II Macabeos 4 La Biblia (Serafín de Ausejo, 1975) | 50 versitos |
1 El antes mencionado Simón, que había sido delator de los bienes y de la patria, calumniaba a Onías, como si hubiera sido él quien acometió a Heliodoro y quien le causó aquellos males.
2 Y al bienhechor de la ciudad, al protector de sus compatriotas, al celoso observante de las leyes, se atrevía a calificarlo de enemigo del Estado.
3 Llegó a tal extremo la enemistad que hubo quienes, con la aprobación de Simón, perpetraron asesinatos.
4 Entonces Onías, considerando lo peligroso de esta rivalidad, y que Apolonio, hijo de Menesteo, gobernador de Celesiria y de Fenicia, fomentaba la maldad de Simón,
5 fue a presentarse al rey, no con el fin de acusar a sus conciudadanos, sino atendiendo al interés común de todo el pueblo y al de cada uno en particular.
6 Veía, en efecto, que, sin intervención real, era imposible que los asuntos públicos obtuvieran paz y que Simón pusiera fin a su locura.
7 Muerto Seleuco, y habiendo heredado el reino Antíoco, llamado Epífanes, Jasón, hermano de Onías, se procuró con fraude el sumo sacerdocio,
8 prometiendo al rey, con ocasión de una entrevista, trescientos sesenta talentos de plata y ochenta talentos más de otras rentas.
9 Además de esto, se comprometía a pagarle otros ciento cincuenta si se le concedía instalar por su propia autoridad un gimnasio y una efebía e inscribir como ciudadanos antioquenos a los habitantes de Jerusalén.
10 Habiendo accedido el rey, y obtenidos amplios poderes, en seguida comenzó a cambiar las costumbres de sus conciudadanos conforme al modo de vivir de los griegos.
11 Hizo caso omiso de los privilegios reales benévolamente otorgados a los judíos gracias a Juan, padre de Eupólemo, que había llevado a buen fin la embajada para obtener la amistad y la alianza con los romanos, y, abrogando las instituciones legales, introdujo costumbres nuevas, contrarias a la ley.
12 Rebosando satisfacción, erigió un gimnasio al pie mismo de la acrópolis, e indujo a los jóvenes más distinguidos a educarse bajo el petaso.
13 A tal grado llegaron el auge del helenismo y la invasión de las costumbres extranjeras por la extrema desvergüenza de Jasón, que más tenía de impío que de sumo sacerdote,
14 que los sacerdotes ya no tenían interés alguno por el servicio del altar y, despreciando el templo y descuidando los sacrificios, se apresuraban a tomar parte en la palestra en juegos contrarios a la ley, apenas se daba la señal de lanzar el disco.
15 Sin tener para nada en cuenta los valores patrios, estimaban como mejores las glorias helénicas.
16 Por ello se vieron envueltos en una situación difícil
17 Pues no se cometen impunemente acciones impías contra las leyes divinas. Así se verá claramente por lo que sigue.
18 Con ocasión de celebrarse en Tiro los juegos cuatrianuales, con asistencia del rey,
19 el malvado Jasón envió como espectadores, en calidad de ciudadanos antioquenos, a algunos de Jerusalén, portadores de trescientas dracmas de plata para el sacrificio en honor de Heracles. Pero los mismos portadores pidieron que no fueran empleadas en el sacrificio, porque no convenía; sino que se invirtieran en otros gastos.
20 Y así este dinero, destinado por el remitente para el sacrificio en honor de Heracles, por decisión de los portadores sirvió para equipar trirremes.
21 Apolonio, hijo de Menesteo, había sido enviado a Egipto con motivo de la entronización del rey Filométor. Pero enterado Antíoco de que aquél se había convertido en su enemigo político, se preocupó mucho de su propia seguridad. Por este motivo, llegado a Jafá, se dirigió a Jerusalén.
22 Recibido con toda magnificencia por Jasón y por los habitantes de la ciudad, hizo su entrada entre antorchas y aclamaciones. Luego partió con sus tropas para Fenicia.
23 Tres años después, envió Jasón a Menelao, hermano del ya mencionado Simón, para que llevara el dinero al rey, y también para gestionar ciertos asuntos urgentes.
24 Pero Menelao, tras haberse presentado al rey y haberle impresionado con apariencias de poder, consiguió para sí el sumo sacerdocio, ofreciéndole trescientos talentos de plata más que Jasón.
25 Provisto de los decretos reales, se presentó en la ciudad, sin tener nada que fuera digno del sumo sacerdocio, sino sólo el furor de cruel tirano y la furia de una bestia salvaje.
