Job  34 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 37 versitos |
1 Elihú tomó la palabra y dijo:
2 ¡Escuchen, sabios, mis palabras, y ustedes, los expertos, préstenme atención!
3 Porque el oído discierne las palabras como el paladar gusta los alimentos.
4 Decidamos entre nosotros lo que es recto, reconozcamos todos juntos lo que es bueno.
5 Porque Job declara: "Yo tengo razón, pero Dios me privó de mi derecho.
6 El miente en lo que concierne a mi caso; mi llaga es incurable, aunque no cometí ninguna falta".
7 ¿Hay alguien como Job, que bebe los sarcasmos como agua,
8 que va en compañía de los malhechores y camina con los hombres perversos?
9 Porque él dice: "Al hombre no le sirve de nada tratar de obtener el favor de Dios".
10 Por eso, escúchenme, hombres sensatos: ¡lejos de Dios la maldad, y del Todopoderoso, la injusticia!
11 Porque él retribuye al hombre según sus obras y trata a cada uno conforme a su conducta.
12 ¡No, no es cierto que Dios hace el mal y que el Todopoderoso tergiversa el derecho!
13 ¿Quién le ha encomendado la tierra y quién lo encargó del mundo entero?
14 Si él retirara su espíritu y recogiera su aliento de vida,
15 todos los vivientes expirarían a la vez y los hombres volverían al polvo.
16 Si tienes inteligencia, escucha esto, presta atención al sonido de mis palabras.
17 ¿Sabría gobernar al Justo, al Poderoso?
18 ¡A él, que llama "¡Inútil!" a un rey y "¡Malvados!" a los dignatarios,
19 que no toma partido por los príncipes ni favorece al rico en perjuicio del pobre, porque todos son obra de sus manos!
20 Ellos mueren en un instante, en plena noche; él hiere a los nobles, y desaparecen, depone al hombre fuerte sin la ayuda de nadie.
21 Porque sus ojos miran los caminos del hombre y él observa sus pasos:
22 no hay tinieblas ni oscuridad donde puedan ocultarse los que hacen el mal.
23 Porque él no fija al hombre una fecha para presentarse a juicio ante Dios:
24 él quebrante a los grandes sin previo examen y pone a otros en lugar de ellos.
25 Así, porque él conoce todas sus acciones, los derriba en una noche, y quedan aplastados.
26 Los abofetea como a malhechores en un lugar que está a la vista de todos,
27 porque se negaron a seguirlo y no comprendieron todos sus caminos,
28 haciendo que llegara hasta él el grito del pobre y que él escuchara el clamor de los oprimidos.
29 Si él se queda inmóvil, ¿quién lo sacudirá? Si cubre su rostro, ¿quién lo verá? El vigila, sin embargo, a naciones e individuos
30 para que no reine ningún hombre impío, uno de esos que son una trampa para el pueblo.
31 Tú solo tienes que decir a Dios: "Yo fui seducido, no volveré a hacer el mal;
32 instrúyeme, hasta que pueda ver. Si cometí una injusticia, no voy a reincidir".
33 ¿Acaso él retribuirá según tu parecer, siendo así que tú has despreciado su instrucción? Ya que eres tú el que decide, no yo, dile todo lo que sepas.
34 Los hombres sensatos me dirán y también todo sabio que me escuche:
35 "Job no sabe lo que dice y sus palabras carecen de sentido".
36 Que Job sea examinado hasta el final por haber respondido como un hombre perverso.
37 Porque él, a su pecado, añade la rebeldía, aplaude en medio de nosotros y multiplica sus palabras contra Dios.

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas