Job  41 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 26 versitos |
1 Tu esperanza se vería defraudada: con sólo mirarlo quedarías aterrado.
2 ¿No es demasiado feroz para excitarlo? ¿Quién podría resistir ante él
3 ¿Quién lo enfrentó, y quedó sano y salvo? ¡Nadie debajo de los cielos!
4 No dejaré de mencionar sus miembros, hablaré de su fuerza incomparable.
5 ¿Quién rasgó el exterior de su manto o atravesó su doble coraza?
6 ¿Quién forzó las puertas de sus fauces? ¡En torno de sus colmillos reina el terror!
7 Su dorso es una hilera de escudos, trabados por un sello de piedra.
8 Se aprietan unos contra otros, ni una brisa pasa en medio de ellos.
9 Están adheridos entre sí, forman un bloque y no se separan.
10 Su estornudo arroja rayos de luz, sus ojos brillan como los destellos de la aurora.
11 De sus fauces brotan antorchas, chispas de fuego escapan de ellas.
12 Sale humo de sus narices como de una olla que hierve sobre el fuego.
13 Su aliento enciende los carbones, una llamarada sale de su boca.
14 En su cerviz reside la fuerza y cunde el pánico delante de él.
15 Sus carnes son macizas: están pegadas a él y no se mueven.
16 Su corazón es duro como una roca, resistente como una piedra de molino.
17 Cuando se yergue, tiemblan las olas, se retira el oleaje del mar.
18 La espada lo toca, pero no se clava, ni tampoco la lanza, el dardo o la jabalina.
19 El hierro es como paja para él, y el bronce, como madera podrida.
20 Las flechas no lo hacen huir, las piedras de la honda se convierten en estopa.
21 La maza le parece una brizna de hierba y se ríe del estruendo del sable.
22 Tiene por debajo tejas puntiagudas, se arrastra como un rastrillo sobre el barro.
23 Hace hervir las aguas profundas como una olla, convierte el mar en un pebetero.
24 Deja detrás de él una estela luminosa: el océano parece cubierto de una cabellera blanca.
25 No hay en la tierra nadie igual a él, ha sido hecho para no temer nada.
26 Mira de frente a los más encumbrados, es el rey de las bestias más feroces.

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas