II Macabeos 5 La Biblia (Serafín de Ausejo, 1975) | 27 versitos |
1 Por este tiempo, Antíoco inició los preparativos para su segunda expedición a Egipto.
2 Y sucedió que, por espacio de unos cuarenta días, aparecieron en toda la ciudad, galopando por el aire, jinetes que llevaban ropajes cubiertos de oro, tropas armadas de lanzas, continuo blandir de espadas,
3 escuadrones de caballería en orden de batalla, ataques y cargas de una y otra parte, agitación de escudos, multitud de lanzas, lanzamientos de dardos, resplandor de armaduras de oro y corazas de toda clase.
4 Por ello, todos rogaban por que esta aparición fuera para bien.
5 Como se había difundido el falso rumor de que Antíoco había muerto, Jasón tomó consigo no menos de mil hombres y se lanzó de improviso al ataque contra la ciudad. Rechazados los defensores de la murallas y conquistada finalmente la ciudad, Menelao se refugió en la acrópolis.
6 Jasón se entregó sin piedad a la matanza de sus mismos conciudadanos, sin considerar que aquella victoria sobre sus compatriotas era el peor de los desastres e imaginándose que con ello obtenía trofeos sobre enemigos y no sobre connacionales.
7 Pero no logró hacerse con el poder, sino que sólo consiguió deshonra como resultado de sus intrigas, y tuvo que huir de nuevo al país de los amonitas.
8 Y con ello, precisamente, le llegó un final desastroso. Porque, acusado ante Aretas, reyezuelo de los árabes, tuvo que huir de ciudad en ciudad, perseguido por todos, detestado como renegado de las leyes, execrado como verdugo de la patria y de sus conciudadanos, hasta verse, finalmente, arrojado con ignomia a Egipto.
9 Y el que a tantos había desterrado de la patria, murió en tierra extranjera, después de haberse pasado a los lacedemonios con la intención de conseguir allí un refugio por razón del parentesco,
10 y el que a tantos había privado de sepultura, no tuvo quien lo llorara en muerte, ni hubo para él honras fúnebres ni lugar en el sepulcro de sus padres.
11 Cuando llegaron a conocimiento del rey las noticias de estos sucesos, pensó que Judea trataba de rebelársele. Por eso regresó inmediatamente de Egipto, furioso como una fiera, y tomó la ciudad por la fuerza de las armas.
12 Mandó a los soldados que hirieran sin piedad a los que cayeran en sus manos y degollaran a los que se subían a los terrados de las casas.
13 Fue una matanza de jóvenes y de ancianos; exterminio de hombres, mujeres y niños; degüello de doncellas y niños de pecho.
14 En sólo tres días perecieron ochenta mil personas
15 No contento con esto, tuvo la osadía de entrar en el templo más santo del mundo, llevando por guía a aquel Menelao que había sido traidor a las leyes y a la patria.
16 Con sus manos impuras tomó los objetos sagrados y anduvo tocando con sus manos profanas lo que otros reyes habían depositado como ofrenda, para realce, gloria y honor del lugar.
17 Antíoco se enorgullecía en su espíritu, pero no se daba cuenta de que eran los pecados de los habitantes de la ciudad los que habían irritado momentáneamente el Soberano y que por eso había él apartado su vista del lugar.
18 Pero, si no hubiera sido porque ellos se dejaron llevar de numerosos pecados, Antíoco, una vez entrado, habría sido en seguida azotado y habría desistido de su audacia, igual que Heliodoro, el enviado del rey Seleuco para la inspección del erario.
19 Pero el Señor no eligió la nación por el lugar, sino el lugar por la nación.
20 Por esto, el lugar mismo, después de haber compartido las desgracias sufridas por la nación, se hizo finalmente participe de sus beneficios; y el que había sido abandonado en el tiempo de la ira del todopoderoso fue de nuevo restaurado en toda su gloria en el tiempo de la reconciliación con el gran Soberano.
21 Así, pues, Antíoco, habiendo arrebatado al templo mil ochocientos talentos, se retiró a toda prisa a Antioquía, pensando en su orgullo hacer navegable la tierra y transitable a pie el mar, por la altanería de su corazón.
22 Dejó prefectos que maltrataran al pueblo
23 en Garizín, a Andrónico; y además de éstos, a Menelao, que en mucho mayor grado que los otros se insolentaba contra sus conciudadanos, como que estaba lleno de sentimientos de hostilidad contra los judíos.
24 Envió también a Apolonio, jefe de las tropas misias, con un ejército de veintidós mil hombres, con orden de degollar a todos los adultos y de vender a las mujeres y a los más jóvenes.
25 Llegado a Jerusalén y simulando intenciones pacíficas, esperó hasta el día santo del sábado. Entonces, sorprendiendo a los judíos en su descanso, ordenó a sus tropas un desfile militar,
26 con la orden de matar a todos los que salieran a ver el espectáculo. Después, invadiendo la ciudad con las armas, hirió de muerte a una considerable multitud.
27 Entonces Judas, llamado también Macabeo, se retiró, junto con otros nueve hombres, al desierto. Vivía con sus compañeros en los montes a modo de los animales salvajes, alimentándose exclusivamente de hierbas, por no incurrir en contaminación.

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Introducción a II Macabeos

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Fuente: Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)

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Notas