Job  31 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 40 versitos |
1 Yo establecí un pacto con mis ojos para no fijar la mirada en ninguna joven.
2 Porque ¿cuál es la porción que Dios asigna desde lo alto y la herencia que el Todopoderoso distribuye desde el cielo?
3 ¿No es la ruina para el injusto y el desastre para los que hacen el mal?
4 ¿Acaso él no ve mis caminos y cuenta todos mis pasos?
5 Si caminé al lado de la mentira y mis pies corrieron hacia el engaño,
6 ¡que Dios me pese en una balanza justa y reconocerá mi integridad!
7 Si mi paso se desvió del camino y mi corazón fue detrás de lo que veían mis ojos; si alguna mancha se adhirió a mis manos,
8 ¡que otro coma lo que yo siembro y mis retoños sean arrancados de raíz!
9 Si me dejé seducir por alguna mujer o aceché a la puerta de mi vecino,
10 ¡que mi mujer muela el grano para otro y que otros abusen de ella!
11 Porque eso sí que es una infamia, un delito reprobado por los jueces;
12 es un fuego que devora hasta la Perdición y exterminará de raíz todas mis cosechas.
13 Si desestimé el derecho de mi esclavo o el de mi servidora, cuando litigaban conmigo,
14 ¿qué haré cuando Dios se levante, qué le replicaré cuando me pida cuenta?
15 El que me hizo a mí, ¿no lo hizo también a él? ¿No es uno mismo el que nos formó en el seno materno?
16 Si rehusé a los pobres lo que ellos deseaban y dejé desfallecer los ojos de la viuda;
17 si comí yo solo mi pedazo de pan, sin que el huérfano lo compartiera
18 -yo, que desde mi juventud lo crié como un padre y lo guié desde el vientre de mi madre-
19 si vi a un miserable sin ropa o a un indigente sin nada para cubrirse,
20 y no me bendijeron en lo íntimo de su ser por haberse calentado con el vellón de mis corderos;
21 si alcé mi mano contra un huérfano, porque yo contaba con una ayuda en la Puerta,
22 ¡que mi espada se desprenda del cuello y mi brazo sea arrancado de su juntura!
23 Porque el terror de Dios me acarrearía la ruina y no podría resistir ante su majestad.
24 Si deposité mi confianza en el oro y dije al oro fino: "Tú eres mi seguridad";
25 si me alegré de tener muchas riquezas y de haber adquirido una enorme fortuna;
26 si a la vista del sol resplandeciente y de la luna que pasaba radiante,
27 mi corazón se dejó seducir en secreto y le envié besos con la mano:
28 ¡también eso sería un delito reprobado por los jueces, porque yo habría renegado del Dios de lo alto!
29 ¿Acaso me alegré del infortunio de mi enemigo y me regocijé cuando le tocó una desgracia?
30 No, no dejé que mi boca pecara, pidiendo su muerte con una imprecación.
31 ¿No decían los hombres de mi carpa: "¿Hay alguien que no se sació con su carne?".
32 Ningún extranjero pasaba la noche afuera, y yo abría mi puerta al caminante.
33 Si oculté mis transgresiones como un hombre cualquiera, escondiendo mi culpa en mi pecho,
34 porque temía el murmullo de la gente o me asustaba el desprecio de mis parientes, y me quedaba en silencio, sin salir a la puerta...
35 ¡Ah, si alguien quisiera escucharme! Aquí está mi firma: ¡que el Todopoderosos me responda! En cuanto al documento que escriba mi oponente,
36 yo lo llevaré sobre mis espaldas, y me lo ceñiré como una corona.
37 Sí, le manifestaré cada uno de mis pasos; como un príncipe, me acercaré hasta él. [40 c] Aquí terminan las palabras de Job.
38 Si mi tierra gritó venganza contra mí y también sus surcos derramaron lágrimas;
39 si comí sus frutos sin pagar y extorsioné a sus propietarios,
40 ¡que en lugar de trigo salgan espinas, y en vez de cebada, ortigas punzantes!

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Introducción a Job 


Job

Por su excepcional valor poético y humano, el libro de JOB ocupa un lugar destacado, no sólo dentro de la Biblia, sino también entre las obras maestras de la literatura universal. Su autor estaba perfectamente familiarizado con la tradición sapiencial de Israel y del Antiguo Oriente. Conocía a fondo los oráculos de los grandes profetas -especialmente las "Confesiones" de Jeremías y algunos escritos de Ezequiel- y había orado con los Salmos que se cantaban en el Templo de Jerusalén. Los viajes acrecentaron su experiencia, y es probable que haya vivido algún tiempo en Egipto. Sobre todo, él sintió en carne propia el eterno problema del mal, que se plantea en toda su agudeza cuando el justo padece, mientras el impío goza de prosperidad.
Esta obra fue escrita a comienzos del siglo V a. C., y para componerla, el autor tomó como base un antiguo relato del folclore palestino, que narraba los terribles padecimientos de un hombre justo, cuya fidelidad a Dios en medio de la prueba le mereció una extraordinaria recompensa. Esta leyenda popular constituye el prólogo y el epílogo del Libro. Al situar a su personaje en un país lejano, fuera de las fronteras de Israel (1. 1), el autor sugiere que el drama de Job afecta a todos los hombres por igual.
No se puede comprender el libro de Job sin tener en cuenta la enseñanza tradicional de los "sabios" israelitas acerca de la retribución divina. Según esa enseñanza, las buenas y las malas acciones de los hombres recibían necesariamente en este mundo el premio o el castigo merecidos. Esta era una consecuencia lógica de la fe en la justicia de Dios, cuando aún no se tenía noción de una retribución más allá de la muerte. Sin embargo, llegó el momento en que esta doctrina comenzó a hacerse insostenible, ya que bastaba abrir los ojos a la realidad para ver que la justicia y la felicidad no van siempre juntas en la vida presente. Y si no todos los sufrimientos son consecuencia del pecado, ¿cómo se explican?
Pero el autor no se contenta con poner en tela de juicio la doctrina tradicional de la retribución. Al reflexionar sobre las tribulaciones de Job -un justo que padece sin motivo aparente- él critica la sabiduría de los antiguos "sabios" y la reduce a sus justos límites. Aquella sabiduría aspiraba a comprenderlo todo: el bien y el mal, la felicidad y la desgracia, la vida y la muerte. Esta aspiración era sin duda legítima, pero tendía a perder de vista la soberanía, la libertad y el insondable misterio de Dios. En el reproche que hace el Señor a los amigos de Job (42. 7), se rechaza implícitamente toda sabiduría que se erige en norma absoluta y pretende encerrar a Dios en las categorías de la justicia humana.
El personaje central de este Libro llegó a descubrir el rostro del verdadero Dios a través del sufrimiento. Para ello tuvo que renunciar a su propia sabiduría y a su pretensión de considerarse justo. No es otro el camino que debe recorrer el cristiano, pero este lo hace iluminado por el mensaje de la cruz, que da un sentido totalmente nuevo al misterio del dolor humano. "Completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia" ( Col_1:24 ). "Los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros" ( Rom_8:18 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas