Josué 8 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 35 versitos |
1 El Señor dijo a Josué: "¡No temas ni te acobardes! Reúne a todos los combatientes y prepárate para subir contra Ai. Yo te entrego al rey de Ai, a su pueblo, su ciudad y su territorio.
2 Trátalos como trataste a Jericó y a su rey. Sin embargo, ustedes podrán retener como botín los despojos y el ganado. Además, tiende una emboscada detrás de la ciudad.
3 Josué se preparó con todos los combatientes, para subir contra Ai. Eligió treinta mil guerreros valerosos y los hizo salir de noche,
4 dándoles esta orden: "¡Presten atención! Ustedes estarán emboscados detrás de la ciudad. No se alejen demasiado de ella y manténgase alerta.
5 Yo y toda la gente que irá conmigo nos acercaremos a la ciudad y cuando ellos salgan contra nosotros, como lo hicieron la primera vez, nosotros huiremos.
6 Ellos nos seguirán, porque pensarán que huimos como la vez anterior, y así los apartaremos de la ciudad: Nosotros huiremos delante de ellos.
7 Entonces ustedes saldrán del lugar donde estaban emboscados y ocuparán la ciudad. El Señor, nuestro Dios, la pondrá en sus manos.
8 Y apenas la tomen, la incendiarán. Ustedes actuarán conforme a la palabra del Señor, y tengan en cuenta que les he dado una orden".
9 Josué los envió, y ellos fueron a apostarse en el lugar de la emboscada, entre Betel y Ai, al oeste de Ai. Josué, por su parte, pasó aquella noche en medio de la tropa.
10 A la madrugada del día siguiente, revistó a la tropa y subió contra Ai, al frente del pueblo, junto con los ancianos de Israel.
11 Todos los combatientes que subieron con él avanzaron hasta llegar frente a la ciudad, y acamparon al norte de Ai. Solamente el valle separaba a Josué de Ai.
12 El escogió unos cinco mil hombres para tender una emboscada entre Betel y Ai, al oeste de Ai.
13 Así el pueblo estableció todo su campamento al norte de la ciudad, mientras la retaguardia permanecía al oeste. Aquella noche Josué se dirigió al medio del valle.
14 El ver esto, el rey de Ai se apresuró a salir con toda su gente para combatir contra Israel en la bajada, frente a la Arabá, sin saber que le habían tendido una emboscada detrás de la ciudad.
15 Josué y todo Israel fingieron caer derrotados delante de ellos y huyeron por el camino del desierto.
16 Entonces se convocó a toda la gente que estaba en la ciudad para que saliera a perseguirlos, y todos persiguieron a Josué, alejándose de la ciudad.
17 No hubo un solo hombre en Ai o en Betel que no saliera en persecución de Israel. Y cuando lo hicieron, dejaron abiertas las puertas de la ciudad.
18 Entonces el Señor dijo a Josué: "Apunta hacia Ai con la jabalina que tienes en la mano, porque yo te entrego la ciudad". Josué apuntó contra la ciudad con la jabalina que tenía en la mano;
19 y tan pronto como extendió su brazo, los hombres que estaban emboscados salieron rápidamente de su escondite, entraron a la carrera en la ciudad, la tomaron y la incendiaron sin perder un instante.
20 Cuando los hombres de Ai volvieron la vista hacia atrás y vieron la humareda que subía de la ciudad hacia el cielo, ya no pudieron escapar ni por un lado ni por el otro, porque la gente que huía hacia el desierto se volvió contra sus perseguidores.
21 En efecto, al ver que los hombres emboscados habían tomado la ciudad y que el humo subía de ella, Josué y todo Israel volvieron atrás y acometieron contra los hombres de Ai.
22 Los que habían tendido la emboscada también salieron de la ciudad para atacarlos, de manera que la gente de Ai quedó atrapada en medio de los israelitas, que avanzaban unos por un lado y otros por el otro. Así los derrotaron sin dejar ningún sobreviviente o fugitivo.
23 Al rey de Ai, en cambio, lo capturaron vivo y lo condujeron ante Josué.
24 Cuando Israel terminó de matar a los habitantes de Ai en campo abierto, en el desierto donde los habían perseguido, y cuando cayó hasta el último de ellos bajo los golpes de las espadas, todo Israel se volvió contra Ai y la pasó al filo de la espada.
25 Los que murieron aquel día, entre hombres y mujeres, fueron doce mil, o sea, todos los habitantes de Ai.
26 Y Josué no retiró la mano con que sostenía la jabalina hasta que consagró al exterminio a todos los habitantes de Ai.
27 Israel retuvo como botín solamente el ganado y los despojos de la ciudad, según la orden que el Señor había dado a Josué.
28 Este, por su parte, puso fuego sobre Ai y la redujo para siempre a un montón de ruinas, a una devastación, que permanece hasta el día de hoy.
29 Al rey de Ai lo hizo colgar de un árbol hasta la tarde. Al ponerse el sol, Josué mandó que descolgaran el cadáver. Lo arrojaron cerca de la puerta de la ciudad y levantaron sobre él un gran montón de piedras, que está todavía hoy.
30 Entonces Josué erigió un altar al Señor, el Dios de Israel, en el monte Ebal,
31 como Moisés, el servidor del Señor, lo había ordenado a los israelitas y como está escrito en el libro de la Ley de Moisés. Era un altar de piedras intactas, que no habían sido tocadas por el hierro. Sobre él ofrecieron holocaustos al Señor e inmolaron sacrificios de comunión.
32 Josué escribió allí mismo, sobre las piedras, una copia de la Ley que Moisés había escrito en presencia de los israelitas.
33 Todo Israel, sus ancianos, sus escribas y sus jueces -tanto los forasteros como los nativos- estaban de pie a ambos lados del Arca, frente a los sacerdotes que llevaban el Arca de la Alianza del Señor, una mitad hacia el monte Garizim y la otra mitad hacia el monte Ebal, según la orden que había dado Moisés, el servidor del Señor, de bendecir primero al pueblo de Israel.
34 Después de eso, Josué leyó cada una de las palabras de la Ley -la bendición y la maldición- exactamente como está escrito en el libro de la Ley.
35 Josué no dejó de leer ni una sola de las palabras que había ordenado Moisés, y lo hizo en presencia de toda la asamblea de Israel, incluidas las mujeres, los niños y los extranjeros que estaban con ellos.

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Introducción a Josué


LA HISTORIA PROFÉTICA


La palabra del Señor llegó a Natán en estos términos:
"Ve a decirle a mi servidor David:
Así habla el Señor:
Yo elevaré después de ti a uno de tus descendientes,
a uno que saldrá de tus entrañas,
y afianzaré su realeza.
Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí,
y tu trono será estable para siempre".

2Sa_7:4-5 , 2Sa_7:12, 16
¡Les aseguro que muchos profetas y reyes
quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron,
oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!

Luk_10:24
La palabra del Señor llegó a mí en estos términos:
"Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía;
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado,
te había constituido profeta para las naciones".
El Señor extendió su mano,
tocó mi boca y me dijo:
"Yo pongo mis palabras en tu boca.
Yo te establezco en este día
sobre las naciones y sobre los reinos,
para arrancar y derribar,
para perder y demoler,
para edificar y plantar".
Jer_1:4-5 , Jer_1:9-10

Moisés dijo:
"El Señor Dios suscitará para ustedes,
de entre sus hermanos,
un profeta semejante a mí,
y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga.
El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo".
Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel,
anunciaron también estos días.
Ustedes son los herederos de los profetas
y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados.
Act_3:22-25


LA HISTORIA PROFÉTICA

Después de la "Ley", la Biblia hebrea contiene dos conjuntos de escritos, agrupados bajo el título de LOS PROFETAS. La primera parte es de carácter narrativo e incluye los libros de JOSUÉ, JUECES, SAMUEL y REYES. La segunda está compuesta por los libros de ISAÍAS, JEREMÍAS, EZEQUIEL y los DOCE PROFETAS llamados "menores". Para distinguir estos dos grupos de escritos "proféticos", la tradición judía, ya a partir del siglo II a. C., dio al primero el nombre de "Profetas anteriores", y al segundo, el de "Profetas posteriores".
Tal vez pueda parecer extraño que varios Libros de contenido "histórico" -como los de Josué, Jueces, Samuel y Reyes- hayan sido incluidos entre los escritos "proféticos". Pero esta vinculación de "historia" y "profecía" se manifiesta llena de sentido, si tenemos en cuenta la imagen que la Biblia nos da del profetismo y la manera como los antiguos israelitas narraban la historia.
Cuando se emplea la palabra "profeta", se suele pensar en alguien dotado de una clarividencia tal que lo capacita para
predecir hechos futuros o lejanos. Sin embargo, esta idea corresponde muy imperfectamente a lo que fueron en realidad los Profetas de Israel. Ellos se presentaron como portavoces del Señor. Vivieron intensamente los problemas de su tiempo y hablaron a sus contemporáneos por el mandato y la autoridad que habían recibido de Dios. Con la mirada puesta en el momento presente, discernían la presencia y la acción del Señor en la vida de Israel y del mundo. Para confirmar el carácter divino de su misión, anunciaban eventualmente el futuro, pero lo hacían siempre con la intención de iluminar una situación determinada y de provocar un cambio de actitud en los destinatarios de su mensaje. La lucidez para descubrir la voz de Dios, que habla a través de los acontecimientos, es la característica de la interpretación profética de la historia.
