Judith 4 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 15 versitos |
1 Los israelitas que habitaban en Judea se enteraron de la manera como Holofernes, general en jefe de Nabucodonosor, rey de los asirios, había tratado a aquellos pueblos y cómo había devastado sus santuarios, entregándolos luego a la destrucción.
2 Un pánico indescriptible cundió entre ellos ante la presencia de Holofernes y temblaron por la suerte de Jerusalén y la del Templo del Señor, su Dios.
3 Hacía poco tiempo, en efecto, que ellos habían vuelto del cautiverio, y sólo recientemente se había congregado todo el pueblo de Judea y habían sido consagrados los objetos de culto, el altar y el Templo, antes profanados.
4 Entonces alertaron a toda la región de Samaría, a Coná, a Bet Jorón, a Belmain, a Jericó, a Jobá, a Esorá y al valle de Salem.
5 Luego ocuparon apresuradamente las cimas de las montañas más elevadas, fortificaron las aldeas situadas en ellas y se abastecieron de víveres en previsión de una guerra, ya que hacía poco que había terminado la cosecha de sus campos.
6 Joaquím, el sumo sacerdote que entonces residía en Jerusalén, escribió a los habitantes de Betulia y de Betomestaim, que están frente a Esdrelón, ante la llanura contigua a Dotaim,
7 para decirles que ocuparan las subidas de la montaña, porque eran el único camino de acceso a la Judea. Les advertía, además, que sería fácil detener a los invasores, ya que lo angosto del desfiladero no permitía el paso de más de dos hombres a la vez.
8 Los israelitas cumplieron todo lo que les había ordenado el sumo sacerdote Joaquím y el consejo de los ancianos del pueblo de Israel, que residían en Jerusalén.
9 Todos los hombres de Israel clamaron insistentemente a Dios y observaron un riguroso ayuno.
10 Ellos con sus mujeres y sus hijos, su ganado, y todos los que residían con ellos, sus mercenarios y esclavos, se vistieron con sayales.
11 Y todos los israelitas que habitaban en Jerusalén, hombres, mujeres y niños, se postraron ante el Templo, cubrieron de ceniza sus cabezas y extendieron sus sayales ante la presencia del Señor. Cubrieron el altar con un sayal
12 y clamaron ardientemente todos juntos al Dios de Israel, a fin de que no permitiera que sus hijos fueran entregados al pillaje, sus mujeres deportadas, las ciudades de su herencia destruidas y el Santuario execrado y escarnecido, para satisfacción de los paganos.
13 El Señor escuchó sus plegarias y miró su aflicción. Entretanto, el pueblo, en toda la Judea y en Jerusalén, siguió ayunando durante largo tiempo, ante el Santuario del Señor todopoderoso.
14 El sumo sacerdote Joaquím y todos los que prestaban servicio ante el Señor, sacerdotes y ministros del Señor, vestidos con sayales, ofrecían el holocausto perpetuo, las oblaciones votivas y los dones voluntarios del pueblo;
15 y, con los turbantes cubiertos de ceniza, imploraban al Señor con todas sus fuerzas, para que visitara favorablemente a toda la casa de Israel.

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Introducción a Judith


Judit

Otra vez nos encontramos ante un relato didáctico, con un marco histórico completamente imaginario, del que sólo se conservan las versiones griega y latina. Probablemente, fue escrito en el siglo II a. C., para mantener el ánimo de la pequeña comunidad judía que luchaba tenazmente por conservar su independencia frente al avance helenista.
Este Libro refleja cierta influencia de la literatura "apocalíptica", tan en boga en esa época, según la cual las luchas del tiempo presente no son sino la manifestación del combate librado continuamente entre las fuerzas del bien y del mal. Nabucodonosor y Holofernes simbolizan a los eternos enemigos de Dios. Judit -que significa "la Judía"- personifica el alma de su nación. Fiel a Dios y a su pueblo, ella expone la vida para salvar a sus compatriotas.
A la prepotencia y la fuerza de un jefe militar, el Libro opone la debilidad de una mujer, sin más armas que su fe en Dios y en el poder de la oración. Los recursos que ella emplea no son del todo ejemplares, pero más que dar una lección moral lo que pretende el autor es poner de relieve que la aparente "debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres" ( 1Co_1:25 ). La astucia decidida de Judit triunfa sobre el opresor del Pueblo elegido, como en otra ocasión pudo más la honda de David que la insolencia y la espada de Goliat.
La liturgia cristiana ha visto en el triunfo de Judit algo así como la contrapartida de la victoria de la serpiente sobre la mujer, al comienzo del género humano ( Gen_3:15 ). Por eso aquella valiente mujer se convirtió en figura de María, la nueva Eva, por quien recibimos al vencedor del espíritu del mal. Y el Canto de la Virgen María, como el de Judit, celebra el triunfo de los débiles sobre los poderosos de este mundo ( Luk_1:46-55 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas