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Epístola 2 a los Tesalonicenses.
Introducción.
Ocasión de la carta.
No tenemos datos precisos ni sobre el tiempo ni sobre los motivos de esta segunda carta a los tesalonicenses. El hecho, sin embargo, de que con el Apóstol se hallen Silas y Timoteo (cf. 1:1), igual que cuando escribió la primera, induce en seguida a pensar que no son muy distantes las fechas. Tanto más, que el estado de la iglesia de Tesalónica, que supone esta carta, es en todo semejante al de la primera, y el lenguaje de Pablo muy semejante también, con fórmulas literarias no pocas veces idénticas, sin duda porque seguían todavía frescas en su mente. De hecho, entre los autores es general la opinión de que esta segunda carta a los tesalonicenses está escrita desde Corinto, a muy poca distancia de la anterior. Quizá en los primeros meses del año 52.
En cuanto a la ocasión o motivos que indujeron al Apóstol a escribirla, aunque no haya datos precisos, puede deducirse con bastante seguridad de la lectura de la misma. Las relaciones comerciales entre Tesalónica y Corinto eran continuas, y Pablo debió de enterarse muy pronto del efecto que causó entre los tesalonicenses su primera carta. Todo hace suponer, en efecto, que quedaron tranquilos en lo referente a la suerte de sus familiares muertos, habiéndoles asegurado claramente el Apóstol que no se hallarían en condiciones de inferioridad en el día de la parusía; en cambio, por lo que se refiere al segundo aspecto de la crisis, o sea, el de la convicción de que la parusía sobrevendría en un plazo muy breve, parece que la primera carta, con sus afirmaciones generales de que vendrá de improviso, como el ladrón en la noche, debiendo estar siempre preparados, más bien acentuó el problema. Sobre todo, porque pronto aparecieron algunos más exaltados que hacían circular alarmantes noticias sobre el particular, apoyándose en propias revelaciones y en supuestas cartas de Pablo (cf. 2 Tes 2:2; 3:17).
Ni paró la cosa en el campo teórico, sino que rápidamente se extendió también en el de la práctica. Si, cuando la primera carta, los fuera de orden, que no querían trabajar, estaban todavía en número restringido y Pablo alude a ellos sin hacer hincapié especial (cf. 1 Tes 4:11; 5:14), ahora, dada la manera de hablar del Apóstol (cf. 2 Tes 3:6-15), debía de haber aumentado considerablemente el número.
Ante este doble error, teórico y práctico, de fatales consecuencias para la vida de la comunidad, Pablo siente la necesidad de poner enseguida remedio, y con el primer correo envía a los tesalonicenses esta nueva carta.
Estructura o plan general.
Más aún que en la primera, el contenido o tema de esta segunda carta a los tesalonicenses es casi exclusivamente escatológico. Después de la parte introductoria, haciendo el elogio de los tesalonicenses y aludiendo a la retribución que les espera (v.1), el Apóstol trata de precisar su pensamiento en lo relativo a la proximidad de la parusía, sin retirar en nada sus afirmaciones anteriores sobre la incertidumbre de esa fecha, pero añadiendo, en consonancia con lo que ya había anunciado Jesucristo, que habrán de preceder ciertas señales (c.2), y como esas señales todavía no han llegado, sigúese que no hay motivo de turbación de ninguna clase (c.2), ni tampoco para ese proceder de los que, demasiado exaltados por el futuro acontecimiento, no querían trabajar (c.3).
A continuación damos el esquema de la carta:
Introducción (1:1-12).
Saludo (1:1-2) y acción de gracias (1:3-12).
I. La parusía o segunda venida de Jesucristo (2:1-17).
a) La parusía y sus signos precursores (2:1-12)
b) Constancia en la fe (2:13-17).
II. Exhortaciones morales (3:1-15).
a) Demanda de oraciones y confianza en los tesalonicenses (3:1-5).
b) Cuidado con los que no quieren trabajar (3:6-15).
Epílogo (3:16-18).
Saludos (3:16-17) y bendición final (3:18).
Perspectivas doctrinales.
Igual que la primera, también esta segunda carta a los tesalonicenses es de carácter esencialmente pastoral. No se trata de exponer un determinado punto doctrinal, sino simplemente de seguir animando a los tesalonicenses a que se mantengan firmes en su fe y en la práctica de la vida cristiana, sin dejarse turbar por las persecuciones ni por las alarmas de una parusía inminente. En orden a lo primero, les recuerda, como motivo de consuelo, que existe un justo juicio de Dios, que a su tiempo premiará a los justos y castigará a los pecadores (cf. 1:4-12); y, en orden a lo segundo, insiste en que, antes de que llegue la parusía, habrán de proceder ciertos signos anunciadores (cf. 2:1-12). El que ahora, al hablar de la parusía, insista en la dilación, diciendo que deberán preceder ciertas señales, cosa que no había dicho en la primera carta, no es motivo para suponer que entonces pensase de otra manera; si aquí insiste en eso, es porque así convenía contra esos fieles exageradamente exaltados ante la inminencia de la parusía que incluso dejaban de trabajar (cf. 3:6-15), mientras que en la primera carta no tenía por qué aludir a la demora, sino más bien ponerse en la hipótesis de una parusía relativamente cercana, contentándose con insistir en la necesidad de la vigilancia. De esos dos puntos: juicio futuro y señales de la parusía, vamos a tratar más en detalle.
El juicio futuro. La idea de un futuro juicio divino universal, sobre justos y pecadores, al que Pablo aludirá frecuentemente en sus cartas (cf. 1 Cor 3:13-16; 2 Cor 5:10; Gal 6:7-9; Rom 2:5-16; 14, 10-12; Gol 3:24-25; 2 Tim 4:1), la tenemos expresada ya claramente en esta segunda carta a los tesalonicenses (1:5-10). En la primera Pablo había aludido ya a este juicio, pero muy someramente (cf. 1 Tes 1:10; 5:9).
La descripción que de este juicio hace el Apóstol, recoge elementos tradicionales del género apocalíptico judío, adaptados a la nueva fe en Cristo. Son claras las reminiscencias literarias de Is 2:10-21 y 66:4-16 en los v.8-9: Tomando venganza con llamas de fuego. lejos de la faz del Señor. Todo esto es muy de tener en cuenta, para no dar a las expresiones paulinas un sentido demasiado concreto y literal; pues en el estilo apocalíptico no siempre es fácil saber dónde termina el símbolo y dónde comienza la realidad. De lo que no cabe duda es de que Pablo afirma el hecho de ese futuro juicio divino universal., juicio del que dice en sus cartas que pertenece a Dios (cf. Rom 14:10), pero cuya ejecución queda confiada a Jesucristo (cf. Rom 2:16), hasta el punto de que ese momento final definitivo es presentado como el día de Jesucristo o del Señor (cf. 1 Tes 5:2; 2 Tes 1:7; 1 Cor 1:8; 2 Cor 1:14; Fil 1:10).
Esta idea de un juicio final universal no excluye que también Pablo, en otros lugares de sus cartas, hable de juicios actuales de Dios, interviniendo en el curso de la historia (cf. Rom 1:18-32; 1 Cor 11:30-32); pero su atención, igual que la de los demás autores neotestamentarlos 318, va sobre todo a ese juicio último y definitivo, que debe asegurar el triunfo de la voluntad divina, rompiendo todas las resistencias que encuentre, lo mismo entre los hombres (cf. 2 Tes 1:6-9; Rom 2:12-16) que entre los poderes que dominan en el mundo (cf. 2 Tes 2:7-8; 1 Cor 15:25-28; Rom 16:20). Es presentado como un juicio público, a vista de todo el universo, donde cada uno recibirá lo que merece por sus obras y por su actitud frente a Cristo 319. En definitiva, se trata de la victoria de Dios y de Cristo, a la que se da amplitud cósmica, donde el plano físico no sólo no aparece disociado, sino que aparece ligado en cierto modo al plano moral (cf. 1 Cor 15:24-28; Rom 8:19-23).
Todavía una última consideración. Este juicio público final no excluye que haya habido antes un juicio divino particular, determinando la suerte de cada uno. Pablo no habla nunca explícitamente de este juicio particular; pero claramente lo deja entender en el hecho mismo de hablar de cristianos que resucitarán en gloria (cf. 1 Cor 15:52; 1 Tes 4:14) y dejar otros muchos hombres como señalados para el juicio público de condenación (cf. 2 Tes 1:8; Rom 2:8). Esto supone una discriminación previa, que es lo que solemos llamar en teología el juicio particular. Dicho juicio se realizará para todo hombre a partir del momento mismo de la muerte; de ahí que Pablo pueda decir que para él la muerte será una ganancia (cf. Fil 1:23; 2 Gor 5:8).
Las señales de la parusía. Tratando Pablo de calmar las inquietudes de los tesalonicenses (cf. 2:1-2), les dice que, antes de que tenga lugar la parusía ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre del pecado (2:3), habiendo en la actualidad un obstáculo que está impidiendo la manifestación de ese hombre del pecado (2:6-7); pero, apartado ese obstáculo, se manifestará el hombre del pecado, el cual será destruido fulminantemente por Cristo en su parusía (2:8).
Esto es lo que escribe Pablo en 2 Tes 2:1-12, pasaje que sin duda tenemos que considerar como uno de los más oscuros de todas sus cartas 320. En resumen, se trata de concretar qué apostasía es esa a que alude, quién ese hombre del pecado y cuál ese obstáculo que está deteniendo la manifestación del hombre del pecado. Las respuestas han sido muy varias y debemos reconocer que no se ha presentado ninguna plenamente satisfactoria. Apenas podemos salir de conjeturas. Lo que ya en su tiempo decía San Agustín refiriéndose al obstáculo: Sinceramente confieso que no sé a qué se refiere el Apóstol 321, podemos aplicarlo en cierto modo a todo el pasaje; de ahí las innumerables interpretaciones que se han propuesto. Sin embargo, es evidente que algo habrá querido decir Pablo. Trataremos, pues, de presentar aquellas interpretaciones que nos parezcan más probables.
Por de pronto, una cosa juzgamos cierta, y es que todo eL pasaje, de marcado sabor apocalíptico, está dentro del marco tradicional veterotestamentario que, a partir ya del Génesis, presenta a Satanás y sus fautores terrenos enfrentándose a la acción divina entre los hombres (cf. Gen 3:4-5; Is 14:13-15; Ez 28:2-10; Dan_7:19-27 ; Sal 2:1-5; Sab 2:10-24). La única diferencia, por lo demás muy lógica, es que las fuerzas anti-Dios del Antiguo Testamento se presentan ahora como anti-Cristo, sin que por eso dejen de ser anti-Dios. Como entonces, también ahora, por dura que sea la lucha, la victoria definitiva está de parte de Dios y de los suyos (cf. 2:8-12).
Hasta aquí no hay dificultad. Sea una u otra la interpretación concreta de esas enigmáticas expresiones paulinas, la verdad teológica fundamental quedará siempre la misma: victoria de Dios y de los suyos en la lucha contra el mal. Sin embargo, esa conclusión es demasiado general, y parece claro que Pablo, al hablar de apostasía., manifestación del ser humano del pecado., obstáculo, está refiriéndose a acontecimientos concretos en una época determinada. ¿Cuáles pueden ser?
