Jueces 11 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 40 versitos |
1 Jefté, el galaadita, era un guerrero valeroso. Galaad, su padre, lo había tenido con una prostituta.
2 Pero como Galaad también tuvo hijos con su esposa, estos, cuando se hicieron grandes, echaron a Jefté, diciéndole: "Tú no participarás de la herencia en la casa de nuestro padres, porque eres hijo de otra mujer".
3 Entonces Jefté huyó lejos de sus hermanos, y se estableció en la región de Tob. Allí se le juntaron unos cuantos aventureros, que lo acompañaban en sus correrías.
4 Al cabo de un tiempo, los amonitas hicieron la guerra a Israel.
5 Y cuando iban a atacarlo, los ancianos de Galaad fueron a la región de Tob a buscar a Jefté.
6 "Ven, le dijeron; tú serás nuestro comandante en la lucha contra los amonitas".
7 Jefté les respondió: "¿No son ustedes los que me odiaron hasta el punto de echarme de la casa de mi padre? ¿Por qué acuden a mí ahora que están en un aprieto?".
8 Los ancianos de Galaad dijeron a Jefté: "Sí, de acuerdo. Pero ahora recurrimos a ti para que vengas con nosotros a combatir contra los amonitas. Tú serás nuestro jefe y el de todos los habitantes de Galaad".
9 Jefté les respondió: "Si me hacen volver para luchar contra los amonitas y el Señor me los entrega, yo seré el jefe de ustedes".
10 "El Señor nos está escuchando, le respondieron los ancianos de Galaad. ¡Ay de nosotros si no hacemos lo que tú has dicho!".
11 Jefté partió entonces con los ancianos de Galaad, y el pueblo lo proclamó su jefe y comandante. En Mispá, delante del Señor, Jefté reiteró todas las condiciones que había puesto.
12 Después, Jefté envió mensajeros al rey de los amonitas, para decirle: "¿Qué tenemos que ver tú y yo, para que vengas a atacarme en mi propio país?".
13 El rey de los amonitas respondió a los mensajeros de Jefté: "Lo que pasa es que Israel, cuando subía de Egipto, se apoderó de mi territorio desde el Arnón hasta el Iaboc y el Jordán. Ahora, devuélvemelo por las buenas".
14 Jefté volvió a enviar mensajeros al rey de los amonitas,
15 para decirle: "Así habla Jefté: Israel no se apoderó del país de Moab ni del país de los amonitas.
16 Cuando subía de Egipto, caminó por el desierto hasta el Mar Rojo y después llegó a Cadés.
17 Entonces envió mensajeros para que dijeran al rey de Edom: "Por favor, déjame pasar por tu país". Pero el rey de Edom no les hizo caso. También envió mensajeros al rey de Moab; pero tampoco este quiso acceder, y entonces Israel se quedó en Cadés.
18 Luego tomó por el desierto, bordeando el territorio de Edom y de Moab, y así llegó hasta la parte oriental del país de Moab. Acampó al otro lado del Arnón, sin violar la frontera de Moab, porque el Arnón está en el límite de Moab.
19 Luego envió mensajeros a Sijón, el rey de los amorreos que reinaba en Jesbón, y le dijo: "Por favor, déjame pasar por tu país hasta llegar a mi destino".
20 Pero Sijón, que desconfiaba de Israel, no lo dejó pasar por su territorio, sino que reunió a toda su gente, acampó en Iahsá y atacó a Israel.
21 El Señor, el Dios de Israel, entregó en manos de los israelitas a Sijón con todas sus tropas. Israel los derrotó y ocupó todo el país de los amorreos que habitaban en esa región.
22 Así ocuparon todo el territorio de los amorreos, desde el Arnón hasta el Iaboc y desde el desierto hasta el Jordán.
23 Y ahora que el Señor, el Dios de Israel, ha desposeído a los amorreos delante de su pueblo Israel,, ¿lo vas a desposeer tú a él?
24 ¿No tienes acaso lo que te dio en posesión tu dios Quemós? Así también nosotros tenemos todo lo que nos ha dado en posesión el Señor, nuestro Dios.
25 ¿Vas a ser tú más que Balac, hijo de Sipor, rey de Moab? ¿Se atrevió él a entrar en litigio con Israel o le hizo la guerra?
26 Cuando Israel se estableció en Jesbón y sus poblados, en Aroer y sus poblados, y en todas las ciudades que están a orillas del Arnón, hace ya trescientos años, ¿por qué ustedes no las recuperaron?
27 Yo no te ofendí: eres tú el que procede mal conmigo si me atacas. Que el Señor, el Juez, juzgue hoy quién tiene razón, si los israelitas o los amonitas".
28 Pero el rey de los amonitas no tuvo en cuenta lo que Jefté le había mandado decir.
29 El espíritu del Señor descendió sobre Jefté, y este recorrió Galaad y Manasés, pasó por Mispá de Galaad y desde allí avanzó hasta el país de los amonitas.
30 Entonces hizo al Señor el siguiente voto: "Si entregas a los amonitas en mis manos,
31 el primero que salga de la puerta de mi casa a recibirme, cuando yo vuelva victorioso, pertenecerá al Señor y lo ofreceré en holocausto".
32 Luego atacó a los amonitas, y el Señor los entregó en sus manos.
33 Jefté los derrotó, desde Aroer hasta cerca de Minit -eran en total veinte ciudades- y hasta Abel Queramím. Les infligió una gran derrota, y así los amonitas quedaron sometidos a los israelitas.
34 Cuando Jefté regresó a su casa, en Mispá, le salió al encuentro su hija, bailando al son de panderetas. Era su única hija; fuera de ella, Jefté no tenía hijos ni hijas.
35 Al verla, rasgó sus vestiduras y exclamó: "¡Hija mía, me has destrozado! ¿Tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Yo hice una promesa al Señor, y ahora no puedo retractarme".
36 Ella le respondió: "Padre, si has prometido algo al Señor, tienes que hacer conmigo lo que prometiste, ya que el Señor te ha permitido vengarte de tus enemigos, los amonitas".
37 Después añadió: "Sólo te pido un favor: dame un plazo de dos meses para ir por las montañas a llorar con mis amigas por no haber tenido hijos".
38 Su padre le respondió: "Puedes hacerlo". Ella se fue a las montañas con sus amigas, y se lamentó por haber quedado virgen.
39 Al cabo de los dos meses regresó, y su padre cumplió con ella el voto que había hecho. Lo joven no había tenido relaciones con ningún hombre. De allí procede una costumbre, que se hizo común en Israel:
40 todos los años, las mujeres israelitas van a lamentarse durante cuatro días por la hija de Jefté, el galaadita.

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Introducción a Jueces


Jueces

El libro de los JUECES nos presenta a Israel en una de las etapas más críticas de su historia. Es el tiempo que transcurre entre la penetración de las tribus hebreas en Canaán y la instauración de la monarquía, es decir, entre los años 1200 y 1020 a. C. El pueblo se encuentra amenazado por todas partes. Algunos grupos cananeos, sólidamente atrincherados en sus plazas fuertes, continúan oponiendo una tenaz resistencia. Otros invasores -especialmente los filisteos, mucho mejor organizados y armados que Israel- luchan por adueñarse de los mismos territorios. Las tribus israelitas se encuentran aisladas unas de otras, sin un gobierno central que pueda asegurar una firme cohesión interna. Y la única base de la unidad nacional -la fe en el Señor, el Dios de Israel- corre el peligro de dejarse contaminar por los seductores cultos cananeos.
En este clima de inseguridad y anarquía, se ve surgir a los héroes llamados "Jueces". Este título tiene un sentido más amplio que el habitual entre nosotros. Los Jueces de Israel son "caudillos", que se constituyen en defensores de la "justicia" para hacer valer el derecho conculcado. Bajo la presión de un grave peligro, se ponen al frente de una o varias tribus y liberan a sus hermanos de la opresión a que estos han sido sometidos. Su autoridad no es estable, sino transitoria y excepcional. Una vez concluida la acción militar, vuelven a su vida ordinaria, aunque el prestigio adquirido con sus hazañas les asegura a veces una cierta preeminencia sobre las tribus liberadas.
Por su origen, su carácter y su condición social, estos caudillos y libertadores difieren considerablemente unos de otros. Pero tienen un rasgo común: todos actúan bajo el impulso del "espíritu". El espíritu del Señor se manifiesta siempre como una fuerza divina, que irrumpe súbitamente, se posesiona de ellos y los mueve a realizar proezas que están por encima de sus capacidades naturales. De allí que a los protagonistas de estas gestas guerreras se los pueda llamar con razón líderes "carismáticos".
Los héroes del libro de los Jueces viven en una época de costumbres rudas e incluso bárbaras. La traición de Ejud, el asesinato de Sísara, la masacre de Abimélec, el sacrificio de la hija de Jefté y las aventuras amorosas de Sansón reflejan una moral que no es la del Evangelio. Pero estos viejos relatos no están exentos de grandeza. En ellos se vislumbra la pujanza de un pueblo que lucha por sobrevivir y mantener su identidad en medio de circunstancias adversas. Y se descubre, sobre todo, la acción del Señor, que guía y defiende a Israel, a pesar de sus miserias y claudicaciones.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

Jueces 11,1-40

15-22. Ver Num_20:14-21; Num_21:21-31; Deu_2:26-37.

25. Ver Núm. 22-24.

30-31. Los sacrificios humanos siempre fueron reprobados en Israel ( Lev_18:21; Lev_20:2-5; Deu_12:31; Deu_18:10). Sin embargo, los israelitas los practicaron ocasionalmente ( 2Re_3:27; 2Re_16:3), y por eso los profetas tuvieron que condenarlos ( Jer_7:31; Jer_19:5; Eze_16:20-21; Eze_23:39; Miq_6:7).

39. La hazaña de Jefté tiene un desenlace trágico. El narrador presenta esta escena sangrienta con extrema sobriedad, sin pronunciarse sobre el valor moral del acto y sin buscarle ningún atenuante.