suscitado últimamente algunas reservas, pero nadie ha presentado una alternativa consistente. La opinión hoy más común es que toda la obra — Evangelio y Hechos — habría sido escrita en la década de los 80 y en un lugar fuera de Palestina, sin que sea posible concretar mucho más.


2. Dimensión literaria. Proceso de composición


La calidad literaria de Hch puede calificarse de excelente. Resiste con holgura la comparación con otros importantes escritos profanos de la época helenística y, dentro del NT, sólo el propio tercer evangelio, el escrito a los Hebreos y algunos pasajes de las cartas paulinas pueden colocarse a su altura. Lucas es un magnífico narrador que, imitando el estilo de los LXX, construye con soltura y elegancia. Sabe alternar oportunamente los diversos niveles del lenguaje, desde el más popular al más elevado, y esto hace que Hch, donde podríamos decir que escribe con más libertad literaria que en el caso del Evangelio, la redacción resulte, si cabe, más pulida y brillante.


Por lo que se refiere al proceso de composición, Hch constituye una novedad dentro de la literatura cristiana del siglo I. Su autor no dispuso de un modelo previo como en el caso del Evangelio, primera parte de la obra. Pero sí tuvo a mano la necesaria información y, dado el método de trabajo que el propio Lucas nos revela en el prólogo a toda su obra (Luc 1:1-4), nos hace suponer que también para componer la segunda parte se sirvió de fuentes que pudieron ser tanto orales como escritas. Entre estas últimas, se sugiere la existencia de una fuente jerosolimitana y otra antioquena para los primeros quince capítulos de libro. Y sobre todo, para la segunda parte del libro (Hch 16:1-40Hch 28:1-31), se ha propuesto la utilización por parte de Lucas de un hipotético diario de viajes escrito por el propio Lucas o por otro compañero de Pablo (¿Silas, tal vez?). A este diario pertenecerían las célebres “secciones nosotros”, cuatro pasajes, especialmente relacionados con travesías marítimas (Hch 16:10-17; Hch 20:5-15; Hch 21:1-18; Hch 27:1Hch 28:16), en los que el narrador pasa sorprendentemente de narrar en tercera persona a hacerlo en primera persona del plural. Puede pensarse en apuntes del mismo autor del libro que habría formado parte del grupo apostólico de Pablo en estas concretas ocasiones, o tal vez mejor, en apuntes de otro acompañante de Pablo que llegaron a manos del autor de Hch y que este no dudó en utilizar.


En todo caso, el autor de Hch contó con una abundante información, tanto escrita como oral, con la que elaboró un peculiar y personalísimo género literario que podemos denominar historia teológica o teología narrativa. Un género literario al que el autor ha dado forma a base de entretejer hábilmente una amplia serie de relatos, discursos y sumarios. La cuidadosa disposición de estos tres elementos, desiguales en extensión pero igualmente importantes en la estructura global del libro, constituye el hilo conductor de toda la trama.


Los relatos ocupan la mayor parte de la obra — dos terceras partes — , pero no pretenden agotar los acontecimientos que tuvieron lugar en aquellos primeros años de la Iglesia. El autor ha llevado a cabo una significativa selección de los acontecimientos y personajes más representativos desde su particular perspectiva teológica y desde la finalidad que pretende con el libro.


Los discursos (veinticuatro en total, que ocupan casi una tercera parte del libro) son el instrumento a través del cual el autor transmite y explica sus convicciones teológicas. Puestos en boca de todo tipo de personas, y en lugares claves del relato, hacen que el lector profundice en el sentido de los acontecimientos y descubra en ellos el mensaje que se quiere transmitir, a saber, la muerte y resurrección de Jesucristo como fuente y camino de salvación para todos los seres humanos.


Y finalmente los sumarios, breves resúmenes de la vida comunitaria que están presentes sobre todo en la primera parte del libro (Hch 2:42-47; Hch 4:32-35; Hch 5:12-16; Hch 9:31; Hch 6:7; Hch 12:24; Hch 16:5). No cabe duda de que son una elaboración del autor; con ellos quiere, por una parte, ofrecer a los lectores pausas de reflexión para que profundicen en el mensaje; y por otra, los convierte en medios privilegiados para presentar su visión de cómo debería ser la comunidad cristiana ideal, la de entonces y la de todos los tiempos.


3. Valor histórico


Hemos definido Hch como una historia teológica o una teología narrativa. Esto significa que el autor no pretende elaborar sin más una crónica histórica de la primitiva comunidad cristiana, ni buscar información exhaustiva sobre ella. Selecciona, más bien, episodios y personajes, con frecuencia los idealiza y, en otros casos, los simplifica y esquematiza. De ahí que Hch no pueda ser considerado como un simple tratado de historia, y menos aún debe pretenderse que responda a nuestro actual concepto científico de la historia. Tomar siempre al pie de la letra sus “aparentes” informaciones, puede resultar peligroso y desorientador. Por otra parte, no deben pasarse por alto los significativos silencios de Hch. Nada dice, por ejemplo, de la fundación de iglesias tan importantes como la de Alejandría o la de Roma, nada sobre la actividad apostólica de Pedro fuera de Palestina, nada sobre las tormentosas relaciones entre Pablo y las comunidades de Corinto y Galacia. Sean cuales sean los motivos de este silencio, el hecho es incuestionable y demuestra que Hch no es ni una historia total de la primitiva Iglesia cristiana, ni tampoco una biografía completa de Pablo.


Todo esto es cierto, pero en modo alguno debe conducir a posturas extremas que presenten a Hch como una abierta falsificación tendenciosa o, en el mejor de los casos, como una obra con buenas intenciones pero muy mal informada. Frente al radicalismo crítico del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, hoy prevalece la idea de que Hch es, en líneas generales, históricamente fiable; su autor escribe como teólogo, pero también como historiador, pues la auténtica historia es indispensable para una correcta teología.


Por lo que respecta a la imagen de Pablo en Hch, los mismos autores que teóricamente parecen desconfiar de los datos de Hch, luego en la práctica los utilizan con menos reservas de las señaladas en principio. Aunque con ribetes apologéticos y un tanto idealizadores, la figura histórica de Pablo que se desprende de Hch es correcta y coincide substancialmente con la de las propias cartas del Apóstol. A todo esto habría que añadir una amplia serie de datos consignados en Hch que están básicamente de acuerdo con lo que sabemos por otras fuentes no bíblicas sobre el funcionamiento de aquella sociedad grecorromana. No existen, pues, razones de peso para poner en entredicho el valor histórico fundamental de Hch.


4. Mensaje y contenido


Hch es el testimonio documental de cómo, a través de la acción del Espíritu, la salvación traída por Jesucristo se hace presente y operativa en la primitiva Iglesia cristiana, comunidad fraternal de fe, y llega a penetrar en el corazón mismo del mundo pagano. Además de esto, el autor trata de demostrar que la nueva religión — el nuevo “camino” — no pretende conculcar las leyes del imperio romano, sino más bien tender puentes de aproximación y crear lazos de colaboración y entendimiento. La figura y la acción misionera de Pablo es, al respecto, emblemática.


Así pues, Hch es ante todo una especie de memoria-testimonio sobre la obra realizada por el Espíritu Santo en los primeros años de la Iglesia. El Espíritu prometido (Hch 1:5; Hch 2:16-21; ver Luc 24:49) y enviado (Hch 2:1-4) es el verdadero protagonista del libro y el auténtico artífice de la extensión del mensaje cristiano hasta los confines del Imperio. Los personajes — Pedro, Esteban, Felipe, Bernabé, Apolo, Pablo, etc. — , aparecen y desaparecen; el Espíritu está siempre alentando y vivificando a la Iglesia. Con razón podemos hablar de Hch como de Evangelio del Espíritu Santo o Hechos del Espíritu.


Por su parte, la acción del Espíritu consiste primordialmente en hacer de los discípulos de Jesús testigos privilegiados del acontecimiento central de la historia, que no es otro sino la salvación traída por Jesús. A través de estos testigos, que lo son no sólo mediante palabras sino también a través de signos prodigiosos (Hch 3:1-10; Hch 5:1-16; Hch 8:6-7; Hch 9:32-41; Hch 12:6-11; Hch 13:11; Hch 14:8-20; Hch 16:25-26; Hch 20:9-12; ver Luc 24:49), la salvación de Jesús va llegando a los más diversos ambientes y lugares, y se convierte en mensaje que interpela a individuos y grupos. Este ofrecimiento de salvación a través de la predicación apostólica es aceptado por unos y rechazado por otros. En realidad, tanto los apóstoles como los demás misioneros cristianos son plenamente conscientes de que su condición de servidores de la palabra (Hch 6:4) les acarreará permanentes dificultades y sufrimientos. Pero eso no va a ser obstáculo para que, llenos de alegría y sin miedo alguno, proclamen el mensaje de salvación por todas partes, desde Jerusalén hasta Roma, cumpliendo así el encargo de Jesús (Hch 1:8).


El resultado de esta acción conjunta — presencia del Espíritu y actividad misionera de los testigos — es la formación y crecimiento imparable de la Iglesia cristiana como comunidad de salvación. Hch da testimonio de ello desde la primera hasta la última página. Todo en él tiene una referencia comunitaria; todo se hace desde una experiencia de fraternidad y participación (Hch 2:42-46; Hch 4:32-35; Hch 11:27-30). De esta manera la Iglesia nacida en Pentecostés se constituye en el nuevo pueblo adquirido por Dios (Hch 15:14; Hch 18:10), en la comunidad universal de salvación y de fe que se concreta en las múltiples y variopintas iglesias locales: Jerusalén, Samaría, Antioquía, Filipos, Tesalónica, Corinto, Éfeso, Roma.


Subrayemos, finalmente, que el autor de Hch ha querido compendiar todo este proceso de formación y crecimiento de la Iglesia en la preciosa imagen del camino (Hch 9:2; Hch 13:10; Hch 16:17; Hch 18:25-26; Hch 19:9; Hch 19:23; Hch 22:4; Hch 24:14; Hch 24:22). Recuerda así Lucas a los creyentes de entonces y de todos los tiempos la condición itinerante del cristiano: la Iglesia no es una realidad anquilosada e inmóvil, sino dinámica y en permanente actitud de crecimiento y de marcha. La historia que Lucas cuenta no termina en el capítulo Hch 28:1-31 de Hch, que por otra parte no deja de ser un sorprendente final para un relato que parecería tener a Pablo como protagonista. ¿Por qué no nos dice en qué paró la situación de Pablo prisionero y en espera de un juicio ante los tribunales del emperador? Pues porque el verdadero protagonista del libro no es el mensajero, sino el mensaje; y lo mismo que el mensaje tenía que llegar, y llegó, hasta los confines de la tierra, la historia queda abierta para que llegue también, por los “caminos” que Dios quiera, hasta el final de los tiempos, cuando Jesús vuelva a clausurar esa historia de salvación.


5. Estructura y división


En épocas pasadas se ha propuesto dividir el libro de Hch en dos grandes partes atendiendo, bien al programa misionero (misión a los judíos-misión a los paganos) que se sugiere en Hch 2:39, bien a los dos principales protagonistas del libro que son Pedro y Pablo. Estos criterios tienen valor y en cierta manera el autor los ha debido tener en cuenta a la hora de estructurar esta parte de la obra. Pero son insuficientes para explicar el orden interno del libro en su conjunto. Por eso hoy se acude a una combinación de criterios geográficos, literarios y teológicos que tienen como punto de arranque el texto programático de Hch 1:8 con sus tres elementos: la fuerza del Espíritu, los testigos de la palabra, y el camino que ha de recorrer el mensaje. La repetida mención de estos tres elementos en puntos estratégicos del libro, nos conduce a la siguiente división:


— Introducción (Hch 1:1-26)


I. — TESTIGOS EN JERUSALÉN (Hch 2:1Hch 8:3)


- Derramamiento del Espíritu en Pentecostés (Hch 2:1-43)


- La primera comunidad cristiana (Hch 2:43Hch 5:16)


- Primeras persecuciones (Hch 5:17Hch 8:3)


II. — TESTIGOS EN JUDEA Y SAMARÍA (Hch 8:4Hch 12:25)


- Evangelización de Samaría (Hch 8:4-40)


- Pablo irrumpe en escena (Hch 9:1-31)


- Actividad misionera de Pedro (Hch 9:32Hch 12:25)


III. — TESTIGOS HASTA LOS CONFINES DE LA TIERRA (Hch 13:1-52Hch 28:1-31)


- Primer viaje misionero de Pablo (Hch 13:1-52Hch 14:1-28)


- Asamblea de Jerusalén (Hch 15:1-35)


- Segundo viaje misionero de Pablo y Bernabé (Hch 15:36Hch 18:22)


- Tercer viaje misionero de Pablo (Hch 18:23Hch 21:16)


- Pablo arrestado en Jerusalén (Hch 21:17Hch 23:22)


- Pablo prisionero en Cesarea del Mar (Hch 23:23Hch 26:32)


- Pablo trasladado a Roma (Hch 27:1-44Hch 28:1-31)


Fuente:

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Notas

Hechos 8,1Hch 7:58; Hch 11:19; Hch 22:20.