No pocos autores (Orchard, Romeo, Spadafora, Rinaldi.) interpretan el pasaje paulino dentro de una perspectiva histórica, es decir, con referencia a la destrucción de Jerusalén. La expresión paulina hombre del pecado, nada extraña dentro del estilo apocalíptico, aludiría al judaísmo ciego e impenitente de entonces; a su vez, el obstáculo sería la autoridad romana, que tenía a raya a la sinagoga (Spadafora) o también la Iglesia cristiana de Jerusalén, que con sus oraciones era allí como un oasis aplacando a Dios, hasta que, obligada por las persecuciones, hubo de abandonar Jerusalén, dejando así el camino libre a la impiedad de los judíos y al castigo divino (Brunec). Creemos, por nuestra parte, que esta interpretación, limitando la perspectiva de Pablo a la destrucción de Jerusalén y del pueblo judío, no responde a lo que está pidiendo el contexto todo del pasaje, que hace explícita referencia a la parusía (2:1; cf. 1 Tes 4:13-5.11) y final de los tiempos (2:8-12; cf. 1:5-10). Tampoco encontramos base para explicar las expresiones paulinas como alusivas a personajes y situaciones de aquella época histórica, conforme suponen no pocos críticos, que en el hombre del pecado ven señalado a Calígula, Nerón o algún otro de los emperadores con pretensiones de honores divinos, y en el obstáculo ven a los que se oponían a esas pretensiones 322. Creemos que el tono todo del pasaje, fuertemente enraizado en el pensamiento vetero-testamentario y en la catequesis apostólica, apunta más bien a acontecimientos futuros de dimensiones cósmicas, y no a hechos y personajes concretos contemporáneos.
Esto supuesto, ¿cuál podrá ser la significación precisa de las expresiones paulinas? No ofrece seria dificultad la referencia a la apostasía (2:3). Parece que, incluso en la apocalíptica judía, la apos-tasía entró como elemento normal en las descripciones escatológicas, a partir del i Mac 2:15-16; tanto que se hizo popular la expresión dolores de parto mesiánico, para señalar esas persecuciones y tiempos difíciles que precederán a la venida del Mesías 323. También Jesucristo, según la narración de los evangelistas, habló de que al final de los tiempos surgirán pseudoprofetas que engañarán a muchos y habrá gran enfriamiento en la caridad, con peligro de ser seducidos incluso los elegidos, si ello fuera posible (cf. Mat_24:11-12 .24; Lc 18:8). La misma doctrina encontramos en el Apocalipsis, hablando de la bestia que luchará con los fieles y los vencerá, quedando sólo aquellos cuyos nombres están en el libro de la vida (cf. Ap 13:7-8). Esta referencia, pues, que hace Pablo a la apostasía, como signo precursor a la parusía, está dentro de la creencia cristiana primitiva; de ahí que pueda escribir a sus lectores: ¿No recordáis que estando entre vosotros ya os decía esto ? (2:5),
Más dificultad ofrecen las otras dos expresiones hombre del pecado y obstáculo. Comenzando por hombre del pecado, la primera cuestión es la de saber si Pablo estará pensando en un personaje concreto individual, o más bien en una colectividad, es, a saber, el conjunto de las fuerzas del mal que se oponen a Cristo. La opinión tradicional, a la que algunos teólogos quisieron incluso dar valor dogmático 324, ha sido la de que se trata de una persona concreta e individual, sumamente perversa y fascinadora, que aparecerá al final de los tiempos y provocará la gran apostasía. Así parecen pedirlo las expresiones hombre del pecado, hijo de la perdición, etcétera, conque lo designa San Pablo. Éste personaje recibirá luego en la tradición eclesiástica la denominación de Anticristo, expresión que vemos ya empleada en i Jn 2:18-22 y 4:3. Sin embargo, hoy son muchos los autores (Alio, Buzy, Amiot, Bonsir-ven.) que suponen en Pablo la idea de un Anticristo más bien colectivo, pues en los v.6-8 lo concibe como algo que se manifestará en el futuro, pero que ya está operando en la actualidad y que podría manifestarse en el presente a no haber obstáculo que se lo esté impidiendo. Esto supone que coexiste con la generación de Pablo y lo mismo coexistirá con las generaciones venideras, aunque hay un obstáculo que impide su plena manifestación, la cual llegará únicamente cuando desaparezca el obstáculo; es entonces cuando dichas fuerzas del mal o Anticristo lograrán la apostasía.
Realmente la respuesta no es fácil. En orden a una interpretación de Anticristo colectivo, no sería dificultad el que San Pablo, para describirlo, emplee rasgos personales (v.3-4), pues es corriente en el estilo apocalíptico pintar las colectividades bajo símbolos individuales^ (cf. Dan 7:1-28; Ap 6:1-8), tanto más que algunas veces se trata de imágenes ya hechas. Pero ¿es seguro que en los v.6-7 San Pablo concibe al Anticristo como ya actuando? Creemos que la cosa no es clara. Propiamente no se dice que el obstáculo actúa contra el Anticristo, sino que impide que se revele el Anticristo; la actuación es más bien contra el misterio de iniquidad (v.7), y no es seguro que, en el pensamiento de Pablo, este misterio de iniquidad haya de identificarse con el Anticristo. Dada la implicación de Satanás en toda esta lucha contra Cristo (cf. v.g), es muy posible que Pablo esté pensando en el plan maligno de Satanás para frustrar en cuanto sea posible la obra de Cristo 325, plan que Satanás está llevando a cabo en vida de San Pablo, valiéndose de esos muchos anticristos, de que habla San Juan (1 Jn 2:18). Pero hay un obstáculo que lucha contra ese misterio de iniquidad; de no existir tal obstáculo, el misterio de iniquidad provocaría la revelación del Anticristo, personaje en el que alcanzaría su punto culminante toda la lucha de los anticristos anteriores. Tendremos, pues, un Anticristo individual, y no sólo colectivo. Todo bien pensado, quizás sea ésta la interpretación que mejor responda al texto paulino 326.
En cuanto al obstáculo, la problemática es todavía mayor. No es posible precisar la naturaleza de ese obstáculo o impedimento que está deteniendo la manifestación del Anticristo (v.6-7). Entre las innumerables hipótesis propuestas señalaremos únicamente las tres que se hallan más difundidas y que, a nuestro juicio, merecen ser tomadas seriamente en consideración 327.
Primeramente, la que pudiéramos llamar opinión tradicional, sostenida ya por bastantes Padres y que todavía siguen hoy defendiendo muchos autores (Fillion, Vosté, Bover, Holzner.). El obstáculo que se opone al misterio de la iniquidad y está impidiendo la revelación del Anticristo sería, en la mente de Pablo, el imperio romano (ôï êáôÝ÷ïí) y su representante el emperador (ó êáôÝ÷ùí), no precisamente en cuanto determinada realidad concreta material, sino mirando más bien al aspecto formal, es decir, al orden civil o principio mismo de autoridad, entonces como encarnado en el imperio romano. De hecho, Pablo acude a las autoridades civiles para defenderse de sus enemigos (cf. Act 25:11-12), y los considera como representantes de Dios en orden a la represión del mal (cf. Rom 13:1-7). Nada tendría, pues, de extraño que mirase al imperio romano y al orden que éste representaba, como un obstáculo para la difusión de las fuerzas del mal y la manifestación del Anticristo.
Otra opinión, que cada día va ganando más terreno (Alio, Buzy, Huby, Amiot), es la de que ese obstáculo son los predicadores evangélicos, que extienden por el mundo la buena nueva de Cristo. Sus defensores se apoyan sobre todo en las semejanzas de este pasaje paulino con Ap 11:3-10, donde, bajo el símbolo de los dos testigos, se alude a los predicadores evangélicos, que serán vencidos y muertos por la bestia una vez que hayan acabado de proclamar su testimonio. No cabe duda que las semejanzas son sorprendentes: como los dos testigos vencen a sus enemigos mientras ejercen su oficio de predicar (cf. Ap 11:5) y únicamente cuando acaban su testimonio serán vencidos por la bestia, dejándole libre el campo en su lucha contra Dios (cf. Ap 11:7-10; 13:7-8), así el obstáculo de San Pablo está venciendo a las fuerzas del anticristo (cf. v.6) y únicamente será vencido al final, dejando a éstas libre el campo para su plena manifestación de impiedad (cf. v.7-8). También Jesucristo se expresa en términos muy parecidos, anunciando que el Evangelio será predicado en todo el mundo (victoria de los predicadores contra las fuerzas del mal), y únicamente entonces vendrá el fin, precisamente cuando surgirán falsos profetas que inducirán a error a muchos (cf. Mt 24:14.24) 328.
Finalmente, una tercera opinión, propuesta por el P. Prat, ha logrado también bastantes adeptos (Colunga, González Ruiz, Colón). Creen estos autores que Pablo, al hablar del obstáculo que detiene la plena manifestación del anticristo, está pensando en el arcángel Miguel con sus huestes celestes. Se trata, en efecto, de un pasaje de estilo apocalíptico, y en la literatura apocalíptica es corriente presentar al arcángel Miguel como el gran defensor del pueblo de Israel (cf. Dan 10:13.21; 12:1; Jud_1:1 :9), y, para los cristianos, de la Iglesia (cf. Ap 12:7-9). San Pablo no haría sino valerse de una idea entonces corriente. Un ejemplo tenemos en Dan 10:13-21, donde aparecen luchando los ángeles de Persia y de Grecia cual si fuesen los mismos reinos interesados, interviniendo luego en la lucha también el arcángel Miguel, por cuanto esa contienda no era extraña a los intereses de Israel. La victoria, pues, pasajera sobre Miguel no significaría otra cosa que la victoria sobre la Iglesia o pueblo a él encomendado, particularmente en su elemento activo y batallador. Es decir, que, en sustancia, esta opinión coincide con la anterior.
Mientras no se halle otra mejor, entre las interpretaciones que se han dado hasta hoy, es ésta la que consideramos más fundada.
Nos queda una última cuestión, más o menos aludida ya en la exposición que venimos haciendo, pero que conviene presentar de modo directo. Es la siguiente. Cuando Pablo habla de la apostasía y del hombre del pecado, como señales que deben preceder a la parusía, ¿está hablando de dos señales o de una sola? La interpretación es posible en ambos sentidos. Cierto que en el v. 3 parece establecerse distinción, pero luego, a partir del v.4, ya sólo se habla del anticristo y de su manifestación, como dando a entender que la apostasía forma parte del mismo acontecimiento, es decir, que la apostasía, al menos en gran parte, es obra del anticristo.
¿Cuándo tendrá lugar? Referente a este aspecto, San Pablo no dice nada. Sin embargo, todo da la impresión de que él concibe esa apostasía, al menos en gran parte, como una defección de la doctrina de Cristo Si esto es así, ello supone que dicha doctrina ha sido ya predicada y creída en gran parte al menos del mundo; de lo contrario, apenas tendría sentido hablar con tanto realce de apostasía general. Por lo demás, es esto lo que nos enseñó ya Jesucristo, quien, a raíz precisamente de haber anunciado la aparición de los pseudo-profetas de los últimos tiempos, añade: Será predicado este evangelio en todo el mundo., y entonces vendrá el fin (Mt 24:14). Y aún debemos concretar más. Por el hecho de que Pablo afirme que hasta tanto que no aparezca esa señal, la parusía no vendrá, no se sigue que haya de venir en seguida e inmediatamente después de la aparición de la señal. Pablo no determina la distancia positiva que habrá entre una y otra cosa, ni ello interesaba al fin que se proponía de tranquilizar a los tesalonicenses, pues para esto bastaba con saber que antes de esas señales no vendrá el fin. Pero luego podrá mediar o no mediar mucho tiempo, circunstancia que Dios no ha querido revelar a nadie (cf. 1 Tes 5:1-3; Mat 24:36). Cierto que la perspectiva literaria (cf. v.8) une inmediatamente ambas venidas, la del anticristo y la de Cristo, pero eso puede ser sólo perspectiva literaria, a fin de acentuar el triunfo esplendente de Cristo sobre las fuerzas del mal. La misma frase con el aliento de su boca, tomada de Is 11:4, no tiene otra finalidad sino acentuar lo esplendente de ese triunfo de Cristo y lo efímero de la victoria del anticristo. Su triunfo será ciertamente breve, en comparación del triunfo de Cristo sobre él, que será definitivo.
