I Crónicas 9 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 44 versitos |
1 Cuando fueron deportados a Babilonia por sus infidelidades, todos los israelitas estaban registrados en las listas genealógicas y en el libro de los reyes de Israel y de Judá.
2 Los primeros que volvieron a habitar en sus propiedades y ciudades fueron israelitas, sacerdotes, levitas y empleados del Templo.
3 En Jerusalén habitaron descendientes de Judá, de Benjamín, de Efraím y de Manasés.
4 De los descendientes de Judá: Utai, hijo de Amihud, hijo de Omrí, hijo de Imrí, hijo de Baní, de los hijos de Peres, hijo de Judá.
5 De los silonitas: Asaías, el primogénito, y sus hijos.
6 De los hijos de Zéraj: Ieuel y sus hermanos: 690 en total.
7 De los descendientes de Benjamín: Salú, hijo de Mesulam, hijo de Hodavías, hijo de Hasnuá;
8 Ibneías, hijo de Ierojam; Elá, hijo de Uzí, hijo de Micrí; y Mesulam, hijo de Sefatías, hijo de Reuel, hijo de Ibnías,
9 con sus hermanos, según sus listas genealógicas: 956 en total. Todos estos eran jefes de sus respectivas familias.
10 De los sacerdotes: Iedaías, Iehoiarib, Iaquím;
11 Azarías, hijo de Jilquías, hijo de Mesulam, hijo de Sadoc, hijo de Meraiot, hijo de Ajitub, prefecto de la Casa de Dios;
12 Adaías hijo de Ierojam, hijo de Pasjur, hijo de Malquías; Masai, hijo de Adiel, hijo de Iajzerá, hijo de Mesulam, hijo de Mesilemit, hijo de Imer;
13 y sus hermanos, jefes de sus respectivas familias; 1760 hombres para el culto de la Casa de Dios.
14 De los levitas: Semaías, hijo de Jasub, hijo de Azricam, hijo de Jasabías, de los hijos de Merarí;
15 Bacbacar, Heres, Galal y Matanías, hijo de Micá, hijo de Zicrí, hijo de Asaf;
16 Abdías, hijo de Semaías, hijo de Galal, hijo de Iedutún; y Berequías, hijo de Asá, hijo de Elcaná, que habitaba en los poblados de los netofatíes.
17 Los porteros eran Salúm, Acub, Talmón, Ajimán y sus hermanos. Salúm era su jefe,
18 y ellos están hasta el presente junto a la puerta del rey, al este. Los porteros del campamento de los hijos de Leví fueron:
19 Salúm, hijo de Coré, hijo de Ebiasaf, hijo de Córaj, y sus hermanos los corajitas, de la misma familia. Ellos se ocupan del culto como guardianes de los umbrales de la Carpa, porque sus padres habían tenido a su cargo la guardia de acceso al campamento del Señor.
20 Antiguamente, su jefe había sido Pinjás, hijo de Eleazar. ¡Que el Señor esté con él!
21 Zacarías, hijo de Meselemías, era portero de la entrada de la Carpa del Encuentro.
22 En total de los elegidos como porteros de los umbrales era de 212, y estaban inscritos en sus poblados. David y Samuel, el vidente, los habían establecido en sus cargos permanentemente.
23 Tanto ellos como sus hijos tenían bajo su custodia la entrada de la Carpa, es decir, de la Casa del Señor.
24 Había porteros en los cuatro puntos cardinales: al este, al oeste, al norte y al sur.
25 Sus hermanos, que habitaban en sus poblados, tenían que ir periódicamente a estar con ellos durante siete días.
26 Los cuatro jefes de los porteros, en cambio, estaban de servicio permanentemente. Estos eran los levitas y tenían a su cargo las cámaras y los tesoros de la Casa de Dios.
27 Pasaban la noche alrededor de la Casa de Dios, porque estaban encargados de custodiarla y tenían que abrirla todas las mañanas.
28 Algunos de ellos tenían el cuidado de los utensilios del culto, y los contaban cada vez que los ponían y los sacaban.
29 Otros tenían a su cuidado los utensilios, todos los vasos sagrados, la harina de las ofrendas, el vino, el aceite, el incienso y los aromas.
30 Pero los que hacían la mezcla de los perfumes aromáticos eran sacerdotes.
31 Matatías, uno de los levitas, el primogénito de Salúm, el coreíta, estaba en cargado permanentemente de las ofrendas que se freían en la sartén.
32 Entre los quehatitas, sus hermanos, algunos estaban encargados de preparar cada sábado los panes de la ofrenda.
33 También había cantores, jefes de familias levíticas, que vivían en las habitaciones del templo, exentos de todo otro servicio, porque se ocupaban día y noche de su ministerio.
34 Estos son, según sus listas genealógicas, los jefes de las familias levíticas que habitaban en Jerusalén.
35 En Gabaón habitaban Abí Gabaón y Ieiel, cuya mujer se llamaba Maacá.
36 Su hijo primogénito fue Abdón, y los otros, Sur, Quis, Baal, Ner, Nadab,
37 Guedor, Ajió, Zacarías y Miclot.
38 Miclot fue padre de Simam. También estos habitaban en Jerusalén, lo mismo que sus hermanos.
39 Ner fue padre de Quis. Quis fue padre de Saúl, Saúl fue padre de Jonatán, de Malquisúa, de Abinadab y de Esbaal.
40 El hijo de Jonatán fue Meribaal. Meribaal fue padre de Micá.
41 Los hijos de Micá fueron Pitón, Mélec, Tajrea
42 y Ajaz. Ajaz fue padre de Iará; Iará fue padre de Alémet, de Azmavet y de Zimrí; Zimrí fue padre de Mosá;
43 Mosá fue padre de Biná. El hijo de Biná fue Refaías; el hijo de Refaías, Elasá; y el hijo de Elasá, Asel,
44 Asel tuvo seis hijos, que se llamaban Azricam, Bocrú, Ismael, Searías, Abdías y Janán. Estos fueron los hijos de Asel.

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Introducción a I Crónicas


Primer Libro de las Crónicas

Después de la caída de Jerusalén, en el 587 a. C., una buena parte de la población de Judá fue deportada a Babilonia, hasta que Ciro el Persa autorizó el regreso de los desterrados a su país de origen. Así comenzó para Israel una nueva etapa, y los repatriados tuvieron que emprender la ardua tarea de reconstruir la comunidad nacional y religiosa. Esta grave crisis constituyó un verdadero desafío para la comunidad judía. El profeta Natán había prometido a David una dinastía eterna. Pero ¿qué valor podía tener esa promesa, si ya la monarquía no era mas que un recuerdo del pasado? Otros profetas habían anunciado a Israel un futuro glorioso. ¿Cómo dar crédito a esos anuncios en las miserables condiciones presentes?
El peso de estos interrogantes exigía una reinterpretación de toda la historia de Israel. De esta necesidad surgieron los libros de las CRÓNICAS, que en realidad son una sola obra y forman una unidad con los libros de Esdras y Nehemías. Su autor fue un levita de Jerusalén, que escribió hacia el 300 a. C. Esta nueva síntesis histórica abarca desde Adán hasta el retorno a Jerusalén del "Resto" de Judá. Pero únicamente dos etapas de la historia bíblica son tratadas con cierta detención: el reinado de David y su dinastía y la restauración de la comunidad judía. Los cincuenta años del destierro son pasados por alto, y sólo unas cuantas listas genealógicas cubren los siglos que van desde los comienzos de la humanidad hasta David.
Según el Cronista, Dios confió a la dinastía davídica el trono de Jerusalén, que es "el trono de la realeza del Señor sobre Israel" ( 1Ch_28:5 ). Durante los reinados de David y Salomón, el Reino de Dios tuvo su más perfecta realización. Pero los sucesores de estos dos primeros reyes no estuvieron a la altura de la misión que el Señor les había encomendado. Sólo tres de ellos -Josafat, Ezequías y Josías- siguieron los caminos de David. Los demás, a pesar de las apremiantes advertencias de los Profetas, se apartaron de esta línea de conducta, precipitando así a Israel en la ruina. La destrucción de Jerusalén y del Templo, la desaparición de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia fueron el justo castigo de esas infidelidades, ya que para el Cronista no hay pecado sin castigo. Pero cuando todo parecía perdido, el Señor suscitó a un rey pagano, para liberar a los deportados y asegurar la continuidad del designio divino sobre Israel.
En la composición de su obra, el autor utilizó numerosas fuentes, bíblicas y extrabíblicas. Las genealogías de 1 Crón. 1-9 se inspiran en las tradiciones del Pentateuco. A partir del cap. 10, él reproduce narraciones enteras de los libros de Samuel y de los Reyes. Pero también emplea otros documentos que no tienen paralelos en la Biblia y a los que remite explícitamente. Aunque de ordinario cita sus fuentes textualmente, muchas veces las amplía, las abrevia o modifica, hasta el punto de que algunas narraciones adquieren un nuevo sentido. Todos estos retoques redaccionales están destinados a subrayar los temas por los que siente especial predilección: el Reino davídico, la Ciudad santa de Jerusalén, y el Templo con su "clero" y su culto.
El Cronista buscó en la historia y en los escritos sagrados de su Pueblo todo lo que podía servir de enseñanza para sus contemporáneos. En él se resume el esfuerzo de una comunidad que vive replegada sobre sí misma, ansiosa por descubrir en su propio pasado las raíces de su identidad y la cohesión necesaria para afrontar las presiones de un ambiente hostil. De esta manera, los libros de las Crónicas contribuyeron a mantener viva la esperanza del Pueblo que debía preparar la venida del Mesías.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas