Apocalipsis  21 Sagrada Biblia (Nacar-Colunga, 1944) | 27 versitos |
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya."
2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo.
3 Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos,
4 y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado.
5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas.
6 Díjome: Hecho está. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré gratis de la fuente de agua de vida.
7 El que venciere heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo.
8 Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.
9 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo y me dijo: Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero.
10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, que tenía la gloria de Dios.
11 Su brillo era semejante a la piedra más preciosa, como la piedra de jaspe pulimentada.
12 Tenía un muro grande y alto y doce puertas, y sobre las doce puertas doce ángeles y nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel:
13 de la parte de oriente, tres puertas; de la parte del norte, tres puertas; de la parte del mediodía, tres puertas, y de la parte del poniente, tres puertas."
14 El muro de la ciudad tenía doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
15 El que hablaba conmigo tenía una medida, una caña de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro.
16 La ciudad estaba asentada sobre una base cuadrangular, y su longitud era tanta como su anchura. Midió con la caña la ciudad, y tenía doce mil estadios, siendo iguales su longitud, su latitud y su altura.
17 Midió su muro, que tenía ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana, que era la del ángel.
18 Su muro era de jaspe, y la ciudad oro puro, semejante al vidrio puro;"
19 y las hiladas del muro de la ciudad eran de todo género de piedras preciosas: la primera, de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda;"
20 la quinta, de sardónica; la sexta, de cornalina; la séptima, de crisólito; la octava, de berilo; la novena, de topacio; la décima, de crisoprasa; la undécima, de jacinto, y la duodécima, de amatista."
21 Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era una perla, y la plaza de la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente.
22 Pero templo no vi en ella, pues el Señor, Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo.
23 La ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba y su lumbrera era el Cordero.
24 A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria.
25 Sus puertas no se cerrarán de día, pues noche allí no habrá,
26 y llevarán a ella la gloria y el honor de las naciones.
27 En ella no entrará cosa impura ni quien cometa abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero.

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Introducción a Apocalipsis 

Times New Roman ;;;

Apocalipsis.

Introducción.

Título.
El término apocalipsis es la transcripción de la primera palabra griega, áðïêÜëõøç, con la que empieza nuestro libro: Apocalipsis de Jesucristo. El substantivo apocalipsis = revelación proviene del verbo griego áðïêáëýðôù, que significa revelar, descorrer el velo, descubrir. En el Nuevo Testamento, un apocalipsis es, pues, esencialmente, una revelación, hecha por Dios a los hombres, de cosas ocultas conocidas sólo por El 2. Aquí la revelación va dirigida a San Juan, el cual recibe la misión de comunicarla a las siete iglesias de la provincia proconsular de Asia: Efeso, Esmirna, Pergamo, Tia-tira, Sardes, Filadelfia y Laodicea. Estas siete iglesias representan a todas las comunidades cristianas del Asia a las cuales dirige San Juan su mensaje. Es probable que nuestro autor tome apocalipsis en el sentido de manifestación de Jesucristo como Señor y como Juez, pues es el sentido que mejor responde al contenido de su mensaje.
En la época en que escribía San Juan, el término apocalipsis servía para designar - tanto entre los judíos como entre los cristianos - libros que contenían revelaciones divinas acerca de diferentes objetos, especialmente sobre el futuro 3. Y estas revelaciones divinas podían ser hechas directamente por Dios, o por medio de ángeles. Pero, sin revelación divina, no se podía dar apocalipsis, porque el hombre es incapaz de conocer por sí mismo los secretos celestes.

Género apocalíptico.
Para la verdadera inteligencia del Apocalipsis importa más que nada conocer el género literario en que fue escrito. El género apocalíptico, propio de nuestro libro, tuvo gran éxito en ciertos ambientes judíos en la época en que escribía San Juan. A partir del siglo II a.C. comienza una gran floración de apocalipsis, la mayor parte de ellos apócrifos, que se irá extendiendo más y más hasta el siglo ni d. Hasta nosotros ha llegado un cierto número de estas obras apócrifas, como los libros de Henoc, el libro de los Jubileos, los Testamentos de los doce Patriarcas, los Secretos de Henoc, la Asunción de Moisés, el Cuarto libro de Esdras, el Apocalipsis de Abrahan, de Isaías, de Baruc, de Sofonías, de Ezequiel, la Vida de Adán y Eva, Salmos de Salomón, Oráculos sibilinos, etc. Todos tienen de común el pretender descubrir a los hombres lo que Dios sólo, o los seres celestiales, conocen, es decir, sucesos futuros referentes al pueblo de Dios y a la vetsaida de los tiempos escatológicos. Y lo hacen con el fin de consolar a los espíritus abatidos y de infundirles nuevos ánimos, en medio de las persecuciones y desgracias por las que tuvo que pasar Israel. Ante la terrible persecución de Antíoco Epífanes (168-165 a.C.), ante la toma de Jerusalén por Pompeyo (63 a.C.), y ante la destrucción del templo y del pueblo judío (70 y 135 d.C.), no tiene nada de extraño que muchos fieles yahvistas pensasen en el próximo fin de la religión y de la raza elegida. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer escritos apocalípticos que cantaban la gloria del futuro Israel. Estos apocalipsis eran mensajes de esperanza para los judíos fieles, pues les recordaban la fidelidad de Dios a sus promesas. Pero, al mismo tiempo, eran una amenaza para los gentiles y los judíos apóstatas, e incluso a veces una invitación a la conversión.
Los grandes sucesos por medio de los cuales Dios obrará la liberación de Israel son presentados por la literatura apocalíptica como inminentes. Pero, al no encontrar una solución inmediata para los males nacionales del momento presente, se refugian en un futuro glorioso íntimamente ligado con los últimos días. Los autores apocalípticos recurren de ordinario a visiones divinas, a intervenciones de ángeles, que se presentan como guías o intérpretes de los hechos misteriosos que han contemplado. Esas visiones o revelaciones suelen tener lugar en las esferas celestes. Los hechos históricos contemporáneos del autor apocalíptico son presentados bajo una forma oscura y misteriosa. Y lo que esos autores no conocen por la historia lo presentan como envuelto en los velos de la profecía. Pretenden desligarse del presente para trasladarse a los tiempos futuros.
Por el hecho de que los libros apocalípticos suelen hablar del triunfo de Israel y de la religión yahvista sobre los imperios y pueblos paganos, de ordinario emplean la seudonimia. De este modo trataban de evitar la persecución de la autoridad, cuya inminente caída profetizaban como segura. Y, por otra parte, el autor quería autorizar y acreditar su mensaje ante sus contemporáneos, presentándose bajo el nombre de algún personaje célebre del Antiguo Testamento, como Abrahán, Moisés, Isaías, Henoc.
Otra nota característica de la literatura apocalíptica es su esoterismo. El mensaje suele ir dirigido a un grupo de iniciados. Para explicar la aparición repentina de una obra hasta entonces desconocida, simulan que acababa de encontrarse o que se hallaba en poder de un grupo restringido de personas. En sus descripciones no buscan la claridad, sino que complican las escenas para hacerlas más misteriosas. Muchas de las imágenes empleadas son plásticamente irrealizables. A veces se emplea también un lenguaje criptográfico y hasta cifrado, que sólo un cierto número de personas podía comprender 4.
El apocalipsis es, por lo tanto, una revelación hecha a ciertos hombres, directamente por Dios o por ministerio de los ángeles, ¿e cosas ocultas, especialmente de secretos divinos 5.
El hecho de que la revelación apocalíptica se refiera casi siempre a cosas ocultas del futuro hace que el apocalipsis sea al mismo tiempo una especie de profecía. Y tanto es así que a veces resulta difícil delimitar las fronteras exactas entre el apocalipsis y la profecía. Las visiones de Ezequiel, de Zacarías y de Daniel están, desde el punto de vista literario, a medio camino entre las sobrias profecías de Amos e Isaías y las complicadas revelaciones de muchos apocalipsis apócrifos. El Apocalipsis de San Juan también guarda este medio, y se asemeja bastante a los escritos de Ezequiel y Daniel 6, de los que toma muchas de sus imágenes y símbolos. El género apocalíptico se muestra más bien como un desarrollo del género profetice 7. Por otra parte, sin embargo, el género apocalíptico difiere bastante del género profético, pues es esencialmente alegórico, voluntariamente misterioso y siempre necesita interpretación.
La misión esencial del profeta es el recordar constantemente al pueblo sus obligaciones y las exigencias de la alianza. Para mejor llevar a cabo su misión puede recibir revelaciones especiales acerca de un suceso futuro, que él anuncia como signo cuyo cumplimiento justificará sus palabras y su misión 8. Otras veces, el profeta conoce y anuncia con antelación los castigos que han de abatirse sobre el pueblo de Dios. Y una vez que el castigo ha llegado, anuncia perspectivas de restauración y de renovación religiosa. El profeta es un vidente, un hombre que recibe de Dios revelación de hechos futuros que sus contemporáneos no conocen. Pero esta previsión del futuro es secundaria en la profecía; y se da al profeta sólo para favorecer su misión primordial, que es recordar al pueblo sus obligaciones morales.
Por el contrario, en la apocalíptica el elemento principal es la previsión y anuncio de cosas futuras, mientras que las preocupaciones morales inmediatas se esfuman y pasan a segundo término 9. El autor de un apocalipsis es, ante todo, un vidente. La revelación de las cosas misteriosas del futuro la recibe bajo la forma de visiones que consigna por escrito 10. Pero estas visiones no constituyen el objeto de la revelación, sino que son símbolos que sirven para expresarla. Los autores apocalípticos difieren de los profetas clásicos - según el P. Lagrange - en que, en lugar de tomar sus visiones del ambiente circundante, se elevan más alto; no piden a Dios que descienda, sino que prefieren subir hasta El para ver de cerca sus maravillas. 11
El simbolismo es una de las principales características del género apocalíptico. Todas las imágenes que el autor apocalíptico emplea son símbolos: una espada significa destrucción y exterminio; una corona representa la realeza del que la lleva; una palma, el triunfo; las alas, la agilidad para moverse. Un candelabro representa a una Iglesia determinada 12; una estrella, a un ángel; las siete cabezas de la Bestia pueden representar siete colinas (¿las de Roma?) o siete reyes 13. Los números son también casi siempre simbólicos, y no se deben tomar por lo que valen, sino por lo que simbolizan. El siete simboliza la plenitud, la perfección; el seis (=7 menos 1), por el contrario, representa la imperfección; el ocho, la sobreabundancia; el cuatro simboliza el mundo creado (= los cuatro elementos, los cuatro puntos cardinales); el doce representa al Israel antiguo y al nuevo (la Iglesia cristiana); mil designa una gran ciudad, y lo mismo el cuadrado de doce (=144 multiplicado por 1000). Incluso los mismos colores tienen valor simbólico: el blanco es signo de la victoria, de la pureza, de la alegría 14; el rojo es símbolo de la violencia; ej negro, de la muerte 15; el escarlata, de lujo y magnificencia 16.
Por eso, cuando un autor apocalíptico quiere describir una visión, se sirve de estos símbolos para expresar las ideas que Dios le sugiere. Como la finalidad que se propone no es la de describir una visión imaginable y coherente, sino la de traducir en lenguaje apocalíptico las ideas recibidas de Dios, de ahí que proceda por acumulación de símbolos, de cifras y de colores, sin preocuparse de su incoherencia. Teniendo esto en cuenta, sería un error querer imaginarse plásticamente, por ejemplo, la Bestia de siete cabezas y de diez cuernos del Apocalipsis de San Juan 17. ¿Cómo habría que repartir los diez cuernos sobre siete cabezas?
De donde se sigue que, en la interpretación del Apocalipsis de San Juan, es esencial el prescindir de lo plástico e imaginable, para contentarse con traducir intelectualmente los símbolos sin detenerse en los detalles más o menos sorprendentes. La Bestia representa al Imperio romano con sus emperadores (las cabezas) y sus reyes vasallos (los cuernos) 18. De los símbolos hay que extraer la idea, teniendo en cuenta su elasticidad y, a veces, hasta su incoherencia. El Apocalipsis de San Juan es una obra de un escritor oriental, de exuberante fantasía; de un vidente que vislumbra los destinos de la humanidad en un horizonte de eternidad. Sus visiones tienen mucho de flotante e inconsistente 19.
En la descripción de una visión apocalíptica, los detalles concretos poseen con frecuencia un valor simbólico y constituyen por sí mismos una enseñanza. A veces el mismo autor del Apocalipsis nos indica la interpretación de ciertos símbolos. Pero esto no es lo ordinario. Frecuentemente San Juan parece presuponer que sus lectores estaban al corriente del valor simbólico que él daba a sus imágenes. De ahí que hoy día no alcancemos a comprender el significado de ciertos símbolos, que debieron de ser claros para los contemporáneos del vidente de Patmos.
A hacer más oscura la interpretación de un escrito apocalíptico también contribuye el hecho de que el autor apocalíptico se esfuerza siempre por abstraer, al menos aparentemente, de su verdadera época. Se transporta siempre - como dice el P. Alio - a un punto convencional del pasado, al tiempo de un gran personaje como Henoc o Esdras, cualificado para recibir revelaciones divinas. Y es a este personaje al que hace hablar. Una de las características esenciales de los (apocalipsis) apócrifos es, por lo tanto, la seudonimia. Todos reposan sobre ficciones literarias. El autor pretendido podrá, pues, describir a modo de profecía los principales sucesos históricos que hayan tenido lugar desde su época hasta la del verdadero autor; y éste continuará esa serie de predicciones post eventum - sin que nada, en el tono ni en la forma literaria, denote el cambio - por sus propias especulaciones sobre el futuro. Construye de este modo un bloque que abarca hasta el fin del mundo, y descubre todos los designios de Dios en toda la historia de la humanidad. Es una verdadera filosofía de la historia 20. A veces el autor apocalíptico, no disponiendo de hechos históricos conocidos que le puedan servir de trama, tendrá que recurrir a las tradiciones alegóricas, a los lugares comunes de estrellas, metales, pedrerías, monstruos fantásticos, que muchas veces procederán de mitos y leyendas profanas. De aquí resulta con frecuencia la falta de unidad y la dificultad de armonizar los diversos puntos de vista escatológicos 21.
El Apocalipsis de San Juan ofrece numerosas semejanzas con los escritos apócrifos del género apocalíptico. Como éstos, se compone de visiones, con partes descriptivas y partes proféticas. El estilo empleado es figurado y misterioso. Se sirve de las mismas imágenes y expresiones que encontramos en la apocalíptica judía. Sin embargo, las diferencias son muy grandes. En primer lugar, el Apocalipsis del Nuevo Testamento no es un escrito seudónimo, sino que es presentado como obra de Juan, el vidente de Patmos 22.
Va dirigido a las iglesias donde él mismo había trabajado. Y trata de cosas que eran de primerísima actualidad. Por lo cual, cualquier fraude sería fácil de descubrir. Su unidad de enseñanza es perfecta. Juan nunca se ocupa de cosas inútiles (de los secretos cósmicos, etc.), como hacen frecuentemente los escritos apocalípticos. A imitación de los profetas antiguos, escribe con el fin primario de exhortar, de animar a sus hermanos sacudidos por la persecución y los peligros. La idea teológica central es el triunfo definitivo de Jesucristo sobre el mal en sus distintas manifestaciones históricas. La Iglesia y los fieles cristianos están ahora sometidos a sufrimientos y persecuciones; pero todo esto es algo pasajero. Cristo destruirá pronto todo lo que se opone a la implantación de su Iglesia en el mundo; y los cristianos que hayan permanecido fieles cantarán un cántico de alegría por toda la eternidad en el cielo. A veces San Juan no sólo exhorta y anima, sino que también reprende.

El Apocalipsis de San Juan y el Antiguo Testamento.
Si bien el Apocalipsis de Juan bebe abundantemente en la tradición apocalíptica judía, no es ésta la única ni la más impotante fuente del simbolismo joánico. Es más bien en los últimos profetas del Antiguo Testamento: Ezequiel, Zacarías, Daniel, en donde se puede encontrar el origen inmediato de los símbolos más importantes del Apocalipsis 23. El libro comido por Juan en Ap 10:9-10, es una adaptación de Ezequiel 24. Otro tanto sucede con la guerra de Gog y Magog 25, de la que nos habla San Juan en Ap 20:8. La descripción del cielo y del trono de Dios, con los cuatro animales que lo sostienen 26, depende indudablemente de la visión del carro divino de Ezequiel 27. El templo mesiánico de Ezequiel 28 tal vez haya influido en la concepción de la Jerusalén celestial, morada de los santos 29. También los lamentos sobre la ruina de Roma 30 parecen inspirarse en la elegía sobre la ruina de Tiro 31. La visión del ángel que mide el templo 32 y la ciudad 33 depende de Zacarías 34 y de Ezequiel 35. Los dos testimonios o testigos de Ap 11 constituyen una referencia a Zacarías36. De igual modo la visión de los caballos angélicos 37 depende de la visión de Zacarías 38 sobre los cuatro carros. La descripción del Hijo del hombre 39 está compuesta de rasgos que se inspiran en diversos pasajes del Antiguo Testamento 40. La primera Bestia de Ap 13 es una combinación de los cuatro monstruos que en Daniel41 representan la sucesión de cuatro imperios paganos. La imagen de la Mujer, en los dolores de parto, perseguida por el Dragón42, nos transporta a los orígenes de la humanidad, cuando Eva se dejó seducir por la serpiente. El arca de la alianza en el templo43 y la nube que llena el templo44 aluden a 2 Mac 2:5-8. para describir las persecuciones contra la Iglesia, San Juan se sirve largamente de las visiones del profeta Daniel, en las que describe la persecución de Antíoco Epífanes45. La visión de los que han triunfado de la Bestia 46, al lado de un mar de cristal y entonando el cántico de Moisés, alude al Ex 14-15. El tema del Éxodo y de la liberación de los israelitas de Egipto es ampliamente explotado para escribir todas las grandes liberaciones del pueblo de Dios 47.
La fuente principal, por consiguiente, del simbolismo de Juan es el Antiguo Testamento. Sin embargo, San Juan no se ha limitado únicamente a copiar a sus antecesores, sino que transforma las imágenes que él toma del Antiguo Testamento, imprimiéndoles el sello de su originalidad. Su inspiración profética es la que dirige el desarrollo de su obra. Como todo judío, con un conocimiento profundo de las Sagradas Escrituras, cuando quiere expresar una idea, le vienen espontáneamente a la pluma las expresiones del profetismo tradicional.

Procedimientos de composición en el Apocalipsis de San Juan.
Son muchos los autores modernos que defienden la unidad literaria del Apocalipsis, apoyándose en la lengua, tan característica de nuestro libro, con sus solecismos y semitismos, y en sus procedimientos de composición literaria. Si el Apocalipsis parece contener repeticiones, expresiones que chocan, etc., esto proviene del método de composición empleado por Juan.
Uno de los artificios literarios empleados por el Apocalipsis, el más claro, es el de las series septenarias: las siete cartas a las siete iglesias, los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas. Algunos autores, apoyándose en este procedimiento literario tan característico, piensan que el Apocalipsis estaría enteramente construido mirando al número siete. Según el P. Loenertz 48 y, en parte, el P. Levie 49, cada serie septenaria va precedida por una sección preparatoria: i septenario: Cartas a las siete iglesias, Ap 1:9-3:22 (sec. preparatoria = 1:9-20); 2 septenario: Los siete sellos, Ap 4:1-7:17 (sec. preparatoria = 4:1-5:14); 3 septenario: Las siete trompetas, Ap 8:1-11:14 (sec. preparatoria = 8:1-6); 4 septenario: Señales en el cielo Ap 11:15-14:20 (sec. preparatoria = 11:15-19); 5 septenario: Las siete copas, Ap 15:1-16:16 (sec. preparatoria = 15:1-16:1); 6 septenario: Las voces celestes, Ap 16:17-19:5 (sec. preparatoria = 16, 17-21); 7 septenario: Las visiones del fin, Ap 19:6-22:5 (sec. preparatoria = 19:6-10).
Otro de los artificios de composición del Apocalipsis lo constituyen las anticipaciones y anuncios hechos en términos propios de alguna escena que sólo se describirá más tarde. Estas anticipaciones aparecen siempre en lugares análogos. Por donde se ve claramente que se trata de algo hecho conscientemente por el autor sagrado. Así, Ap 2:7 es una anticipación de 22:2; Ap 2:11 es una anticipación de 20:14; la nueva Jerusalén de Ap 3:12 es una anticipación de 21:2; el pasaje Ap 11:1-13 es una anticipación del capítulo 13; Ap 14:8 es una anticipación de los capítulos 17-19; Ap 14:10 es una anticipación del capítulo 16; Ap 16:12-14 es una anticipación de 19, 17-21; Ap 19:7-9 es una anticipación de los capítulos 21:22.
Estas y otras muchas anticipaciones dan la impresión de que todas las partes del libro guardan entre sí una sólida coherencia y que la exposición del autor sagrado progresa de una manera más bien cíclica que rectilínea. De aquí la ley de las ondulaciones, como la llama el P. Alio 50. Esta presupone la hipótesis de la recapitulación, expuesta por primera vez por Victorino de Pettau, según la cual el Apocalipsis no expone una serie continua y cronológica de sucesos futuros, sino que describe los mismos sucesos bajo diversas formas. Es una repetición cíclica de la misma historia, con frecuentes anticipaciones - como indicamos arriba - y retrocesos. Por consiguiente, las repeticiones del Apocalipsis no serían simples yuxtaposiciones de fuentes análogas, sino que se explicarían en el sentido de que, en el interior de una misma serie, una visión esquemática se explica después en forma más amplia, aportando a la primera una precisión y una nueva claridad. Por muy variadas que sean las imágenes, se encuentran enlazadas entre sí por tales analogías, que uno se siente inmediatamente inclinado a creer en la cuasi identidad de muchas cosas que ellas representan51.
Otros autores hablan del desdoblamiento de las representaciones joánicas en dos fases sucesivas: una acústica y otra óptica. San Juan en la narración de un mismo hecho, primero lo oye y luego lo ve. Esto puede desorientar al lector, haciéndole considerar como sucesos objetivamente diversos lo que en realidad no es otra cosa que una doble representación de un mismo hecho 52.
También encontramos en el Apocalipsis la ley de la perpetua antítesis 53. En casi todos los cuadros, o en cada una de las series, se encuentran frases y figuras antitéticas. Dentro de las mismas series hay lugares fijos, determinados, destinados exclusivamente a hacer resaltar la antítesis general. Es lo que el P. Alio llama la ley de periodicidad en la posición de la antítesis54. Las antítesis se encuentran ordinariamente al final de las visiones preparatorias que preceden a los septenarios, es decir, en cada sexto momento de los septenarios, si exceptuamos el de las cartas. San Juan tiene continuamente ante la vista la oposición de dos sociedades, de dos ciudades: la de los amigos de Dios, es decir, la verdadera Jerusalén, y la de los enemigos de Dios, es a saber: Babilonia, gobernada por el Dragón. La segunda parte del Apocalipsis (12-22) está toda ella dominada por las grandes antítesis de Cordero-Dragón, Mujer-Dragón, nueva Jerusalén-Babi-lonia. Además de estas antítesis claramente determinadas existen otras visiones o dichos sobre el poder del mundo y del diablo, que continuamente se alternan con otras sobre el poder de Dios y la victoria de los fieles. Igualmente las visiones que se refieren al mal alternan con otras que tratan del bien, y las que hablan de castigos, con otras que se refieren a la gloria55.

Autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
El mismo autor del Apocalipsis nos ha dejado su nombre: Juan 56. La tradición cristiana antigua identifica unánimemente este Juan con el apóstol San Juan, hijo del Zebedeo. Unos cincuenta años después de la muerte de San Juan en Efeso escribía allí mismo San Justino (f 153) su Dialogo con Trifón, en el que dice expresamente: Además hubo entre nosotros un varón, por nombre Juan, uno de los apóstoles de Cristo, el cual profetizó en la Revelación (Apocalipsis) que le fue hecha, que los que hubieren creído en Cristo pasarían mil años en Jerusalén57. San Policarpo (f 155), que fue discípulo inmediato del apóstol San Juan, considera el Apocalipsis como divinamente inspirado, y cita expresiones idénticas a las del Apocalipsis58. De Papías (áßâï) nos dice Andrés de Cesárea que afirmaba la autenticidad del Apocalipsis59. También San Ireneo (hacia 190), heredero de las tradiciones efesinas por haber vivido en Efeso cierto tiempo, identifica al autor del Apocalipsis con el apóstol San Juan 60. Tiene igualmente mucha importancia el claro testimonio del Fragmento de Muratori (de hacia 170): Apocalypsis etiam lohannis. Recipimus.61
En el resto del siglo II, y en la primera mitad del siglo siguiente, fueron muchos los escritores eclesiásticos que consideraron el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan. Es usado por Clemente de Alejandría (hacia 21 5)62, por Orígenes (hacia 233)63 y por Tertuliano (hacia 207)64. Algunos autores de esta época, o incluso del siglo anterior, llegaron hasta escribir comentarios sobre el Apocalipsis. De estos últimos fue Melitón, obispo de Sardes (hacia 170), una de las ciudades a las que va dirigido el Apocalipsis 65.
Es evidente el peso que tiene el argumento de unanimidad de la tradición en los dos primeros siglos, acerca de la autenticidad y canonicidad del Apocalipsis.
La unanimidad se vio, sin embargo, rota en el siglo ðé, cuando los herejes alogos (negadores del Logos), entre los que se contaba un cierto Cayo, presbítero romano de principios del siglo ni, atribuyeron el Apocalipsis a Cerinto. Cayo, por reacción contra el abuso que hacían de él los montañistas, le negó todo valor canónico66. Con mayor moderación, San Dionisio, obispo de Alejandría (248-264), puso también en duda el origen apostólico del Apocalipsis, sin rechazar la canonicidad. Los argumentos en que se funda son literarios y teológicos, no de tradición. La causa de esto fue el hecho de que San Dionisio creía que en el Apocalipsis se enseñaba la doctrina milenarista. Y para quitar a los herejes milenaristas el fundamento bíblico del Apocalipsis, en el que se apoyaban, negó su autenticidad 67. Eusebio de Cesárea, que nos refiere las noticias precedentes, parece inclinarse en favor de la opinión de San Dionisio de Alejandría 68. Tampoco consideran el Apocalipsis como auténtico y canónico San Cirilo de Jerusalén, San Gregorio Nacianceno. Teodoreto y San Juan Crisóstomo nunca citan el Apocalipsis, lo cual parece indicar que no lo consideraban como libro sagrado. Falta también en la versión siríaca Peshitta.
Estos testimonios discordantes representan, sin embargo, una pequeña parte de la tradición patrística. Su actitud fue motivada no por razones de tradición, sino por motivos de polémica. Frente a esta actitud discordante se alza toda la Iglesia occidental, y con ella también muchos Padres orientales, como San Basilio, San Atanasio, San Gregorio Niseno, San Cirilo de Alejandría y San Epifanio 69. La Iglesia latina ha reconocido siempre la autenticidad apostólica y la canonicidad del Apocalipsis, y ha salido siempre en defensa de la tradición primitiva. Por eso es lícito afirmar que existe una tradición casi unánime de la Iglesia que considera el Apocalipsis como obra del apóstol San Juan.
Los documentos oficiales o cuasi oficiales que poseemos de la Iglesia universal confirman la tradición casi unánime de los Padres. El documento más antiguo que ha llegado hasta nosotros es el catálogo de los Libros Sagrados del concilio provincial de Hipona (año 393)· En él se encuentra el Apocalipsis como libro canónico 70. Lo mismo sucede en los catálogos de los concilios provinciales Cartaginense III y Cartaginense IV (años 397 y 419)71· Una carta del papa San Inocencio I a Exuperio, obispo de Tolosa (año 405), considera el Apocalipsis de San Juan como libro canónico 72. Igualmente, el catálogo de los Libros Sagrados, atribuido al papa San Gelasio (hacia 495), acepta el Apocalipsis de San Juan apóstol en el canon de las Sagradas Escrituras73. El concilio Toledano IV (a.633) castiga con la excomunión al que rechace el Apocalipsis de San Juan como no auténtico ni canónico 74. El concilio Florentino, en el decreto Pro lacobitis (4 de febrero de 1441), recibe y considera como inspirado el Apocalipsis de San Juan75. Y finalmente, el concilio Tridentino, el día 8 de abril de 1546, definió solemnemente el canon de las Sagradas Escrituras. En su decreto De canonicis Scripturis declara: Si alguien no recibiera por sagrados y canónicos estos libros - entre ellos es nombrado el Apocalipsis del apóstol Juan - íntegros con todas sus partes, según acostumbraron ser leídos en la Iglesia católica y se contienen en la antigua edición latina Vulgata, y despreciare a ciencia y conciencia las predichas tradiciones, sea anatema 76. Por consiguiente, el concilio Tridentino ha definido la canonicidad del Apocalipsis. Sin embargo, respecto de su autenticidad la Iglesia no ha definido nada. De ahí que los autores católicos puedan discutir acerca de ella.
En los tiempos modernos ha habido críticos, y los hay todavía hoy, que dudan de la autenticidad joánica del Apocalipsis o la niegan claramente. Y sinceramente hablando hay que reconocer que la atribución del Apocalipsis al apóstol San Juan, autor del cuarto evangelio, presenta serias dificultades, como lo reconocen al presente diversos autores católicos77.
Desde el punto de vista literario se encuentran indudables semejanzas en lo referente al estilo, vocabulario, fraseología, gramática. Sin embargo, las diferencias entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio son también muy notables. Estas diferencias son tales que, según el parecer de importantes críticos, no se podrían explicar todas, ni por la diferencia de los temas tratados, ni por las diferentes, condiciones en las que fueron escritos el cuarto evangelio y el apocalipsis, ni por la distancia del tiempo. Otro tanto sucede con las ideas teológicas. No se encuentran en el Apocalipsis la mayor parte de los términos característicos del cuarto evangelio y de las epístolas de San Juan: amor, verdad, luz, tinieblas, mundo, en sentido peyorativo. La doctrina del Espíritu Santo, que tanta importancia tiene en el cuarto evangelio, apenas es esbozada en el Apocalipsis. Cristo es llamado, en ambos escritos, Cordero (de Dios), pero con dos palabras griegas distintas (Üìíüâ, Üñíßïí). La concepción escatológica es muy distinta. En el Apocalipsis se vive en espera de la venida de Cristo. El Hijo del hombre es Cristo glorioso que vendrá al final de los tiempos para juzgar a los impíos. El anticristo es una potencia política que se opone al establecimiento del reino de Dios. En el evangelio y en las epístolas, en cambio, Cristo ya ha venido, en cierto modo, y habita en el corazón de los fieles. El Hijo del hombre es Cristo exaltado por la resurrección, el cual ya ha llevado a cabo el juicio sobre los hombres, separando los fieles de los que no aceptan a Jesucristo. Los anticristos ejercen una influencia nefasta, esparciendo falsas doctrinas cristológicas. El Espíritu Santo, que habita en las almas de los fieles, realiza ya el reino de Dios entre nosotros 78.
Hay otras razones que aducen los críticos en contra de la autenticidad joánica del Apocalipsis. Las más importantes son las siguientes: el cuarto evangelio tiene como nota característica la originalidad y la personalidad, que le sitúan en un nivel distinto de los sinópticos. En cambio, el Apocalipsis no muestra esa nota de originalidad y personalidad. Frecuentemente el autor sagrado se limita a un reempleo literal de profecías del Antiguo Testamento, principalmente de Ezequiel. También resulta extraño que el autor del Apocalipsis no se dé nunca el título de apóstol en una época en que los ministerios eclesiásticos estaban claramente diferenciados 79. Además, no encontramos en el Apocalipsis ni una sola alusión a hechos concretos de la vida terrestre de Cristo. Esto resulta algo extraño en uno que habría vivido durante años en compañía de Jesucristo.
Todos estos hechos hay que tenerlos en cuenta cuando se trata de solucionar el problema de la autenticidad joánica. Hay autores católicos modernos que, apoyados en los hechos antedichos, consideran como probable autor del Apocalipsis a un discípulo de San Juan apóstol. Esto correspondería bien con los datos históricos transmitidos por Eusebio de Cesárea y las Constitutiones apostoli-cae 80, que hablan de un hombre llamado Juan. Este habría sido constituido por el apóstol San Juan obispo de Efeso a fines del siglo I.
Es importante tener presente que la cuestión del autor del Apocalipsis no es una cuestión de fe. Si el Apocalipsis hubiera sido escrito por un discípulo de Juan, tendríamos el mismo problema que en la epístola a los Hebreos, escrita por un discípulo de San Pablo 81. Esto no impide que el Apocalipsis sea inspirado, del mismo modo que los demás libros del Nuevo Testamento 82.
Sin embargo, el argumento de tradición y las semejanzas existentes entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio conservan todavía toda su fuerza. Solamente se encuentra en el Apocalipsis y en el cuarto evangelio el término Logos, aplicado a Cristo, que es característico de San Juan Apóstol. También se emplean en el Apocalipsis las expresiones agua viva o agua de vida 83, que son propias del lenguaje joánico. Se emplean con frecuencia los términos testimonio (ìáñôõñßá) y verdadero (Üëçâéíüò), que son expresiones muy empleadas por el cuarto evangelio 84.
Las diferencias de lenguaje entre el Apocalipsis y el cuarto evangelio tal vez provengan, al menos en parte, del género literario apocalíptico empleado por el autor sagrado. El Apocalipsis depende frecuentemente del Antiguo Testamento, especialmente del Génesis, Ezequiel, Zacarías y Daniel85. Y es muy probable que conociera los escritos apocalípticos judíos. Por otra parte, las incorrecciones gramaticales pueden provenir de las circunstancias en que fue compuesto el Apocalipsis. San Juan estaba desterrado en la isla de Patmos, condenado probablemente a trabajos forzados. Y no tenía la tranquilidad de ánimo suficiente para redactar un libro en estilo elegante y bien pulido. Además, es muy probable que no tuviera a su lado ningún discípulo helenista que le pudiera corregir su obra. En cambio, para la composición del cuarto evangelio dispuso de amanuenses y de correctores 86.

Tiempo y lugar de composición.
El mismo Apocalipsis nos dice que San Juan recibió la gran revelación (= apocalipsis) cuando se encontraba deportado en la isla de Patmos, a causa de la palabra de Dios 87. Ahora bien, según la tradición más antigua y más digna de fe, que nos ha sido transmitida por San Ireneo 88 y más tarde por Victorino de Pettau (f 303) 89, la deportación de San Juan a Patmos tuvo lugar hacia el final del reinado de Domiciano (81-96 d.C.). San Jerónimo, fundándose seguramente en Eusebio 90, precisa todavía más, afirmando que San Juan recibió las visiones del Apocalipsis en el año 140 15 de Domiciano, es decir, el año 95 d.C. 91. Existen, sin embargo, otros testimonios antiguos, como el de las Acta lohannis y el del Canon de Muratori, ambos del siglo n, que se inclinan por el tiempo de Nerón. San Epifanio (s.IV) coloca la deportación de San Juan bajo el emperador Claudio (Nerón?) 92. La Synopsis de vita et morte prophetarum y Teofilacto la atribuyen al tiempo de Trajano.
Las condiciones históricas que el libro supone se adaptan perfectamente al reinado de Domiciano, pues fue un emperador cruel y perseguidor 93. Exigió de sus súbditos el culto divino para sí mismo 94; y a los que se oponían los asesinaba o los deportaba 95. Las cartas a las siete iglesias corresponden bastante bien a las condiciones religiosas del Asia Menor hacia el final del siglo I. Algunas de las iglesias habían decaído de su fervor primitivo. Por eso, San Juan echa en cara a alguna de esas iglesias su pereza y decaimiento en el fervor religioso 96. Y, al mismo tiempo, las previene contra la infiltración de doctrinas perniciosas difundidas por falsos profetas y por los herejes nicolaítas 97. La persecución ha comenzado ya en Esmirna y en Pérgamo 98. Este cambio en el seno de las comunidades cristianas no es posible que haya tenido lugar poco tiempo después de San Pablo, sino que más bien tuvieron que pasar bastantes años para que decreciese el fervor religioso.
En efecto, San Pablo, cuando escribe a los Efesios y a los Colosenses desde su prisión romana, no considera estas iglesias ya invadidas por el error. Es verdad que los errores amenazaban la comunidad cristiana, principalmente la de Colosas; pero los errores todavía no habían inficionado las iglesias, como supone el Apocalipsis. Además, en tiempo de San Pablo, y, por lo tanto, bajo Nerón, la organización jerárquica de las iglesias era aún embrionaria. El Apocalipsis, por el contrario, parece suponer un gobierno monárquico en cada iglesia, pues se dirige al ángel - al obispo - de cada una de ellas. Alguna de estas iglesias han decaído mucho de su primer fervor cristiano, y hasta parece que se hallan invadidas por errores. Todo esto parece pedir un intervalo considerable entre la época de San Pablo y la del Apocalipsis.
Algunos autores, como, por ejemplo, el Ñ. Ì. E. Boismard, que admiten dos o más redacciones del Apocalipsis, colocan una de ellas en tiempos de Nerón, y la otra al final del reinado de Domiciano. La interpretación del capítulo 17 del Ap, en el que se dice que el emperador perseguidor es el sexto de la lista de los emperadores 10°, parece favorecer a primera vista este modo de ver. Porque para llegar a Domiciano habría que comenzar a contar desde Nerón, lo que no parece probable. En cambio, para llegar a Nerón basta con comenzar con César, que fue el verdadero fundador del Imperio romano. En cuyo caso se explica bien lo que se dice en Ap 13:3: la Bestia, herida de muerte, ha vuelto a resurgir. El Imperio romano, que pudo considerarse como deshecho con la muerte de César, volvió a tomar vida y mayores energías en la persona de Augusto. Al ver esta especie de resurrección de la Bestia, los pueblos se postran para adorarla 101. Fue, en efecto, el emperador Augusto el primero que recibió los honores divinos.
Otros escrituristas, como Gelin 102, Feuillet 103, distinguen dos fechas de composición: la perspectiva de las visiones miraría a la época de Vespasiano, y la publicación del Apocalipsis habría tenido lugar al final del reinado de Domiciano. En este caso, el Apocalipsis estaría artificialmente antidatado, cosa bastante frecuente en el género apocalíptico. Esto mismo explicaría, en parte, las repeticiones aparentes del libro, conservando su unidad literaria.
En lo que coinciden casi todos los autores es que fue escrito en época tardía dentro del siglo i. Esto es lo que también exigen ciertas características internas del libro, ya indicadas: decaimiento del fervor en las comunidades cristianas, fundadas en tiempo de San Pablo; herejías mucho más desarrolladas que las que suponen las epístolas de Santiago y la primera de San Pedro. Se puede, pues, aceptar la fecha sugerida por la tradición: habría sido compuesto el Apocalipsis hacia el año 95.
En cuanto al lugar de composición, la tradición se inclina por la isla de Patmos, en donde San Juan habría recibido la revelación = apocalipsis.

Destinatarios.
El Apocalipsis va dirigido inmediatamente a las siete iglesias del Asia Menor proconsular, es decir, a las iglesias de Efeso, Esmirna, Pérgamo, Filadelfia, Sardes, Laodicea y Tiatira. Sin embargo, estas iglesias vienen como a representar a la Iglesia universal, a la que en definitiva va dirigido el Apocalipsis.

Ocasión y finalidad del Apocalipsis.
La ocasión próxima de la composición del Apocalipsis - al menos según lo que da a entender el mismo libro 104 - fue la revelación que Juan recibió en la isla de Patmos. Dios le ordena expresamente poner por escrito las visiones habidas y consignarlas a los fieles. La razón de por qué tuvo esta revelación fueron las condiciones infaustas por las que estaban pasando los cristianos del Asia.
El culto imperial amenazaba con sumergir entre sus aguas ponzoñosas a todas las cristiandades del Asia Menor. Este culto idolátrico, que había comenzado a desarrollarse en tiempos de Augusto, adquirió proporciones gigantescas en el reinado de Domiciano, el cual se hacía llamar en las actas oficiales: dominus et deus noster. 105
Como los cristianos se oponían a este culto imperial, el cruel emperador desencadenó una cruenta persecución contra ellos. San Juan quiere con su libro consolar a los cristianos perseguidos e infundirles nuevo valor para que sigan luchando valientemente por Cristo. El Apocalipsis es, pues, un libro de consolación dirigido a los fieles perseguidos a muerte por el poder civil.
Pero no solamente el poder civil se ensañaba en los cristianos, sino también el sincretismo religioso oriental. Lo constituían los diversos cultos asiáticos, especialmente el de Cibeles, sostenidos por un poderoso sacerdocio. Este se aliaba con el poder civil para extinguir o adulterar las florecientes cristiandades del Asia Menor 106. También contribuían a sembrar el desconcierto en el rebaño de Cristo las persecuciones de los judíos y de los herejes cerintianos y nicolaítas.
San Juan se levanta en el Apocalipsis contra los graves peligros que amenazan a los fieles, y les exhorta a permanecer firmes en la doctrina de Cristo. Y pone ante sus ojos la perspectiva gloriosa del triunfo definitivo. Ese triunfo llegará pronto 107, y los cristianos verán tiempos mejores, en los que Jesucristo y su Iglesia reinarán sobre todos sus enemigos, tanto internos como externos. Por eso San Juan les exhorta reiteradamente a sufrir con paciencia las tribulaciones y persecuciones y a oponerse valientemente a la recepción de la marca o señal de la Bestia - el poder imperial -, reconociendo su carácter divino 108. Los himnos que cantan los cristianos que ya han triunfado, en la liturgia celeste, son como una respuesta a las aclamaciones del culto pagano tributado a los emperadores.
San Juan también se propone con su libro excitar las iglesias a vigilar con celo por la pureza de la fe, amenazada entonces por diversos errores doctrinales.

Argumento del Apocalipsis.
El Apocalipsis se presenta como un libro profético 109 que, mediante diversos vaticinios e imágenes, describe los hechos presentes y futuros de la Iglesia. Esta, siempre perseguida, pero siempre triunfante, alcanzará finalmente la perfecta victoria sobre sus enemigos. El autor sagrado presenta el poder pagano de su tiempo luchando encarnizadamente contra Cristo y su Iglesia. Los anticristos de que nos habla el Apocalipsis son personificaciones de fuerzas colectivas del mundo, que, a través de los siglos, tratan de destruir el poder de Jesucristo. Si bien el Apocalipsis se refiere inmediatamente a la lucha que sostenía la Iglesia con los poderes paganos, a finales del siglo i tiene, sin embargo, un valor y un significado permanente, ya que la Iglesia en la tierra es esencialmente militante. Tiene que hacer frente continuamente a todos los errores y persecuciones que surgen a través de los siglos 110.
El vidente de Patmos presenta la historia de la salvación como una gran liturgia del mundo, en la cual, por virtud del sacrificio del Cordero, se logra vencer el mal y las almas son incorporadas al reino de Dios. Por este motivo, en todas la visiones, excepto en la última se alude al Pontífice celeste y a su sacrificio 111. También se anuncia la venida gloriosa de Cristo y las últimas calamidades que precederán a su venida.

Doctrina del Apocalipsis.
El Apocalipsis es rico en enseñanzas doctrinales. Su doctrina teológica está bastante desarrollada y viene como a completar la de los evangelios y epístolas. Refleja bastante bien las creencias cristianas de finales del siglo I.
1) Dios. - El autor sagrado subraya de una manera especial la trascendencia divina. Esto se explica fácilmente si tenemos presente que en aquellos tiempos los emperadores exigían honores divinos. Dios es presentado como el Dios de la majestad, del poder y de la gloria 112. Es el Dios tres veces santo; El solo existe, pues a El solo conviene el Yo;113. Es el Señor de todas las cosas, pues les da el ser y las conserva 114. Por eso, es el Principio y el Fin de todas las cosas, el Alfa y la Omega 115. Dios es lo suficientemente poderoso para intervenir en la historia de los hombres en el momento por El determinado desde la eternidad.
2) Cristoíogía. - Se habla relativamente poco en el Apocalipsis del Cristo terrestre. En cambio, se da gran realce al Cristo glorioso en el cielo, que es descrito bajo diversas formas. Ante todo aparece como el juez enviado por Dios para vengarse de los enemigos de su Iglesia 116. Es el Hijo del hombre, que Daniel había visto venir sobre las nubes del cielo para el juicio escatológico 117. Es también el Rey-Mesías, que será entronizado en Sión y conseguirá derrotar a los reyes de la tierra rebelados contra Dios 118. Cristo es la estrella de la mañana que se da ella misma como recompensa a los cristianos 119 para que puedan vivir en su intimidad 12°. El da a los hombres la gracia y la paz 121. Recibe, como Dios, la adoración de todo el mundo creado 122. Pero, al mismo tiempo, Cristo es hombre capaz de sufrir y morir por los demás hombres. Es el Cordero muerto y resucitado 123, que ha vencido el mal con su muerte 124 y ha librado a los hombres de la esclavitud del demonio 125. Por este motivo, Cristo ha obtenido un derecho sobre la humanidad y sobre su destino. El domina las naciones 126 y dirige la historia humana 127.
3) El Espíritu Santo tiene menos importancia en el Apocalipsis que en el cuarto evangelio. Su teología es bastante embrionaria. En el prólogo 128 es presentado como dispensador de la gracia y de la paz, juntamente con el Padre y con Jesucristo. Por tres veces 129 se habla de los siete espíritus que están delante del trono de Dios: expresión que puede referirse al Espíritu Santo septiforme o a siete ángeles. El Espíritu Santo exhorta a las iglesias 13°; y, al mismo tiempo, une su voz a la de la Iglesia para implorar el retorno de Cristo 131. En general, el Espíritu aparece - en conformidad con la tradición del Antiguo Testamento - como el Espíritu de profecía 132.
4) Soteriología. - La salvación se atribuye a Dios únicamente, por oposición a los falsos salvadores imperiales 133. Jesucristo es el agente de esa salvación 134. El hombre, para obtenerla, ha de cooperar con sus buenas obras 135.
5) Angelología. - Está bastante desarrollada en el Apocalipsis. El autor sagrado nos presenta una pléyade de ángeles en torno de Dios y del Cordero. Son los anunciadores de los juicios divinos 136. Los ángeles que pertenecen a las jerarquías superiores tienen por función principal alabar a Dios 137. Todos toman parte activa en el gobierno de los hombres y de las cosas 138.
La demonología del Apocalipsis es de extraordinario interés para la teología. Satanás y los demás espíritus malignos tienen gran importancia en el libro. Satanás aparece como el gran enemigo de Dios. Arrojado del cielo 139, se vengará combatiendo sobre la tierra a los cristianos y a la Iglesia 140. Con este fin suscita dos Bestias l41: una que simboliza al Imperio romano y otra al sacerdocio pagano. Satanás y sus ayudantes se servirán de todos los medios, hasta de la persecución sangrienta, para seducir a los fieles. Sin embargo, Satanás no podrá hacer nada contra la voluntad de Dios. Será reducido a la impotencia en el día que Dios determine 142. Dios es, pues, más fuerte que el mal. Y, en consecuencia, podrá ayudar a los fieles contra los perseguidores.
6) Eclesiología. - La Iglesia constituye el punto central en torno al cual gira todo el Apocalipsis. Contra ella se desencadena la lucha de Satanás 143. Pero Cristo interviene en favor de ella. La Iglesia es el reino de Dios y de Cristo que se ha de establecer definítivamente después del exterminio de las potencias malignas 144. Pero ya se puede considerar como iniciado sobre la tierra 145. Es un reino de sacerdotes, en cuanto que todos los fieles están encargados de ofrecer a Dios el cántico de toda la creación como sacrificio de alabanza 146. Las relaciones íntimas de la Iglesia con Cristo son descritas bajo la imagen del matrimonio 147: la Iglesia es la esposa del Cordero, es decir, de Cristo, pues todos los fieles están unidos a Cristo por los lazos del amor 148. Su misión principal es alabar a Dios y servirle 149. La Iglesia del cielo está íntimamente unida a la de la tierra. Incluso ora con las mismas fórmulas de esta última, y constituye como su prolongación. Al final de los tiempos sólo habrá una Iglesia, la Jerusalén celeste 150.
7) Escatología. - La lucha de Satanás y de los poderes del mal contra Dios y su Iglesia durará cuanto dure el mundo. Después de la caída de la Roma perseguidora, la Iglesia conocerá una era de prosperidad y de paz. Esto sucederá cuando se detengan las persecuciones generalizadas contra la Iglesia. No obstante, la Iglesia siempre tendrá que pasar por períodos difíciles. Pero los fieles han de tener plena confianza, porque, por muy fuertes que sean las persecuciones, Dios siempre saldrá vencedor 151. En el último día, cuando Dios venza definitivamente a Satanás y lo arroje por siempre al infierno, entonces tendrá lugar el reino celestial en un universo totalmente renovado, del cual será excluido el mal152.
¿Cuándo tendrá lugar este paso de la Jerusalén terrestre a la Jerusalén celeste? El autor sagrado no lo dice. Sin embargo, nos advierte que el paso del mundo presente al mundo futuro será precedido por un asalto general de los poderes del mal contra la Iglesia153. Mas el retorno de Cristo triunfante la salvará 154 y señalará el comienzo del último juicio 155 y la llegada del mundo nuevo 156.
Los signos cósmicos de que nos habla el Apocalipsis 157 no han de ser tomados a la letra. Se trata de expresiones e imágenes estereotipadas y tradicionales en el profetismo del Antiguo Testamento, empleadas para designar una intervención divina en la historia humana.
8) El milenarismo. - Según el Apocalipsis 158, Satanás es arrojado al abismo, en donde permanecerá encadenado durante mil años. En el decurso de ese tiempo todos los mártires vuelven a la vida y reinan con Cristo 159. Después Satanás - suelto de nuevo - entabla una última batalla contra la Iglesia antes de ser arrojado definitivamente al estanque de fuego y azufre 160. Una vez ejecutado esto tiene lugar el último juicio precedido por la resurrección general de los muertos 161.
En los primeros siglos de la era cristiana hubo cierto número de Padres 162 que interpretaron estas visiones del Apocalipsis en sentido estrictamente literal. Cristo ha de volver un día sobre la tierra. Entonces resucitarán los mártires e incluso todos los justos, y reinarán mil años sobre la tierra. Después tendrá lugar la resurrección general, el último juicio y el comienzo del reino celestial. Estos Padres, sin embargo, admitían un milenarismo espiritual, es decir, un reino lleno de goces del espíritu y de bienes temporales. Existió también ya desde antiguo otro milenarismo carnal, según el cual los goces del milenio serían prevalentemente de tipo material, un tanto grosero y hasta pueril. Esto dio origen a extravagancias totalmente inadmisibles en la Iglesia cristiana. Los defensores más conocidos de este milenarismo en la antigüedad fueron Cerinto, Nepote, obispo de Arsínoe, Coragio y Apolinar de Laodicea 163.
En nuestro tiempo, la interpretación milenarista ha sido resucitada de nuevo por ciertas sectas protestantes, como los anabaptistas, los labadistas, los darbistas, los testigos de Jehová, y por varios autores acatólicos, los cuales insisten en la resurrección de los buenos y de los condenados, que creen encontrar afirmada en 1 Cor 15:23-24. Durante la última guerra mundial (1939-1944) la tesis milenarista volvió a hacer su aparición incluso entre los católicos. Por eso, un decreto del Santo Oficio (21 de julio de 1944) declaró formalmente que el sistema del milenarismo mitigado no podía ser enseñado sin peligro (tuto doceri non posse) 164.
Y, en efecto, el milenarismo, en cuanto enseña que Jesucristo ha de volver a vivir visiblemente entre los hombres por un período de mil años, bien sea rodeado de muchos justos resucitados, o bien sin presuponer la resurrección de estos justos, no puede ser admitido. La Iglesia Ortodoxa considera el milenarismo como una doctrina errónea y temeraria 165, pues no se apoya ni en la enseñanza de Cristo ni en la de los apóstoles. La doctrina de la fe enseña solamente dos venidas de Cristo: la primera tuvo lugar en su encarnación y nacimiento; la segunda se realizará cuando venga glorioso en la parusía, a la que seguirán inmediatamente el juicio final y la retribución 166. Por consiguiente, no hay lugar para el reino milenarista.
Teniendo en cuenta el simbolismo de San Juan y del Apocalipsis, nada hay que obligue a interpretar Ap 20:4-5 en sentido estrictamente literal. La influencia de Ezequiel sobre el autor del Apocalipsis ha sido muy grande. Ahora bien, en Ezequiel 37:1-14 la resurrección de los huesos secos simboliza la restauración de Israel, después de las pruebas del destierro babilónico. Por otra parte, esta visión precede inmediatamente a la que presenta a Gog, rey de Magog, invadiendo la Tierra Santa 167. Otro tanto sucede en el Apocalipsis, en donde la visión de la primera resurrección precede inmediatamente a la de la invasión de la Tierra Santa por Gog y Magog 168. En consecuencia, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de simbolizar normalmente la renovación de la Iglesia, después del período de las grandes persecuciones. Y el reino de mil años correspondería, en este caso, a la fase terrestre de la Iglesia, desde el final de las persecuciones hasta el fin de los tiempos.
La mayoría de los autores, siguiendo a San Agustín 169, prefieren dar a este pasaje del Apocalipsis una interpretación espiritual. El Obispo de Hipona, apoyándose en Jn 5:24-29, en donde se habla de una resurrección espiritual de los muertos por el pecado, vivificados por la palabra de Jesús, distingue una doble resurrección: una espiritual, cuando el hombre escucha y acepta la palabra de Dios; otra corporal, que tendrá lugar al final de los tiempos, cuando resuciten los muertos. Según esto, la primera resurrección de Ap 20:4-5 ha de ser entendida en sentido espiritual: se trata de la resurrección espiritual de todos aquellos que encuentran la vida permaneciendo unidos a la doctrina de Cristo. El reino de mil años correspondería en dicho caso a toda la fase terrestre de la vida de la Iglesia, desde Pentecostés hasta el fin de los tiempos. Para entender mejor esto hay que tener en cuenta que el Apocalipsis no pretende describir una serie de visiones, que se sucederían en un orden estrictamente histórico. Por eso, no es necesario establecer unión cronológica entre las visiones de los capítulos 19 y 20 del Apocalipsis 170.

División del Apocalipsis.
Los autores dividen el Apocalipsis de diversas maneras. El P. Alio 171, por ejemplo, siguiendo a Bengel, lo divide en tres partes: 1) Introducción y cartas a las iglesias (Ap 1-3); 2) revelación profé-tica del futuro (Ap 4-22:5); 3) conclusión (Ap 22:6-21). Nosotros, fundándonos en las palabras del mismo Apocalipsis: Escribe lo que vieres, tanto lo presente como lo que ha de ser después de esto 172, lo dividimos en dos partes principales: Revelación a las siete iglesias del Asia sobre su estado espiritual (Ap 1:4-3:22) y visiones proféticas sobre el futuro (Ap 4:1-22:5), a las que hay que añadir un prólogo (Ap 1:1-3) Y un epílogo (Ap 22:6-21).
I. prólogo: Título del libro y afirmación de su origen divino (Ap 1:1-3).
II. primera parte: Revelación sobre el estado espiritual de las siete iglesias del Asia Menor (1:4-3:22).
1. Saludo de Juan a las siete iglesias de Asia (1:4-8).
2. Visión introductoria a todo el libro (1:9-20).
3. Las siete cartas a las iglesias (c.2-3):
a) Carta a la iglesia de Efeso (2:1-7).
b) Carta a la iglesia de Esmirna (2:8-11).
c) Carta a la iglesia de Pérgamo (2:12-17).
d) Carta a la iglesia de Tiatira (2:18-29).
e) Carta a la iglesia de Sardes (3:1-6).
f) Carta a la iglesia de Filadelfia (3:7-13).
g) Carta a la iglesia de Laodicea (3:14-22).
III. segunda parte: Las visiones proféticas sobre el futuro (4:1-22:5):
1. Visiones introductorias a la parte profética (c.4-5):
a) El Dios omnipotente y su corte (4:1-11).
b) El Cordero redentor recibe el libro de los siete sellos (5:1-14).
2. Ejecución de los decretos del libro de los siete sellos (6:1-11:19):
a) La apertura de los siete sellos manifiesta los símbolos de la justicia divina (6:1-8:1):
b) Con la apertura de los cuatro primeros sellos aparecen cuatro jinetes, que simbolizan el dominio extranjero, la guerra, el hambre y la peste (6:1-8).
2) Apertura del quinto sello. Los mártires en sus oraciones piden justicia (6:9-11).
3) Al abrir el sexto sello grandes cataclismos presagian la ira del Cordero (6:12-17).
4) Preservación de los justos en medio de los azotes (7:1-8).
5) Triunfo de los elegidos en el cielo (7:9-17).
6) Apertura del séptimo sello: silencio de media hora (8:1).
7) Visión de las siete trompetas (8:2-11:19).
1) Las oraciones de los santos aceleran la llegada del gran día (8:2-6).
2) Suenan las cuatro primeras trompetas produciendo diversas calamidades (8:7-12).
3) Un águila anuncia tres calamidades que se abatirán sobre la humanidad (8:13).
4) Quinta trompeta: Primera calamidad = Invasión de insectos infernales que atormentan a los hombres (9:1-12).
5) Sexta trompeta: Segunda calamidad = Ejército diabólico que extermina a la tercera parte de los hombres (9:13-21).
6) Inminencia del castigo: Un ángel anuncia la llegada del reino de Dios (10:1-7).
7) Juan come un librito para profetizar de nuevo (10:8-11).
8) Misión de los dos testigos y victoria de la Iglesia (11:1-13).
9) La séptima trompeta aporta el establecimiento completo del reino de Dios (11:14-19).
8. Ejecución de los decretos del librito abierto, que Juan recibió del ángel (12:1-22:5):
a) Visión de la Mujer y del Dragón (12:1-18):
1) La mujer da a luz un Niño (12,i-6).
2) Miguel lucha contra el Dragón y lo arroja del cielo (12, 7-12).
3) La Mujer huye al desierto (12:13-18).
b) Tercera calamidad: El Dragón transmite su poder a la Bestia (0.13):
1) La Bestia del Occidente: el Imperio romano (13:1-10).
2) La Bestia del Oriente: el sacerdocio pagano, que se esfuerza por embaucar a los hombres (13:11-18).
c) El Cordero y sus fieles servidores (14:1-5).
d) Tres ángeles anuncian la hora del juicio (14:6-13).
e) Siega y vendimia simbólicas de los gentiles (14:14-20).
f) Visión de las siete copas derramadas (c. 15-16):
1) Los vencedores de la Bestia entonan el cántico de Moisés y del Cordero (15:1-4).
2) Los siete azotes de las siete cpoas (15:5-16:21).
g) El castigo de Babilonia-Roma (17:1-19:10):
1) La gran Ramera (17:1-7).
2) Simbolismo de la Bestia y de la Ramera (17:8-18).
3) Un ángel anuncia solemnemente la caída de Babilonia (18:1-3),
4) El pueblo de Dios ha de huir de Babilonia (18:4-8).
5) Descripción de la ruina de Babilonia mediante los lamentos de los que vivían de ella (18:9-19).
6) Regocijo de los santos (18:20-24).
7) Cántico triunfal en el cielo (19:1-10).
h) Exterminio de las Bestias (= las naciones paganas) (19:11-20:15):
1) El Rey de reyes aparece con su ejército (19:11-16).
2) Un ángel proclama el exterminio de los enemigos de Cristo (19:17-18).
3) La Bestia y sus partidarios son vencidos y arrojados al estanque de fuego (19:19-21).
4) El Milenio, o sea el reino de mil años (20:1-6).
5) Ultima batalla escatológica de Satán contra la Iglesia (20:7-10).
6) Juicio final delante del trono de Dios (20:11-15).
i) La nueva Jerusalén (21:1-22:5):
1) La Jerusalén celestial (21:1-8).
2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (21:9-23)·
3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).
IV. epílogo (22:6-21):
1. Las palabras de esta profecía son confirmadas por el ángel, por Cristo y por Juan (22:6-9).
2. Palabras de Cristo, a la Iglesia y a toda la humanidad (22:10-16).
3. El Espíritu y la Iglesia terrestre le responden con un llamamiento amoroso e insistente (22:17).
4. Juan prohibe alterar su libro (22:18-19).
5. Jesús promete su próxima venida, la cual implora el profeta (22:20).
6. Conclusión epistolar en forma de bendición (22:21).

Diversas Interpretaciones del Apocalipsis.
El carácter misterioso del Apocalipsis ha dado lugar a interpretaciones casi innumerables 173. Pero todas ellas se pueden reducir a cuatro sistemas principales.
1) Muchos autores, principalmente acatólicos 174, afirman que el Apocalipsis alude a los sucesos políticos contemporáneos del autor. Describiría la historia de aquel tiempo, es decir, la del período que corre entre la persecución de Nerón y la destrucción de Jerusalén (a.66-70). De esto se seguiría que el Apocalipsis no contiene vaticinios propiamente dichos, sino meras conjeturas acerca del futuro. Todo lo explican apoyándose en la historia contemporánea del Apocalipsis: los cinco reyes, que ya cayeron 175, serían Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón; el sexto sería Vespasiano, y el séptimo, que todavía no vino y permanecerá poco tiempo, lo identifican con Tito; el octavo, que era y ahora ya no es 176, lo entienden de Nerón redivivo.
2) Para otros muchos autores, sobre todo católicos, el Apocalipsis predeciría de una manera profética toda la historia de la Iglesia desde los orígenes hasta el fin del mundo. Y esto lo haría siguiendo las diversas épocas de la Iglesia, designadas por los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, etc. Así lo han creído muchos autores de la Edad Media, como Joaquín de Fiore (f 1201) 177, Nicolás de Lira (f 1340) 178, etc. Entre los escritores más recientes sostienen esta interpretación P. Drach, F. Kaulen, J. Belser, F. Gutjahr, L. Poirier. Otros autores, como A. Salmerón, L. de Alcázar 179, J. B. Bossuet, A. Calmet, F. Allioli, L. Billot, creen que las imágenes apocalípticas empleadas en el Apocalipsis se refieren tan sólo a la primera edad de la Iglesia, es decir, hasta el siglo iv ó v. Según éstos, el Apocalipsis describiría las luchas de la Iglesia con el Imperio romano y con las herejías de los primeros siglos del cristianismo 180.
3) Muchos otros escritores antiguos 181, seguidos por bastantes autores posteriores 182, interpretan el Apocalipsis en sentido escatológico. Para éstos, nuestro libro narraría los últimos hechos de la Iglesia anteriores al juicio universal y a la consumación final. Las calamidades que describe serían las señales precursoras del fin del mundo. F. Ribera, por ejemplo, nos dice 183 que los once primeros capítulos del Apocalipsis narran las calamidades anteriores al anticristo. Y los restantes capítulos describirían el reino del anticristo y las persecuciones desencadenadas por él contra la Iglesia. En general, los defensores de la tesis escatológica suelen coincidir en no restringir demasiado el tiempo escatológico, pues éste empezaría propiamente con la encarnación de Cristo. En cuyo caso vendría como a abarcar toda la historia de la Iglesia 184.
4) La exégesis científica contemporánea relaciona más estrechamente el Apocalipsis con la historia del siglo I. Sin embargo, tanto H. B. Swete 185 como E. B. Alio 186, J. Bonsirven, etc., estiman que del Apocalipsis hay que retener, sobre todo, su espíritu y un cierto número de datos que se repiten y se completan, valederos para todos los tiempos, porque expresan el drama, que durará tanto como el mundo, de la lucha de Satanás contra Dios y contra la Iglesia 187. Es, ante todo - como dice el P. Alio -, una filosofía de la historia religiosa (valedera) para todos los tiempos.188
La segunda parte del Apocalipsis (c.4-22) no trata propiamente de exhortaciones, con el fin de despertar el fervor religioso de los cristianos, recordándoles las recompensas y castigos divinos, como sucede en la primera parte (c.1-3). En la segunda parte encontrada en nueve períodos: 1) Los siete sellos. Abarcan desde Cristo hasta Juliano el Apóstata 2) Las siete trompetas. Desde Juliano hasta Gosroes y Mahoma. 3) Las siete copas. Desde Garlomagno hasta Enrique IV de Alemania. 4) Medición del templo (Ap 11:1), simboliza el papa Félix, que instituye la fiesta de la Dedicación de las iglesias. 5) Apertura del templo celeste (Ap 11:19), se refiere a la institución de la fiesta de la Purificación. 6) Los dos testigos: el patriarca de Constantinopla, Menas, y el papa Silverio. 7) La Mujer (Ap 12): Jerusalén destruida por Gosroes (605). 8) El Hijo varón: el emperador Heraclio. 9) Satanás encerrado: fundación de la Orden de Predicadores. Cf. S. Bartina, Apocalipsis de San Juan, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III (BAC, Madrid 1962) p.580.
Digamos más bien una serie de visiones de tipo apocalíptico. Ahora bien, los escritos apocalípticos son propios de un período de grave crisis o de persecución religiosa. El Apocalipsis de San Juan parece suponer esta grave situación religiosa, pues en Ap 6:9-11 se habla de mártires degollados por la palabra de Dios. En Ap 7:14 se alude a una gran muchedumbre con palmas en la mano que acaba de triunfar de la gran tribulación, es decir, de una persecución sangrienta. En el capítulo 13 nos son presentadas dos Bestias, que se sirven de todos los medios para imponer a los cristianos un culto idolátrico. Los que se resisten serán exterminados 189.
Ahora bien, esa persecución sangrienta, a la que alude el Apocalipsis, es - en opinión de la mayoría de los autores modernos - la persecución desencadenada por Roma contra los primeros cristianos. Es Roma la que se esconde bajo el nombre de Babilonia 190, la ciudad de las siete colinas 191, que ha derramado la sangre de muchos mártires y ha querido imponer al mundo el culto de sus emperadores divinizados. Por cuya razón hay que considerar como cierto que el Apocalipsis, lo mismo que la casi totalidad de los escritos apocalípticos, fue escrito ante todo haciendo referencia a una situación histórica bien precisa. Se propone levantar el ánimo de los cristianos del siglo i, cuando Roma desencadenó las primeras persecuciones contra la Iglesia.
Los fieles se preguntaban por qué Dios permitía tales violencias contra los cristianos. Cristo, al resucitar, ¿no había triunfado de la muerte, del demonio, del mundo y de todos los poderes malignos? 192 San Juan compuso el Apocalipsis para responder a esta coyuntura histórica y a esta crisis de conciencia bien determinada. Por eso, toda interpretación del Apocalipsis ha de partir de este hecho.
El autor sagrado responde al interrogante de los fieles siguiendo los principios de la tradición apocalíptica. Los fieles han de tener confianza, porque la persecución durará sólo algún tiempo. Cristo vendrá pronto 193 y exterminará a las Bestias y a los perseguidores de su Iglesia. San Juan es encargado de anunciar, ante todo, este misterio. Babilonia-Roma será destruida 194, Satanás y sus ejércitos serán arrojados al estanque de fuego 195. Y entonces el reino de Dios será definitivamente instaurado, bajo la autoridad del Cordero 196. El mensaje apocalíptico de Juan es, pues, un mensaje de esperanza en el poder de Dios, en medio de las mayores pruebas 197.

1 Áñ 1:1. - 2 Cf. Mt 11:25.27; 16:17; Rom 1:17; 1 Cor 2:10. Además, apocalipsis en el Í. Ô. puede designar bien la manifestación de verdades sobrenaturales (Le 2:32; Rom 16:25; Ef 1:17), bien una revelación particular hecha por Dios o por Jesucristo (Gal 1:12; 2 Cor 12:1; Ef 3:3; Ap 1:1), bien la aparición de Cristo al fin de los tiempos (2 Tes 1:7; 1 Cor 1:7; Rom 2:5; 1 Pe f7)· o bien la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Rom 8:19). Cf. J. B. Frey, Apoca-lyptique: DBS I 327. - 3 J. B. Frey, ibid., 328. - 4 M. García Cordero, Eí libro de los siete sellos: Colección Agnus (Salamanca 1962) p.22s; . Rigaux, Género literario apocalíptico: EstBib 13 (1954) 225-227; J. B. frey, Apocalyptique: BS I 326-354; J. bloch, On the Apocalyptic injudaism (Fiiadelfia 1953) p.154l G. E. Ladd, The Revelation andjewish Apocalyptique: Évangelische Quartalschrift 29 (1957) 94-100. - 5 J. B. frey, a.c.: DBS I 327. - 6 El libro de Daniel podemos considerarlo, según el P. Lagrange, como "el primero y más Perfecto de los apocalípticos (Les prophéties messianiques de Daniel: RB 13 [1904] 494ss). Gf. M. García Cordero, Biblia comentada: III. Libros proféticos (BAC, Madrid 1961) p.986-988. - 7 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem (París 1950) p.7. - 8 Cf. 1 Sam 10:155; Is 7:14; Jer 28:1555; 44:29-30. - 9 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introduction a la Bible de A. Robert-A. feuillet II (Desclée, Tournai 1959) p.712s. - 10 Ap 1:11. - 11 M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs (París 1909) p.41. - 12 Ap 1:20. - 13 Ap 17:9-10. - 14 Ap 19:8. - 15 Ap 6:1-8. - 16 Ap 17:4. Sobre el simbolismo del Apocalipsis véanse G. B. Escande, L'Apocalypse, document de la Rédemption. Essai sur la langue symbolique (Ginebra 1926); C. Glemen, Visionen und Bilder in der Offenbarungjohannis: ThStKr 107 (1936) 236-265; K. L. Schmidt, Die Bilder-sprache in der Johannes-Apocalypse: ThZ 3 (1947) 161-177; H. Langenberg, Dieprophetische Bildsprache der Apocalypse (Metzingen 1952) p.31i. - 17 Ap 13:1. - 18 M. E. Boismard, L' Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.8s. - 19 Cf. J. Bover-f. cantera, Sagrada Biblia 4.a ed. (BAC, Madrid 1957) ñ.é624· - 20 E. B. Allo, L'Apocalypse: Études Bibliques 3.a ed. (París 1933) p.XXXIs. - 21 Así sucede en el Henoc etiópico, en el Apocalipsis de Baruc y en el 4 Esdras. - 22 Ap 1:1.4.9. - 23 E. B. Allo, o.c. p.LXIV. - 24 Ez 3:1-2. - 25 Ez 38. - 26 Ap 4. - 27 Ez 1; 9-10. - 28 Ez 40 y capítulos siguientes. - 29 Ap 21-22. - 30 Ap 18. - 31 EZ27. - 32 Ap 11. - 33 AP21. - 34 Zac 2:1ss. - 35 Ez 40:3. - 36 Zac 3. - 37 Ap 6. - 38 Zac 6. - 39 Ap 1:75.13-20. - 40 Zac3:4; Dan7:8ss; 10,5ss; cf. Is 11:4149:2, etc. - 41 Dan 7:1-8.23-27. - 42 Ap 12:1-17. - 43 Ap 1:10. - 44 Ap 15:8. - 45 Comparar Dan 7 con Ap 13:1-8; 12:14; 17:12; 20:4; Dan3:5ss.15 con Ap 13:15; Dan 8:10 con Ap 12:4. - 46 Ap 15:2-3. - 47 Compara Ex 3:14 con Ap 1:4.8; 4:8; 11:17; 16:5; Ex 7-10 con Ap 9 y 16; Ex 25 con Ap 11:19. Cf. E. B. Allo, o.c. p.LXV; M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. alaBible de A. Robert-A. Feuillet, II p.717s; L. De Alcázar, In eas Veteris Testamentipartesquas respexit Apocalypsis libri quinqué (Lyon 1631) p.312; J. Cambier, Les images de l'Ancien Testa-ment dans l'Apocalypse de S. Jean: NRTh 77 (1955) 113-122; V. Soria, Apocalypsis y Génesis: CultBib 12 (1955) 364-369. El P. D. Dubarle cree que la imagen de la Mujer coronada de estrellas (Ap 12) depende del Cant (cf. La Femme couronné d'étoiles (Ap 12): Mélanges Bibli-ques rédigés en l'honneur de A. Robert [París 1957] P· 512-518). - 48 The Apocalypse of St. John (Londres 1947)· - 49 L'Apocalypse de Saint Jean devant la critique moderne: NRTh (1924) 513-525·596-6é8. - 50 O.c. p.LXXXVs. - 51 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVI. - 52 J. M. Bover-F. Cantera, Sagrada Biblia (BAC, Madrid 1957) p.162s. - 53 Cf. Ap 9:13-21 y 11:1-13; 14:14-20 y 15:2-3; 16:14 Y 16:15. - 54 E. B. Allo, o.c. p.LXXXVII. - 55 Cf. Dom Gurú M. camps, Apocalipsi, en La Biblia de Montserrat XXII (1958) p.228s. - 56 Ap 1:1.4.9; 22:8. - 57 San Justino M., Diálogo con Trifón 81:4: PG 6:669. - 58 San Policarpo, Ad Phü. 6:8: PG 5:1005-1016. - 59 Andrés De Cesárea, Comm. in Apocalypsin pról.: PG 106.220. - 60 San Ireneo, Adv. haer. 4:20:11; 5:26:1; 5:30:3: PG 7:1040.1192.1207. - 61 EB.6: Fragmentum Muratorianum lín.7i. - 62 Strom. 4:25:157; 5:6:35: PG 8:1365; 9:61. - 63 In loannem, 1:14: PG 14:48.61; In Matth. 16:6: PG 13:1385. - 64 Adv. Marcionem 3:14:24: PL 2:46.340.368; De resurrectione carnis 25: PL 2:877. - 65 Eusebio (Hist. Eccl 4:26: PG 20:392) nos dice que Melitón compuso unos tratados que tenían por título: Acerca del diablo y del Apocalipsis de Juan. - 66 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 3:28:2. - 67 Gf. Eusebio, Hist. Eccl 7:25:1-27: PG 20:69788. Los milenaristas se apoyaban en Ap 20:4-7 para admitir un reino terreno y carnal de mil años. Los cristianos muertos resucitarían para reinar con Cristo sobre la tierra. - 68 Eusebio, Hist. Eccl. 3:25:2: PG 20:268. - 69 San Basilio, Contr. Eunomium 2:14: PG 29:600; San Atanasio, Epist. fest. 39: PG 26:1437; Contr. Árlanos or. 2:23.45: PG 26:196.244; San Gregorio Niseno, Contr. Apollina-rem 37: PG 45:1208; San Cirilo De Alejandría, De adoratione in spiritu et veritate 6: PG 68, 433; San Epifanio, Haer. 51:3: PG 41:892. - 70 EB 17. Cf. Mansi, 3:924; San Agustín, Retractationes I 16: PL 32:612. - 71 EB 19. Gf. Mansi, 3:891. - 72 EB 21. Cf. PL 20:501. Se puede ver la edición crítica de esta carta hecha por H. Wurm en Apollinaris 12 (1939) 74-78. - 73 EB 27. Gf. PL 19:79:80s; Mansi, 8:145ss. - 74 EB 34 Cf. Mansi, 10:624. - 75 EB 47. Cf. Mansi, 3161736.1738. - 76 EB 59-60. Cf. Mansi, 33:22. - 77 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem (París 1950) p.17s. - 78 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible, de A. Robert-A. Feuillet II p. 740-741. - 79 Cf. 1 Cor 12:285; Ef 4:11. - 80 Eusebio, Hist. Eccl 3:39:7; Constitutiones apostolicae 7:46:7. - 81 Cf. Responsum XIII Pont. Commissionis Biblicae (24 junio 1914) acerca del autor y del modo de composición de la epíst. a los Hebreos: EB 417. - 82 M. E. Boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20. - 83 Ap 21:6; 22:17; cf. Jn 4:10.1353; 7:38. - 84 Apo_3:14; 6:10; 16:7; 19:2.9.11; Apo_21:5s; cf. Jn 1:9-4:23; 7:28; 15:1; 17:3; 6:32; 1 Jn 2:8. - 85 Cf. A. schlater, Das A. T. ¿n der johanneischen Apocalypse: Beitrage zur Fórderung christlicher Theologie 16:6 (1912); K. L. Schmidt, Die Bildersprache in der Áñ.: ThZ 3 (1947) 161-177. - 86 Gf. E. B. Allo, o.c. p.CCXXIX-CCXXXI; M. García Cordero, o.c. p.ió. - 87 Ap 1:9. - 88 Adv. haer. 5:30:3: PG 7:1207. - 89 In Apocalypsim éï,éé; 17:10: PL 5:333.338. - 90 Hist. Eccl. 3:18:4: PG 20:252. - 91 De viris illustribus 9: PL 23:625. - 92 San Epifanio, Haer. 51:12.33: PG 41:909.949- - 93 Plinio el Joven le llama Immanissima bellua (Panegyr. Traiani 48). - 94 Cf. Suetonio, Domitíanus 13. - 95 Cf. Plinio, Hi'sí. Nat. 4:12.23. - 96 Ap 2:4.14.2055; 3:2ss.16ss. - 97 Ap 2:6.15.2053. - 98 Ap 2:10.13. - 99 L'Apocalypse, en La Sainte Bible dejérusalem p.20-22. - 100 Ap 17:10. - 101 Ap 13:3-4 - 102 A. Gelin, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Pirot-Clamer, XII (París 1951) P-586. - 103 A. Feuillet, Essai d'interpretaron du ch.n de l'Apocalypse: NTSt 4 (1957s) 183-200. - 104 Ap 1:1-11. - 105 Suetonio, Domitianus 13. Cf. A. J. Festugiére Et Fabre, Le monde gréco-romain au temps de N.-S. II 7-34. - 106 Cf. P. Touilleux, L'Apocalypse et les cuites de Domitien et de Cybéle (París 1935) p,805s; M. García Cordero, o.c. p.igs. - 107 cf. Ap 1:3; 3:11; 11:14; 22:7.12.20. ios Cf. Ap 13:16. - 109 Cf. Ap 1:3.19, etc. - 110 M. García Cordero, o.c. p.20. - 111 Cf. Ap 1:12-16; 4-5; 8:3-5; n,19; 14:1-5; 15:2-4; 19:11-16. Véanse J. Peschek, Ge-heime Offenbarung und Tempeldienst (Paderborn 1929); A. cabaniss, Ë Note on the Liturgy of Apocalypse: Interpretaron 7 (1952) 78-86; J. comblin, La Liturgie de la Nouvelle Jérusalem (Ap 21:1-22:5): EThl 29 (1953) 5-40; T. F. Torrance, Liturgie et Apocalypse: Verbum Caro 11 (1957) 28-40; G. Delling, Zum gottesdienstlichen Stil der Johannesapokalypse: NT 3 (1959) 107-137; M. H. Shepherd, Jr.,The Pashcal Liturgy and the Apocarse (Richmond 1960) P-99; B. brinkmann, De visione litúrgica in Apocalypsi S. loannis: VD n (1931) 335-342. - 112 Ap 4:2; 6:10; 11:4.15; 15:3. - 113 Ap 4:8; cf. Ex 3:14. - 114 Ap 4:8.11. - 115 Ap 1:8; 21:6. - 116 Ap 1:7.13; 19:1ss. - 117 Dan 7:13; Ap 1:7.13; 14:1 - 118 Ap 12:5; 19:15. - 119 Ap 2:28; 22:16. - 120 AP 2:1; 3:20. - 121 AÑ1-5· - 122 Ap 5:12-14. - 123 Ap 5:6. - 124 Ap 5:5. - 125 AP 5:9s. - 126 Ap 1:5 - 127 Ap 5:5; 6:1ss. Cf. D. M. Beck, The Christology ofthe Apocalypse (Nueva York 1942); E. Schmitt, Die christologische Interpretation ais das Grundlegende der Apokalypse: Theologi-sche Quartalschrift 140 (1960) 257-290. - 128 Ap 1:4. - 129 Ap 1:4; 3:1; 4:5. - 130 AP 2-3. - 131 Ap 22:17. - 132 Ap 2:7 y passim. - 133 Ap 7:10; 12:10; 19:1. - 134 Ap 1:5; 5:9; 7:14; 12:11. - 135 Ap 7:14; 12:11; 2Cr_20:12; 14:13. Cf. H. Crouzel, LedogmedelaRédemptiondansl'Ap.: BullLE 58 (1957) 6Sss. - 136 Ap 4:2-8; 5:115; 7:1; 8:7-10:11. - 137 Ap 4-5. Cf. J. Michl, Die Engelvorstellungen in der Apokalypse des hl Johannes: I Die Engel und Gott (Munich 1937). - 138 Ap 7,iss; 8:2ss; 14:16; 16:5. 141 Ap 13. - 139 Ap 12:7-9- 142 Ap 20:1-2. - 140 Ap 12:12.17- 143 Ap 12. - 144 Ap 1:6; 5:10; 11:18; 19:6; 20:6. - 145 Ap 5:10; 20:6. - 146 Ap 5:9-10; cf. Ex 19:6. Véase A. Skrinjar, Dignitates et officia Ecclesiae Apocalypti-cae: VD 23 (1943) 22-29.47-54-77-88. - 147 Ap 21:2.10; 19:7. - 148 Ap 3:20; 14:4-5; cf. Jer 2:2-3; 19:9; 21.2:9. - 149 Ap 14:1-3; 22:3-4; cf. 7.12. - 150 Ap 6:9; 7:1-17; 8:2; 14:1-5; 15:2-4. - 151 Ap 19:21; 20:10. - 152 Ap 20:11; 21,iss. - 153 Ap 19:19; 20:8-9. - 154 Ap 19:11-21; 20:9ss. - 155 Ap 20:11. - 156 M. E. boismard, L'Apocalypse, en La Sainte Bible de Jérusalem p.22-26. - 157 Cf. Ap 6:12-17. - 158 Ap 20:1-6. - 159 AP20:4. - 160 Ap 20:753. - 161 Ap 20:11-15. - 162 Entre esos Padres se cuentan Papías (cf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:39: PG 20:374), San Justino (cf. Dial, con Trifón 81:4: PG 6:668s), San Ireneo (Adv. haer. 5:30:4; 5:36:3: PG 7 1207-1224), San Hipólito (cf. San Jerónimo, De viris ill 61: PL 23:671-674), Tertuliano (Adv. Marcionem 3:24: PL 2:384-386), la Epíst. de Bernabé (15:4-9) y otros. - 163 Gf. Eusebio, Hist. Eccl. 3:28: PG 20:2743; Orígenes, De principiis 2:11: PG 11:241· - 164 El tenor del decreto es como sigue: Postremis hisce temporibus non semel ab hac Suprema S. Congregatione S. Officii quaesitum est, quid sentiendum de systemate millenarismi mitigati, docentis scilicet Ghristum Dominum ante finalem iudicium, sive praevia sive non praevia plurium iustorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse ven-turum. Re igitur examini subiecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 iulii 1944, Emi. ac Revmi. Domini Cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, praehabito RR. Consultorum voto respondendum decreverunt, sistema millenarismi tuto doceri non posse. Cf. AAS 36 (1944) 212; G. Gilleman, Condamwtion du millénarisme mitigé: NRTh 67 (1945) 239-241; I. F. sa-güés, Millenarismus omnis reiciendus est, en Sacrae Theologiae Summa IV (BAC, Madrid 1962) p.1022-1207. - 165 Tomás, 4 Sent. dist.43 q.i a.3. - 166 Cf. D 423. - 167 Ez 38-39. - 168 Ap 20:7-10. - 169 De civitate Dei 20:7:1-2: PL 41:666-668. - 170 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Jntrod. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-731-733; L. gry, Le millénarisme dans ses origines et son developpement (París 1904); C, Mo-Rrondo, Estudios milenarios (Jaén 1922); G. bardy, Millénarisme: DTC X 1760-1763; J. M. bover, El miíenarismo.yeZ magisterio eclesiástico: EstBib 2 (1951) 3-22; A. Wikenhauser, Das Problem des tausendj ahrigen Reiches in der Johannes-Apokalypse: Rómische Quartalschrift 40 (1932) 13-25; F. AlcAÑiz, Ecclesia patrística et millenarismus (Granada 1933); A. skrinjar, Apokalipsis. De regno Christi: VD 14 (1934) 289-295; H. Bietenhard, Das tausendjahrige Reich. Eme biblischtheologische Studie2 (Zürich 1955) 174ss; A. Colunga, El milenio: Sal 3 (1956) 220-227; J. F. walvoord, The Prophetic Contex ofthe Millenium: Bibliotheca Sacra ú 14 Ü957) i-9:97-10iss; A. gelin, Millénarisme: DBS V 1289-1294; G. E. Ladd, Revelation 20 and the Millenium: Review and Expositor 57 (1960) 167-175. - 171 o.c. p.XCVII-CXI. - 172 Ap 1:19. - 173 Cf. E. B. allo, L'Apocalypse p.CCXXXV-GGLXXIV; E. lohmeyer, Die Offenbar-ung des Johannes: Theologische Rundschau N. F. 6 (1934) 264-314; A. Vitti, Ultimi studi sull'Apocalisse: Bi 21 (1940) 64-78; A. Feuillet, Les diverses méthodes d'interprétation de l'Apocalypse et les commentaires receñís: AmiCler 71 (1961) 257-70. - 174 Son éstos: E. Renán, D. Vólter, O. Pfleiderer, E. Vischer, F. Spitta, H. J. Holtzmann, Bousset, Swete, Charles, A. Loisy, etc. - 175 Ap 17:10. - 176 Ap 17:11. - 177 Para Joaquín de Fiore, el Apocalipsis describe siete períodos sucesivos de la Iglesia: i) lucha de los apóstoles contra los judíos (Ap 2-3); 2) lucha de los mártires contra los romanos (Ap 4-7); 3) lucha de los doctores contra los arríanos (Ap 8-n); 4) lucha de los vírgenes (las Ordenes religiosas) contra musulmanes (Ap 12-14); 5) lucha de la Iglesia contra Babilonia = Sacro Imperio Romano; 6) época del anticristo; 7) milenio y consumación. - 178 Este escritor nos da una explicación del Apocalipsis estrictamente cronológica, dividi- - 179 Vestigatio arcani sensus in Apocalypsi (Amberes 1614) p.io25. - 180 Cf. H. Rongy, L'Application de l'Apocalypse a l'histoire universelle de l'Église primi-tive: RevEcclLiége 23 (1931-32) 92-96.220-24. - 181 San Ireneo, San Hipólito, San Victorino de Pettau, San Gregorio Magno, San Agustín, San Beda. - 182 F. Ribera, B, Pereyra, C. a Lapide, A. Bisping, L. C. Fillion, R. Cornely, Crampón, J· Ch. K. Hofmann. - 183 F. Ribera, In sacram beati lohannis Apost. et Ev. Apocalypsim Comm. (Salamanca É59è· - 184 Cf. San Agustín, De civ. Dei 20:8:1: PL 41:670. 5 The Apocalypse of the St. John (Londres 1909). - 186 S. Jean, l'Apocalypse (París 1933). - 187 Cf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet II P-727. - 188 E. B. Allo, o.c. p.CCLXXIII. - 189 Gf. Ap 16:6; 17:6; 18:24; 19:2; 20:4; 21:8. iw Ap17,S. - 191 Ap 17:9. - 192 Gf. Jn 16:33. - 193 Ap 1:3-7; 22:10.12.20. - 194 Ap 14:8; 17-18. - 195 Ap 19:11-21; 20:7-10. - 196 Ap 5:10; 11:17; 19:6.16. - 197 Gf. M. E. Boismard, L'Apocalypse, en Introd. a la Bible de A. Robert-a. Feuillet, II p.728s; A. Colunga, Los sentidos del Apocalipsis: CT 38 (1928) 300-331; J. M. Bover, El buen sentido en la interpretación del Apocalipsis: Razón y Fe 45 (1916) 48-54; L. Turrado, Sobre algunas cosas que llaman más la atención al leer el Apocalipsis: Gultbib 8 (1951) 180-185; J. G. Cepeda, Para entender el Apocalipsis: GultBib 12 (1955) 353-356.


Fuente: Biblia Comentada, Profesores de Salamanca (BAC, 1965)

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Notas

Apocalipsis  21,1-27

Capitulo 21.



La nueva Jerusalén, 21:1-22:5.
D espués de haber descrito el exterminio de todos los enemigos de Dios y la desaparición del mundo del pecado, el vidente de Patmos pasa a describirnos el triunfo de la Iglesia 1. En una gloriosa visión que contrasta fuertemente con la de la destrucción y humillación de Babilonia (Roma) 2, San Juan nos presenta a la nueva Jerusalén. Contempla a ésta descendiendo del cielo, vestida como una novia, porque representa a la Iglesia, a la Esposa del Cordero. En Rev_19:6-9 ya se había hablado de las bodas del Cordero con su Esposa la Iglesia.
La fase terrestre de la Iglesia parece haber terminado en la perspectiva del hagiógrafo, y entramos en la eternidad. Lo que era objeto de esperanza el vidente lo puso tantas veces ante los ojos de sus lectores para animarlos a sostener la lucha contra la Bestia se ha convertido ya en una gloriosa realidad. Esta última parte del Apocalipsis desarrolla una visión trascendente, que insiste especialmente sobre la fase definitiva, eterna, de la Iglesia, pero sin omitir el aspecto espiritual y permanente de su fase de formación en este mundo. Ambas fases están, por lo demás, totalmente fundidas entre sí en la visión. Pero, en el conjunto, la visión prescinde completamente del fieri y del factura esse. El Apocalipsis siempre presenta en estrecha unión el aspecto militante y triunfante de la Iglesia 3.
Esta última sección del Apocalipsis viene a ser una especie de síntesis de todo el resto del libro 4.
Se puede dividir en los puntos siguientes: 1) La Jerusalén celeste (Rev_21:1-8). 2) Descripción de la Jerusalén futura, Esposa del Cordero (Rev_21:9-23). 3) En ella todos encontrarán abundantes bendiciones y la bienaventuranza eterna (21:24-22:5).



La Jerusalén celeste, 21:1-8.
1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido; y el mar no existía ya. 2 Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, del lado de Dios, ataviada como una esposa que se engalana para su esposo. 3 Oí una voz grande, que del trono decía: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, 4 y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado. 5 Y dijo el que estaba sentado en el trono: He aquí que hago nuevas todas las cosas. Y dijo: Escribe, porque éstas son las palabras fieles y verdaderas. 6 Díjome: Hecho está. Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin. Al que tenga sed le daré gratis de la fuente de agua de vida. 7 El que venciere heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo. 8 Los cobardes, los infieles, los abominables, los homicidas, los fornicadores, los hechiceros, los idólatras y todos los embusteros tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte.

San Juan ha hablado en el capítulo anterior del estanque de fuego en donde serán atormentados eternamente los malos; pues bien, ahora, por una especie de contraposición, comienza a hablar con entusiasmo de la bienaventuranza de los elegidos en la creación restaurada. Una vez ejecutado el juicio final, se abre una nueva vida para los predestinados. Toda la naturaleza visible será renovada y transformada. Del mismo modo que, por el pecado del hombre, la naturaleza fue sometida a la maldición y a la corrupción 5, así también ahora, con la glorificación del hombre, será librada de la corrupción y pasará a un estado mejor 6.
El vidente de Patmos contempla un cielo nuevo y una tierra nueva (v.1). Esta idea es un tema apocalíptico7 que tiene también grandes resonancias en las esperanzas mesiánicas. El profeta Isaías anuncia para los tiempos mesiánicos la creación de cielos nuevos y una tierra nueva8. Y los apócrifos judíos hablan también de la aparición de un mundo nuevo que saldrá del caos del mundo antiguo 9. El Libro de Henoc afirma claramente: Y después de esto, en la semana décima., tendrá lugar el gran juicio eterno. Y el primer cielo desaparecerá y pasará, y un cielo nuevo aparecerá, y todas las potestades del cielo brillarán eternamente siete veces más. Y después de esto vendrán semanas numerosas, que transcurrirán innumerables, eternas, en la bondad y en la justicia, y desde entonces el pecado no volverá a ser nombrado nunca más10. Esta misma concepción se encuentra en el Nuevo Testamento. En este sentido nos dice la 2 Pe: Nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor. 11 El Apocalipsis, lo mismo que la 2Pe_3:13, entienden esta transformación de los últimos tiempos. Es algo parecido a la palingenesia, o nuevo estado de cosas, esperado por la literatura judía bajo el influjo de ciertos textos proféticos 12. Sin embargo, el Apocalipsis no enseña una destrucción o renovación real y material del mundo físico, sino que permanece en el campo del simbolismo. Lo que quiere decir San Juan es que, con el juicio divino purificador más poderoso que el mismo fuego , los cielos y la tierra quedarán tan puros que verdaderamente parecerán otros. Quedarán totalmente libres de los impíos y de los malvados, perseguidores de la Iglesia. Por consiguiente, los cielos y la tierra serán nuevos, porque quedarán purificados.
El apóstol San Pedro, naciendo alusión a la historia del Gen_1:9, dice que la tierra salió del agua, y luego con el agua del diluvio fue purificada 13. Pero los cielos y la tierra actuales están reservados por la misma palabra para el fuego en el día del juicio y de la perdición.14 El fuego es el elemento de mayor energía purificadora, y, siendo tal la corrupción de los cielos, mancillados con el culto idolátrico que les rinden los hombres, y de la tierra, manchada con tantas iniquidades como en ella se cometen, necesitan un elemento de una gran fuerza purificadora para limpiarlos 15.
San Pablo también espera una especie de nueva creación por la cual suspiran las criaturas, sintiendo como dolores de parto mientras llega la regeneración espiritual del hombre 16.
El mar, a imitación de la tierra, desaparecerá del mundo nuevo que surgirá después de la gran purificación del juicio final. La desaparición del mar es también un rasgo apocalíptico que se encuentra en la literatura judía. Los Oráculos sibilinos afirman: Y sucederá en el último período que el océano se secará.17. El mar, resto del caos primitivo acuático, Tehom-Tiamat18, morada de los monstruos marinos Tannim, Leviatan, Rahab y la Serpiente 19, que tan peligroso resultaba para los que tenían que atravesarlo, tenía mala fama entre los antiguos. El Dragón del capítulo 12 se apostó en la playa, junto al mar 20; y la Bestia de siete cabezas y diez cuernos salía del mar 21. Moisés, a la salida de Egipto, secó el mar Rojo para que pasase el pueblo de Israel. En el mundo nuevo que surgirá al final de los tiempos ya no existirá el mar.
Esta completa renovación del mundo exige que la nueva capital, la Jerusalén nueva, sea totalmente celeste. Por eso el autor sagrado dice que vio la ciudad santa descender del cielo del lado de Dios (v.2).
La presenta personificada bajo la figura de una novia ricamente ataviada. Se le llama ciudad santa porque en ella surgía el templo del único Dios verdadero. Y al mismo tiempo será nueva porque en ella ya no habrá ninguna cosa impura o profana. Jerusalén era el símbolo de la alianza de Dios con el pueblo escogido. La literatura rabínica habla de la existencia de un modelo de la ciudad de Jerusalén junto a Dios antes de que fuera fundada en la tierra 22. San Juan se sirve de esta creencia judía de una Jerusalén preexistente, que se manifestaría en los tiempos escatológicos, para describirnos una nueva Jerusalén totalmente espiritual, mansión de los elegidos. Hacia esta ciudad futura, ideal, se dirigían las miradas y las esperanzas, de los israelitas lo mismo que en Ezequiel 40-48 especialmente después de la destrucción de Jerusalén en el año 70. Jerusalén, en cuanto capital de la nación hebrea, viene a ser frecuentemente como la expresión del mismo pueblo. Y como Israel según la concepción de los profetas está íntimamente ligado con Yahvé por un vínculo conyugal, por eso se le llama Esposa de Yahvé 23. Esto mismo explica que en nuestro pasaje se dé a Jerusalén el nombre de esposa, en cuanto que representa al pueblo de Dios. En esta concepción profética se funda San Pablo para decir que Jerusalén es nuestra madre, porque representa al pueblo de los hijos de Dios, de los que creyeron en Jesucristo y aprendieron de El a llamar a Dios Padre. El mismo San Pablo considera a la Iglesia como Esposa de Cristo 24. Pues bien, San Juan extiende a la Iglesia triunfante lo que San Pablo dice de la Iglesia militante. Esta es la razón del lenguaje empleado en este pasaje, donde el autor sagrado ve a la Jerusalén glorificada que desciende del cielo ataviada como novia en el día de sus bodas. Con esta imagen se quiere expresar la alianza íntima e indisoluble del Cordero con su pueblo, con la Iglesia. Esta alianza íntima e indisoluble de Cristo con su Iglesia ya ha sido representada en el Apocalipsis bajo la imagen de unas bodas 25, pues Jesucristo es comparado en el Nuevo Testamento a un esposo 26, y la Iglesia a una esposa. 27 La esposa del Cordero que ve San Juan viene ataviada con sus mejores galas de novia, es decir, con la gracia y con las buenas acciones de los santos. Se dice, además, que la nueva Jerusalén baja del cielo porque ha de ocupar el sitio de antes en la nueva tierra una vez purificada de todas las impurezas que antes la tenían manchada 28.
Al mismo tiempo que ve esto San Juan, oye una voz fuerte que salía del mismo trono de Dios, pronunciada probablemente por algún querubín, que dice: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres. (í.3). Es una alusión a la tienda o tabernáculo fabricado por Moisés en el desierto, dentro del cual habitaba Dios 29. La idea cumbre de la religión mosaica era la presencia de Yahvé en medio de su pueblo. Esta presencia de Dios se hace mucho más íntima en el Nuevo Testamento por la gracia de Jesucristo y por los sacramentos. El autor sagrado nos dice que Dios plantará su tienda (óêçíþóåé) entre ellos, haciendo un juego de palabras entre el término griego skéné, tienda, y la palabra hebrea Sekinah 30, que era el símbolo de la presencia de Yahvé en medio de su pueblo 31. La presencia de Dios entre los hombres expresa la idea de morada y de actividad que había comenzado a manifestarse por medio de la alianza de Yahvé con Israel en el Sinaí 32. La encarnación de Cristo mostró de un modo más pleno esa presencia de Dios entre los hombres y la espiritualizó 33. Pero todavía será más perfecta, definitiva y consumada al fin de los tiempos, cuando Dios habite y reine en medio de los elegidos en el cielo. Entonces sí que se podrá considerar a los bienaventurados como su pueblo, y a Dios llamarlo Dios con ellos, aludiendo a la profecía del Emmanuel, Dios con nosotros 34. Ezequiel también nos dice, hablando en nombre de Yahvé: Pondré en medio de ellos mi morada, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo 35. Y el mismo profeta, después de haber visto cómo Dios abandonaba el templo profanado por los babilonios 36 y la vuelta de Yahvé a su morada de Sión 37, nos dice que el nombre de la ciudad será Yahvé Sammak, Yahvé esta allí 38.
En el Antiguo Testamento se repite con frecuencia que Yahvé será el único Dios de Israel e Israel será el pueblo predilecto de Yahvé. Si Israel cumple los preceptos del Señor, Yahvé le defenderá de los enemigos y lo llenará de felicidades39. Pero si el pueblo pecaba y se apartaba de Yahvé, entonces Dios se retiraba de en medio de su pueblo 40. En la nueva Jerusalén, Dios habitará indefectiblemente en medio de los elegidos, que no provendrán únicamente de Israel, sino de todas las naciones de la tierra. En adelante ya no habrá distinción entre judío y gentil, sino que todos podrán entrar a formar parte del pueblo de Dios mediante la fe 41. La presencia continua e indefectible de Dios en medio de los elegidos traerá como consecuencia la exclusión absoluta de toda suerte de penalidades. Lo expresa el autor sagrado con expresiones muy gráficas: enjugara las lagrimas de sus ojos y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado (v.4). Este texto se inspira en el profeta Isaías, el cual dice: Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra42. Un nuevo orden de cosas será inaugurado. En él cesará toda miseria, y los elegidos serán colmados de felicidad en la nueva Jerusalén, porque la primera condición de la bienaventuranza es la exclusión de todo mal. Con esto comienza el reino de la alegría y de la felicidad. El Libro de Henoc también nos describe la felicidad del reino mesiánico en estos términos: Y la tierra quedará limpia de toda corrupción, de todo pecado, de todo castigo y de todo dolor, y no enviaré más (estos azotes) sobre la tierra hasta las generaciones y hasta la eternidad.43
Después el mismo Dios toma la palabra para dirigirse al vidente (v.5). Es la primera vez que en el Apocalipsis se dice expresamente que Dios toma la palabra. Esta intervención suprema de Dios se explica bien si tenemos en cuenta la gravedad de las últimas revelaciones con que termina el libro. Dios declara que todo será renovado: He aquí que hago nuevas todas.las cosas. De este modo anuncia la grande restauración de todas las cosas en Cristo 44. La renovación será tal y tan definitiva, que hará olvidar todo lo pasado. Así se realizarán las antiguas promesas hechas al vidente de Patmos en sus visiones pasadas 45. Esta promesa de la renovación total del orden humano y espiritual es ciertísima, pues así lo asegura el mismo Dios, cuyas palabras son fieles y verdaderas ^6. Y aunque el hecho todavía no se ha realizado, es tan cierto que se llevará a efecto, que ya se considera como realizado. Por eso, los designios de Dios son presentados como ya cumplidos, pues el alfa y la omega, el principio y el fin (v.6), ejecutará todo lo prometido desde la primera letra hasta la última. Dios es el que dirige la historia, y, por consiguiente, sabrá ordenar todas las cosas a su fin primario, que es a su misma glorificación y a la exaltación de su Iglesia. Todo comienza y termina en Dios, porque El es el Creador de todos las cosas, y todos los seres convergen ininterrumpidamente hacia El como a su centro y a su fin.
A los cristianos que se hayan mostrado valientes y hayan salido vencedores en las luchas pasadas 47, y a todo el que tenga sed, Dios les concederá bondadosamente derecho a la inmortalidad bienaventurada al lado de Jesucristo. Esto es lo que significa dar de beber gratis de la fuente de agua de vida. El que tenga sed designa a aquellos que sienten ansias de felicidad espiritual y cumplen los requisitos establecidos por Cristo y la Iglesia para obtenerla. Dios concede esa felicidad bienaventurada gratuitamente, en cuanto que es un don gratuito de Dios, y porque se conseguirá sin fatiga y sin sufrimientos en el cielo. Cristo apagará todos los deseos de los elegidos, dándose El mismo a ellos como fuente de bienaventuranza eterna. Esto se cumple ya en parte en este mundo cuando los cristianos reciben la gracia y los sacramentos 48; pero Dios los saciará todavía mucho más perfectamente en el cielo. Aquí alcanzará la promesa divina su más sublime realización cuando Dios comunique a sus fieles la vida feliz de que El goza. Entonces se realizará la perfecta adopción de los cristianos como hijos de Dios (v.v) que Cristo nos comunica ya en este mundo49. Porque en el cielo es donde entramos en posesión de aquella divina herencia, la cual sólo poseemos en esperanza en este mundo 50. Pero únicamente la obtendrán los vencedores en las persecuciones y en las dificultades de la presente vida y aquellos que hayan renunciado a todo lo de este mundo por amor de Cristo 51. éstos tales recibirán una magnífica recompensa en el cielo, y Dios será todo para ellos y ellos serán sus hijos 52. Esta promesa tantas veces anunciada en la Sagrada Escritura adquiere aquí su realización escatológica y definitiva.
Esta es la suerte feliz que aguarda a los cristianos vencedores. En cambio, los cristianos cobardes, que no se atrevieron a enfrentarse con la persecución, los infieles, los idólatras y, en una palabra, todos los malos serán terriblemente castigados (v.8). San Juan nos da una lista de aquellos que, habiendo cometido acciones abominables a los ojos de Dios, serán arrojados al estanque de fuego. En primer lugar se refiere a los cristianos remisos y cobardes que, al sobrevenir la persecución, no supieron luchar contra la Bestia y renegaron de Cristo. Vienen a continuación los infieles que han rehusado la fe, cerrando los ojos a la luz de la verdad y de la revelación 53. Muchos de éstos se han hecho abominables a los ojos de Dios por haberse entregado a vicios execrables e impuros, especialmente a los vicios contra la naturaleza 54. La perversión moral de estos viciosos viene a causar como mareo en aquellos que perciben su intolerable hedor. También los homicidas o asesinos, los fornicadores, los hechiceros que en sus artes mágicas se sirvieron del engaño, los idólatras y todos los embusteros, es decir, todos los mentirosos y falsos doctores que enseñaron doctrinas erróneas 55, serán castigados por Dios con la muerte eterna en el estanque de fuego y azufre. Esta muerte eterna es llamada aquí la segunda muerte por contraposición a la muerte primera o corporal, que se da cuando el hombre sale de este mundo.
Este pasaje del Apocalipsis puede considerarse como el eco de aquella afirmación de San Pablo en su 1 Cor: ¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios. 56



Descripción de la Jerusalén futura,Gen_21:9-23.
9 Vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas, llenas de las siete últimas plagas, y habló conmigo y me dijo: Ven y te mostraré la novia, la esposa del Cordero. 10 Me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo, de parte de Dios, que tenía la gloria de Dios. ð Su brillo era semejante a la piedra más preciosa, como la piedra de jaspe pulimentada. 12 Tenía un muro grande y alto y doce puertas, y sobre las doce puertas doce ángeles y nombres escritos, que son los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel: 13 de la parte de oriente, tres puertas; de la parte del norte, tres puertas; de la parte del mediodía, tres puertas, y de la parte del poniente, tres puertas. 14 El muro de la ciudad tenía doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del Cordero. 15 El que hablaba conmigo tenía una medida, una caña de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro. 16 La ciudad estaba asentada sobre una base cuadrangular, y su longitud era tanta como su anchura. Midió con la caña la ciudad, y tenía doce mil estadios, siendo iguales su longitud, su latitud y su altura.17 Midió su muro, que tenía ciento cuarenta y cuatro codos, medida humana, que era la del ángel. 18 Su muro era de jaspe, y la ciudad oro puro, semejante al vidrio puro; 19 y las hiladas del muro de la ciudad eran de todo género de piedras preciosas: la primera, de jaspe; la segunda, de zafiro; la tercera, de calcedonia; la cuarta, de esmeralda; 20 la quinta, de sardónica; la sexta, de cornalina; la séptima, de crisólito; la octava, de berilo; la novena, de topacio; la décima, de crisoprasa; la undécima, de jacinto, y la duodécima, de amatista. 21 Las doce puertas eran doce perlas, cada una de las puertas era una perla, y la plaza de la ciudad era de oro puro, como vidrio transparente. 22 Pero templo no vi en ella, pues el Señor, Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo. 23 La ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen, porque la gloria de Dios la iluminaba y su lumbrera era el Cordero.

El vidente de Patmos pasa ahora a describirnos el esplendor y la gloria de la nueva Jerusalén. La visión presente 57 es relacionada un tanto artificialmente con el septenario de las copas de Rev_17:155. Un ángel, probablemente el mismo que había mostrado a San Juan la gran Ramera y su ruina, le muestra ahora la Esposa del Cordero (v.q). Ambas figuras se oponen totalmente. Por un lado está la Esposa del Cordero, pura y virgen; por el otro esta la gran Ramera, llena de corrupción y de podredumbre. La Roma pagana, es decir, la gran Ramera, se vio de repente despojada de su soberanía y de su gloria humana y precipitada en la ruina; la nueva Jerusalén, o sea la Iglesia, fue, en cambio, levantada de la humillación en que la habían sumido las persecuciones a la gloria eterna. Esta será la Novia, la Esposa del Cordero que el ángel va a mostrar al vidente. Ya hemos dicho más arriba que en el Nuevo Testamento la Iglesia es llamada la Esposa de Cristo 58.
En esta visión, el simbolismo de la esposa es empleado de un modo un poco diverso del que encontramos en Rev_21:2-3. Mientras que en Rev_21:2-3 San Juan contempla a la nueva Jesuralén engalanada como una novia que va al encuentro de su novio, en Rev_21:9-10 se dice que la Esposa del Cordero es la ciudad santa de Jerusalén, que desciende del cielo. Y en los versículos siguientes se nos describe la hermosura de esta ciudad. Por consiguiente, en esta segunda visión se hace hincapié en la personificación de Jerusalén bajo la figura de una mujer. Se insiste en la idea de ciudad llena de hermosura; en cambio, en Rev_21:1-8, la nueva Jerusalén es considerada más bien como morada de felicidad para los que la habitan, pero sin insistir en la idea de ciudad en cuanto tal. En realidad, ambas visiones se completan mutuamente. Por eso no seguimos a la opinión de aquellos que consideran Rev_21:955 como un pasaje que no formaba parte primitivamente del capítulo 21 del Apocalipsis59. La imagen de una mujer-ciudad se emplea también en 4 Esd_10:25-27. San Juan en adelante ya no volverá a hablar de Jerusalén como Esposa del Cordero, sino de Jerusalén como ciudad.
El vidente de Patmos es transportado, como Ezequiel60, en espíritu a un monte grande y alto, y el ángel le mostró la ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo (v.10). La nueva Jerusalén será edificada sobre ese monte elevado. La ciudad santa será como la acrópolis del mundo nuevo, de la tierra nueva, fundada para la eternidad, la cual atraerá hacia sí a todas las gentes61. La descripción de esta ciudad, que viene a continuación, está inspirada en la descripción que hace Ezequiel de la Jerusalén ideal de los tiempos mesiánicos 62. Toda esta sección de Ap 21:9-22:5 contiene numerosas alusiones a Ez 40-48. El profeta Ezequiel es transportado también en espíritu a Jerusalén, edificada sobre un monte altísimo. Y un ángel, con instrumentos de medir, le fue mostrando todas las partes del templo. Describe sus puertas gigantes63 y un manantial que salía del mismo templo 64. La diferencia que existe entre Ezequiel y San Juan está en que el Apocalipsis se detiene principalmente en la descripción de la nueva Jerusalén, mientras que a Ezequiel le interesa más el templo. La razón de esto nos la da el mismo San Juan al decirnos que no vio templo en la nueva Jerusalén, porque el Señor, como el Cordero, era su templo 65.
Juan ve la nueva Jerusalén bajar del cielo envuelta en la gloria de Dios y brillante como jaspe pulimentado (v.11). Esta claridad de la Jerusalén celeste es la claridad misma de Dios, es el fulgor de su presencia 66, pues Dios habita en ella y la ilumina 67. El resplandor, comparable al de las piedras más preciosas, proviene de esta divina presencia; es una participación de la gloria de Dios que en ella mora. La hermosura de todas sus partes es el reflejo de la belleza espiritua de todos los que la habitan. La ciudad tenia un muro grande y alto (v.1a), como todas las ciudades antiguas. No se podía concebir en aquellos tiempos una ciudad sin murallas que le sirvieran de protección. Sin embargo, en este caso, el muro es puramente ornamental, pues no habrá peligro de ataques por parte de fuerzas enemigas. El muro de la ciudad tenía doce puertas, que llevaban por nombre los de las doce tribus de Israel, como sucedía también en la Jerusalén de la visión de Ezequiel68. Además, en cada puerta había un ángel, que tenía por misión vigilar la entrada y defenderla 69. Las puertas estaban distribuidas tres en cada uno de los puntos cardinales, de donde se infiere que la ciudad era cuadrada y que estaba perfectamente orientada (í.13). El muro constaba de doce hiladas, o doce cimientos, sobre los cuales se levantaba la muralla y la ciudad. Tal vez habría que concebir estos cimientos dispuestos en hiladas superpuestas y quizá un poco salientes. Cada uno de los cimientos llevaba el nombre de uno de los apóstoles del Cordero (v.14). La nueva Jerusalén, que es la Iglesia, está edificada, pues, sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, como decía también San Pablo 70.
El esplendor de la descripción de la ciudad está en armonía con la descripción del trono de Dios y la corte celestial en Ap 4-5. San Juan se inspira en Eze_48:30-35. Pero la descripción del Apocalipsis es más rica y más llena de colorido. Las doce puertas tienen relación, sin duda, con las doce tribus místicas que forman el Israel de Dios 71, el Israel espiritual, y expresan la idea de catolicidad. Los nombres de los doce apóstoles en las doce hiladas de los muros significan la parte que los apóstoles han tenido en la fundación de la Iglesia y destacan su apostolicidad. El autor sagrado ha querido mostrar con estas cifras y estas alusiones la unión existente entre el Antiguo y Nuevo Testamento. No son dos revelaciones, sino una sola y única revelación. Además, ha querido poner de relieve la universalidad, la catolicidad de la Jerusalén celeste.
A continuación San Juan describe las dimensiones de la Jerusalén celeste. La medición tiene por finalidad primordial el destacar la perfección acabada del plano de Dios y admirar su hermosura. Ezequiel nos ha dejado descritos los planos de la ciudad de Jerusalén de los tiempos mesiánicos y de toda la Tierra Santa 72. San Juan empieza, notando que el ángel que le hablaba tenia en sus manos una caña de oro para medir la ciudad (v.15). El intérprete de Juan tiene una caña de oro porque en la Jerusalén celeste no cabe otra cosa de menos valor. Tanto el profeta Ezequiel73 como el profeta Zacarías 74 nos presentan sendos ángeles con cañas de medir en sus manos para medir la Jerusalén mesiánica. El plano de la Jerusalén celeste era cuadrangular, lo que es un signo de perfección. La medida de su longitud como de su anchura, realizada por el ángel, resultó ser de 12.000 estadios, o sea de unos 2.200 kilómetros (v.16). El estadio era una medida de longitud de unos 185 metros, que, multiplicado por 12.000 estadios, da la cifra de 2.200 kilómetros ya indicados. Estas dimensiones astronómicas no nos han de extrañar si tenemos presente que aquí se mide la Jerusalén celeste, en donde han de morar con el Señor todos los ángeles y santos, que suponen millones y millones. Las cosas del cielo han de aventajar en mucho a las de la tierra. La cifra de 12.000 estadios es evidentemente simbólica, y corresponde al número de las tribus de Israel la Iglesia es el nuevo Israel , multiplicado por mil en signo de multitud. El autor sagrado, dándonos estas proporciones gigantescas, quiere destacar la grandeza de la nueva Jerusalén.
Lo más curioso en esta descripción es que la altura, la anchura y la longitud de esta ciudad son iguales. Sería difícil concebir o imaginar una ciudad que tuviera la misma anchura, la misma altura y la misma longitud. Tendría la forma de un cubo perfecto, con 555 kilómetros de alto, lo cual no es imaginable para una ciudad. Pero si una ciudad en forma de cubo perfecto no es concebible para nosotros, resulta una imagen muy apta para expresar el concepto de estabilidad y de perfección. Tanto más cuanto que el santo de los santos del templo de Jerusalén formaba un cubo perfecto 75. Con lo cual parece querer indicarnos el hagiógrafo que la Jerusalén celeste será el templo de Dios. También podría concebirse su forma como la de los famosos zigutar babilónicos, es decir, en forma piramidal. De todas maneras es conveniente tener presente que también la literatura rabínica exorbita las proporciones de la Jerusalén de los tiempos mesiánicos: se elevaría sobre el Sinaí y llegaría hasta el cielo, pidiendo a Dios sitio arriba, porque no cabía en la tierra 76.
La altura del muro era de 144 codos, que viene a dar unos 72 metros, lo que resultaría demasiado desproporcionado con la elevación de la ciudad (v.17). La cifra 144 codos corresponde también al número de las doce tribus de Israel elevado al cuadrado (12 X 12). La medida con que medía el ángel era medida humana, es decir, medida ordinaria, común entre los hombres cuando escribía San Juan 77. Por consiguiente, aunque las medidas eran tomadas por un ángel, no obstante están computadas según los cálculos ordinarios de los hombres 78.
La nueva Jerusalén estaba construida con materiales riquísimos, que sirven para darnos una idea de su hermosura y esplendidez. La ciudad era de oro puro, transparente como el vidrio puro (v.18). Era, por lo tanto, como un bloque de oro resplandeciente y translúcido. Los fundamentos del muro de la ciudad estaban adornados de toda clase de piedras preciosas (v. 19-20). La idea de una construcción con piedras preciosas puede provenir del profeta Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica en estos términos: Voy a edificarte sobre jaspe, sobre cimientos de zafiro. Te haré almenas de rubí y puertas de carbunclo, y toda una muralla de piedras preciosas*79. Cada una de las piedras preciosas de nuestro texto del Apocalipsis pudo tener en la mente de San Juan un sentido simbólico que hoy no se puede determinar con certeza. Los nombres de las piedras corresponden, en parte, a las que el sumo sacerdote judío llevaba en el pectoral 80 y a las que adornaban los vestidos del rey de Tiro según la descripción del libro de Ezequiel81. El jaspe debe de ser el jaspe verde 82. El zafiro era una piedra preciosa de color celeste. Por la descripción de Plinio 83 y de otros autores antiguos, parece deducirse que respondía al actual lapislázuli. La calcedonia es una piedra verde y tornasolada como el cuello de los pichones. La esmeralda es una gema de color verde. La sardónica es una variedad del ónice en el que el blanco se mezcla con el rojo. La cornalina es una piedra preciosa de color rojo cárneo. El crisólito es una piedra del color de oro. El berilo es una especie de esmeralda de color ligeramente verde-amarillo. El topacio es de color verde-dorado. La crisoprasa es una especie de ágata de color verde. El jacinto es una piedra preciosa de color violeta o rojo-amarillo. La amatista es una gema de color violeta 84.
En toda esta profusión de piedras preciosas y de colores, producidos por la claridad que difundía la gloria de Dios, han visto los Santos Padres la diversidad de los dones de gracia y la multiplicidad de las virtudes de los bienaventurados. El alma de todo cristiano que está en gracia, y sobre todo la de los bienaventurados, por su perfección, refleja y manifiesta la perfección de la gloria divina 85.
El muro de la ciudad estaba flanqueado por doce puertas, tres a cada lado. Cada una de las puertas era una perla (v.21). La literatura rabínica nos habla de perlas con una anchura y una longitud de treinta álamos, que Dios emplearía para construir las puertas de Jerusalén de los tiempos mesiánicos 86. Las tales puertas no se cerraban ni de día ni de noche (v.25), porque allí no había peligro de enemigos. Sólo podían entrar y salir por ellas los que estaban escritos en el libro de la vida que tenía el Cordero 87. La plaza, que debía de estar en medio de la ciudad, era de oro puro, brillante como el cristal. Sobre esta maravillosa y refulgente pavimentación de la plaza se levantaba el trono de Dios. Sabido es que en el siglo i el cristal era considerado como un objeto precioso por ser muy escasa su fabricación. En el tabernáculo construido por Moisés y en el templo de Salomón no entraban sino materiales preciosos. Pero todavía será mucho más en la ciudad celeste, contruida para manifestar la magnificencia divina para con los elegidos.
Fin esta maravillosa ciudad, San Juan no vio templo alguno, porque el Dios todopoderoso, con el Cordero, era su templo (v.22). Sorprende un poco esta constatación del vidente de Patmos, ya que antes nos ha hablado de un templo y de un altar en el cielo, en donde sus siervos, los elegidos, le dan culto día y noche 88. Juan empleó esta imagen tradicional para simbolizar diversas realidades. Pero cuando quiere expresar la gran realidad de la vida gloriosa en el cielo, esta imagen ya no le parece apropiada. El templo era el signo de la presencia invisible de Dios en medio de su pueblo 89. Mas en la nueva Jerusalén, Dios y el Cordero estarán presentes visiblemente y los bienaventurados verán a Dios cara a cara 90. Por consiguiente, no es necesario un templo, porque todo el cielo es un templo. La gloria conjugada de Dios y del Cordero lo llena todo. La Jerusalén celeste está inundada de la presencia inmediata de Dios y del Cordero, que constituyen su verdadero templo 91. El autor sagrado tenía posiblemente en el pensamiento aquel texto de Isaías: Ya no será el sol tu lumbrera, ni te alumbrará la luz de la luna. Yahvé será tu eterna lumbrera, y tu Dios será tu luz. Tu sol no se pondrá jamás y tu luna nunca se esconderá, porque será Yahvé tu eterna luz. 92
Dios y el Cordero son puestos en este pasaje en pie de igualdad como en otros lugares del Apocalipsis 93. De donde se deduce claramente que el Cordero es considerado por San Juan como una persona divina semejante al Padre. Los ciudadanos de la nueva Jerusalén están iluminados por el resplandor luminoso de Dios y del Cordero. Por eso, la ciudad no había menester de sol ni de luna que la iluminasen (v.23). Todas estas expresiones han de ser tomadas en sentido espiritual. Dios es el sol que ilumina toda la vida interior del cristiano y será la luz indefectible, la verdadera bienaventuranza de los predestinados.



En la nueva Jerusalén todos encontraran la bienaventuranza eterna, 21:24-22:5.
24 A su luz caminarán las naciones, y los reyes de la tierra llevarán a ella su gloria. 25 Sus puertas no se cerrarán de día, pues noche allí no habrá, 26 y llevarán a ella la gloria y el honor de las naciones. 27 En ella no entrará cosa impura ni quien cometa abominación y mentira, sino los que están escritos en el libro de la vida del Cordero. 22:1 Y me mostró un río de agua de vida, clara como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. 2 En medio de la calle y a un lado y otro del río había un árbol de vida que daba doce frutos, cada fruto en su mes, y las hojas del árbol eran saludables para las naciones. 3 No habrá ya maldición alguna, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, 4 y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y llevarán su nombre sobre la frente. 5 No habrá ya noche, ni tendrá necesidad de luz de antorcha, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos.

os v.24-27 están tomados de Isaías, el cual nos describe la gloria de la Jerusalén mesiánica con estas palabras: Las gentes andarán en tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora. Alza los ojos y mira en torno tuyo: Todos se reúnen y vienen a ti; llegarán de lejos tus hijos, y tus hijas son traídas a ancas. Guando esto veas resplandecerás, y palpitará tu corazón y se ensanchará. Vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti las riquezas de los pueblos. Te inundarán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madián y de Efa. Llegarán de Saba en tropel, trayendo oro e incienso y pregonando las glorias de Yahvé. En ti se reunirán los ganados de Gedar, y los carneros de Nebayot estarán a tu disposición. Extranjeros reedificarán tus muros, y sus reyes estarán a tu servicio, pues si en mi ira te herí, en mi clemencia he tenido piedad de ti. Tus puertas estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para traerte los bienes de las gentes con sus reyes por guías al frente; porque las naciones y los reinos que no te sirvan a ti perecerán y serán exterminados. 94 El autor del Apocalipsis, inspirándose en estas imágenes de Isaías, nos describe la riqueza y el esplendor de la nueva Jerusalén, es decir, de la Iglesia; y la representa como una ciudad que recibe el tributo de todos los pueblos. La Iglesia está compuesta de hombres de todas las naciones 95 que se han convertido o se convertirán a la fe cristiana. La iluminación de las naciones y el homenaje de los reyes de la tierra (v.24) son imágenes isayanas 96, que significan la vocación y la salvación de los gentiles y la parte que habían de tomar en la vida gloriosa de la nueva Jerusalén. Sus puertas estarán abiertas continuamente, como invitación a todos los pueblos para que vengan a ella, pues nadie será excluido de esta santa ciudad, a no ser los impuros, los mentirosos y los que cometen abominaciones (v.23-27). Los verdaderos ciudadanos de la Jerusalén celeste serán los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero 97, es decir, los elegidos. A ella llevaran la gloria y el honor de las naciones, o sea todas las riquezas espirituales y todas las obras buenas de los que se salvan. Con estas imágenes, el autor sagrado quiere mostrarnos la universalidad o catolicidad de la Jerusalén celeste y, al mismo tiempo, su santidad, pues nada impuro, nada profano podrá entrar en ella 98.
La gloria que alumbra la ciudad de Dios no es otra cosa para San Juan que la lumbre de la gloria con que Dios se da a conocer a los santos y los beatifica. Y la luz que derrama el Cordero es la gloria que sobre los santos mismos derrama la humanidad glorificada de Jesucristo, la cual, después de la visión beatífica de la esencia divina, será lo que más aumente la gloria de los bienaventurados.

1 Ap 21:1-22:5. 2 Ap 17:1-18:24. 3 Cf. ?; 14:1-S; 15:2-4; 20:4-6. 4 E. B. allo, o.c. p.339-340. 5 Gen_3:17; Rom_8:19-23. 6 Hec_3:19-21; 2Pe_3:7-13. Cf. M. sales, o.c. p.67ó. 7 Cf. Rev_2:7. 8 Isa_65:17; cf. 66:22. 9 4 Esd_7:30-31. 10 Libro de Henoc 91:16-17. 11 2Pe_3:13. 12 Isa_65:17; Isa_66:22. Cf. Libro de Henoc 24:1-5; 39:4; 41:2; 45:4-5; 91:16; Jubileos 1:29; Apocalipsis de Baruc 32:6; 57:2; 4 Esd_7:31.' 13 Gen_6:6ss. 14 2Pe_3:5-7. 15 Cf. W. Watson, The New Heaven and the New Earth: The Expositor 9 (1915) 165-179; A. Colunga, El cielo nuevo y la tierra nueva: Sal 3 (1956) 485-492; M. García Cordero, o.c. p.214. 16 Rom_8:19-23. 17 Oráculos sibil 5:15 18 Gen_1:2. 19 Rev_12:3-4. 20 Rev_12:18. 21 Rev_13:1. 22 Apocalipsis de Bar_4:3-7; Bar_4:4 Esd_7:26; Esd_10:44-59. Cf. Libro de Henoc 90:28-29; A. Bail-Let, Fragments araméens de Qumrán: 2. Description de la Jérusalem Nouvelle: RB 62 (195S) 222-245. 23 Os 1-3; Jer_2:2; Jer_3:1-13; Ez 16. 24 Efe_5:25-32. 25 Rev_19:7-9; cf. 21:9. 26 Mat_9:15; Mat_22:2-14; Jua_3:29; 2Co_11:2. 27 Efe_5:25SS. 28 Cf. D. Yubero, La nueva Jerusalén del Apocalipsis, 21:15: CultBib 10 (1953) 359-362. ^ Exo_40:34-35- 30 La expresión Sekinah, muy empleada en la literatura judía, significa habitación, tienda, presencia. Proviene del verbo sakan: habitar. 31 M. García Cordero, o.c. p.21s; J. leal, La Sagrada Escritura. Nuevo Testamento. I. Evangelios (Madrid 1961) p.814-815. 32 Exo_23:20-23; Exo_40:34-38. 33Jn_1:1 :14; Exo_17:22. 34 Isa_7:14; Isa_8:8. 35 Eze_37:27. 36 Eze_3:12; Eze_11:23. 37 Eze_43:1-5- 38 Eze_48:35; cf. 2 Grón 6:18; Zac_2:9. 39 Exo_6:7; Lev_26:11-12; Jer_38:33 (LXX); Zac_8:8. 40 Eze_11:22-23. 41 Rom 10:12-13; cf. Rev_5:10; Rev_7:15-17. 42 Isa_25:8; cf. 35:10; 65:17-19. 43 Libro de Henoc 10:22. 44 2Co_2:17; cf. Rom_8:1-23. 45 Cf. Rev_19:9; Rev_22:6. 46 Rev_3:14; Rev_19:11. 47 Rev_2:7.11.17.26; Rev_3:5.12.21 48 Jua_4:10.14; Jua_7:38. 49 Rom_8:23. 50 Rom_8:17; Gal_4:7. 51 Mt 19:27; Mar_10:28; Luc_18:28. 52 Sal 16:5-6; Mat_19:29; Luc_18:29; cf. 2Sa_7:14; 1Cr_17:13; 1Cr_28:6. 53 Cf. Rev_2:13; 2Sa_3:14; Rev_17:14. 54 Rom_1:25-27. 55 Rev_9:21; Rev_22:15; cf. Jua_8:44. 56 1Co_6:9-10. En el comentario que precede de Rev_21:1-8 hemos notado la relación existente entre ciertas imágenes de esta sección y algunas empleadas por el profeta Isaías. Hay ciertos autores que afirman tal vez con alguna exageración que la sección Rev_21:1-8 se inspira casi totalmente en el Deutero-Isaías. Con el fin de demostrar esta tesis, se establecen tablas comparativas que manifiestan bastantes coincidencias literarias: compárese Ap 21:1 conls 65:17; 51:6.10; Ap 21:2 conls 52:1; 61:10; 49:18; Rev_21:4 con Isa_25:8; Isa_65:19; Rev_21:5 con Isa_43:19; Rev_21:6 con Isa_44:6; Isa_55:1; Isa_49:10. Todos estos textos de Is aluden a la maravillosa restauración de la nueva Jerusalén. Igualmente en el Ap la sección 21:1-8 se refiere a la creación de la nueva Jerusalén después de las grandes pruebas de la persecución. 57 La visión de Ap ai.gss parece como una repetición de Apo_21:2ss. De ahí que haya autores que llegan a suprimir Rev_21:9-10 (cf. J. Comblin, La Liturgie de la nouvelle Jérusalem, Ap 21:1-22:5: EThL 29 f1953] P-8). Para otros, Rev_21:935 no pertenecería originariamente al capítulo presente del Apocalipsis. Las razones en que se apoyan son: el hagiógrafo empieza hablando de la nueva Jerusalén, como si todavía fuera desconocida para el lector, siendo así que ya la había descrito con los mismos términos en Rev_21:2-3. La descripción de la Jerusalén celeste de Ap 21:9-22:2 se inspira en Ezequiel, y coloca la ciudad en una perspectiva terrestre; en cambio, Rev_21:1-8 parece inspirarse en Isaías, y la ciudad es colocada en una perspectiva celeste (cf. M. E. boismard, L'Apocalypse ou Les Apocalypses de Saint Jean: RB 56 [1949J p.525). Estas razones, aunque tengan su valor, no nos parecen suficientes para afirmar que la sección Rev_21:933 no está en su lugar primitivo. 58 Cf. Ef 5:22-32. 59 Ciertos autores consideran Ap 21:9-22:9 como la continuación inmediata de Rev_19:10. Sería, pues, la réplica de la visión de Babilonia (Roma), la gran Ramera de Rev_17:1-19, lo. Los argumentos aducidos en favor de esta hipótesis son los siguientes: ambos pasajes tendrían la misma estructura literaria: comienzan de manera idéntica (Rev_17:1-3 = 21, 9-10); los dos relatos muestran interés particular por las cifras y los detalles; la conclusión también es semejante (Rev_19:9-10 =Rev_22:6-9). Tanto la visión de Babilonia (Roma) como la visión de la nueva Jerusalén se inspiran en Ezequiel (cf. M. E. boismard, a.c. 531-532). Apoyados en estas razones, ven en las dos visiones como un díptico que describiría el destino de las dos ciudades: de un lado, Babilonia, destinada a desaparecer; de otro, Jerusalén, que permanecerá por siempre. 60 Cf. Eze_40:2. 61 Isa_2:2-3; Miq_4:1-3; Eze_17:22. Cf. E. B. Allo, o.c. p.344- 62 Ez 40:2-43:12. 63 Eze_48:30-35. 64 Eze_47:1-12. 65 Rev_21:22. 66 Cf. Isa_60:1-2.19; Rev_21:23. 67 Isa_58:8; 2Co_3:18. 68 Eze_48:30-35. 69 Isa_62:6; Eze_48:31; cf. Gen_3:24. 70 Efe_2:20. 71 Rev_2:9-10; Rev_7:4-8. 72 ez 40-48. 73 Eze_40:3-5. 74 Zac_2:1-5. . 75 1Re_6:19s. 76 Cf. M. J. Lagrange, Le Messianisme chez lesjuifs p.199. 77 Cf. M. Del álamo , Las medidas de la Jerusalén celeste (Rev_21:16): CultBib 3 (1946) 136-138. 78 Cf. Rev_13:18. 79 Isa_54:11-12; cf. Tob_13:17. 80 Exo_28:17-21. 81 Eze_28:13. Cf. A. Vanhoye, L'utüisation du livre d'Ezéchiel dans l'Apocalypse: Bi 43 (1962)436-476. 82 Rev_4:3; cf. IsS4,12. 83 Hist.Nat.37- 84 Cf. A. Lentini, U ritmo Civis caelestis patriae e il De duodecim lapidibus di Amato: Benedictina 12 (1958) 15-26; L. Thorndike, De lapidibus: Ambix 8 (1960) 6-26. Consúltese Rev. d'Hist. Eccl. 55 (1960) 353-354; 56 (1961) 275-276. 85 Cf. 2Co_3:18. 86 Cf. Strack-Billerbeck, o.c. III p.85is. 87 Cf. Is52,i; Rev_13:8. 88 Rev_5:12; Rev_7:15; Rev_8:3; Rev_11:19; H.iSss; Rev_15:5ss; Rev_16:1.17. 89 Rev_7:15-17. 90 Rev_22:4. 91 M. García Cordero, o.c. p.221. 92 Isa_60:19-20. 93 Rev_7:9-12; Rev_14:4; Rev_22:1-3 94 Isa_60:3-7.10-12; cf. Sal_72:10.15. 95 Rev_7:9. 96 Is 65-66; cf. Zac_2:11; Zac_8:23; Dan_7:14. 97 Rev_20:12-15. 98 Isa_52:1; Me 7:2; Hec_10:14.28; Hec_11:8; Rom_14:14; Heb_10:29.