II Tesalonicenses 1,1-12
Introducción, 1:1-12.
Saludo epistolar, 1:1-2.
1 Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de Tesalónica en Dios nuestro Padre y en el Señor Jesucristo: 2 gracia y paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo.
Es una repetición, casi a la letra, del saludo de la carta anterior. únicamente que a gracia y paz se añade de modo explícito el complemento: de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo. Esto lo seguirá ya haciendo Pablo en todas sus cartas, a excepción de Col, en que se omite la alusión a Jesucristo.
Acción de gracias a Dios, 1:3-12.
3 Hemos de dar a Dios gracias incesantes por vosotros, hermanos; y es esto muy justo, porque se acrecienta en gran manera vuestra fe y va en progreso vuestra mutua caridad, 4 y nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias de Dios, por vuestra paciencia y vuestra fe en todas vuestras persecuciones y en las tribulaciones que soportáis. 5 Ello es prueba del justo juicio de Dios, en el que seréis juzgados dignos del reino de Dios, por el cual padecéis. 6 Pues es justo a los ojos de Dios retribuir con tribulación a los que os atribulan, 7 y a vosotros, atribulados, con descanso, en compañía nuestra, en la manifestación del Señor Jesús desde el cielo con sus milicias angélicas, 8 tomando venganza con llamas de fuego sobre los que desconocen a Dios y no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús. 9 Esos serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder, 10 cuando venga, en aquel día, para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que creyeron, y vosotros habéis creído a mi testimonio. 11 Para eso sin cesar rogamos por vosotros, para que nuestro Dios os haga dignos de vuestra vocación, y con su poder convierta en realidad todo buen deseo de santidad y obra de fe, de suerte que el nombre de nuestro Señor Jesús sea glorificado en vosotros y vosotros en El, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo.
Como de costumbre, al saludo epistolar sigue la acción de gracias, en que el Apóstol suele hacer el elogio de los destinatarios. Alaba aquí el proceder de los tesalonicenses, soportando valientemente tantas persecuciones. Es una manera de prepararlos para los reproches que vendrán luego en los capítulos siguientes.
La perícopa resulta bastante embrollada gramaticalmente, por la excesiva abundancia de proposiciones incidentales. El pensamiento fundamental parece ser éste: las persecuciones sufridas por los tesalonicenses (v.3-4), son prueba (? '??????? ) de [un futuro justo juicio de Dios, donde serán premiados con la merecida recompensa (v.5; cf. Hec_14:22). Dicho de otra manera: puesto que en Dios hay justicia (cf. Rom_2:6-16), el hecho de que en este mundo haya justos perseguidos y perseguidores indemnes es prueba cierta de que ha de llegar un día en que se dé el merecido castigo a esos perseguidores y el merecido premio a los perseguidos, que así entrarán a gozar de la gloria del reino de Dios, por cuya consecución tanto han tenido que sufrir. Es el caso en que se hallan los tesalonicenses, y por lo que Pablo da gracias a Dios.
Este pensamiento fundamental lo desarrolla luego más el Apóstol en los v.6-10, describiendo los castigos y los premios destinados respectivamente a pecadores y a justos en la parusía, con la consiguiente inversión de la suerte de los perseguidores y perseguidos. Todo ello, en aquellos momentos de prueba, debía servir de gran consuelo a los tesalonicenses. Los términos con que San Pablo describe el castigo de los malos son sumamente expresivos: retribuirá con tribulación (v.6)., tomará venganza en llamas de fuego (v.8)., serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder (v.8). En esta última expresión: lejos de la faz del Señor (??? ???????? ??? ?????? ), podemos ver aludida la que llaman los teólogos pena de daño, consistente en quedar alejados para siempre de la presencia de Dios 329. Por lo que respecta a tomar venganza en llamas de fuego (?? ???? ?????? ), quieren ver algunos una alusión a la destrucción del mundo en la conflagración final (cf. 2Pe_3:10), o también al fuego con que los reprobos serán atormentados en el infierno (cf. Mat_25:41); sin embargo, parece mucho más probable que se aluda simplemente al esplendor o fuego llameante con que aparecerá Cristo en la parusía, lo mismo para castigar a los malos (v.6.8.9) que para premiar a los buenos (v.7.10). Es decir, se aplica a Cristo, sin que sea fácil saber dónde termina el simbolismo y dónde comienza la realidad, lo que es elemento más o menos obligado en las teofanías bíblicas, a fin de hacer resaltar la potencia y majestad de Dios (cf. Exo_3:2; Exo_19:18). Es de notar que, hablando de la recompensa a los buenos, San Pablo la enfoca bajo el aspecto de descanso (?????? , ? .7), en consonancia por contraste con las persecuciones y trabajos de la vida presente. En otros lugares de sus cartas hablará más bien de vida eterna, herencia de Dios, salvación. (cf. Rom_5:9; Rom_6:22; Gál_4:7; Rom_6:8; 1Co_5:5). También es de notar la mención en nuestra compañía, uniendo la suerte de sus evangelizados a la suya, detalle familiar y lleno de cariño (v.y; cf. 1Co_4:8). Las dos expresiones glorificado en sus santos y admirado en todos los que creyeron (v.10), alusivas a la gloria de los justos en la parusía, son prácticamente equivalentes, y significan que, cuando llegue ese día, la gloria de Cristo se comunicará plenamente a sus fieles (cf. Rom_8:18; 1Co_15:23; 2Co_4:14; Flp_3:20-21), lo cual a su vez cederá en honor de Cristo mismo, provocando en los así beneficiados un sentimiento eterno de admiración ante el poder y gloria de Cristo.
Entre esos santos o que creyeron, añade el Apóstol, estarán los tesalonicenses, pues han creído a su predicación o testimonio (v.10). Finalmente, San Pablo, en los v. 11-12, dirige a Dios una oración por los tesalonicenses, a fin de que los haga dignos de su vocación (cf. 1Te_2:12; 1Te_4:7; 1Te_5:24) o, lo que es prácticamente lo mismo, convierta en realidad todo buen deseo de santidad 330 y obra de fe (v.11; cf. 1Te_1:3). Es éste, como si dijéramos, el fin inmediato de la oración de Pablo. Fin último es el de que Jesucristo sea glorificado en los tesalonicenses y los tesalonicenses glorificados en Jesucristo (v.1a). Parece claro, dado el contexto, que el Apóstol está refiriéndose a la glorificación en la parusía, no simplemente a la que resulta, ya en este mundo, de una vida auténticamente cristiana. Cristo será glorificado en sus fieles, en cuanto que en ese día quedarán de manifiesto públicamente su poder, su bondad y la eficacia de su sacrificio; y los fieles serán glorificados en Cristo, en cuanto que participarán eternamente de su gloria, siendo asociados a su reino y felicidad. Y todo esto lo tendremos según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo (v.1a), es decir, beneficio que debemos a su inmensa liberalidad. Clara afirmación de la necesidad de la gracia en orden a la consecución de nuestra salud (cf. Flp_2:13).