Job  17 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 16 versitos |
1 ¡Se me ha agotado el aliento, se han extinguido mis días, sólo me queda el sepulcro!
2 ¿No soy acaso el blanco de las burlas y no me desvelan sus provocaciones?
3 Deposita junto a ti una fianza a mi favor: si no, ¿quién estrechará mi mano?
4 Tú cerraste su corazón al discernimiento; por eso, no los dejarás triunfar.
5 ¡Se anuncia el reparto a los amigos, mientras los ojos de los hijos desfallecen!
6 Me has convertido en burla de la gente, soy como alguien a quien se escupe en la cara.
7 Mis ojos se debilitan por la tristeza y todos mis miembros son como la sombra.
8 Los hombres rectos quedan consternados por esto, y el inocente se indigna contra el impío.
9 Pero el justo se afianza en su camino y el de manos puras redobla su energía.
10 ¡Vengan todos ustedes, vengan otra vez: no encontraré un solo sabio entre ustedes!
11 Han pasado mis días, se han deshecho mis planes y las aspiraciones de mi corazón.
12 Ellos cambian la noche en día: "La luz, dicen, está cerca de las tinieblas".
13 ¿Qué puedo esperar? El Abismo es mi morada, en las tinieblas extendí mi lecho.
14 Yo grito a la Fosa: "¡Tú eres mi padre!", y los gusanos: "¡Mi madre y mis hermanos!".
15 ¿Dónde está entonces mi esperanza? Y mi felicidad, ¿quién la verá?
16 ¿Bajarán conmigo al Abismo? ¿Nos hundiremos juntos en el polvo?

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas