I Crónicas 11 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 47 versitos |
1 Todo Israel se congregó junto a David en Hebrón y le dijeron: "¡Nosotros somos de tu misma sangre!
2 Ya desde antes, incluso cuando Saúl reinaba sobre nosotros, eras tú el que conducía a Israel. Y ahora el Señor te ha dicho: "¡Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tu serás el jefe de mi pueblo Israel!"".
3 Todos los ancianos de Israel fueron a Hebrón, donde estaba el rey: David estableció una alianza con ellos en Hebrón, en presencia del Señor, y ellos lo ungieron como rey sobre Israel, conforme el Señor lo había anunciado por medio de Samuel.
4 David, con todo Israel, avanzó sobre Jerusalén -es decir, Jebús- donde estaban los jebuseos, que habitaban el país,
5 pero estos le dijeron: "¡Aquí no podrás entrar!". A pesar de eso, David conquistó la fortaleza de Sión, que es la Ciudad de David.
6 David había dicho: "El primero que mate a un jebuseo será comandante en jefe". Joab, hijo de Seruiá, fue el primero en subir y se convirtió en jefe.
7 David se instaló en la fortaleza, y por eso la llamaron "Ciudad de David".
8 Luego construyó la ciudad en derredor, desde el Miló hasta los alrededores, y Joab restauró el resto de la ciudad.
9 Así David se iba engrandeciendo cada vez más, y el Señor de los ejércitos estaba con él.
10 Estos son los jefes de los Guerreros de David, que lo sostuvieron durante su reinado, y se unieron a todo Israel para hacerlo rey, conforme a la palabra del Señor acerca de Israel.
11 Esta es la lista de los Guerreros que tenía David: Iasobam, hijo de Jacmoní, jefe de los Tres, que empuñó su lanza y mató a más de trescientos de una sola vez.
12 Después de él, Eleazar, hijo de Dodó, el ajotita, uno de los Tres Valientes.
13 Este estaba con David en Pas Damín, donde los filisteos se habían concentrado para el combate. Allí había una parcela de campo toda sembrada de cebada, y el pueblo huyó delante de los filisteos.
14 Pero él se apostó en medio del campo, lo defendió y derrotó a los filisteos, Así el Señor alcanzó una gran victoria.
15 Tres de los Treinta bajaron juntos a la peña de la cueva de Adulam, donde estaba David, mientras los filisteos acampaban en el valle de Refaím.
16 David se encontraba entonces en el refugio y una guarnición filistea estaba en Belén.
17 David manifestó este deseo: "¡Quién me diera de beber agua del pozo que está junto a la puerta de Belén!".
18 Los Tres Valientes irrumpieron en el campamento filisteo, sacaron agua del pozo que está junto a la puerta de Belén y se la llevaron a David. Pero él no quiso beberla y la derramó como libación al Señor,
19 diciendo: "¡Líbreme Dios de hacer tal cosa! ¿Voy a beber la sangre de estos hombres, al precio de su vida? Ellos la han traído, arriesgando su vida". Y no quiso beber. Esto es lo que hicieron los Tres Valientes.
20 Abisai, hermano de Joab, era el jefe de los Treinta. El empuñó su lanza contra trescientos hombres y los mató, ganándose un renombre entre los Treinta.
21 Era el más famoso de ellos, y fue su jefe, pero no llegó a igualar a los Tres.
22 Benaías, hijo de Iehoiadá, era un hombre valiente, rico en hazañas, oriundo de Cabsel. El mató a los dos héroes de Moab, y fue él quien bajó a la cisterna un día de nieve para matar al león.
23 También abatió al egipcio que medía dos metros y medio de alto y tenía en su mano una lanza gruesa como el palo grande de un telar. Benaías lo enfrentó con un garrote, le arrancó la lanza de la mano y le dio muerte con su propia lanza.
24 Esto es lo que hizo Benaías, hijo de Iehoiadá, y así se ganó un renombre entre los treinta Guerreros.
25 El era el más famoso de los Treinta, pero no llegó a igualar a los Tres. David lo incorporó a su guardia personal.
26 Los Guerreros valerosos fueron Asahel, hermano de Joab; Eljanán, hijo de Dodó, de Belén;
27 Samot, de Jarod; Jeles, el pelonita;
28 Irá, hijo de Iqués, de Técoa; Abiézer, de Anatot;
29 Sibecai, de Jusá; IIai, el ajotita;
30 Majrai, de Netofá; Jéled, hijo de Baaná, de Netofá;
31 Itai, hijo de Ribai, de Guibeá de los hijos de Benjamín; Benaías, de Pireatón;
32 Jurai, de los torrentes de Gaás; Abiel, el arbatita;
33 Azmávet, de Bejurím; Eliajabá, de Saalbón;
34 Bené Hasém, el guizonita; Jonatán, hijo de Sagué, el ararita;
35 Ajiam, hijo de Sacar, el ararita; Elifal, hijo de Ur;
36 Jéfer, de Mequerá; Ajías, el pelonita;
37 Jesró, de Carmel; Naarai, hijo de Ezbai;
38 Joel, hermano de Natán; Mibjar, hijo de Agrí;
39 Seléc, el amonita; Najrai, de Beerot, escudero de Joab, hijo de Seruiá;
40 Irá, de Iatir; Gareb, de Iatir;
41 Urías, el hitita; Zabad, hijo de Ajlai;
42 Adiná, hijo de Sizá, el rubenita, jefe de los rubenitas, que estaba al frente de los Treinta;
43 Janán, hijo de Maacá; Josafat, el mitnita;
44 Uzías, de Astarot; Sama y Ieiel, hijos de Jotam, de Aroer;
45 Iediael, hijo de Simrí; Jojá, su hermano, el tisita.
46 Elieel, el majavita; Ieribai y Iosavías, hijo de Elnaam; Itmá, el moabita;
47 Eliel, Obed y Iaasiel, de Sobá.

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Introducción a I Crónicas


Primer Libro de las Crónicas

Después de la caída de Jerusalén, en el 587 a. C., una buena parte de la población de Judá fue deportada a Babilonia, hasta que Ciro el Persa autorizó el regreso de los desterrados a su país de origen. Así comenzó para Israel una nueva etapa, y los repatriados tuvieron que emprender la ardua tarea de reconstruir la comunidad nacional y religiosa. Esta grave crisis constituyó un verdadero desafío para la comunidad judía. El profeta Natán había prometido a David una dinastía eterna. Pero ¿qué valor podía tener esa promesa, si ya la monarquía no era mas que un recuerdo del pasado? Otros profetas habían anunciado a Israel un futuro glorioso. ¿Cómo dar crédito a esos anuncios en las miserables condiciones presentes?
El peso de estos interrogantes exigía una reinterpretación de toda la historia de Israel. De esta necesidad surgieron los libros de las CRÓNICAS, que en realidad son una sola obra y forman una unidad con los libros de Esdras y Nehemías. Su autor fue un levita de Jerusalén, que escribió hacia el 300 a. C. Esta nueva síntesis histórica abarca desde Adán hasta el retorno a Jerusalén del "Resto" de Judá. Pero únicamente dos etapas de la historia bíblica son tratadas con cierta detención: el reinado de David y su dinastía y la restauración de la comunidad judía. Los cincuenta años del destierro son pasados por alto, y sólo unas cuantas listas genealógicas cubren los siglos que van desde los comienzos de la humanidad hasta David.
Según el Cronista, Dios confió a la dinastía davídica el trono de Jerusalén, que es "el trono de la realeza del Señor sobre Israel" ( 1Ch_28:5 ). Durante los reinados de David y Salomón, el Reino de Dios tuvo su más perfecta realización. Pero los sucesores de estos dos primeros reyes no estuvieron a la altura de la misión que el Señor les había encomendado. Sólo tres de ellos -Josafat, Ezequías y Josías- siguieron los caminos de David. Los demás, a pesar de las apremiantes advertencias de los Profetas, se apartaron de esta línea de conducta, precipitando así a Israel en la ruina. La destrucción de Jerusalén y del Templo, la desaparición de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia fueron el justo castigo de esas infidelidades, ya que para el Cronista no hay pecado sin castigo. Pero cuando todo parecía perdido, el Señor suscitó a un rey pagano, para liberar a los deportados y asegurar la continuidad del designio divino sobre Israel.
En la composición de su obra, el autor utilizó numerosas fuentes, bíblicas y extrabíblicas. Las genealogías de 1 Crón. 1-9 se inspiran en las tradiciones del Pentateuco. A partir del cap. 10, él reproduce narraciones enteras de los libros de Samuel y de los Reyes. Pero también emplea otros documentos que no tienen paralelos en la Biblia y a los que remite explícitamente. Aunque de ordinario cita sus fuentes textualmente, muchas veces las amplía, las abrevia o modifica, hasta el punto de que algunas narraciones adquieren un nuevo sentido. Todos estos retoques redaccionales están destinados a subrayar los temas por los que siente especial predilección: el Reino davídico, la Ciudad santa de Jerusalén, y el Templo con su "clero" y su culto.
El Cronista buscó en la historia y en los escritos sagrados de su Pueblo todo lo que podía servir de enseñanza para sus contemporáneos. En él se resume el esfuerzo de una comunidad que vive replegada sobre sí misma, ansiosa por descubrir en su propio pasado las raíces de su identidad y la cohesión necesaria para afrontar las presiones de un ambiente hostil. De esta manera, los libros de las Crónicas contribuyeron a mantener viva la esperanza del Pueblo que debía preparar la venida del Mesías.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas