Eclesiástico 38 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 39 versitos |
1 Atiende al médico antes que lo necesites, que también él es hijo del Señor.
2 Pues del Altísimo tiene la ciencia de curar, y el rey le hace mercedes.
3 La ciencia del médico le hace andar erguido, y es admirado de los príncipes.
4 El Señor hace brotar de la tierra los remedios, y el varón prudente no los desecha.
5 ¿No endulzó el agua amarga con el leño para dar a conocer su poder?
6 El dio a los hombres la ciencia para mostrarse glorioso en sus maravillas.
7 Con los remedios el médico da la salud y calma el dolor, el boticario hace sus mezclas para que la criatura de Dios no perezca.
8 y por él se difunde y se conserva la salud entre los hombres.
9 Hijo mío, si caes enfermo, no te impacientes; ruega al Señor y él te sanará."
10 Huye del pecado y la parcialidad y purifica tu corazón de toda culpa.
11 Ofrece el incienso y la oblación de flor de harina; inmola víctimas pingües, las mejores que puedas."
12 Y llama al médico; porque el Señor le creó, y no le alejes de ti, pues te es necesario."
13 Hay ocasiones en que logra acertar,
14 porque también él oró al Señor para que le dirigiera en procurar el alivio y la salud, para prolongar la vida del enfermo.
15 El que peca contra su Hacedor caerá en manos del médico.
16 Hijo mío, llora sobre el muerto y, profundamente afectado, canta lamentaciones, amortájale según su condición, y no dejes de darle sepultura.
17 Llora amargo llanto, suspira ardientemente.
18 y según la condición del muerto haz su duelo, un día o dos para no ser puesto en lenguas, y luego consuélate y da fin a tu tristeza;"
19 porque la tristeza origina la muerte, y la tristeza del corazón consume el vigor.
20 Con la sepultura del muerto debe cesar la tristeza, pues la vida afligida hace mal.
21 No te acuerdes ya más de él, aléjalo de la memoria y piensa en lo por venir.
22 No pienses más en él, pues no hay retorno, que al muerto no le aprovecha y a ti te hace daño.
23 Piensa en su destino, pues el suyo será el tuyo, el suyo ayer, mañana el tuyo.
24 Con el descanso del muerto descanse su memoria y consuélate de su partida.
25 La sabiduría del escriba se acrecienta con el bienestar, pues el que no tiene otros quehaceres puede llegar a ser sabio.
26 ¿Cómo puede ser sabio el que tiene que manejar el arado y pone su gloria en esgrimir la ahijada, aguijoneando a los bueyes y ocupándose en sus trabajos, y siendo su trato con los hijos de los toros?
27 Pone todo su empeño en trazar derechos los surcos, y su desvelo en procurar forraje para los novillos.
28 Lo mismo digamos del carpintero o del albañil, que trabaja día y noche; de los que graban los sellos y se aplican a inventar variadas figuras, y ponen toda su atención en reproducir el dibujo, y se desvelan por ejecutarlo fielmente."
29 Lo mismo digamos del herrero, que junto al yunque considera el hierro bruto, a quien el calor del fuego tuesta las carnes, y que resiste perseverante el ardor de la fragua.
30 El ruido del martillo ensordece sus oídos, y sus ojos están puestos en la obra.
31 Su pensamiento está en acabarla bien, y su desvelo en sacarla a la perfección.
32 Lo mismo digamos también del alfarero, que, sentado a su tarea, da vueltas al torno con los pies, tiene siempre la preocupación de su obra y de cumplir la tarea fijada.
33 Con sus manos modela la arcilla y con sus pies ablanda su dureza;"
34 pone su atención en acabar el vidriado, y su diligencia en calentar el horno.
35 Todos éstos tienen su vida fiada a sus manos, y cada uno es sabio en su arte.
36 Sin ellos no podría edificarse una ciudad;"
37 ni se habitaría en ella, ni se pasearía. Pero no se levantan en las asambleas sobre los otros;"
38 ni se sientan en la silla del juez, porque no entienden las ordenanzas de las leyes; ni son capaces de interpretar la justicia y el derecho, ni se cuentan entre los que inventan parábolas."
39 Son, sí, expertos en sus labores materiales, y su pensamiento mira a las obras de su arte. Muy de otro modo que el que aplica su espíritu a meditar en la ley del Altísimo.

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Introducción a Eclesiástico

Times New Roman ;;;

Eclesiástico
o Libro de la instrucción de Ben Sirac.

Introduccion
.

Título.
Los hebreos designaron el libro del Eclesiástico con el nombre del autor: El libro de Ben Sirac, o más explícitamente, La instrucción de Ben Sirac, El libro de la instrucción de Ben Sirac. También, según el testimonio de San Jerónimo 1, Libro de las Parábolas o Proverbios (séfer meshálím). Y algunos rabinos de época reciente, Libro de la Doctrina o Sabiduría (séfer müsár). Los manuscritos griegos en su mayoría lo intitulan: Sabiduría de Jesús, hijo Sirac, o más brevemente, Sabiduría de Sirac (Cód. Vat.). Por razón de su contenido, los Padres griegos muchas veces lo citan como óïößá, o sencillamente Þ ôôáñíÜñåôïò, pues comprende enseñanzas referentes a todas las virtudes 2. Entre los latinos, que lo designaron con el derivado del griego, Líber lesu filii Sirac, que se encuentra en algunos manuscritos; con el genérico de Sapientia Salomonis, con que lo presenta la Iglesia en su liturgia, prevaleció, a partir de San Cipriano 3, el de Líber Ecclesiastici, que empleó el concilio Tridentino en la definición del canon de las Escrituras, y con el cual hoy corrientemente lo designamos. Este título le fue dado, o para distinguirlo del Eclesiastés, o más bien por el frecuente uso que se hacía de él en las lecturas de las reuniones de la Iglesia primitiva. Por el gran número y diversidad de sus enseñanzas ocupaba el lugar preferente entre los libros aptos, más bien que para probar los dogmas, para ser leídos a los fieles en orden a su instrucción espiritual. Este título que los designaba a todos se reservó después para el más extenso e importante de todos ellos4.

Contenido y división.
El Eclesiástico dedica algunas perícopas a exaltar la sabiduría, pero en su mayoría presenta un conjunto de normas morales sumamente útiles y provechosas que comprenden todas las virtudes y hacen referencia a todas las circunstancias y a las más diversas clases sociales, por lo que resulta un precioso tratado ascético espiritual. Tiene sobre el libro de los Proverbios la ventaja de que no sólo constata sus pensamientos, sino que los explica y desarrolla por medio de semejanzas y contrastes, dándoles una forma más elocuente y una mayor fuerza persuasiva, a la vez que los informa de un espíritu más religioso.
Al intentar hacer la división del libro, se tropieza con la dificultad indicada en Proverbios. Ben Sirac trata los diversos temas sin atenerse a un orden especial; más aún, repite algunos de ellos sin poner de manifiesto aspecto alguno nuevo que legitime la repetición. De ahí la dificultad de hacer una división que, por clara que resulte, siempre será un tanto artificial. Para la que proponemos tomamos como base: en cuanto a las partes, el c.24 con su singular y maravilloso elogio de la sabiduría, al que sigue un contenido en que se insiste en el aspecto social y familiar, y 21 42:15, que da comienzo a la última parte, parecida a Sab 10-19, de características distintas al resto del libro; en cuanto a las secciones, los elogios que de vez en cuando se hacen de la sabiduría, y que pueden considerarse como introducción a las mismas; todas ellas tienen una idéntica estructura: de la sabiduría divina se pasa a la sabiduría comunicada, y siguen más o menos consejos y exhortaciones prácticas, con la peculiaridad de que no se repiten los temas dentro de una misma sección. Indicamos al presentar la división la temática principal de las diversas partes y secciones del libro.

Prologo. Obra del Traductor.
Parte Primera (1:1-23:37): Naturaleza, preceptos y beneficios de la Sabiduría.
Sección 1.a (1:1-4:11).
Dignidad de la sabiduría. Temor de Dios. Confianza en El. Piedad filial. Fortaleza. Humildad. Misericordia.
Sección 2.a (4:12-6:17).
Ventajas de la sabiduría. Temeridad. Sinceridad. Buen uso de la lengua. Orgullo. Amistades.
Sección 3.a (6:18-14:20).
Exigencias y ventajas de la sabiduría. Pecados a evitar. Deberes familiares y sociales. Prudencia con las mujeres y ciertos hombres, en el hacer el bien, respecto de los amigos y enemigos. El orgullo. Dios dispone todas las cosas. Las riquezas.
Sección 4.a (14:21-16:23).
Diligencia en la búsqueda de la sabiduría. Los hijos impíos. El pecado no viene de Dios. Lo castiga. El lo ve todo.
Sección 5.a (16:24-23:37).
La Sabiduría en la creación. Dios crea al hombre; da la Ley a Israel. Perdona a quien se convierte y confía en El. Verdadera y falsa sabiduría. Del buen uso de la lengua. Amistades. Diversas virtudes y defectos.
Parte Segunda (24:1-42:14): Excelencia y postulados sociales de la sabiduría.
Sección 1.a (24:1-33:6).
Elogio cumbre de la sabiduría. Grandeza y atractivos. La sabiduría y la Ley. La ancianidad. En las relaciones sociales. La mujer buena y mala. Amistad y secretos. Diversas obras de misericordia. Peligros de las riquezas. Moderación en los banquetes. Hipocresía.
Sección 2. (33:7-39:15).
La sabiduría, autora de los contrastes en la creación. La obra de Ben Sirac. El padre de familia. La Ley, la sabiduría, la experiencia y el temor de Dios, fuentes del buen obrar. Los sacrificios. La restauración de Israel. Prudencia en la elección de mujer, de amigos. Consejos referentes a la salud, al médico, a los muertos. El artesano y el escriba.
Sección 3.a (39:16-42:14).
Himno de alabanza a la sabiduría que resplandece en la creación. Miserias de la vida humana. El temor de Dios. La mendicidad y la muerte. La descendencia de los justos y la de los impíos. Cosas de que avergonzarse y de que no avergonzarse.
Parte Tercera (42:15-50:28): La sabiduría en la naturaleza e Israel. sección i.a (42:15-43:17).
Canto a la sabiduría divina. El sol, la luna, las estrellas. Los fenómenos meteorológicos. Las obras de Dios superan toda alabanza.
Sección 2.a (44:1-50,28).
Elogio de los grandes personajes de Israel: los patriarcas, caudillos, sacerdotes, profetas. Entusiasta elogio de Simeón en su actuación pontifical. Razas odiosas.
Epilogo (50,29-31)·
Apéndice: Oración y acción de gracias del autor.

El autor.
El nombre del autor del Eclesiástico 5 nos lo da el epiloguista: Jesús (yéshü'a, forma abreviada de yohóshü'a), nombre frecuente en la Biblia, cuyo significado es Yahvé salva; hijo de Sirac; en realidad, el padre de Jesús se llamaba Eleazar 6; pero, cuando el padre era menos conocido que el abuelo, se añadía el nombre de éste al del hijo en lugar del nombre del padre.
Ben Sirac debía de ser un escriba que gozaba de una buena posición social que le permitió dedicarse a los estudios desde su juventud. El prologuista, un nieto suyo, lo presenta como un hombre que se dio mucho a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros libros patrios, con lo que llegó a adquirir gran ciencia y sabiduría. Muy probablemente ejerció su profesión en Jerusalén, como dan a entender sus exposiciones sobre la Ley, el temor de Dios, la sabiduría tradicional y, sobre todo, la minuciosa descripción de la liturgia del templo y de las actuaciones pontificales del sumo pontífice Simeón. Allí debió de abrir una escuela de instrucción moral para sus conciudadanos. Enriqueció sus conocimientos con las experiencias que le proporcionaron los viajes fuera de la patria 7 y el conocimiento que adquirió con ellos de la filosofía griega. Tal vez siendo joven estuvo al servicio de algún rey extranjero, como era entonces costumbre entre los judíos de la alta sociedad; debió de ser entonces cuando fue objeto de una conspiración basada en una calumnia que puso en peligro su vida8. Con la sabiduría adquirida en la lectura de los libros santos, que hizo arraigar en su alma sus convicciones religiosas, y la ciencia experimental obtenida en sus viajes, que le dio un sentido realista de la vida, compuso su libro. Debía de ser en la época en que lo escribió un anciano, erudito y virtuoso, rodeado de una estima universal, que no quiso bajar al sepulcro sin dejar una obra maravillosa con la que, aun después de su muerte, continuase comunicando a los demás la sabiduría de que a él lo hizo partícipe el Dios de Israel 9.

Fecha de composición.
El libro mismo nos presenta dos indicios a base de los cuales se puede señalar con bastante precisión la época en que Ben Sirac compuso su libro: la afirmación del autor del prólogo respecto de su bajada a Egipto y la mención que al final del libro se hace del pontífice Simeón.
El nieto de Jesús, hijo de Sirac, autor del prólogo, llega a Egipto el año 38 del reinado de Ptolomeo Evergetes II, que reinó desde el año 170 al 116 (veinticinco años junto a su hermano Ptolomeo IV Filometor y veintiocho o veintinueve solo). Dado que él cuenta desde el 170, el año 38 del reinado de Ptolomeo Evergetes II sería el 132. Este dato nos lleva a señalar como fecha de composición del libro por su abuelo entre los años 200 al 170, no después de este año, en que comienza la persecución de Antíoco Epífanes contra los judíos, a que el autor del libro, de una fe religiosa profunda, no habría podido menos de aludir.
Otro dato, menos preciso, es el elogio que en el capítulo 50 se hace del pontífice Simeón, hijo de Onías. Dada la forma concreta y entusiasta del mismo, parece que su autor ha conocido al pontífice, que había muerto cuando escribió el libro, y ha presenciado sus actuaciones-en el templo. Si bien hubo dos pontífices del mismo nombre y apellido, Onías I, que ejerció el pontificado del año 300 al 270, y Onías II, del 225 al 200, hay razones para pensar que fue Onías II el contemporáneo de Ben Sirac. En sus días fue restaurada la casa y consolidado el templo, edificado el muro y las torres de refuerzo y cavado el estanque 10. Ahora bien, Antíoco III el Grande, que reinó entre los años 223 al 187 e incorporó Palestina a su imperio, en agradecimiento a los judíos, que le proporcionaron lo necesario para su ejército, mandó que se terminasen, a sus expensas, los trabajos del templo, los pórticos y todo lo que tenía necesidad de ser reedificado u. El pontífice conocido por el autor del Eclesiástico habría sido Simeón II. Por lo que el libro no habría sido compuesto antes del 200, en que muere este pontífice. Como tampoco lo debió de ser después del 170 por la razón indicada, Ben Sirac escribió su obra en los años intermedios, probablemente hacia el 180.

Fin y destinatarios.
El fin general que se propuso el autor del Eclesiástico lo consigna su nieto en el prólogo que compuso para el mismo: Escribir alguna cosa de instrucción y doctrina para quienes desearen aprenderla y, siguiéndola, aprovechar mucho más, llevando una vida ajustada a la Ley. En efecto, como dejamos consignado al tratar del contenido, este escrito inspirado es un precioso manual de moral práctica en que se recomiendan todas las virtudes y se fustigan todos los vicios; contiene normas de comportamiento incluso en los asuntos económicos y políticos, descendiendo a detalles de urbanidad e higiene. Por ello, quien leyere el libro y practicare sus enseñanzas llevará una vida perfectamente ajustada a la Ley.
El libro está dirigido, como dice también el prologuista, a todos aquellos que deseen instruirse en orden a un aprovechamiento espiritual mayor mediante el cumplimiento fiel de la Ley. Aquél hizo su versión para los judíos de la diáspora, que tenían que vivir en medio de los paganos, con el fin de que su lectura les ayudase a mantenerse firmes en la fe de los padres, con cuyo elogio termina el libro, y a practicar las virtudes del buen israelita sin dejarse arrastrar de las costumbres depravadas de los gentiles. Pero, aunque escrito primariamente para los judíos, el Eclesiástico resulta un precioso libro de lectura espiritual para los cristianos, que los fortalecerá en todas las virtudes y los apartará de todos los vicios. Después de los Salmos ha sido el libro más utilizado en la liturgia cristiana. San Agustín escribía al fin de su vida que había encontrado en la obra de Ben Sirac más recursos para la vida espiritual que en ningún otro libro 12.

Doctrina religiosa.
Dogmática. - 1. Dios. - Existe desde la eternidad 13; ha creado todas las cosas 14, también a los vivientes 15 y al hombre, que hizo a su imagen 16; sus obras predican su grandeza y poder 17, su sabiduría 18, su gloria 19 y su providencia 20. Es justo y misericordioso para con el hombre 21; omnisciente, conoce sus mismas intenciones y ve aun las obras que realiza en la oscuridad 22. No tiene acepción alguna de personas 23.
2. La sabiduría. - Ella misma afirma su origen divino y misterioso 24, existe desde la eternidad 25, está siempre con el Señor 26, es insondable e inconmensurable 27. Está por encima de todas las criaturas, las conoce y se manifiesta en todas ellas 28. Impera sobre todos los pueblos 29, pero estableció su peculiar morada en Israel 30, a quien comunicó la Ley, que encierra la auténtica sabiduría 3* y protegió con singular providencia a través de sus ilustres personajes 32. Tiene el temor de Dios como principio 33, plenitud y corona 34; a quienes realmente lo sienten, la Sabiduría confiere beneficios de orden moral, práctica de las virtudes y huida de los vicios 35, y de orden físico, que constituyen una bendición de Dios 36: una vida larga37, paz y salud38, gozo y alegría39, honor y gloriado. Para obtenerla es preciso un sincero deseo y profundo amor de la misma41, que lleva a poner en práctica los medios para conseguirla: la meditación de sus enseñanzas42, escuchar las instrucciones de los sabios y experiencias de los ancianos43, perseverar en sus dictámenes en medio de las dificultades44. Como afirmaremos en el comentario al c.24, y por las razones indicadas en la introducción al libro de la Sabiduría, creemos que Ben Sirac no conoció el misterio de la segunda Persona divina, sino que personificó el atributo divino, pero tan fuertemente y empleando tal lenguaje, que se coloca a medio camino entre la mera personificación y la distinción de la Persona divina, señalando un paso notable, con los otros autores sapienciales, en la revelación del misterio trinitario.
3. El hombre y sus postrimerías. - Ha sido creado por Dios según su propia imagen45, le ha dotado de inteligencia y sentidos'46, de libertad, de modo que puede escoger el bien o el mal, del que, en consecuencia, es responsable47; le da a conocer sus grandes obras para que alabe su santo nombre 48. Le ha constituido príncipe de la naturaleza49. Sus días están contados, y todas sus obras ante los ojos del Señor50. Después de la muerte, cosa amarga para unos, alivio para otros 51, el hombre baja al seol, donde no hay gozo o placer alguno ni se alaba a Dios 52. Ben Sirac no habla de un premio para los buenos y un castigo para los malos en el más allá; ambos obtienen lo que sus acciones merecen en los bienes y males de la vida presente, y después de ella en la honradez o maldad de sus hijos 53 y en el recuerdo bueno o execrable que deja en las generaciones que le siguen54.
4. Israel y el mesianismo.· - Israel se encuentra humillado, sometido al yugo extranjero. En esas circunstancias, el sabio eleva una súplica a Yahvé por la restauración del pueblo escogido (c.3Ó), en que aparece la idea mesiánica, que no se encuentra en ningún otro lugar del libro. Anhelando días mejores, implora el cumplimiento de las promesas de una era en que el pueblo escogido, libre de sus enemigos, pueda cantar alegremente las grandezas del Señor (v.8-12 y 17; la destrucción de los enemigos es una de las señales de los tiempos mesiánicos), la reunión de todas las tribus en la patria prometida (v.13), que los profetas anunciaron para los tiempos mesiánicos, y la glorificación de Jerusalén y el templo (v. 15-16), igualmente predicha por los profetas para la plenitud de los tiempos. También en el cántico que se intercala en el c.51 entre los v.17 y 18 quieren ver algunos una alusión al Mesías en el Alabad al que hizo brotar el cuerno de la casa de David. Pero la autenticidad del canto es muy discutida.
Moral. - 1. Deberes para con Dios. - Ben Sirac recomienda la alabanza a Dios por su providencia 55 y por su obra, creadora 56, que el hombre ha de tributar en esta vida, dado que ello no es posible en el hades57; la acción de gracias por los beneficios recibidos58; la conversión al Señor, que aleja de toda iniquidad 59; la confianza en El60; la oración, que le es grata particularmente cuando proviene de un corazón afligido 61; los sacrificios, que para que sean aceptos al Señor han de ir acompañados de las disposiciones interiores 62.
2. Deberes para con el prójimo. - De los padres para con los hijos 63 y de los hijos para con los padres 64; de todos para con sus familiares65, para con los domésticos66, para con los amigos67; para con el sacerdote 68; para con el médico 69; para con los pobres y afligidos70; para con los mismos muertos71. Recomienda hacer el bien al prójimo 72.
3. Virtudes. - El autor del Eclesiástico recomienda un vanado conjunto de virtudes: beneficencia para con el bueno 73; misericordia para con el necesitado74; amabilidad en el trato para con los demás75; perdón y olvido de las injurias76; la humildad77; la mansedumbre78; el amor y fidelidad a los amigos79; la sinceridad80; el recto uso de la lengua, tan frecuentemente recomendado por los sabios 81; la prudencia en el uso de las riquezas 82, en los negocios 83, en el trato con ciertas clases de hombres 84, en el trato con las mujeres 85, en la fianza 86, en la hospitalidad 87; la obediencia 88; la penitencia 89; la laboriosidad 90; la templanza 91; la tenacidad 92; la moderación en el vivir 93; fidelidad en la guarda de los secretos 94; cautela en la manifestación de los sentimientos interiores 95; la exactitud en las pesas 96; valentía para no avergonzarse ante lo que la conciencia ordena y para evitar lo que aquélla reprocha 97; la alegría 98.
4. Vicios y defectos. - Paralelamente, Ben Sirac condena toda clase de vicios y defectos: hacer el mal, aun a aquellos que te lo hicieren 99; el pecado, y sobre todo la reincidencia en él 100; las malas compañías, que conducen a él101; la soberbia 102; la hipocresía 103; la ira 104; la ambición 105; la injusticia 106; la falsa vergüenza i07; la confianza en el número de los sacrificios 108; la indisciplina de los hijos 109; la mentira; la maledicencia; el falso testimonio 110; la intemperancia ni; la sensualidad 112; la envidia 113; la falsa confianza en las riquezas y en el poder 114, en la misericordia de Dios para continuar pecando 115; el burlarse del afligido 116; la negligencia l17; la mendicidad del negligente 118.
5. Además, Ben Sirac nos presenta en su obra maravillosos contrastes entre el sabio y el necio, indicando a veces la manera de comportarse con éste 119; entre la mujer buena y la mala l20; entre la verdadera y la falsa vergüenza 121; entre los buenos y los malos consejeros 122; entre la verdadera y la falsa amistad i23. Hace preciosas recomendaciones sobre la elección de los amigos 124; precisa cuál es la verdadera amistad 125, dónde se encuentra la verdadera gloria, que radica en el temor de Dios 126. Tiene también para los gobernantes oportunas advertencias y consideraciones 127. Advierte que no hay que juzgar las cosas por las apariencias 128, que es preciso dejarse aconsejar de los sabios 129; encomia el valor de la experiencia 130; desciende hasta dar normas de educación 131 y recomendar el cuidado de los rebaños 132. Pone de relieve la miseria humana 133, la temeridad del pecador 134a.
Los motivos en que se apoya toda esta moral del Eclesiástico son los mismos de los libros precedentes. Se proponen a veces motivos elevados, como el temor de Dios, que es la piedad filial para con El; el bien del prójimo, la alegría de los padres, las postrimerías, etc. 134b, lo que es admirable en aquellos autores, que desconocían los misterios del amor de Dios, que revelaría el Nuevo Testamento, y el premio y castigo eternos del más allá. Pero la mayoría de las veces se trata todavía de motivos egoístas y humanos: conseguir la bendición de Dios, que confiere gloria y honor; bienes humanos, que hacen más feliz la vida sobre la tierra; y defiende de los males que la vida humana lleva muchas veces consigo; la benevolencia de los hombres, de cuyas buenas o malas relaciones en la vida depende en no pequeña parte la felicidad humana.

Canonicidad.
1. El autor del libro se presenta como profeta inspirado 135, y su libro tuvo un gran prestigio entre los judíos, como lo demuestra su frecuente utilización en los libros apócrifos 136 y en la literatura rabí nica 137.
Sin embargo, los judíos palestinenses no lo admitieron en el canon de libros sagrados, mientras que los judíos de la diáspora lo consideraron como inspirado, lo mismo que los otros deuterocanónicos, dado que todos ellos se encuentran mezclados con los proto-canónicos en la versión de los LXX. Probablemente también los judíos de Palestina consideraron al principio como libros inspirados tanto los deutero como los protocanónicos, y sólo en el siglo I y II después de Cristo rechazaron los primeros, el Eclesiástico en concreto, por sus tendencias antifarisaicas: Ben Sirac recomienda, sí, las prácticas exteriores de la Ley, pero insiste en las disposiciones interiores 138, no hace profesión alguna de fe en la resurrección, que admitían los fariseos 139, y elogia la estirpe sacerdotal de los saduceos, que eran enemigos de aquéllos 140.
2. La Iglesia cristiana recibió su canon de los judíos alejandrinos a través de la versión de los LXX y consideró desde un principio el libro como inspirado. Si bien no lo citan los libros canónicos del Nuevo Testamento - tampoco son mencionados algunos protocanónicos -, se deja ver su influencia en algunos de ellos, particularmente en la carta de Santiago 141. Los Padres Apostólicos citan el libro con las mismas fórmulas que emplean para los protocanónicos 142, lo que indica que la Iglesia primitiva lo tuvo por inspirado.
En los siglos siguientes encontramos ciertas vacilaciones acerca de la inspiración del libro, debidas sobre todo al influjo de Rufino y San Jerónimo. El primero da en su catálogo de libros canónicos del Antiguo Testamento los del canon hebreo, y añade que hay otros libros que los antiguos llaman no canónicos, sino eclesiásticos, que deben ser leídos para edificación de los fieles, pero no pueden utilizarse para probar los dogmas 143. San Jerónimo, después de enumerar los libros protocanónicos, añade tajantemente que todo libro no contenido en la precedente enumeración ha de ser contado entre los apócrifos, añadiendo expresamente que la Sabiduría y el libro de Jesús, hijo de Sirac..., no están en el canon.144 Pero es de advertir que los mismos Padres que teóricamente parecen excluirlo del canon, en la práctica los citan con las mismas fórmulas técnicas con que presentan como inspirados los libros protocanónicos. Y el mismo San Jerónimo, antes del año 390, en que se puso en contacto con los judíos, a cuya influencia se debe, sin duda, su posterior opinión sobre el canon de los libros del Antiguo Testamento, reconoció el carácter sagrado del Eclesiástico y lo citó como tal145.
La mayoría de los Padres y escritores, sin embargo, mantuvieron la canonicidad del libro. Orígenes y Clemente de Alejandría lo citan numerosas veces como Escritura santa 146. San Atanasio, metropolita de la iglesia de Egipto; San Cirilo de Jerusalén y San Epi-fanio, a pesar de no incluirlo en sus catálogos, lo citan como Escritura divina 147. San Agustín, que lo cita lo mismo que los otros libros canónicos, afirma que el Eclesiástico fue recibido desde antiguo por la Iglesia, especialmente la occidental, como libro de autoridad 148; dice de los deuterocanónicos que han de ser enumerados entre los profetices149. Inocencio I, en su carta a Exuperio, lo enumera juntamente con los otros sapienciales en el canon de libros inspirados 15°. De modo que la Iglesia, aun en los siglos en que aparecieron las dudas, en su mayor y mejor parte, consideró como santo y canónico el libro del Eclesiástico. Con razón el concilio Tridentino, basándose en la tradición eclesiástica, lo incluyó en la lista de escritos que definió como inspirados. Sin duda que influyó en las dudas el carácter moral, más bien que dogmático, del libro, que lo hace más apto para la instrucción y reforma de las costumbres que para probar las doctrinas dogmáticas; pero esto nada dice en contra de su inspiración. Y quizá era señalar esta diferencia, más que negar su inspiración, lo que querían indicar los Padres al distinguir los deuterocanónicos de los protocanónicos 151.

Texto y versiones.
1. El texto hebreo. - El libro del Eclesiástico fue escrito en la lengua hebrea. Así lo afirma el autor del prólogo y San Jerónimo en su Introducción a los libros sapienciales 152. Por los siglos XI-XII desapareció, debido sin duda a la exclusión del canon por parte de los judíos, del Eclesiástico, hasta que los hallazgos de los años 1896-1900 y del año 1931 volvieron a la luz unas tres quintas partes del libro. Primero dos señoras inglesas, I. Lewis y M. Gibson, hallaron el fragmento 39:15-40:7, cuya autenticidad demostró el profesor de hebreo de la Universidad de Cambridge, Dr. Schechter. Muy poco después, A. E. Cowley y A. Neubauer descubrieron, entre los fragmentos hebreos que el profesor Sayce trajo de la Ceniza de El Cairo a la Biblioteca Bodleiana, nueve folios que contienen 40:9-49:11. Ulteriores investigaciones llevadas a cabo por Schechter, Levy y Gaster sobre manuscritos exhumados de la misma Ceniza descubrieron cuatro fragmentos, designados con las letras A Â C D, a los que el año 1931 se añadió el E, descubierto por el rabino de Nueva York J. Marcus entre los manuscritos de la colección de E. Adler en la biblioteca del seminario de teología judía de América; contienen entre todos unos 30 capítulos 153. El contenido total de los descubrimientos comprende 40 capítulos de los 51 del libro, concretamente 1.090 versos de los 1.616 de la obra. Todos los manuscritos son de los siglos X-XII. Su estudio crítico y el de las citas que se encuentran en los escritos rabínicos indican la existencia del hebreo, al menos en dos recensiones, ya en el siglo II a.C., lo que confirman las versiones. El códice C es el que da mejores lecciones 154. En la cueva segunda de Qumrán han sido hallados restos de dos manuscritos hebreos, uno de los cuales contiene 6:20-31 155.
2. La versión griega. - Es la más antigua e importante de las versiones. Fue hecha por un nieto del autor, autor del prólogo, que conocía muy bien la lengua griega y la versión a esta lengua de los otros libros156. No conocía tan perfectamente la lengua hebrea; a veces no entendió el hebreo; otras, quizá por un error en la lectura, expresó un sentido distinto 157. A sus errores o conjeturas personales hay que añadir los de los copistas posteriores. No obstante estas imperfecciones, la versión es fiel y representa el mejor texto del Eclesiástico que conocemos. Es más completo que los fragmentos hebreos encontrados, con cuya ayuda puede a veces encontrarse el original griego. Se conserva en dos recensiones: una más breve (texto primario), que se encuentra en los principales códices unciales BSA y en casi todas las ediciones de los LXX, la Sixtina, Holmesiana, Cantabrigense, Gotingense, las manuales de Swete y Rahlfs. La segunda (texto secundario) es más amplia y se encuentra en el códice cursivo 248, en la Poliglota Complutense y en la edición de Hard 158. Sus adiciones parecen provenir en parte por una diversa recensión del texto hebreo, en parte por el deseo de recomendar ciertos puntos doctrinales, como el amor de Dios, la piedad, la esperanza de la vida futura; y son en su mayoría rechazadas por los críticos como interpolaciones. Ambas colocan la sección 33:13a-36:16a entre los v.24 y 25 del c.3o, debido, sin duda, a la transposición de algunos folios, contra el orden del texto hebreo y versiones siríaca y vulgata, que es el orden recto.
3. La versión latina del Eclesiástico que contiene la Vulgata es el texto de la Vetus Latina, cuyo origen se remonta a la primera mitad del siglo m. San Jerónimo, no creyendo en la inspiración del libro, ni revisó la versión de la Vetus Latina ni lo tradujo del hebreo. Parece hecha de un códice del texto secundario, pero distinto de los códices que han llegado a nosotros, tal vez teniendo en cuenta el texto hebreo de otra recensión. Con el tiempo recibió nuevas adiciones, de modo que en casi todos los capítulos tiene uno o varios versos que no se encuentran en otra parte. El latín es popular y decadente; contiene frecuentes solecismos y palabras griegas transcritas en caracteres latinos 159. Kearns, aun reconociendo que las adiciones del texto secundario no están en el original, las considera como inspiradas. Compara el caso con el Pentateuco, que contiene glosas y notas explicativas de un autor inspirado hechas después del período mosaico. Y se apoya sobre todo en el hecho de que la Iglesia occidental ha recibido el Eclesiástico en una forma que presenta la mayor parte de las características del texto secundario (la Vulgata) y el Tridentino declaró sagrados y canónicos los libros con todas sus partes; ahora bien, sería temerario, dice, negar que muchas de esas adiciones sean partes - partes integrales - del Eclesiástico, tal como lo tenemos en la Vulgata, porque sin ellas quedaría doctrinalmente sólo la parte más pobre. 160

1 Praefatio in lib. Salomonis: PL 28:1242. - 2 Eusebio, Demonstr. evang. VIII 2: PG 22:616; San Jerónimo, l.c., y en su Comentar, a Dan, IX: PL 25:545. En este sentido lo llama Clem. de Alejandría Ðáéäáãùãüò (educador) en Paedaz. II 10, etc.: PG 8:515.518.527. - 3 Testim. III 12.35.51, etc.: PL 4:741.755.760, etc. - 4 Rufino, Commentarius in Symbolum Apostolorurn n.38: PL 12:374; Dom Calmet, Ecclésiastique (1730) pref. p.i. - 5 San Jerónimo dice que muchos atribuyeron el libro del Eclesiástico a Salomón (In Dan. 4:24: PL 25545)· Dado que el prólogo afirma claramente que fue compuesto por Ben Sirac, San Agustín dice que las afirmaciones de los Padres sobre la paternidad salomónica han de ser entendidas en el sentido de que pertenece, como Proverbios, al género gnómico, del que Salomón fue el más ilustre representante. Cf. San Isidoro De Sevilla, In lib, V. et N. Testam. Prooemia 8: PL 83:158 y DB II 1544. - 6 50:29. El texto hebreo dice: Jesús, hijo de Sirac, (hijo) de Eleazar de Jerusalén. - 7 Cf. 34:12; 39:5 - 8 34:13; 51:7-13. - 9 Prólogo 24:41-47; 33:16-19. - 10 50:1-3- - 11 fl. Josefo, Antiq. XII 3:3. - 12 Speculum de Scriptura sacra: PL 34:948. - 13 42:21b. - 14 18:1; 42:15b; 43:37. - 15 16:31. - 16 17:1-4 - 17 18:2-6. - 18 16:24-311; 42:21-26. - 19 C.43. - 20 16:26-28. - 21 5:6-7; 16:7-14; 17:19-20; 18:9-14. - 22 17:16-17; 23:25-29; 42:18-20. - 23 35:15-20. - 24 24:5 - 25 1:4.9-10. - 26 1:1. - 27 1:2.6. - 28 1:4.9-10; 24:6-10. - 29 24:10-11. - 30 24:12-l6. - 31 15:1; 19:18; 21:12 y sobre todo 24:32-38. Cf. Bar 4:1. - 32 42:15-50,31. - 33 1:16. - 34 1:20-22; 19:18. - 35 10,14-30; 42:9-17. - 36 4:14. - 37 1:12.25. - 38 1: 22. - 39 1:11; 4:13; 6:29. - 40 1:11-14. - 41 4:28.33:14:22-24. - 42 6:37; 9:22-23.. - 43 6:35; 8:9-12. - 44 6:21-29; 14:18-19. - 45 17.3 - 46 17:5-7 - 47 15:14-21. - 48 17:6-8. - 49 17:1-5- - 50 27:10-13· - 51 41:1-7- - 52 14:12.17:26; cf. Prov 2:18; 9:18; 27:20; 30,16. - 53 11:30; 23:34-37; 40:15-19. - 54 39:12-15- - 55 39:16-41. - 56 42:15-43:37. - 57 17:23-27. - 58 3:34; 7:37; 32:17; 35:4; 51:1-17. - 59 17:21-31. - 60 2:7-23; 11:7-30. - 61 35:16-26; 36:1-19; 51:10-17. - 62 34:21-35:20. - 63 7:25-27; 30,1-13. - 64 3:1-18; 7:29-30. - 65 7:20. - 66 7:22-23; 33:20-23. - 67 22:24-32. - 68 7:31-35. - 69 38:1-15. - 70 3:33-4:11; 7:10.36.38; 29:1.18. - 71 7:37; 38:16-24. - 72 14:11.13. - 73 12:1-7. - 74 3:33; 7:1o. - 75 4:7; 34-35. - 76 10:6. - 7:4-6; 10,6-22.29-31; 11:5-6.32-33; 13:1; - 77 1:38-39; 2:20; 3:19-34; 4:7; 5:2-3; 6:2-3; 21:5; 27:31; 32:1; 35:21-22. - 78 1:345 4:35. - 79 27:18. - 80 1:37; 22:27; 27:25-27. - 81 5:11-6:1; 7:15; 19:4-17a; 22:33-23:20. - 82 13:30-14:25.31. - 83 11:8-13. - 84 8:1-22. - 85 9:1-13. - 86 29:19-27. - 87 11:31-36; 29:28-35. - 88 7:19 - 89 5:1-12; 17:25-31. - 90 7:16. - 91 18:30-19:3; 23:6; 31:12-42; 7:30-34. - 92 2:1-6; 4:33. - 93 29:28-35. - 94 42:1. - 95 8:21-22; 19:8. - 96 42:4. - 97 41:20-42:8. - 98 30,22-25· - 99 7:1-2; 10,6. - 100 21:11-11; 28:15-30. - 101 7:17-15. - 102 1:39·40; 15:8. - 103 1:37-38. - 104 1:28-311 27:33-28:14- - 105 7:4-5; 14:3-7- - 106 3:10; 7:31 10:7- - 107 4:23-33, 11:20-42:8. - 108 7:11; 34:23- - 109 22:3-6. no 7:12-14- - 111 18:30-19:3. - 112 23:21-37; 42:8. - 113 14:8-10. - 114 5:1-3-10. - 115 5:4-9- - 116 7:12. - 117 4:34; 22:1-2. - 118 40:29-32. - 119 3:77-34; 19:28-30,33; 21:12-31; 22:7-23 - 120 25:17-36; 26:1-34- - 121 41:17-42:8. - 122 37:7-19. - 123 6:6-17; 7:20; 9:11-23; 37:1-6. - 124 9:14-23 - 125 6:6-17. - 126 10:23-34- - 127 ICVI-II.6. - 128 12:23; 19:23-25. - 129 32:23; 37:7-29; 40:25. - 130 34:9-13. - 131 41:24-25. - 132 7:24. - 133 40:1-17. 134a 5:1-10. 134b 70 - 135 Cf. 24:33; 39:12; 51:16. - 136 Libro de Henoc 30:15; 42,n; 43:2-3; 47:5, etc.; Salmos de Salomón 2:19; 3:7.12; 5:4-17; 9:16-18, etc. - 137 Cf. todas las citas en R. Smend, Das Weisheit des Jesús Sirach (Berlín 1906) p.xlvis; S. schechter, The quotations from Ecclesiasticus in rabbinic literature: Jewquartrev 3 (1891) 682-706 (citados por Spicq). - 138 34:21-35:20. - 139 Act 23:7-8. - 140 45:28-30; 50,26. - 141 Cf. 1:22 y Sant 1:20; 5:11 y Sant 1:19; 28:22 y Sant 3:6; 29:10 y Sant 5:3, etc. Hay muchas reminiscencias yagas, pocas semejanzas precisas. Sin embargo, unas y otras parecen suficientes para concluir en favor de una influencia, que ha podido ser profunda, de Ben Sirac en Santiago (J. Ghaine, L'EpitredeS. Jacques [París 1927] p.li-lvii). Compara también: 4:25 con 2 Cor 13:8; 10:5 con Rom 13:1; 13:2.17-18 con 2 Cor 6:14-16; 33:16-17 con 1 Cor 15:8-10; 42:9 con 1 Cor 7:36, etc. - 142 Cf. Didajé 4:6; Carta de Bernabé 19:9. N. Peters, Das Bitch Jesús Sirach (Müns-ter 1913) p.Lix. - 143 Commenlar. in Symb. Apostolorum 36:38: PL 21:373.374· - 144 Prolog, galeatus: PL 28:556; Praef. in lib. Salom.: PL 29:404. - 145 Epz'st. ad Mían.: PL 22:961; Contra Pelag. II 5: PL 23:541; In Is. III 13: PL 24:67. - 146 Orígenes, Contra Cels. VI 7; VII 12: PG 11:1299.1437; Ðåñß ¢ñ÷ùí 118: PG 11:222; In Lo. 32:14: PG 14:805; Glem. De Alejandría, Paedag. II 1.2.5.7.8, Etc.: PG8:392.417.420. 432.449; Sírom. X, III: PG 9:36. - 147 San Atanasio, Contra Árlanos II 79: PG 26:313; San Cirilo De Jerusalén, Catech. VI 3: PG 33:544; San Epifanio, Adv. Haer. III 1:76: PG 42:561. - 148 De civitate Dei XVII 20: PL 41:554. - 149 De doctrina christiana II 8: PL 34:41. - 150 Denz, 96. - 151 Para un estudio histórico más amplio de la canonicidad del libro, cf. L. bigot, DTC col.2033-2041. También L. denefeld, Histoire des livres de à Anden Testament (París 1929); S. M. zarb, De historia canonis utriusque Testamenti (Roma 1934); C. spicq, L'Ecclésiastique (Pirot-Clamer, La Samte Bible VI) (París 1943) P544-549- - 152 Quorum priorem (sel. lesu filii Sirach librum) hebraicum reperi (PL 28:1242). - 153 Contienen: el Cód. A: 3:6-16:26 y algunas inserciones esporádicas, como 2,i8b, que intercala después de 6:17; 23:16-17 después de 12:14; 27:5-6 después de 6:22. El Cód. B: 30,11-33:3; 35:11-38:27; 39:20-51:38. El Cód. C: 6:19-7:28 y algunos versos de los c.4.i8-2O. 25.26 y 27. El Cód. D: 36:24-38:1. El Cód. E: 32:16-33:32; 34,i- - 154 Bibliografía: A. E. Cowley y A. Neubauer, The original Hebrew of a portion of Ecclesiastícus (39:15-49:11) (Oxford 1897); J. touzard, L'original hébreu de l'Ecclésiastique: RB 6 (1897) 271-282.547-573; 7 (1898) 33-58; id., Les nouveaux fragments hébreux de l'Ecclésiastique: RB 9 (1900) 45-62.525-563; Noldeke, Bemerkungen zum Hebraischen Ben Sirach: Zaw 20 (1900) 81-94; J. Knabenbauer, Textus Ecclesiastici Hebraeus descriptus secundum fragmenta nuper reperta cum notis et versione latina (Apéndice al Comment. in Eccum.) (París 1902); taylor, The Originality ofthe Hebreiv Text of Ben Sira in the Light of the Vocabu-lary and the Versions (1910); marcus, A Fifth Manuscript of Ben Sira: JQR 21 (1931)223-240; levi, Un nouveau fragment de Ben Sira: REJ 92 (1932) 136-145; Segal, The Evolution of the Hebrew Text ofBen Sira: JQR 25 (1934-35) 91-149; G. R. driver, Ecclesiasticus. A New Fragment ofthe Hebrew Text: Exp. Times 49 (1937-38) 37-39; kahle, The Age ofthe Scrolls: VT i (1951) 38-48; D. gonzalo maeso, Disquisiciones filológicas sobre el texto hebreo del Eclesiástico: Mestarabh 8:2 (1959) 3-26. - 155 Baillet, Fragments du document de Damas. Qumrán, Grotte 6: RB 63 (1956) 513-23; M. R. Lehmann, Ben Sira and Qumrán Literature: Rqum 3 (1961) 103-106; Yom Kippur in Qumrán (and Ben Sira): ibid., p. 117-124; J. Trinquet, Les liens sadoctfes de l'Ecrit de Damas, des mss de la Mer Morte et de l'Ecclésiastique: VT i (1951) 287-292. - 156 Compara 20:29 con Dt 16:19; 24:23 con Dt 33:4; 45.7S con Ex 26:25, etc. - 157 Knab., Comm. m Eccum. p.29; cf. 7:12; 10:5.9; 12:8; 13:1; 16:18; 24:25, etc. - 158 Ecclesiasticus. The Greek text of codex 248 edited with the textual Commentary ad prolegomena (Cambridge 1909). - 159 c. Douais, Une ancienne versión latine de l'Ecclésiastique (París 1895); H. Herkenne, De Veteris latinae Eccli. cap. 1-43 (Leipzig 1899); D. De Bruyne, Etude sur le texte latin de l'Ecclésiastique: RevBen 40 (1928) 5-48. - 160 Eclesiástico (Verbum Domini) (Barcelona 1956) n.596g.


Prologo del Traductor Griego.
Grandes y ricos tesoros de instrucción y sabiduría nos han sido transmitidos en la Ley, en los Profetas y en los otros libros que les siguieron, por los cuales merece Tsrael grandes alabanzas. Pues no solamente los que pueden leerlos en la lengua original vendrán a ser doctos; pero aun los extraños, deseosos de aprender, saldrán aprovechados para hablar o escribir.
Mi abuelo Jesús, habiéndose dado mucho a la lección de la Ley, de los Profetas y de los otros libros patrios, y habiendo adquirido en ellos gran competencia, se propuso escribir alguna cosa de instrucción y doctrina para quienes desearan aprenderla y, siguiéndola, aprovechar mucho más, llevando una vida ajustada a la Ley. Os exhorto, pues, a leer esto con benevolencia y aplicación y a tener indulgencia por aquello en que, a pesar del esfuerzo puesto en la traducción, no hemos logrado dar la debida expresión a las palabras, pues las cosas dichas en hebreo no tienen la misma fuerza cuando se traducen a otra lengua.
No sólo este libro, sino aun la misma Ley y los Profetas y los restantes libros traducidos, difieren no poco comparados con el original.
Llegado a Egipto el año treinta y ocho del reinado de Evergetes, y habiendo permanecido allí mucho tiempo, hallé una diferencia no pequeña en la doctrina. Y así juzgué necesario poner alguna diligencia y trabajo en traducir este libro. En este intervalo de tiempo trabajé y velé mucho y puse toda mi suficiencia en llevar a buen término la traducción del libro, para utilidad de los que en el destierro quieren aprender y estén dispuestos a ajustar a la Ley sus costumbres.

Un nieto de Jesús, hijo de Sirac, compuso para la obra de su abuelo este prólogo, que, si bien no goza del carisma de la inspiración, permite conocer otros pormenores.
Comienza haciendo en él un elogio de los tesoros de instrucción y sabiduría que encierran los libros sagrados, designados aquí por primera vez con la triple distinción que se hizo clásica en los judíos: la Ley, los Profetas (desde Josué a Malaquías) y los hagiógrafos (en que se incluyen también Daniel, Rut y casi todos los sapienciales). Los dos términos son frecuentes en la literatura sapiencial. La sabiduría designa la ciencia que enseña el arte del buen vivir, que es una vida conforme a la voluntad de Dios. La instrucción se refiere más bien a la educación, la disciplina, la corrección, que enseña a vivir esa vida y a ser sabios 1. La grandeza inmensa del pueblo israelita, nación pequeña e insignificante frente a grandes imperios orientales de la antigüedad, radica en su elevación de doctrina y moral sobre todos ellos, en la verdadera sabiduría e instrucción contenida en sus libros sagrados, depositarios de la revelación divina. Con su lectura y estudio, los ya sabios, es decir, los escribas, que podían leerlos en su lengua original (el pueblo israelita hablaba el arameo, y los judíos de la diáspora el griego), crecerán en sabiduría, descubriendo nuevos tesoros en ellos; y sus discípulos, aquellos que frecuentaban las escuelas oficiales de los escribas y formaban una clase especial, se capacitarán para hacer partícipes de la sabiduría en ellos encerrada a los judíos de la diáspora, a los prosélitos, a los gentiles mismos. Los libros sapienciales tienen perspectivas universalistas.
Después hace la presentación y elogio del autor del libro. Fue éste su abuelo, un asiduo lector de los libros sagrados, en cuyo conocimiento aprovechó tanto, que se creyó en el deber de escribir su obra con la finalidad práctica antes indicada en la introducción. La sabiduría judía no miraba solamente a la instrucción intelectual, sino también y principalmente a la educación, disciplina de la voluntad y del corazón en orden a una vida conforme a la Ley 2. Exhorta a leerlo con diligencia y aplicación y pide excusa y comprensión para las deficiencias que en su versión pueda haber cometido, no obstante el esfuerzo que ha puesto. Los mismos libros de la versión de los LXX, traducidos en su mayor parte, no habían conseguido el ideal apetecido, a pesar de haberlo sido por hombres muy doctos. Y es que, como observa muy bien Calmet, por muy bella y exacta que sea una traducción, es siempre menos expresiva que su original. Los términos de dos lenguas diversas casi nunca vienen a tener la misma significación. Ver sólo la obra traducida es contemplar una tapicería al revés; son los mismos personajes, pero no presentan ni la misma belleza ni la misma gracia. Dice San Jerónimo a este propósito que causan náuseas los alimentos masticados con los dientes de otro (In Ezech 1.7 prael.) 3. Lo cual tiene más plena aplicación cuando se trata de dos lenguas y dos idiosincrasias tan diferentes como la hebrea y la griega.
Finalmente, indican las circunstancias y motivos que lo indujeron a llevar a cabo su versión: habiendo llegado a Egipto el año 132 a. de C. y permanecido allí largo tiempo, pudo confrontar la diferencia de instrucción religiosa entre los judíos de Palestina y los que vivían en Egipto. Estos poseían una cultura religiosa inferior, y tal vez al contacto con la sabiduría egipcia habían ido adulterando algo la doctrina tradicional4. Ello lo decidió a traducir el libro, obra en que puso toda su inteligencia, con el fin de que también los judíos de la diáspora pudieran conocer los postulados de la verdadera sabiduría y vivir, en medio de un ambiente de costumbres paganas, una vida ajustada a la Ley, digna de un israelita 5.

1 Cf. Prov 1:1-6. - 2 Armonizando la teoría con la práctica, los judíos se distinguieron de los lacedemonios y de los cretenses, que educaban a los ciudadanos por medio de la práctica, no con preceptos, o de los atenienses o de los otros griegos, que prescribían por medio de leyes lo que era preciso hacer o evitar, pero no se preocupaban de acostumbrarlos a la acción... Nuestro legislador, él mismo, ha puesto todo su empeño en armonizar estas dos enseñanzas. No ha dejado sin explicación la práctica de las costumbres, ni consentido que el texto de la ley quede sin efecto (Fi. Josefo, Contra Apion. II 16.17). - 3 Citado en G. Spicq, o.c., p.559. - 4 La traducción hallé una no pequeña diferencia en la doctrina no es segura. Otros traducen: hallé una copia que contenía una notable instrucción; tal vez una obra que contenía el Eclesiástico, y que Ben Sirac, por el motivo indicado, tradujo. El (inveni) libros derelictos de la Vulgata Üöïìïßï$ puede considerarse como equivalente de Üöïìïßùìá: imagen semejante, ejemplar, copia. - 5 De Bruyne, Le prologue, le titre et lafinale de VEcclésiastique: Zaw 47 (1929) 257-263; Cadbury, The Grandson of Ben Sira: HThR 48 Ü955) 219-225; P. Auvray, Notes sur le Prologue de VEcclésiastique: Mel. bib. A. Robert (París 1957) 281-287.



Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

Eclesiástico 38,1-39;;;;;;;;;;;;;;;;;


38. El Medico, los Muertos, el Artesano.

Conducta para con el médico (38:1-15).
1 Atiende al médico antes que lo necesites, que también él es hijo del Señor. 2 Pues del Altísimo tiene la ciencia de curar, y el rey le hace mercedes. 3 La ciencia del médico le hace andar erguido, y es admirado de los príncipes. 4 El Señor hace brotar de la tierra los remedios, y el varón prudente no los desecha. 5 ¿No endulzó el agua amarga con el leño para dar a conocer su poder? 6 El dio a los hombres la ciencia para mostrarse glorioso en sus maravillas. 9 Con los remedios el médico da la salud y calma el dolor, el boticario hace sus mezclas para que la criatura de Dios no perezca. 8 y por él se difunde y se conserva la salud entre los hombres. 9 Hijo mío, si caes enfermo, no te impacientes; ruega al Señor y él te sanará. 10 Huye del pecado y la parcialidad y purifica tu corazón de toda culpa. 11 Ofrece el incienso y la oblación de flor de harina; inmola víctimas pingües, las mejores que puedas. 12 Y llama al médico; porque el Señor le creó, y no le alejes de ti, pues te es necesario. 13 Hay ocasiones en que logra acertar, 14 porque también él oró al Señor para que le dirigiera en procurar el alivio y la salud, para prolongar la vida del enfermo. 16 El que peca contra su Hacedor caerá en manos del médico.

La mención de la enfermedad en la perícopa precedente sugirió a Ben Sirac ésta sobre el médico, única en el Antiguo Testamento. Parece había en su tiempo quienes no tenían para con él las deferencias debidas más que cuando la enfermedad traspasaba los umbrales de su casa, e incluso quienes, considerando la enfermedad como un castigo de Dios1, veían en los cuidados sanitarios del médico una conducta opuesta a los designios de Dios.
El autor recomienda honrar debidamente al médico cuando estás sano, con lo que, cuando caigas enfermo, lo encontrarás más dispuesto a atenderte con todo interés y diligencia. Añade que es Dios mismo quien le ha dado la ciencia de curar, como ha puesto en las plantas las virtudes curativas. En efecto, es el Altísimo quien ha creado al médico y le ha dado una misión que cumplir en la sociedad: la de curar las enfermedades, dentro, claro está, de los designios de Dios, el cual quiere el concurso de las causas segundas para llevar a cabo dicha curación cuando así lo ha dispuesto su voluntad. A la acción del médico se asocia la del farmacéutico, que con sus mezclas y combinaciones prepara los medicamentos que aquél prescribe, completando así su labor. Uno y otro reciben su ciencia de Dios y son instrumentos providenciales para la curación de las enfermedades, don de Dios en beneficio de la humanidad, sujeta a tantas miserias. Y para que puedan llevar a cabo su misión, Dios ha puesto en las cosas de la tierra, en las plantas, en los medicamentos, las virtudes curativas que el médico con su ciencia descubre. Si con un leño, que no tiene capacidad alguna para ello, pudo endulzar las aguas amargas de Mará 2, bien podrá comunicar a aquéllas virtudes curativas. Con razón puede gloriarse el médico con su ciencia, tan importante y práctica como es el devolver la salud, y su misión es digna de todo honor y deferencia. Por eso los grandes los admiran y honran, reconociendo la utilidad de sus conocimientos. De hecho, entre los orientales tenían un elevado rango en las cortes y gozaban de gran estima. José tenía muchos a su servicio. 3 Herodoto precisa que en este país cada médico cuidaba una sola enfermedad, no muchas. Todo está lleno de médicos: unos son médicos para los ojos; otros, para la cabeza, para los dientes, para la región abdominal, para las enfermedades de localización interna. 4
De cuanto precede, Ben Sirac deduce la doble conducta que se debe seguir cuando se es afectado por una enfermedad. En primer lugar, acudir a Dios, que, como queda indicado, es quien hiere y quien cura con su mano 5, con la oración, el arrepentimiento de sus culpas y los sacrificios. Un buen israelita no ha de impacientarse ante la enfermedad que Dios le envía, sino levantar a Dios su corazón y rogar tenga a bien curarle de ella e ilumine al médico para que logre acertar en el medio curativo. Para conseguir que tu oración sea grata al Señor, es preciso purificar el alma de las culpas pasadas y apartarla de todo pecado, manteniéndose firme en el cumplimiento de los mandatos de Dios. Podría ocurrir, además, que la enfermedad fuese castigo de los pecados 6. Así serán también gratos a Dios los sacrificios que por tu enfermedad deberás ofrecer, el incienso y memorial de flor de harina 7, que recordará a Yahvé la súplica del oferente e infundirá en éste esperanza de ser escuchado por él; y en cuanto a víctimas, ofrece las mejores, pues se trata de un bien tan estimable como la salud, sin la cual de nada valen los bienes materiales. Es mejor salud con lo necesario que muerte dejando muchas riquezas.
Pero este recurso a Dios no excusa al enfermo de poner los medios naturales encaminados a conseguir la salud. Dios obra por medio de las causas segundas, y la causa segunda en este caso es el médico, por medio del cual Dios suele conceder la curación de las enfermedades. Y así, cuando cayeres enfermo, lo harás llamar (v.1a). Si no siempre da con el remedio eficaz - aun en nuestros días los mismos especialistas no pueden siempre garantizar el éxito de sus prescripciones médicas -, hay ocasiones en que logra descubrir la raíz del mal y prescribir el tratamiento oportuno. Además, también él habrá orado ante el Señor para que lo ilumine al investigar el remedio para tu enfermedad, y su oración, unida a la tuya, hará más fuerza ante El. Oportuna observación para el médico, que ha de poner en práctica cuantos medios le suministra la ciencia, pero que ha de pedir a la vez al Señor las luces necesarias para un acertado ejercicio de su profesión.
La afirmación con que termina la perícopa - quien peca contra su Hacedor caerá en manos del médico (v.1s) - responde a la concepción tradicional de que la enfermedad es castigo de los pecados y deriva del espíritu de la ley antigua, según el cual los pecados eran castigados con penas corporales. En rigor, toda enfermedad, como todo mal, proviene, en último término, del pecado original. Por lo que a los pecados actuales toca, los hay que llevan consigo el castigo en el cuerpo, como la intemperancia, la lujuria, etc.; pero no siempre los males y enfermedades arguyen pecados actuales. Job clama contra la opinión tradicional frente a su mujer y amigos, si bien no da la solución radical al problema del justo que sufre, contentándose con afirmar que Dios le envía sufrimientos para purificarlo y probarlo. Nosotros no ignoramos que a veces pueden ser consecuencia de los pecados cié los predecesores o sencillamente para que se manifieste el poder y la gloria de Dios 8, como sabemos también por la revelación que los pecados no han de ser necesariamente castigados en esta vida 9.

El luto y tristeza por los muertos (38:16-24).
16 Hijo mío, llora sobre el muerto y, profundamente afectado, canta lamentaciones, amortájale según su condición, y no dejes de darle sepultura. 17 Llora amargo llanto, suspira ardientemente. 18 y según la condición del muerto haz su duelo, un día o dos para no ser puesto en lenguas, y luego consuélate y da fin a tu tristeza; 19 porque la tristeza origina la muerte, y la tristeza del corazón consume el vigor. 20 Con la sepultura del muerto debe cesar la tristeza, pues la vida afligida hace mal. 21 No te acuerdes ya más de él, aléjalo de la memoria y piensa en lo por venir. 22 No pienses más en él, pues no hay retorno, que al muerto no le aprovecha y a ti te hace daño. 23 Piensa en su destino, pues el suyo será el tuyo, el suyo ayer, mañana el tuyo. 24 Con el descanso del muerto descanse su memoria y consuélate de su partida.

Por asociación de ideas, Ben Sirac pasa de la enfermedad a instruir a sus lectores sobre la actitud que deben observar respecto de los muertos. Les señala un triple deber de caridad: el llanto amargo y lamentaciones solemnes, que llevaban a cabo las plañideras profesionales 10, y que debían realizarse con profundos sentimientos de piedad; amortajarle conforme a su condición: sabemos por el Evangelio que se vendaban los miembros del difunto y se cubría su rostro con un sudario 11; y darle sepultura, lo que constituía para los hebreos un deber sagrado 12.
Entre los judíos, el duelo por el difunto duraba generalmente siete días 13; cuando se trataba de personajes ilustres, se extendía hasta un mes, como en el caso de Moisés y Aarón. El Talmud señala tres días para los llantos, siete para las lamentaciones, treinta para los cabellos y la barba, que es preciso dejar crecer. Pasado este tiempo, añade, Dios dice: No seáis más sensibles que yo mismo. 14 Ben Sirac lo reduce a uno o dos días, aunque tal vez podría referirse a las ceremonias de duelo más ardientes, dando a entender que incluso se podrían suprimir si no fuera porque se interpretaría como señal de poco afecto hacia el difunto. Pero, pasado ese tiempo, conviene vencer toda tristeza, enseña Ben Sirac, ya que, si se prolonga, hace mal a quien no la desecha. En efecto, una tristeza excesiva abate el alma, creando en el ánimo una depresión que enerva las mismas energías corporales, minando la salud de tal modo, que puede incluso llegar a causar la misma muerte 15. Y al difunto nada le aprovecha ese llanto y tristeza; por muy intensos y extremados que sean, no harán volver a la vida a aquel que descendió al seol, del que no hay retorno posible; como se deshace una nube y se va, así el que baja al sepulcro no sube más, no vuelve más a su casa, no le reconoce ya su morada.16 Ni se podrá con ellos mejorar en lo más mínimo su situación en aquel más allá. Finalmente, ten en cuenta que llegará un día en que también tú morirás; no acortes los días de tu vida ni los hagas tristes con esa prolongada aflicción. Piensa en las cosas futuras para olvidar las pasadas, que ya no tienen remedio, y vuelve a la alegría, que te hará más largos y felices los días de tu vida, pues corazón alegre hace buen cuerpo; la tristeza seca los huesos. 17 Esta manera de pensar choca con nuestra mentalidad cristiana. Ben Sirac ignoraba la suerte que en el más allá estaba reservada a los difuntos y desconocía lo que en su favor podemos hacer, si no con lamentaciones inútiles, sí con un recuerdo que lleva a la oración y sacrificio. Privado de la revelación posterior que aclaró esos puntos, su sentir es naturalista, no elevándose sobre meras consideraciones humanas semejantes a la que encontramos en los paganos.

El artesano en contraste con el sabio (38:25-39).
25 La sabiduría del escriba se acrecienta con el bienestar, pues el que no tiene otros quehaceres puede llegar a ser sabio. 26¿Cómo puede ser sabio el que tiene que manejar el arado y pone su gloria en esgrimir la ahijada, aguijoneando a los bueyes y ocupándose en sus trabajos, y siendo su trato con los hijos de los toros? 27 Pone todo su empeño en trazar derechos los surcos, y su desvelo en procurar forraje para los novillos. 28 Lo mismo digamos del carpintero o del albañil, que trabaja día y noche; de los que graban los sellos y se aplican a inventar variadas figuras, y ponen toda su atención en reproducir el dibujo, y se desvelan por ejecutarlo fielmente. 29 Lo mismo digamos del herrero, que junto al yunque considera el hierro bruto, a quien el calor del fuego tuesta las carnes, y que resiste perseverante el ardor de la fragua. 30 El ruido del martillo ensordece sus oídos, y sus ojos están puestos en la obra. 31 Su pensamiento está en acabarla bien, y su desvelo en sacarla a la perfección. 32 Lo mismo digamos también del alfarero, que, sentado a su tarea, da vueltas al torno con los pies, tiene siempre la preocupación de su obra y de cumplir la tarea fijada. 33 Con sus manos modela la arcilla y con sus pies ablanda su dureza; 34 pone su atención en acabar el vidriado, y su diligencia en calentar el horno. 35 Todos éstos tienen su vida fiada a sus manos, y cada uno es sabio en su arte. 36 Sin ellos no podría edificarse una ciudad; 37 ni se habitaría en ella, ni se pasearía. Pero no se levantan en las asambleas sobre los otros; 38 ni se sientan en la silla del juez, porque no entienden las ordenanzas de las leyes; ni son capaces de interpretar la justicia y el derecho, ni se cuentan entre los que inventan parábolas. 39 Son, sí, expertos en sus labores materiales, y su pensamiento mira a las obras de su arte. Muy de otro modo que el que aplica su espíritu a meditar en la ley del Altísimo.

Ben Sirac hace una amplia comparación entre el artesano, que ha de pasar todas las horas del día en sus ocupaciones manuales, y el sabio, que, libre de ellas, puede entregarse al estudio de la sabiduría especulativa, lo que le da ciertas ventajas sobre aquél.
Lo primero ocurre al labrador, a quien las faenas agrícolas y el cuidado de los ganados, ocupaciones necesarias para la vida de la humanidad que Ben Sirac no desestima en lo más mínimo, ocupan toda la jornada y absorben por completo su atención, sin dejarle tiempo para conversar asiduamente con los sabios. Lo mismo sucede al carpintero y al albañil, que carecen igualmente de la oportunidad del estudio y reflexión precisos para alcanzar la sabiduría; y a los grabadores de sellos, arte importantísima y muy estimada en la antigüedad, que requería una dedicación especial, pues el escultor tenía que esmerarse en idear nuevos diseños - cada cual debía tener un sello especial, que le servía de distintivo personal - y reproducirlos con exactitud sobre el bronce o las piedras preciosas. En su tarea han de poner también todo su empeño el herrero, a quien el autor presenta trabajando conforme a la antigua costumbre, y el alfarero, oficio conocido ya en Egipto en el Medio Imperio. Aquél, con sus ojos puestos en la obra, intenta con su martillo hacer del trozo de hierro un utensilio útil, y en obtenerlo lo más perfectamente posible pone toda su ilusión y su tiempo; éste, con sus pies, ha de hacer girar la rueda, mientras con las manos modela la figura sobre la que después extiende el vidriado. Todo ello requiere, además de un cuidado especial, mucho tiempo, si quiere hacer un número elevado y variado de ejemplares que le asegure un notable rendimiento.
Todos éstos han de pasarse la vida en sus ocupaciones, que, aunque diversas, tienen de común la exigencia de una dedicación asidua, necesaria para poder ganar el sustento, de modo que no queda posibilidad de prescindir de él para dedicarse al estudio de la sabiduría. Su aspiración será el ser sabios y maestros cada uno en su oficio y producir primorosas obras de arte, con las cuales, por lo demás, prestan servicios imprescindibles a la humanidad; sin ellos no se habitarían las casas ni se pasearía por las plazas de la ciudad, pues unas y otras precisan ser construidas por ellos. Pero no han realizado estudios especulativos para tomar parte en las reuniones de los grandes y poder dar en ellas su opinión. No han estudiado la Ley para poder juzgar e interpretar leyes, ni la sabiduría para poder expresarla en palabras 18. No obstante, insiste Ben Sirac, pueden en su profesión ser expertos y confeccionar verdaderas obras de arte y ser, bajo este aspecto, beneméritos de la humanidad.

1 Num_12:9-11; Sam 16:14; Job_4:7-8; Sal_38:3-11; Sal_41:5. - 2 Exo_15:23. - 3 Gén 11,Exo_50:2. - 4 Histor. II 58. - 5 Job_5:18; Ose_6:1. - 6 Mat_9:2; Jua_5:14. - 7 Lev_2:2.9.16. - 8 Jua_9:2. - 9 H. Duesberg, Le mídecin, un sage (Eccli 38:1-15): Bivichr 38 (61)43-48; A. Maca-Lister, art. Medicine, en Hastings, Dict. de la Bible II 32135. - 10 Amo_5:16; Mat_9:23; Mar_5:38. - 11Jn_11:44. - 12 JE1 hebreo lee el lóbc: dale sepultura según su condición y no te ocultes en su muerte. Lo primero se refería a los funerales conforme a su posición social. Lo segundo, a los que se retiraban lo más pronto posible de los muertos por temor a contaminarse al contacto con los cadáveres (Num_19:11-16) o para no tener que prestar los cuidados mencionados. - 13 Cf. 22:13. - 14 Talmud de Jerusalén, Mo'edh Qaton 2?b. - 15 El v.20 falta en el hebreo. En el griego, siríaca y Vulgata está muy oscuro. La traducción que escogemos sigue en 2oa la lección de los mejores códices griegos, y en 2ob la del griego corregido. La Bib. de Jér.: con los funerales debe cesar la aflicción; una vida llena de tristeza es insoportable. - 16 Job_7:9-10; 2Sa_12:13. - 17 30:22-23; Pro_17:22. - 18 Cf P. W. Skehan, They Shall not be Found in Parables (Eco_38:38[3l]): Cf 9 23 (1961) 40.