I Samuel 2 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 36 versitos |
1 Entonces Ana oró, diciendo: "Mi corazón se regocija en el Señor, tengo la frente erguida gracias a mi Dios. Mi boca se ríe de mis enemigos, porque tu salvación me ha llenado de alegría.
2 No hay Santo como el Señor, porque no hay nadie fuera de ti, y no hay Roca como nuestro Dios.
3 No hablen con tanta arrogancia, que la insolencia no les brote de la boca, porque el Señor es el Dios que lo sabe todo, y es él quien valora las acciones.
4 El arco de los valientes se ha quebrado, y los vacilantes se ciñen de vigor;
5 los satisfechos se contratan por un pedazo de pan, y los hambrientos dejan de fatigarse; la mujer estéril da a luz siete veces, y la madre de muchos hijos se marchita.
6 El Señor da la muerte y la vida, hunde en el Abismo y levanta de él.
7 El Señor da la pobreza y la riqueza, humilla y también enaltece.
8 El levanta del polvo al desvalido y alza al pobre de la miseria, para hacerlos sentar con los príncipes y darles en herencia un trono de gloria; porque del Señor son las columnas de la tierra y sobre ellas afianzó el mundo.
9 El protege los pasos de sus fieles, pero los malvados desaparecerán en las tinieblas, porque el hombre no triunfa por su fuerza.
10 Los rivales del Señor quedan aterrados, el Altísimo truena desde el cielo. El Señor juzga los confines de la tierra; él fortalece a su rey y exalta la frente de su Ungido".
11 Luego Elcaná se fue a su casa en Ramá, y el niño quedó al servicio del Señor, a las órdenes del sacerdote Elí.
12 Los hijos de Elí eran unos canallas, que no reconocían al Señor
13 ni respetaban los deberes de los sacerdotes para con el pueblo. Cada vez que alguien ofrecía un sacrificio, venía el servidor del sacerdote con un tenedor de tres dientes en la mano, mientras se cocía la carne.
14 Entonces lo metía en la olla o el caldero, en la cacerola o el tazón, y todo lo que recogía con el tenedor, se lo guardaba el sacerdote para él. Así hacían con todos los israelitas que iban a Silo.
15 Incluso antes que se quemara la grasa, venía el servidor del sacerdote y decía a la persona que ofrecía el sacrificio: "Dale al sacerdote carne para asar, él no aceptará de ti carne cocida, sino sólo cruda".
16 Y si el hombre le decía: "Primero hay que quemar la grasa, después, llévate lo que quieras", el servidor replicaba: "No, o me la das ahora mismo, o me la llevo por la fuerza".
17 El pecado de esos ayudantes era muy grave delante del Señor, porque deshonraban las ofrendas del Señor.
18 Samuel servía en la presencia del Señor; era un niño, y llevaba ceñido el efod de lino.
19 Su madre le hacía un pequeño manto, y se lo traía cada año, cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual.
20 Entonces Elí bendecía a Elcaná y a su mujer, diciendo: "Que el Señor te conceda una descendencia de esta mujer, a cambio de aquel que fue cedido al Señor". Luego se volvían a su casa.
21 El Señor intervino en favor de Ana, y ella concibió y dio a luz tres hijos y dos hijas. Mientras tanto, el joven Samuel crecía junto al Señor.
22 Elí era ya muy viejo, y oyó hablar de todo lo que hacían sus hijos a Israel, y cómo se acostaban con las mujeres que prestaban servicio a la entrada de la Carpa del Encuentro.
23 Entonces les dijo: "¿Por qué hacen esas cosas? Oigo hablar de todo el pueblo de las malas acciones que ustedes cometen.
24 No, hijos míos, no es nada bueno el rumor que se hace correr entre el pueblo del Señor.
25 Si un hombre peca contra otro hombre, Dios interviene como árbitro; pero si un hombre peca contra el Señor, ¿quién puede interceder por él?". Pero ellos no escucharon la voz de su padre, porque el Señor quería hacerlos morir.
26 En cambio, el joven Samuel iba creciendo, y era apreciado por Dios y por los hombres.
27 Un hombre de Dios se presentó a Elí y le dijo: "Así habla el Señor: Yo me revelé a la familia de tu padre, cuando ellos estaban en Egipto, bajo el poder de la casa del Faraón.
28 Elegí a tu padre entre todas las tribus de Israel, para que fuera mi sacerdote y subiera a mi altar, para que hiciera arder el incienso y llevara el efod en mi presencia. Y asigné a la familia de tu padre todas las ofrendas que hacen quemar los israelitas.
29 ¿Por qué entonces pisotean mi sacrificio y mi ofrenda, que yo prescribí para mi Morada? ¿Por qué honras a tus hijos más que a mí, haciéndolos engordar con lo mejor de todas las ofrendas de mi pueblo Israel?
30 Por eso, el Señor, el Dios de Israel, pronuncia este oráculo: Yo había dicho que tu familia caminaría siempre en mi presencia. Pero ahora -oráculo de Señor- ¡lejos de mí todo eso! Porque yo honro a los que me honran, pero los que me desprecian son humillados.
31 Llegan los días en que amputaré tu brazo y el de la familia de tu padre, de manera que no habrá más ancianos en tu casa.
32 Tú verás un rival en la Morada; y aunque todo le vaya bien a Israel, nunca habrá ancianos en tu casa.
33 Sin embargo, mantendré a algunos de tus descendientes cerca de mi altar, para que se consuman tus ojos y se desgaste tu vida; pero todos los vástagos de tu casa morirán en la flor de la edad.
34 Y te servirá de señal lo que les sucederá a tus hijos Jofní y Pinjás: ambos morirán el mismo día.
35 En cambio, yo me suscitaré un sacerdote fiel, que obrará conforme a mi corazón y a mis deseos. Yo le edificaré una casa duradera, y él caminará en presencia de mi Ungido todos los días de su vida.
36 Y todos los que subsistan de tu casa irán a postrarse delante de él por una moneda de plata y una miga de pan, y le dirán: Admíteme, por favor, a cualquiera de las funciones sacerdotales, para que tenga un pedazo de pan que comer".