26 Por su parte, Jasón, que había suplantado fraudulentamente a su propio hermano, desposeído a su vez por otro, se vio obligado a buscar refugio en territorio amonita.
27 Menelao ejercía el poder, pero no cumplía nada referente al dinero prometido al rey,
28 a pesar de las reclamaciones que hacia Sócrates, jefe de la acrópolis, a quien incumbía el cobro de los impuestos. Ante esta situación, los dos fueron llamados por el rey.
29 Menelao dejó como sustituto en el cargo de sumo sacerdote a su hermano Lisímaco, y Sócrates dejó en su lugar a Crates, jefe de los chipriotas.
30 Mientras sucedían estas cosas, los habitantes de Tarsos y de Malos se rebelaron, porque habían sido entregados como dote a Antióquida, concubina del rey.
31 Partió, pues, el rey a toda prisa para poner en orden los asuntos y dejó como sustituto suyo a Andrónico, uno de sus altos dignatarios.
32 Pensando Menelao aprovecharse de aquella ocasión favorable, sustrajo del templo algunos objetos de oro, que regaló a Andrónico; también consiguió vender otros en Tiro y en las ciudades vecinas.
33 Cuando Onías llegó a saberlo con certeza le recriminó por ello, no sin antes haberse retirado a un lugar de refugio junto a Dafnes, que queda cerca de Antioquía.
34 Por eso Menelao, tomando aparte a Andrónico, le instigaba a que diera muerte a Onías. Andrónico se presentó donde estaba Onías. Valiéndose de engaños, le dio a Onías la diestra con juramento y le estrechó la suya; y aunque Onías seguía en sus sospechas, fue inducido a salir del refugio. Pero al momento le dio muerte, sin tener miramiento alguno a la justicia.
35 Por este motivo, no sólo los judíos sino también muchos de las otras naciones se indignaron y llevaron muy a mal la muerte injusta de aquel hombre.
36 Cuando el rey volvió de las regiones de Cilicia, fueron a su encuentro los judíos de la ciudad, a quienes se les juntaron también los griegos, que igualmente reprobaban la maldad cometida en el asesinato de Onías.
37 Antíoco se afligió en lo más hondo de su alma; y movido a compasión, derramó lágrimas recordando la discreción y la prudencia del difunto.
38 Y en seguida, encendido en cólera, despojó del manto de púrpura a Andrónico, le desgarró los vestidos y lo condujo a través de toda la ciudad al mismo lugar donde había cometido aquella impiedad contra Onías. Allí hizo desaparecer de este mundo a aquel asesino, a quien el Señor dio así el castigo merecido.
39 Lisímaco había cometido muchos robos sacrílegos en la ciudad con la aprobación de Menelao. Cuando se divulgó la noticia, se amotinó la multitud contra Lisímaco, cuando ya muchos objetos de oro habían desaparecido.
40 Excitada la multitud y llegada al colmo de la ira, Lisímaco armó unos tres mil hombres y comenzó una violenta represión, puesta bajo el mando de un tal Aurano, avanzado en edad, pero no menos en locura.
41 Cuando advirtieron la agresión de Lisímaco, unos se armaron de piedras, otros de estacas y algunos, recogiendo puñados de la ceniza que allí había, lo arrojaban todo atropelladamente contra los partidarios de Lisímaco.
42 Así hirieron a muchos de ellos, mataron a otros y pusieron en fuga a los demás; y al mismo ladrón sacrílego lo ejecutaron junto al erario.
43 A causa de estos sucesos se entabló juicio contra Menelao.
44 Cuando el rey llegó a Tiro, los tres hombres enviados por los ancianos presentaron ante él la acusación.
45 Menelao, viéndose ya destituido, prometió importantes sumas de dinero a Tolomeo, hijo de Dorímeno, si persuadía al rey a su favor.
46 En consecuencia, Tolomeo, llevando al rey a una galería como para hacerle tomar el fresco, le hizo cambiar de parecer.
47 El rey absolvió de las acusaciones a Menelao, causante de todo el mal, y condenó a muerte a aquellos desgraciados, que incluso ante un tribunal escita habrían sido declarados inocentes.
48 Así que, sin pérdida de tiempo, sufrieron el injusto castigo los que habían tomado la defensa de la ciudad, del pueblo y de los objetos sagrados.
49 Por este motivo, hasta algunos tirios, indignados por semejante crimen, sufragaron con toda magnificencia lo concerniente a su sepultura.
50 Por su parte, Menelao, gracias a la avaricia de los que ejercían el mando, permaneció en el poder, creciendo en maldad y convirtiéndose en el principal enemigo de sus conciudadanos.

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Fuente: Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)

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Notas