Esdras  8 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 36 versitos |
1 Estos son los jefes de familia, con sus respectiva genealogía, que partieron conmigo de Babilonia, bajo el reinado de Artajerjes.
2 De los hijos de Pinjás: Gersón; de los hijos de Itamar: Daniel; de los hijos de David: Jatús,
3 hijo de Secanías; de los hijos de Parós: Zacarías, con el cual fueron registrados 150 hombres;
4 de los hijos de Pajat Moab: Elijonai, hijo de Zerajías, con 200 hombres;
5 de los hijos de Zatú: Secanías, hijo de Iajaziel, con 300 hombres;
6 de los hijos de Adín: Ebed, hijo de Jonatán, con 50 hombres;
7 de los hijos de Elam: Isaías, hijo de Atalías, con 70 hombres;
8 de los hijos de Sefatías: Zabadías, hijo de Miguel, con 80 hombres;
9 de los hijos de Joab: Abdías, hijo de Iejiel, con 218 hombres;
10 de los hijos de Baní: Selomit, hijo de Josifías, con 160 hombres;
11 de los hijos de Bebai: Zacarías, hijo de Bebai, con 28 hombres,
12 de los hijos de Azgad: Iojanán, hijo de Hacatán, con 110 hombres;
13 de los hijos de Adonicam: los menores, a saber, Elifélet, Jeiel y Semaías, con 60 hombres;
14 y de los hijos de Bigvai: Utai, hijo de Zacur, con 70 hombres.
15 Yo los reuní a orillas del río que va hacia Ahavá y allí acampamos durante tres días. Vi que había gente del pueblo y sacerdotes, pero no encontré ningún levita.
16 Entonces llamé a los jefes Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán, Zacarías y Mesulán, y a los instructores Joiarib y Elnatán,
17 y los envié a ver a Idó, jefe de Casifía, con la orden precisa de lo que debían decir a él y a sus hermanos que residían en esa localidad, a fin de que nos mandaran servidores para la Casa de nuestro Dios.
18 Gracias a que la mano bondadosa de nuestro Dios estaba sobre nosotros, ellos nos enviaron un hombre muy capaz, llamado Serebías, de los hijos de Majlí, hijo de Leví, hijo de Israel, junto con sus hijos y sus hermanos: en total, dieciocho hombres.
19 Además, nos enviaron a Jasabías, de los hijos de Merarí, junto con su hermano Isaías y con sus hijos: en total, veinte hombres;
20 y de entre los empleados del Templo de David y los Jefes habían puesto al servicio de los levitas, enviaron doscientos veinte hombres, todos registrados personalmente.
21 Allí, a orillas del río Ahavá, proclamé un ayuno, para humillarnos delante de nuestro Dios, a fin de pedirle un feliz viaje para nosotros y nuestros hijos y para todos nuestros vienes.
22 Porque hubiera sido vergonzoso pedir al rey gente armada y jinetes, para que nos protegieran en el camino contra el enemigo. Al contrario, nosotros habíamos dicho al rey: "La mano de nuestro Dios se extiende para bendecir a todos los que lo buscan, y su poder y su ira caen sobre todos los que lo abandonan".
23 Así ayunamos e invocamos a nuestro Dios, y él nos escuchó.
24 Después tomé aparte a doce de los jefes de los sacerdotes, y además a Serebías y a Jasabías, junto con diez de sus hermanos;
25 y pesé delante de ellos la plata, el oro y los utensilios, que el rey, sus consejeros y sus funcionarios y todos los israelitas residente allí, habían ofrecido para la Casa de nuestro Dios.
26 Pesé y puse en sus manos seiscientos cincuenta talentos de plata, utensilios de plata por valor de cien talentos, cien talentos de oro,
27 veinte copas de oro de mil dáricos y dos vasos de bronce bruñido tan preciosos como el oro.
28 Luego les dije: "Ustedes están consagrados al Señor; estos utensilios son sagrados; esta plata y este oro son una ofrenda voluntaria para el Señor, el Dios de nuestros padres.
29 Guárdenlos cuidadosamente, hasta que los pesen delante de los jefes de los sacerdotes y de los levitas, y delante de los jefes de familia de Israel, en las habitaciones de la Casa del Señor en Jerusalén".
30 Los sacerdotes y los levitas recibieron la plata, el oro y los utensilios que habían sido pesados, para trasladarlos a Jerusalén, a la Casa de nuestro Dios.
31 El día doce del primer mes, partimos de las orillas del río Ahavá para ir a Jerusalén. La mano de nuestro Dios está sobre nosotros, y él nos presentó durante la marcha de los ataques enemigos y de las emboscadas.
32 Al llegar a Jerusalén, descansamos tres días.
33 El cuarto día, fueron pesados la plata, el oro y los utensilios en la Casa de nuestro Dios, y se entregó todo al sacerdote Meremot, hijo de Urías, y a Eleazar, hijo de Pinjás, junto a los cuales estaban los levitas Josabad, hijo de Josué, y Noadías, hijo de Binuí.
34 Después de comprobar la cantidad y el peso, se tomó nota de peso total. En aquel tiempo,
35 los deportados que habían vuelto del exilio ofrecieron como holocausto al Dios de Israel doce novillos por todo Israel, noventa y seis carneros, setenta y siete corderos y doce chivos por el pecado: todo, en holocausto al Señor.
36 Y se entregaron los decretos del rey a los sátrapas y gobernadores de la región de este lado del Eufrates, los cuales presentaron su apoyo al pueblo y a la Casa de Dios.

Patrocinio

 
 

Introducción a Esdras 


Esdras y Nehemías

En el año 539 a. C., Ciro el Grande, rey de los persas, entra triunfalmente en Babilonia. Sus victorias anteriores le habían asegurado el dominio sobre las mesetas de Irán y sobre el Asia Menor. Luego afirma su soberanía sobre el Imperio babilónico, y las fronteras de su territorio se extienden hasta Egipto. Así queda constituido el Imperio persa, el más vasto y poderoso de los conocidos hasta entonces.
Con el advenimiento de Ciro, se produce un cambio importante en las condiciones políticas del Antiguo Oriente. El nuevo monarca se distingue por su actitud más humanitaria en favor de los pueblos sometidos. No practica deportaciones masivas, respeta las leyes y costumbres locales, y propicia el retorno a sus respectivos países de las poblaciones desterradas por los reyes de Asiria y Babilonia.
Favorecidos por la política tolerante de los persas, varios grupos de judíos exiliados en Babilonia se ponen en camino para regresar a la Tierra de sus antepasados. La marcha a través del desierto es dura y peligrosa. La meta de tan larga peregrinación es un país en ruinas, que no alcanza a cubrir cuarenta kilómetros de sur a norte. A estas penurias materiales se añade la hostilidad de las poblaciones vecinas, que miran con recelo a los recién llegados y les oponen una enconada resistencia. Pero, a pesar de todos los obstáculos, la obra de la restauración nacional y religiosa se lleva adelante. En algo más de un siglo de persistentes esfuerzos, la comunidad judía de Jerusalén reconstruye su Templo, levanta los muros derruidos de la Ciudad santa y se aferra a la práctica de la Ley, como medio para no perder su identidad dentro del Imperio al que está sometida.
Los libros de ESDRAS y NEHEMÍAS son nuestra principal fuente de información acerca de este importante y difícil período de la historia bíblica. Ambos formaban originariamente una sola obra con los libros de las Crónicas y fueron compuestos en la misma época. Para elaborar esta segunda parte de su relato, el Cronista utiliza y cita textualmente diversos documentos contemporáneos de los hechos: listas de repatriados, genealogías, edictos reales, correspondencia administrativa de la corte persa y, sobre todo, "memorias" personales de Esdras y Nehemías, los dos grandes protagonistas de la restauración judía. En la disposición de materiales tan diversos, el autor no siempre se atiene a la sucesión cronológica de los hechos. Por eso estos Libros, si bien nos ofrecen una información de primera mano, presentan serias dificultades cuando se trata de reconstruir el desarrollo exacto de los acontecimientos. Así, por ejemplo, es muy verosímil que la misión de Nehemías haya precedido en varios años a la de Esdras. Sin embargo, el Cronista ha invertido el orden de los relatos, para dar prioridad a la reforma religiosa, realizada por el sacerdote Esdras, sobre la actividad del laico Nehemías, de carácter más bien político.
Pero estas dificultades no afectan al contenido religioso de los Libros. A un pueblo que ha perdido su independencia política y está propenso a caer en el desaliento, el Cronista le recuerda que el "Resto" de Judá liberado del exilio sigue siendo el depositario de la elección divina. La deportación a Babilonia mostró que las amenazas de los Profetas se habían cumplido al pie de la letra. ¿No será este el momento de escuchar la voz del Señor, de tomar en serio las exigencias morales y sociales de la Ley, que las reformas de Esdras y Nehemías han vuelto a poner en vigor? Si el pueblo se convierte al Señor y le rinde el culto debido, Dios no se dejará ganar en fidelidad y dará pleno cumplimiento a sus promesas de salvación.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

Patrocinio

Notas