Job  20 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 29 versitos |
1 Sofar de Naamá respondió, diciendo:
2 Mis pensamientos me obligan a replicar, porque no puedo dominar mi excitación.
3 Tengo que oír reproches injuriosos, pero mi inteligencia me inspira una respuesta.
4 ¿No sabes acaso que desde siempre, desde que el hombre fue puesto sobre la tierra,
5 el júbilo de los malvados acaba pronto y la alegría del impío dura sólo un instante?
6 Aunque su altura se eleve hasta el cielo y llegue a tocar las nubes con la cabeza,
7 él perece para siempre, como sus excrementos, y sus conocidos preguntan: "¿Dónde está?".
8 Huye como un sueño, y nadie lo encuentra, desechado como una visión nocturna,
9 El ojo que lo miraba no lo ve más, el lugar que ocupaba lo pierde de vista.
10 Sus hijos indemnizan a los que él empobreció y sus propias manos restituyen las riquezas
11 El vigor juvenil que llenaba sus huesos yace con él en el polvo.
12 El mal era dulce a su boca y él lo disimulaba bajo su lengua;
13 lo saboreaba y no lo soltaba, lo retenía en medio de su paladar;
14 pero su comida se corrompe en las entrañas, es un veneno de víboras dentro de él.
15 Tiene que vomitar las riquezas que tragó, Dios se las arranca de su vientre.
16 ¡El mamaba veneno de serpientes y lo mata la lengua de la víbora!
17 Ya no ve más los arroyos de aceite ni los torrentes de miel y leche cuajada.
18 Devuelve las ganancias sin tragarlas, y no disfruta de lo que lucró con sus negocios,
19 porque oprimió y dejó sin amparo a los pobres, y usurpó casas que no había edificado.
20 Su voracidad no conocía descanso y nada escapaba a sus deseos;
21 nadie se libraba de su avidez, por eso no dura su prosperidad.
22 En el colmo de la abundancia, lo asalta la angustia, le sobrevienen toda clase de desgracias.
23 Mientras él llena su vientre, Dios descarga el ardor de su ira y hace llover el fuego de su enojo sobre él.
24 Si escapa del arma de hierro, lo traspasa el arco de bronce:
25 la flecha le sale por la espalda, y la punta fulgurante por el hígado. Lo invaden los terrores,
26 todas las tinieblas están reservadas para él, lo consume un fuego que nadie atiza y que devora lo que aún queda de su carpa.
27 Los cielos revelan su iniquidad y la tierra se levanta contra él.
28 Un diluvio se lleva su casa, una correntada, en el día de la ira.
29 Esta es la porción que Dios asigna al malvado, la herencia que le tiene destinada.

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas