Jeremías  16 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 21 versitos |
1 La palabra del Señor me llegó en estos términos:
2 No tomes para ti una mujer ni tengas hijos e hijas en este lugar.
3 Porque así habla el Señor acerca de los hijos y de las hijas que han nacido en este lugar, de las madres que los dan a luz y de los padres que los engendran en este país:
4 Ellos morirán de una muerte horrible y no serán llorados ni sepultados: se convertirán en estiércol sobre la superficie del suelo; serán exterminados por la espada y el hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de los animales de la tierra.
5 Más aún, así habla el Señor: No entres en una casa donde hay un banquete fúnebre; no vayas a lamentarte ni te conduelas con ellos. Porque yo he retirado de este pueblo mi paz, la fidelidad y la compasión -oráculo del Señor-.
6 Grandes y pequeños morirán en este país; no serán enterrados ni llorados, y nadie se hará incisiones ni se rapará la cabeza por ellos.
7 No se partirá el pan para el que está de duelo, con el fin de consolarlo por el muerto, ni se le hará beber la copa del consuelo, por su padre o por madre.
8 No entres en la casa donde hay un festejo, para sentarte a la mesa con ellos a comer y beber.
9 Porque así habla el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Yo haré desaparecer de este lugar, ante los ojos de ustedes y en sus propios días, el grito de alegría y el grito de júbilo, el canto del esposo y el canto de la esposa.
10 Cuando tú anuncies a este pueblo todas estas cosas, ellos te dirán: "¿Por qué el Señor nos amenaza con esta calamidad tan grande? ¿Cuál es nuestra iniquidad, cuál es el pecado que hemos cometido contra el Señor, nuestro Dios?".
11 Entonces tú les responderás: Es porque los padres de ustedes me han abandonado -oráculo del Señor- y han ido detrás de otros dioses, los han servido y se han postrado delante de ellos; me han abandonado a mí y no han observado mi Ley.
12 En cuanto a ustedes, han obrado peor que sus padres: cada uno sigue los impulsos de su corazón obstinado y perverso, sin escucharme a mí.
13 Pero yo los arrojaré de esta tierra, a un país que ni ustedes ni sus padres han conocido, y allí servirán a otros dioses día y noche, porque no les tendré compasión.
14 Por eso, llegarán los días -oráculo del Señor- en que no se dirá más: "Por la vida del Señor que hizo subir a los israelitas del país de Egipto",
15 sino más bien: "Por la vida del Señor que hizo subir a los israelitas del país del Norte y de todos los países adonde los había expulsado". Yo los haré volver a este suelo, que había dado a sus padres.
16 Yo voy a enviar numerosos pescadores -oráculo del Señor- y ellos los pescarán; después de esto, enviaré numerosos cazadores que los cazarán por todas las montañas y colinas, y hasta en las hendiduras de las rocas.
17 Porque yo tengo los ojos fijos sobre todos sus caminos; ellos no se me ocultan, y su iniquidad no puede esconderse a mis ojos.
18 Yo les pagaré el doble por su iniquidad y su pecado, porque ellos han profanado mi país con los cadáveres de sus ídolos y han llenado mi herencia con sus abominaciones.
19 Señor, mi fuerza y mi fortaleza, mi refugio en el día de la angustia, hacia ti vendrán las naciones desde los confines de la tierra, y dirán: "Sólo mentira heredaron nuestros padres, algo inútil, que no sirve para nada".
20 ¿Puede el hombre fabricarse dioses? ¡Pero ellos no son dioses!
21 Por eso, yo les haré conocer, esta vez sí que les haré conocer mi mano y mi poder, y así sabrán que mi nombre es "Señor".

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Introducción a Jeremías 


Jeremías

Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.
Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).
Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.
Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.
A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.
Así el aparente "fracaso" de Jeremías -como el de Jesucristo en la Cruz- fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 - 53. 12).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jeremías  16,1-21

1-4. El celibato de Jeremías tiene un valor de signo. El Señor lo llama a vivir en la soledad y a no participar de las alegrías de la vida, para anticipar simbólicamente la suerte reservada a Israel, a causa de su infidelidad.

6. Ver Lev_19:28; Lev_21:5; Deu_14:1.

14-15. Para atenuar la severidad del oráculo anterior, un redactor introdujo aquí estas palabras, que se vuelven a encontrar casi textualmente en 23. 7-8.

19-21. Ver Isa_40:20; Isa_42:8; Isa_45:14.