II Samuel  15 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 37 versitos |
1 Después de esto, Absalón se consiguió un carro de guerra, caballos y cincuenta hombres que corrían delante de él.
2 Se levantaba temprano, se paraba junto al camino de la Puerta, y a todo el que iba a presentar un pleito al rey, en demanda de justicia, Absalón lo llamaba y le preguntaba: "¿De qué ciudad eres tú?". Y cuando el hombre respondía: "Tu servidor es de tal tribu de Israel",
3 él le decía: "Mira, tus razones son buenas y justas, pero no habrá quien te escuche en el tribunal del rey".
4 Luego añadía: "¡Ah, si me constituyeran juez en el país! ¡Acudirían a mí todos los que tienen un pleito o un juicio, y yo les haría justicia!".
5 Y cuando alguien se acercaba para postrarse ante él, le tendía la mano, lo abrazaba y lo besaba.
6 Así procedía Absalón con todo Israel, cuando acudían al rey en demanda de justicia, y de esta manera se conquistaba el afecto de los israelitas.
7 Al cabo de cuatro años, Absalón dijo al rey: "Por favor, déjame ir a Hebrón para cumplir el voto que hice al Señor.
8 Porque mientras estaba en Guesur de Aram, tu servidor pronunció este voto: "Si el Señor me hace volver a Jerusalén, iré a rendirle culto en Hebrón".
9 El rey le respondió: "Vete en paz". Y él partió en seguida para Hebrón.
10 Mientras tanto, Absalón había enviado emisarios por todas las tribus de Israel, con esta consigna: "Apenas oigan el toque de la trompeta, ustedes dirán: "¡Absalón es rey en Hebrón!".
11 Junto con Absalón partieron de Jerusalén doscientos hombres, invitados por él, que iban con toda inocencia, sin sospechar nada del asunto.
12 Además, Absalón hizo venir de Guiló, su ciudad, a Ajitófel, el guilonita, consejero de David, y este lo acompañó mientras ofrecía los sacrificios. La conjuración fue tomando fuerza, y los secuaces de Absalón eran cada vez más numerosos.
13 Cuando David recibió esta noticia: "Todos los hombres de Israel están de parte de Absalón",
14 dijo a todos sus servidores que estaban con él en Jerusalén: "¡Rápido huyamos! Si Absalón se nos pone delante, no tendremos escapatoria. ¡Apúrense a partir, no sea que él nos sorprenda, que precipite la desgracia sobre nosotros y pase la ciudad al filo de la espada!".
15 Sus servidores le respondieron: "¡A las órdenes del rey, para todo lo que él decida!".
16 Entonces el rey salió a pie con toda su familia, pero dejó a diez de sus concubinas para cuidar la casa.
17 Detrás del rey salió todo el pueblo, y se detuvieron junto a la última casa.
18 Todos sus servidores marchaban a su lado, mientras que los quereteos, los peleteos y los de Gat -los seiscientos hombres que lo habían seguido desde Gat- desfilaban delante de él.
19 El rey dijo a Itai, el de Gat: "¿Por qué vienes tú con nosotros? Vuelve y quédate con el otro rey, ya que eres extranjero y, además de eso, un exiliado de tu patria.
20 Llegaste apenas ayer, ¿Y hoy te haré ir de aquí para allá con nosotros, mientras yo mismo marcho a la ventura? No, regresa y llévate contigo a tus hermanos. ¡Que el Señor sea bondadoso y fiel contigo!".
21 Pero Itai respondió al rey: "¡Por la vida del Señor y por tu propia vida, allí donde esté mi señor, el rey, allí estará tu servidor, en la muerte y en la vida!".
22 Entonces David dijo a Itai: "Está bien, sigue adelante". Así pasó Itai, el de Gat, con todos los hombres y los niños que estaban con él.
23 Todo el mundo lloraba a gritos, mientras el pueblo iba avanzando. El rey permanecía de pie en el torrente Cedrón, y todo el pueblo desfilaba ante él en dirección al desierto.
24 Allí estaba también Sadoc, con todos los levitas que transportaban el Arca de Dios. Ellos depositaron el Arca de Dios junto a Abiatar, hasta que todo el pueblo terminó de salir de la ciudad.
25 Pero el rey dijo a Sadoc: "Lleva de nuevo el Arca de Dios a la ciudad. Si el Señor me mira favorablemente, me hará volver a ver el Arca y su morada.
26 Y si dice: "No me complazco en ti", aquí me tiene: ¡que haga conmigo lo que más le agrade!".
27 Y el rey siguió diciendo al sacerdote Sadoc: "Mira, tú y Abiatar vuelvan en paz a la ciudad, y lleven con ustedes a sus dos hijos, a tu hijo Ajimáas y a Jonatán, el hijo de Abiatar.
28 Yo me voy a demorar en los pasos del desierto, hasta que reciba noticias de ustedes".
29 Entonces Sadoc y Abiatar llevaron de vuelta el Arca de Dios a Jerusalén, y permanecieron allí.
30 David subía la cuesta de los Olivos; iba llorando, con la cabeza cubierta y los pies descalzos. Todo el pueblo que lo acompañaba también llevaba la cabeza cubierta, y lloraba mientras subía.
31 Entonces informaron a David: "Ajitófel está con Absalón entre los conjurados". Y él exclamó: "¡Entorpece, Señor, los consejos de Ajitófel!".
32 Cuando David llegaba a la cumbre, allí donde se adora a Dios, le salió al encuentro Jusai, el arquita, amigo de David, con la túnica hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo.
33 David le dijo: "Si sigues adelante conmigo, serás para mí una carga.
34 En cambio, si vuelves a la ciudad y le dices a Absalón: "Rey, yo seré tu servidor; antes servía a tu padre pero ahora te serviré a ti", entonces podrás desbaratar en beneficio mío los planes de Ajitófel.
35 Allí estarán contigo los sacerdotes Sadoc y Abiatar. Todo lo que oigas en la casa del rey se lo comunicarás a ellos.
36 Allí están con ellos sus dos hijos, Ajimáas, el de Sadoc, y Jonatán, el de Abiatar: por medio de ellos me comunicarán todo lo que oigan".
37 Jusai, el amigo de David, llegó a la ciudad al mismo tiempo que Absalón entraba en Jerusalén.

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Introducción a II Samuel 


Samuel I

Los libros de SAMUEL formaban originariamente una sola obra, que luego fue dividida en dos partes, debido a la considerable extensión de la misma. Esta obra abarca un amplio e importante período de la historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de los Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el 1050 y el 970 a. C. Israel vive en este tiempo una difícil etapa de transición, que determina el paso del régimen tribal a la instauración de un estado monárquico.
Los hechos que aquí se relatan están centrados en torno a tres figuras protagónicas: Samuel, el profeta austero; Saúl, el primer rey de Israel, y David, el elegido del Señor. Aunque de muy diversa manera, los tres tuvieron una parte muy activa en la agitada vida de su Pueblo y ejercieron sobre ella una influencia decisiva.
Samuel fue el guía espiritual de la nación en los días oscuros de la opresión filistea. Firmemente arraigado en las tradiciones religiosas de Israel, luchó más que ningún otro por mantener viva la fe en el Señor, estimulando al mismo tiempo el fervor patriótico de los israelitas y la voluntad de resistir a la dominación extranjera. Una vez instaurada la realeza, le prestó su apoyo, pero nunca dejó de afirmar que por encima de la autoridad del rey está la Palabra del Señor, manifestada por medio de sus Profetas.
Saúl fue, ante todo, un rey guerrero. El relato bíblico ha conservado ciertos episodios que nos hacen entrever, al mismo tiempo, la importancia histórica de Saúl y la tragedia de su reinado. Hacia el año 1030 a. C., él comienza la guerra de liberación y los filisteos tienen que replegarse a sus fronteras. Pero la violación de las leyes de la guerra santa ( 1Sa_13:8-14 ; 1Sa_13:15 ) le atrae la reprobación de Samuel. Con inflexible severidad, el profeta proclama la caída del rey, y este comienza a perder prestigio. Saúl se vuelve receloso y colérico. La primera víctima de sus celos es David, contra quien desata una encarnizada persecución. Así se desgastan las fuerzas de la monarquía naciente, precisamente cuando el peligro filisteo se hacía cada vez más amenazador. Por último, hacia el 1010 a. C., el desastre de Gelboé marca el trágico fin de este héroe contradictorio y desdichado.
David restauró las ruinas del reino en franco proceso de desintegración. La más significativa de sus hazañas fue ganarse la adhesión de todas las tribus de Israel. Los filisteos fueron rechazados definitivamente y las plazas fuertes cananeas quedaron sometidas al dominio israelita, lográndose así la unidad territorial. Después de la conquista de Jerusalén, el reino davídico tuvo su capital política y religiosa, y las victorias de David sobre los pueblos vecinos aseguraron su hegemonía sobre la Transjordania y sobre los arameos de Siria meridional. Sin embargo, la unidad interna de Israel no llegó a consolidarse realmente. La revuelta de Absalón -apoyada por las tribus del Norte- puso en peligro la estabilidad del reino apenas constituido. A pesar de todo, al término de su larga y azarosa vida, David dejó a su hijo Salomón un reino lleno de gloria y de grandeza.
Basta una somera lectura de los libros de Samuel para descubrir en ellos la presencia de elementos heterogéneos. Fuera de la "Crónica de la sucesión al trono de David" (2 Sam. 9-20), que se caracteriza por su notable unidad, el resto de la obra fue compuesto a partir de tradiciones y documentos de índole bastante diversa. De allí las frecuentes repeticiones y las divergencias en la presentación de los mismos hechos, particularmente en los relatos sobre los orígenes de la monarquía. En la redacción final de la obra se percibe la influencia del Deuteronomio, aunque en menor medida que en los libros de Josué, de los Jueces y de los Reyes.
Los libros de Samuel relatan una historia que llega a su etapa de madurez con la formación del reino de David. En el centro de la narración, el oráculo de Natán ( 2Sa_7:1-17 ) asegura la continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel. Así la historia de David adquiere un significado profético y mesiánico. El recuerdo de esta historia fue perfilando en Israel la figura ideal de un descendiente de David, de un "nuevo" David, el Ungido del Señor, el Mesías. Y "cuando se cumplió el tiempo establecido" ( Gal_4:4 ), "de la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús" ( Act_13:23 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Samuel  15,1-37

2. Administrar justicia era la función real por excelencia. Ver I Rey. 3. 16-28; 2Re_6:26-29; 2Re_8:3-6; Sal_72:1-2. En todo este relato, "las tribus de Israel" son las tribus del norte ( Sal_19:10; Sal_20:14), cuya animosidad contra Judá se mantenía latente, a pesar de la unión de los dos reinos ( Sal_5:1-3). Absalón explota hábilmente este antagonismo, para preparar su golpe de estado.

7-9. El repliegue de Absalón hacia Hebrón respondía sin duda a un plan estratégico. Su intención era encerrar a David en Jerusalén, atacándolo por dos frentes: mientras él avanzaba desde el sur, las tropas reclutadas en el reino septentrional debían hacer lo mismo desde el norte. La rápida huida de David hacia la Transjordania impidió que este plan diera resultado.