Daniel  12 La Biblia (Serafín de Ausejo, 1975) | 13 versitos |
1 En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe, el defensor de los hijos de tu pueblo; será un tiempo de angustia, cual no lo hubo desde que existen las naciones hasta entonces. En aquel tiempo se salvará tu pueblo, todos los que estén inscritos en el libro.
2 Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra despertarán: éstos, para la vida eterna, aquéllos, para el oprobio, para el horror eterno.
3 Los sabios brillarán como el resplandor del firmamento; y los que enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por siempre jamás.
4 Pero tú, Daniel, guarda en secreto estas palabras y sella el libro hasta el tiempo del fin. Muchos lo examinarán, y se aumentará el conocimiento.
5 Y yo, Daniel, miré y vi de pronto a otros dos, que estaban de pie, el uno al lado de acá del río y el otro al lado de allá.
6 Uno de ellos dijo al hombre vestido de lino que estaba sobre las aguas del río: ¿Para cuándo será el tiempo de estas maravillas?
7 Y oí al hombre vestido de lino que estaba sobre las aguas del río. Levantó hacia el cielo la mano derecha y la mano izquierda, y juró por el que vive eterna-mente: Para un tiempo, dos tiempos y la mitad de un tiempo. Cuando termine el que aplasta la fuerza del pueblo santo, se realizarán todas estas cosas.
8 Yo oí, pero no comprendí. Pregunté entonces: Mi señor, ¿cuál será el fin de estas cosas?
9 El respondió: Vete, Daniel, porque estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin.
10 Muchos serán purificados, blanqueados y acrisolados. Los impío sobrarán impíamente. Ningún impío comprenderá; los sabios, en cambio, comprenderán.
11 Desde el momento en que sea abolido el sacrificio perpetuo e instalada la abominación de la desolación, pasarán mil doscientos noventa días.
12 Bienaventurado el que espere y llegue a mil trescientos treinta y cinco días.
13 Mas tú, vete hasta el fin. Descansarás y te levantarás al fin de los días para recibir tu parte.

1 Vivía en Babilonia un hombre llamado Yoakim.
2 Tomó por esposa a una mujer, llamada Susana, hija de Jilquías, muy hermosa y temerosa de Dios;
3 sus padres eran justos y la habían educado según la ley de Moisés.
4 Yoakim era muy rico y tenía un jardín junto a su casa. Allí se reunían los judíos, por ser él el más honorable de todos.
5 En aquel año habían sido elegidos jueces dos ancianos del pueblo, de esos de quienes dijo el Señor: La iniquidad salió de Babilonia por unos ancianos, constituidos en jueces, que parecían gobernar al pueblo,
6 frecuentaban éstos la casa de Yoakim, y a ellos se dirigían cuantos tenían algún pleito.
7 Hacia el mediodía, cuando la gente se había marchado, entraba Susana a pasear por el jardín de su marido.
8 Los dos ancianos, que la veían todos los días entrar y pasearse, sintieron malos deseos por ella.
9 Pervirtieron su juicio y bajaron los ojos, para no mirar al Cielo y olvidar los justos juicios.
10 Ambos estaban heridos de pasión por ella, pero no se comunicaron el uno al otro su tormento,
11 porque se avergonzaban de revelar su pasión y el deseo que tenían de unirse a ella.
12 Todos los días espiaban con afán la ocasión de verla.
13 Un día se dijeron uno a otro: Vamos a casa, que ya es la hora de comer. Una vez fuera, cada uno se fue por su lado;
14 pero, volviéndose atrás, se encontraron en el mismo sitio; y, preguntándose uno a otro la causa, confesaron su pasión, y entonces decidieron de común acuerdo buscar la ocasión en que pudieran hallarla sola.
15 Sucedió entonces que, mientras espiaban la ocasión favorable, entró ella una vez en el jardín, como los días anteriores, acompañada solamente de dos doncellas; y, como hacía mucho calor, quiso darse un baño.
16 No había nadie allí, excepto los dos ancianos escondidos, que la estaban acechando.
17 Ella dijo a las doncellas: Traedme el aceite y los perfumes y cerrad las puertas del jardín, para que pueda bañarme.
18 Ellas hicieron como les dijo: cerraron las puertas del jardín y salieron por la puerta lateral para traer lo que les había pedido; pero nada sabían de los ancianos que estaban escondidos.
19 Apenas salieron las doncellas, se levantaron los dos viejos y se precipitaron hacia ella,
20 diciéndole: Mira, las puertas del jardín están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en pasión por ti; consiente, pues, y entrégate a nosotros;
21 si no, testificaremos contra ti, diciendo que un joven estaba contigo y que por eso despediste a las doncellas.
22 Suspiró angustiada Susana diciendo: Por todas partes me cerca la angustia. Porque, si hago esto, me espera la muerte; y si no lo hago, no podré escapar de vuestras manos.
23 Pero es preferible para mí caer en vuestras manos sin haberlo hecho, que pecar contra el Señor.
24 Gritó entonces Susana con todas sus fuerzas. Pero los dos viejos gritaron también contra ella,
25 y uno de ellos corrió a abrir las puertas del jardín.
26 Cuando los que estaban en casa oyeron los gritos en el jardín, se precipitaron por la puerta lateral, para ver lo que le había sucedido.
27 Mas, cuando los viejos dijeron su acusación, los criados quedaron totalmente confundidos, porque nunca se había dicho cosa semejante de Susana.
28 Al día siguiente, cuando el pueblo se reunió en casa de Yoakim, su marido, vinieron también los dos viejos, llenos de perversos pensamientos contra Susana, intentando condenarla a muerte.
29 Ante el pueblo todo dijeron: Mandad venir a Susana, hija de Jilquias y mujer de Yoakim. Mandaron llamarla.
30 Ella vino con sus padres, sus hijos y todos sus parientes.
31 Era Susana de facciones delicadas y de una gran belleza.
32 Como iba cubierta con un velo, aquellos malvados mandaron que se lo quitaran, para saciarse de su belleza.
33 Mientras tanto, lloraban los suyos y cuantos la veían.
34 Levantáronse entonces los dos viejos en medio del pueblo y le pusieron las manos sobre la cabeza.
35 Ella, llorando, miró al cielo, pues su corazón confiaba en el Señor.
36 Los ancianos dijeron: Mientras nosotros estábamos paseándonos solos por el jardín, entró esta mujer con dos doncellas, cerró las puertas del jardín y despidió a las doncellas.
37 Se acercó entonces a ella un joven que estaba escondido y se acostó con ella.
38 Nosotros, que estábamos en un rincón del jardín, al ver esta iniquidad, nos lanzamos contra ellos.
39 Vimos claramente que estaban pecando; pero a él no pudimos apresarlo, porque era más fuerte que nosotros, y abriendo las puertas, se escapó.
40 Pero a ella la apresamos; le preguntamos quién era aquel joven, y no quiso decírnoslo. De todo esto somos testigos.
41 La asamblea los creyó, puesto que se trataba de ancianos del pueblo y jueces, y la condenaron a muerte.
42 Clamó entonces Susana a grandes voces diciendo: ¡Dios eterno, conocedor de los secretos y sabedor de todas las cosas antes de que sucedan!
43 Tú sabes que han pronunciado un falso testimonio contra mí, y he aquí que yo voy a morir sin haber hecho nada de lo que éstos inventaron maliciosamente contra mí.
44 El Señor escuchó su voz.
45 Y cuando era llevada a la muerte, Dios suscitó el santo espíritu de un muchacho, llamado Daniel,
46 que comenzó a gritar con todas sus fuerzas. Yo soy inocente de la sangre de esta mujer.
47 Volvióse a él todo el pueblo y le dijo: ¿Qué significan esas palabras que dices?
48 Él, puesto de pie en medio de ellos, dijo: ¿Tan insensatos sois, hijos de Israel? ¡Sin juicio alguno y sin conocer la verdad condenasteis a una hija de Israel!
49 Volved al tribunal, porque éstos han levantado un falso testimonio contra ella.
50 Todo el pueblo volvió rápidamente. Los ancianos le dijeron a Daniel: Ven, siéntate aquí en medio de nosotros y revélanos tu pensamiento, puesto que el Señor te concedió el privilegio de los ancianos.
51 Díjole Daniel al pueblo: Separadlos al uno del otro, que yo voy a interrogarlos.
52 Cuando estuvieron separados el uno del otro, llamó a uno de ellos y le dijo: ¡Viejo envejecido en el mal, ahora caen sobre ti los pecados que cometiste antes,
53 cuando dictabas sentencias injustas, condenando a los inocentes y absolviendo a los culpables, siendo así que dice el Señor: No matarás al inocente ni al justo!
54 Pues bien, si la viste, dinos bajo qué árbol viste a los dos juntos. Él contestó: Bajo un lentisco.
55 Daniel replicó: Mentiste realmente contra tu propia cabeza; por eso ya el ángel de Dios, recibida de él tu sentencia, te partirá por el medio.
56 Haciendo que éste se retirara, mandó que le trajeran al otro, y le dijo: ¡Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y el mal deseo pervirtió tu corazón!
57 ¡Así hacíais vosotros con las hijas de Israel, y ellas, por temor, se entregaban a vosotros; pero esta hija de Judá no toleró vuestra iniquidad!
58 Pues bien, dime bajo qué árbol sorprendiste a los dos juntos. Él contestó: Bajo una encina.
59 Díjole Daniel: En verdad, también tú has mentido contra tu propia cabeza; por eso ya el ángel de Dios tiene preparada la espada en la mano para rajarte por el medio, y así acabar con vosotros.
60 Entonces toda la asamblea clamó a grandes voces y bendijo a Dios que salva a los que esperan en él.
61 Y se amotinaron contra los dos viejos, puesto que Daniel les había obligado a reconocer por su propia boca que habían pronunciado un falso testimonio. Y para dar cumplimiento a la ley de Moisés, les hicieron sufrir la pena que ellos maliciosamente habían maquinado contra su prójimo.
62 Los mataron, y se salvó aquel día la sangre inocente.
63 Jilquías y su mujer alabaron a Dios por motivo de su hija Susana, junto con Yoakim, su marido, y todos sus parientes, pues no se había hallado en ella acción alguna deshonesta.
64 Desde aquel día en adelante, Daniel fue grande a los ojos del pueblo.


1 El rey Astiages fue a reunirse con sus padres, y Ciro el persa le sucedió en el trono.
2 Daniel era confidente del rey y el más estimado de todos sus amigos.
3 Tenían por entonces los babilonios un ídolo llamado Bel. Con él se gastaban diariamente doce arfabas de harina, cuarenta ovejas y seis metretas de vino.
4 También el rey lo veneraba e iba todos los días a adorarlo. Daniel, en cambio, adoraba a su Dios.
5 Díjole el rey: ¿Por qué no adoras a Bel? Él respondió: Porque yo no adoro a ídolos hechos por mano de hombre, sino al Dios vivo, creador del cielo y de la tierra, y que tiene poder sobre todo hombre.
6 El rey replicó: ¿Es que no crees que Bel sea un dios vivo? ¿No ves cuánto come y bebe cada día?
7 Daniel, sonriendo, le contestó: No te engañes, ¡oh rey! , porque éste, por dentro sólo es arcilla y por fuera bronce, y jamás comió ni bebió cosa alguna.
8 Encolerizado entonces el rey, llamó a sus sacerdotes y les dijo: Si no me decís quién es el que come esta ofrenda, moriréis; pero si probáis que es Bel quien la come, morirá Daniel, porque blasfemó contra Bel.
9Daniel dijo al rey: Hágase según tu palabra. Setenta eran los sacerdotes de Bel, sin contar las mujeres ni los hijos.
10 Fue, pues, el rey con Daniel al templo de Bel.
11 Los sacerdotes de Bel dijeron: Nosotros saldremos de aquí y tú, ¡oh rey! , presenta los manjares y pon el vino mezclado; cierra después la puerta y séllala con tu anillo. Si, al venir por la mañana, no encuentras que todo se lo ha comido Bel, moriremos; en caso contrario, morirá Daniel, que mintió contra nosotros.
12 Ellos estaban confiados porque habían hecho debajo de la mesa una entrada secreta por la cual entraban todos los días y se llevaban las ofrendas.
13 Apenas salieron, el rey presentó los manjares a Bel.
14 Daniel mandó entonces a sus criados que trajeran ceniza y la esparcieran por todo el templo en presencia de solo el rey; después salieron, cerraron la puerta, la sellaron con el anillo del rey y se fueron.
15 Durante la noche vinieron los sacerdotes, como de costumbre, con sus mujeres e hijos y se comieron y bebieron todo.
16 El rey se levantó muy de mañana y Daniel también.
17 El rey le preguntó: ¿Están intactos los sellos, Daniel? Daniel contestó: Intactos, ¡oh rey!
l8 Cuando se abrieron las puertas, el rey miró a la mesa y exclamó en voz alta: ¡Grande eres, oh Bel, y no hay en ti engaño alguno!
19 Daniel se echó a reír y, deteniendo al rey para que no entrase dentro, le dijo: Mira bien el pavimento y examina de quiénes son estas pisadas.
20 El rey respondió: Veo pisadas de hombres, de mujeres y de niños.
21 Encolerizado entonces el rey, mandó prender a los sacerdotes, a sus mujeres y a sus hijos. Ellos le mostraron entonces la puerta secreta por donde entraban y pasaban a comer lo que había en la mesa.
22 El rey los mandó matar y entregó a Bel en manos de Daniel, el cual lo destruyó, junto con su templo.
23 Había también en Babilonia un gran dragón venerado por los babilonios.
24 El rey dijo a Daniel: No podrás decir que éste no es un dios vivo; adóralo, pues.
25 Daniel respondió: Yo adoro al Señor, mi Dios, porque él es el Dios vivo. Y si tú, ¡oh rey! , me lo permites, mataré al dragón sin espada ni bastón.
26 El rey contestó: Te lo permito.
27 Tomó entonces Daniel pez, grasa y pelos, lo coció todo junto, hizo con ello unas bolsas y las echó en la boca del dragón. El dragón se las comió y reventó. Dijo entonces: ¡Mirad lo que adoráis!
28 Cuando los babilonios lo supieron, se irritaron sobremanera y, amotinándose contra el rey, le dijeron: El rey se ha hecho judío: derribó a Bel, mató al dragón y degolló a los sacerdotes.
29 Vinieron, pues, al rey y le dijeron: Entréganos a Daniel: si no, te mataremos a ti y a tu familia.
30 Viendo el rey que la cosa iba en serio, obligado por la fuerza, les entregó a Daniel.
31 Ellos, entonces, lo arrojaron al foso de los leones, y estuvo allí seis días.
32 Había en el foso siete leones, a los cuales se les daban diariamente dos cuerpos humanos y dos ovejas; pero entonces no se les dio nada, para que devoraran a Daniel.
33 Vivía por entonces en Judea el profeta Habacuc, el cual, habiendo preparado un cocido y colocado el pan en rebanadas en un recipiente, iba al campo a llevárselo a los segadores.
34 El ángel del Señor dijo a Habacuc: Lleva esa comida a Daniel, que está en Babilonia, en el foso de los leones.
35 Habacuc respondió: Señor, nunca he visto Babilonia, ni sé dónde está ese foso.
36 El ángel del Señor lo asió entonces por la cabeza y, levantándolo por los cabellos, lo llevó a Babilonia, sobre el foso, con la celeridad de su espíritu.
37 Habacuc llamó a grandes voces diciendo: ¡Daniel, Daniel, toma la comida que Dios te envía!
38 Daniel exclamó: Te has acordado de mí, ¡oh Dios! , y no has abandonado a los que te aman.
39 Daniel se levantó y comió, y al instante el ángel del Señor volvió a llevar a Habacuc a su lugar.
40 A los siete días, el rey fue a llorar a Daniel. Acercándose al foso, se asomó y vio que Daniel estaba sentado.
41 Gritando con todas sus fuerzas, dijo: ¡Grande eres tú, Señor, Dios de Daniel, y no hay otro Dios fuera de ti!
42 En seguida lo sacó de allí y arrojó al foso a los causantes de su ruina, los cuales fueron devorados al instante en su presencia.


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Introducción a Daniel 

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Fuente: Comentario al Nuevo Testamento (Serafín de Ausejo, 1975)

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