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Introducción a I Samuel


Samuel I

Los libros de SAMUEL formaban originariamente una sola obra, que luego fue dividida en dos partes, debido a la considerable extensión de la misma. Esta obra abarca un amplio e importante período de la historia de Israel. Es el que transcurre entre el fin de la época de los Jueces y los últimos años del reinado de David, o sea, entre el 1050 y el 970 a. C. Israel vive en este tiempo una difícil etapa de transición, que determina el paso del régimen tribal a la instauración de un estado monárquico.
Los hechos que aquí se relatan están centrados en torno a tres figuras protagónicas: Samuel, el profeta austero; Saúl, el primer rey de Israel, y David, el elegido del Señor. Aunque de muy diversa manera, los tres tuvieron una parte muy activa en la agitada vida de su Pueblo y ejercieron sobre ella una influencia decisiva.
Samuel fue el guía espiritual de la nación en los días oscuros de la opresión filistea. Firmemente arraigado en las tradiciones religiosas de Israel, luchó más que ningún otro por mantener viva la fe en el Señor, estimulando al mismo tiempo el fervor patriótico de los israelitas y la voluntad de resistir a la dominación extranjera. Una vez instaurada la realeza, le prestó su apoyo, pero nunca dejó de afirmar que por encima de la autoridad del rey está la Palabra del Señor, manifestada por medio de sus Profetas.
Saúl fue, ante todo, un rey guerrero. El relato bíblico ha conservado ciertos episodios que nos hacen entrever, al mismo tiempo, la importancia histórica de Saúl y la tragedia de su reinado. Hacia el año 1030 a. C., él comienza la guerra de liberación y los filisteos tienen que replegarse a sus fronteras. Pero la violación de las leyes de la guerra santa ( 1Sa_13:8-14 ; 1Sa_13:15 ) le atrae la reprobación de Samuel. Con inflexible severidad, el profeta proclama la caída del rey, y este comienza a perder prestigio. Saúl se vuelve receloso y colérico. La primera víctima de sus celos es David, contra quien desata una encarnizada persecución. Así se desgastan las fuerzas de la monarquía naciente, precisamente cuando el peligro filisteo se hacía cada vez más amenazador. Por último, hacia el 1010 a. C., el desastre de Gelboé marca el trágico fin de este héroe contradictorio y desdichado.
David restauró las ruinas del reino en franco proceso de desintegración. La más significativa de sus hazañas fue ganarse la adhesión de todas las tribus de Israel. Los filisteos fueron rechazados definitivamente y las plazas fuertes cananeas quedaron sometidas al dominio israelita, lográndose así la unidad territorial. Después de la conquista de Jerusalén, el reino davídico tuvo su capital política y religiosa, y las victorias de David sobre los pueblos vecinos aseguraron su hegemonía sobre la Transjordania y sobre los arameos de Siria meridional. Sin embargo, la unidad interna de Israel no llegó a consolidarse realmente. La revuelta de Absalón -apoyada por las tribus del Norte- puso en peligro la estabilidad del reino apenas constituido. A pesar de todo, al término de su larga y azarosa vida, David dejó a su hijo Salomón un reino lleno de gloria y de grandeza.
Basta una somera lectura de los libros de Samuel para descubrir en ellos la presencia de elementos heterogéneos. Fuera de la "Crónica de la sucesión al trono de David" (2 Sam. 9-20), que se caracteriza por su notable unidad, el resto de la obra fue compuesto a partir de tradiciones y documentos de índole bastante diversa. De allí las frecuentes repeticiones y las divergencias en la presentación de los mismos hechos, particularmente en los relatos sobre los orígenes de la monarquía. En la redacción final de la obra se percibe la influencia del Deuteronomio, aunque en menor medida que en los libros de Josué, de los Jueces y de los Reyes.
Los libros de Samuel relatan una historia que llega a su etapa de madurez con la formación del reino de David. En el centro de la narración, el oráculo de Natán ( 2Sa_7:1-17 ) asegura la continuidad de la dinastía davídica en el trono de Israel. Así la historia de David adquiere un significado profético y mesiánico. El recuerdo de esta historia fue perfilando en Israel la figura ideal de un descendiente de David, de un "nuevo" David, el Ungido del Señor, el Mesías. Y "cuando se cumplió el tiempo establecido" ( Gal_4:4 ), "de la descendencia de David, como lo había prometido, Dios hizo surgir para Israel un Salvador, que es Jesús" ( Act_13:23 ).

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

I Samuel 2,1-36

1. Después de un acontecimiento memorable, los autores bíblicos suelen añadir un poema que lo celebra y le sirve de comentario. El canto puesto en boca de Ana es un himno al poder de Dios, que exalta a los humildes y humilla a los soberbios. Los temas fundamentales de este himno se vuelven a encontrar en el canto de la Virgen María. Ver nota Luc_1:46.

18. "Efod de lino": ver nota Exo_28:6.

35. Estas palabras se refieren al sacerdote Sadoc, que en tiempos de Salomón desplazó a Ebiatar, el descendiente de Elí ( 1Re_2:26-27, 1Re_2:35).