Hechos 8,1— todos los fieles: Probablemente la persecución se desató sólo contra los cristianos helenistas (ver segunda nota a Hch 6:1); el todos es, pues, una simplificación literaria.

— Samaría: Región entre Judea y Galilea. Ver VOCABULARIO BÍBLICO.
Hechos 8,3Hch 9:1-2; Hch 9:13; Hch 22:4; Hch 26:9-11; 1Co 15:9; Gál 1:13; Gál 1:23; Flp 3:6; 1Ti 1:13-14.
Hechos 8,5Hch 6:5; Hch 8:26-40; (ver Hch 21:8).
Hechos 8,5— Felipe: Se trata, sin duda, no del apóstol, sino de uno de los siete personajes mencionados en Hch 6:5. Ver al respecto nota a Hch 6:3.
Hechos 8,7Mat 10:1; Mar 6:7; Mar 16:17.
Hechos 8,8Hch 2:46; Hch 5:41; Hch 8:39; Hch 13:48; Hch 15:3; Hch 15:31; Hch 16:34; (ver Luc 1:14).
Hechos 8,9Hch 13:6-12.
Hechos 8,12Hch 1:5; Hch 2:41.
Hechos 8,16Hch 2:38.
Hechos 8,17Hch 6:6; Hch 19:6; Mat 9:18; Mar 5:33; 1Ti 4:14.
Hechos 8,18— el Espíritu: Numerosos mss., varios de reconocido valor, añaden: Santo.
Hechos 8,20— compraventa: Precisamente del nombre del protagonista de este suceso procede el vocablo simonía, que designa el comercio con cosas sagradas.
Hechos 8,21Sal 78:37.
Hechos 8,23Deu 29:18; Jer 4:18.
Hechos 8,24Éxo 8:8; Éxo 8:28.
Hechos 8,25— anunciando... la buena noticia: Lit. evangelizando. También en vv. Hch 8:35 y Hch 8:40. Ver notas a Mar 1:1 y Rom 1:1.
Hechos 8,26— un ángel del Señor: Ver notas a Mat 1:20 y segunda a Hch 7:38.

— la ruta del desierto: También podría traducirse: que es una ruta desierta.
Hechos 8,27— un eunuco: Ver nota a Mat 19:12. En este pasaje significa, básicamente, “hombre de confianza”.

— etíope: Probablemente no se trate de un oriundo de la actual Etiopía, sino de una región más al norte, es decir, el antiguo reino de Kus o Nubia.

— Candace: Más que el nombre de la reina, parece tratarse de un título, lo mismo que al rey de Egipto se le llamaba “faraón”.
Hechos 8,30— leía: Sin duda en alta voz, como era costumbre entre los antiguos.
Hechos 8,31Rom 10:14.
Hechos 8,32— el pasaje... era este: La cita que sigue es de Isa 53:7-8 según la versión griega de los LXX. El texto hebreo base es bastante oscuro y, con toda probabilidad, deficientemente transmitido.
Hechos 8,32Isa 53:7-8.
Hechos 8,35Hch 5:42; Luc 24:27.
Hechos 8,36— para bautizarme: Algunos mss., aunque no los más antiguos y mejores, añaden aquí el v. Hch 8:37, que dice: Respondió Felipe: “No lo hay si crees con toda sinceridad”. El etíope contestó: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios”.
Hechos 8,36Hch 10:47; Mat 28:19.
Hechos 8,39Hch 8:8; 1Re 18:12; Luc 24:31-32.
Hechos 8,40— Azoto: Ciudad que corresponde a la que el AT denomina Asdod. Era una de las cinco principales ciudades filisteas, situada en la costa mediterránea, al norte de Gaza (ver 1Sa 5:1-7).

— Cesarea: Se trata de Cesarea del Mar, también en la costa mediterránea, al norte de Jope (ver nota a Hch 9:38). Era la capital administrativa del Imperio en Judea y allí residía habitualmente el gobernador romano. Había sido edificada por Herodes el Grande en honor de César Augusto. No debe confundirse con la otra Cesarea (de Filipo).
Hechos 8,40Hch 21:8.