Esta visión que los Profetas tenían de la historia no sólo se encuentra en sus propios escritos, sino que también se trasluce en los libros de la Biblia comúnmente llamados "históricos". El rasgo distintivo de la historia bíblica no es tanto la presentación material de los hechos, cuanto el descubrimiento del significado que ellos encierran. A lo largo de los Libros históricos -como de toda la Biblia- se perfila con claridad y de manera constante el designio salvífico de Dios, que ama, guía y juzga a su Pueblo. Ese designio está jalonado de promesas y cumplimientos parciales, que orientan todo el curso de la historia humana hacia su consumación definitiva en el Reino de Dios.
Además, los Libros históricos atestiguan la extensión y vitalidad del movimiento profético en Israel. Estos textos presentan a los Profetas en acción, plenamente solidarios con las luchas de su Pueblo, y a la vez, siempre dispuestos a reprocharles sus injusticias y su idolatría. En ellos se conserva el recuerdo de grandes figuras proféticas, como las de Samuel, Natán, Elías y Eliseo. Pero también se menciona a otros Profetas, muchos de ellos anónimos, como aquellos que en tiempos de Ajab y Jezabel prefirieron morir antes que renegar de su fe en el Señor ( 1Ki_18:4 ; 1Ki_19:14 ).
Ciertas formas de profetismo aparecen también fuera de Israel. Tanto en la Mesopotamia como en Canaán y en Egipto, había hombres y mujeres que hablaban en nombre de la divinidad, y muchas veces su lenguaje era similar al de los Profetas del Pueblo de Dios. La misma Biblia atestigua la existencia de "profetas de Baal", con sus diversas manifestaciones extáticas ( 1Ki_18:19-29 ). Pero mientras que en los otros pueblos el profetismo fue un fenómeno más bien marginal y episódico, en Israel marcó profundamente toda la vida religiosa, las instituciones políticas y las estructuras sociales. Los orígenes del profetismo bíblico se remontan a la época de la instalación de los israelitas en Canaán. Sus primeras manifestaciones aparecen vinculadas al culto de algunos santuarios, como los de Betel, Ramá y Guilgal. Allí había "agrupaciones de Profetas", cuya característica principal era el éxtasis provocado de diversas maneras, especialmente por la música y las danzas frenéticas ( 1Sa_10:5-6 ; 1Sa_19:18-24 ). Sus demostraciones de entusiasmo religioso revestían con frecuencia formas extravagantes. Pero estas agrupaciones proféticas, si bien fueron decayendo progresivamente, ejercieron al principio una influencia positiva en Israel. Con su vida austera, con su celo fanático por el Señor y su repudio total de la cultura y la religión cananeas, contribuyeron a mantener intacta la fe del Pueblo de Dios, esa fe heredada de Moisés, a quien la tradición bíblica considera el primero y el más grande de los Profetas ( Deu_18:18 ; Deu_34:10 ).
Por otra parte, en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes, se encuentran muchas páginas que presentan una gran afinidad con las ideas y el estilo del Deuteronomio. Esta afinidad espiritual y literaria permite afirmar que la colección de los "Profetas anteriores", en su redacción definitiva, es la obra de una escuela de escribas "deuteronomistas", que meditan sobre el pasado de Israel con el fin de extraer una enseñanza para el presente. La actividad de esta escuela comenzó en los últimos años de la monarquía y continuó durante el exilio. Precisamente cuando Israel estaba disperso en el exilio, se hacía necesario recordarle que la raíz de todos sus males era la infidelidad a la Alianza, y que el único camino de salvación consistía en convertirse al Dios vivo y verdadero.



Josué

El libro de JOSUÉ describe la conquista de la Tierra prometida como el resultado de la acción conjunta de todo Israel. Las campañas se suceden una tras otra, en medio de los mayores prodigios. Josué -el único jefe de todas las tribus- anima al pueblo y lo conduce a la victoria. El paso de los israelitas provoca el terror de sus enemigos, y los cananeos son consagrados al exterminio total (caps. 1-12).
Una vez conquistado el territorio, Josué procede a distribuirlo entre los israelitas. Los caps. 14-19 señalan los límites asignados a cada tribu. A modo de complemento, el cap. 20 enumera las ciudades de refugio, y el cap. 21 da una lista de las ciudades levíticas.
El final del Libro relata el regreso de las tribus de la Transjordania, presenta el testamento espiritual de Josué, y conserva una vieja tradición sobre la asamblea de Siquém y sobre la alianza sagrada concluida entre las tribus (caps. 22-24).
Una primera lectura de este Libro deja la impresión de que los israelitas, bajo la conducción de Josué, conquistaron el territorio cananeo de una manera rápida y total. Sin embargo, un análisis más cuidadoso del texto muestra que la conquista quedó incompleta (13. 1-6), que algunos grupos actuaron por cuenta propia (14. 6-13) y que hubo algunos retrocesos (19. 47). Además, la alianza con los gabaonitas (9. 3-27) indica que no todos los cananeos fueron exterminados. Estas reservas se acentúan si se tienen en cuenta otros textos bíblicos, en particular el comienzo del libro de los Jueces. De la comparación resulta que la "conquista" fue un proceso lento y difícil, en el que cada tribu luchó por su propio territorio y fue a menudo derrotada. Sólo en tiempos de David los israelitas se apoderaron definitivamente del país de Canaán.
Parece evidente, entonces, que el libro de Josué presenta un cuadro idealizado y simplificado de una realidad histórica mucho más compleja. Este hecho es explicable porque la historia quiere convertirse en soporte de una enseñanza. Su intención es mostrar a Dios actuando en la historia, para entregar a su Pueblo la Tierra que había prometido a los Patriarcas. Al mismo tiempo, los relatos expresan la interpretación que Israel daba de su propia existencia: su entrada en Canaán no había sido una obra de los hombres, sino de Dios (23. 9-10).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas