II Macabeos 8 La Biblia (Serafín de Ausejo, 1975) | 36 versitos |
1 Entre tanto, Judas, llamado también Macabeo, y los suyos, entraban ocultamente en las aldeas, convocaban a los parientes y, atrayendo a los que habían permanecido fieles al judaísmo, llegaron a juntar unos seis mil hombres.
2 Suplicaban al Señor que mirara por aquel pueblo al que todos conculcaban; que tuviera piedad del templo profanado por hombres impíos;
3 que se compadeciera de la ciudad, devastada y a punto de ser arrasada; que escuchara la sangre que gritaba hacia él;
4 que se acordara de la inicua matanza de niños sin pecado y de las blasfemias proferidas contra su nombre; y que mostrara su odio contra el mal.
5 Puesto el Macabeo al frente de una tropa organizada, se hizo ya irresistible ante los gentiles, al haberse trocado en misericordia la ira del Señor.
6 Llegando de improviso, incendiaba ciudades y aldeas y, ocupando los lugares más a propósito, ponía en fuga a no pocos de los enemigos.
7 Escogía sobre todo las noches como cómplices para tales incursiones. Y la fama de su valor se extendía por todas partes.
8 Viendo Filipo que este hombre iba poco a poco medrando, y que sus éxitos eran cada vez más frecuentes, escribió a Tolomeo, gobernador de Celesiria y de Fenicia, para que viniera en ayuda de los intereses del rey.
9 Éste designó en seguida a Nicanor, hijo de Patroclo, que era uno de los primeros amigos del rey, puso bajo su mando no menos de veinte mil soldados de todas las naciones y lo envió con la misión de exterminar la raza entera de los judíos. A su lado puso a Gorgias, general muy experimentado en las cosas de la guerra.
10 Nicanor se proponía pagar el tributo de dos mil talentos que el rey debía a los romanos con la venta de los judíos prisioneros.
11 Cursó, pues, invitación a las ciudades del litoral para que vinieran a comprar esclavos judíos, prometiendo darles noventa esclavos por talento. No esperaba el castigo que de parte del todopoderoso estaba a punto de caer sobre él.
12 Llegó a Judas la noticia de la expedición de Nicanor. Y cuando informó a los suyos de la presencia de aquel ejército,
13 los cobardes y los que no tenían confianza en la protección de Dios abandonaron el lugar y huyeron en todas direcciones.
14 Los demás vendían todo lo que les quedaba, al mismo tiempo que pedían al Señor que librara a los que el impío Nicanor había vendido aun antes de haber tenido lugar el encuentro.
15 Si no por ellos, al menos por las alianzas concertadas con sus padres, y también por la invocación que ellos hacían de su venerando y augusto nombre.
16 El Macabeo, después de reunir a sus partidarios en número de unos seis mil, los animaba a no dejarse intimidar por los enemigos y a no temer a la gran multitud de gentiles que injustamente venían contra ellos, sino a que combatieran con denuedo,
17 teniendo ante los ojos el ultraje cometido impíamente por aquéllos contra el lugar santo, la vejación de la ciudad escarnecida y, lo que era aún peor, la disolución de las instituciones de sus mayores.
18 "Ellos, les decía, confían en las armas y en su audacia; pero nosotros confiamos en Dios todopoderoso, que con un solo ademán puede abatir a los que vienen contra nosotros y al mundo entero."
19 Les trajo a la memoria los socorros prestados en el pasado a sus padres, como aquel del tiempo de Senaquerib, cuando perecieron ciento ochenta y cinco mil hombres;
20 y aquel otro de Babilonia, cuando la batalla que tuvo lugar contra los gálatas, en la que entraron en liza unos ocho mil judíos, junto con cuatro mil macedonios. Pues, al encontrarse los macedonios en grave aprieto, los ocho mil derrotaron a los ciento veinte mil, gracias a la ayuda que recibieron del cielo, y obtuvieron así un gran botín.
21 Después de haberles infundido valor con tales discursos y de haberlos dispuesto a morir por las leyes y por la patria, dividió su ejército en cuatro cuerpos.
22 Puso al frente de cada cuerpo a sus hermanos Simón, José y Jonatán, al mando de mil quinientos hombres cada uno.
23 Además, mandó a Eleazar que leyera en voz alta el libro sagrado. Y después de dar la consigna "¡Auxilio de Dios!", él mismo se puso al frente del primer cuerpo y cargó sobre Nicanor.
24 Habiéndose hecho su aliado en la lucha el todopoderoso, dieron muerte a más de nueve mil enemigos, dejaron heridos y mutilados a la mayor parte del ejército de Nicanor, obligaron a todos los demás a huir
25 y se apoderaron del dinero de los que habían venido con el propósito de comprarlos. Después de haberlos perseguido largo trecho, se volvieron, obligados por la hora,
26 pues era la víspera del sábado y por este motivo no prolongaron su persecución.
27 Una vez que recogieron las armas y tomaron los despojos de los enemigos, celebraron el sábado, bendiciendo largamente y dando gracias al Señor por haberlos salvado en aquel día. Así comenzó a destilarse como rocío la misericordia en favor de ellos.
28 Después del sábado, dieron una parte del botín a los que habían sido torturados, a las viudas y a los huérfanos, y el resto se lo repartieron entre ellos y sus hijos.
29 Cumplido esto, hicieron una súplica en común, pidiendo al Señor misericordioso que se reconciliara plenamente con sus siervos.
30 En los combates que libraron con Timoteo y Báquides mataron a más de veinte mil de ellos y se apoderaron con toda felicidad de altas fortalezas; se repartieron muy abundante botín, a partes iguales
31 Una vez recogidas las armas, las almacenaron todas precavidamente en puntos estratégicos, y el resto de los despojos se lo llevaron a Jerusalén.
32 Quitaron la vida al jefe de las tropas de Timoteo, hombre sumamente impío, que había afligido mucho a los judíos.
33 Mientras celebraban la victoria en la patria, entregaron a las llamas a los que habían quemado las puertas sagradas y a Calístenes, que se había refugiado en una casita. Así recibió la paga correspondiente a su impiedad.
34 Y el tres veces impío Nicanor, que había hecho venir a los mil mercaderes para la venta de los judíos,
35 quedó, gracias al auxilio del Señor, humillado por los mismos que en su opinión eran los menos importantes. Después de despojarse de sus suntuosos vestidos, se dirigió solo, a través de los campos, como un esclavo fugitivo; y cuando llegó a Antioquía, se sintió del todo feliz al haber podido escapar de la ruina de su ejército.
36 Así, el que había calculado llevar a feliz término el pago del tributo a los romanos con la venta de los cautivos de Jerusalén, proclamaba que los judíos tenían a alguien que era superior y que combatía por ellos; y que de este modo los judíos eran invulnerables, precisamente porque seguían las leyes que Aquel había promulgado.

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Introducción a II Macabeos

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Fuente: Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)

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Notas