II Reyes  3 Libro del Pueblo de Dios (Levoratti y Trusso, 1990) | 27 versitos |
1 Joram, hijo de Ajab, comenzó a reinar sobre Israel, en Samaría, el decimoctavo año de Josafat, rey de Judá, y reinó doce años.
2 El hizo lo que es malo a los ojos del Señor, aunque no tanto como su padre y su madre, ya que retiró la piedra sagrada de Baal que había erigido su padre.
3 Sin embargo, persistió en el pecado que Jeroboam, hijo de Nebat, había hecho cometer a Israel, y no se apartó de él.
4 Mesa, rey de Moab, era criador de rebaños, y pagaba como tributo al rey de Israel cien mil corderos y cien mil carneros lanudos.
5 Pero al morir Ajab, el rey de Moab se sublevó contra el rey de Israel.
6 Aquel día, el rey Joram salió de Samaría y pasó revista a todo Israel.
7 Luego partió y mandó decir a Josafat, rey de Judá: "El rey de Moab se ha sublevado contra mí; ¿quieres venir conmigo a combatir contra Moab?". Josafat respondió: "Sí, subiré; cuenta conmigo como contigo mismo, con mi gente como con la tuya, con mis caballos como con los tuyos".
8 Además preguntó: "¿Por qué camino subiremos?". "Por el camino del desierto de Moab", respondió Joram.
9 El rey de Israel, el rey de Judá y el rey de Edom se pusieron en campaña; pero después de siete días de marcha, faltó el agua para la tropa y para los animales de carga que iban detrás.
10 Entonces el rey de Israel exclamó: "¡Ay, el Señor ha convocado a estos tres reyes para entregarlos en manos de Moab!".
11 Josafat, por su parte, preguntó: "¿No hay aquí un profeta del Señor, para que podamos consultar al Señor?". Uno de los servidores del rey de Israel tomó la palabra y dijo: "Aquí esta Eliseo, hijo de Safat, el que derramaba agua sobre las manos de Elías".
12 Y Josafat afirmó: "La palabra del Señor está con él". El rey de Israel, el rey de Judá y el rey de Edom bajaron hacia donde estaba Eliseo,
13 pero este dijo al rey de Israel: "¿Qué tengo que ver yo contigo? Recurre a los profetas de tu padre y a los profetas de tu madre". "De ninguna manera, dijo el rey de Israel, porque el Señor ha convocado a estos tres reyes para entregarlos en manos de Moab".
14 Eliseo respondió: "¡Por la vida del Señor de los ejércitos, a quien sirvo! Si no fuera por consideración a Josafat, rey de Judá, no te tendría en cuenta y ni siquiera te miraría.
15 Pero ahora, tráiganme un músico". Y mientras el músico pulsaba las cuerdas, la mano del Señor se posó sobre Eliseo,
16 y él dijo: "Así habla el Señor: Abran zanjas y más zanjas en esta quebrada,
17 porque así habla el Señor: Ustedes no verán viento ni verán lluvia, pero esta quebrada se llenará de agua, para que beban ustedes, su ganado y sus bestias de carga.
18 Y como esto es demasiado poco a los ojos del Señor, él entregará a Moab en manos de ustedes.
19 Derrotarán todas las plazas fuertes y todas las ciudades importantes; talarán los mejores árboles, cegarán todas las fuentes de agua y arruinarán todos los campos fértiles, cubriéndolos de piedras".
20 En efecto, a la mañana siguiente, a la hora de la ofrenda, vino una correntada por el lado de Edom y se inundó de agua toda la región.
21 Mientras tanto, todos los moabitas, al oír que los reyes subían a combatir contra ellos, se habían movilizado -desde los que estaban en edad de ceñir las armas en adelante- y se habían apostado en la frontera.
22 A la mañana siguiente, bien de madrugada, cuando el sol brillaba sobre las aguas, los moabitas vieron frente a ellos las aguas rojas como sangre,
23 y dijeron: "¡Es sangre! Seguro que los reyes se batieron a espada y se mataron entre ellos. Y ahora, ¡al saqueo, Moab!".
24 Pero cuando llegaron al campamento de Israel, surgieron los israelitas y derrotaron a Moab, que huyó delante de ellos. Luego siguieron avanzando y derrotando a Moab:
25 demolieron las ciudades y cada uno arrojó su piedra en los campos fértiles, hasta llenarlos de ellas; cegaron todas las fuentes de agua y talaron los mejores árboles. Al fin, cuando ya no quedó más que Quir Jaréset, los honderos la cercaron y la atacaron.
26 El rey de Moab, al ver que la guerra estaba perdida para él, reunió a setecientos hombres armados de espada, para abrirse una brecha hacia el rey de Edom; pero fracasó.
27 Entonces tomó a su hijo primogénito, el que debía reinar después de él, y lo ofreció en holocausto sobre la muralla. Y se desencadenó una ira tan grande contra Israel, que debieron retirarse de allí y volver a su país.

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Introducción a II Reyes 


Reyes I

Los libros de Samuel presentaban la institución y el afianzamiento de la monarquía, como un proceso ascendente y lleno de promesas para Israel. Los libros de los REYES -que al principio formaban una sola obra, dividida luego en dos partes- continúan esa historia, pero trazan una parábola descendente. Aquí el relato comienza con el reinado de Salomón, que fue la etapa más brillante de todo el período monárquico, y llega hasta el momento en que el Pueblo de Dios vivió su experiencia más dramática y desconcertante: la caída de Jerusalén, el fin de la dinastía davídica y la deportación a Babilonia.
Este trágico desenlace se fue gestando gradualmente. A la muerte de Salomón, el reino de Judá se mantiene fiel a los reyes del linaje davídico y al Templo de Jerusalén. Pero las tribus del Norte, profundamente desilusionadas por el trato recibido en la época salomónica, se separan de Judá y constituyen un estado independiente, designado en adelante con el nombre de "Israel". Durante un par de siglos, los dos reinos separados logran conservar su autonomía política, debido al eclipse momentáneo de los grandes imperios del Antiguo Oriente. Pero la situación cambia radicalmente cuando Asiria comienza a desarrollar sus campañas expansionistas. En el año 721 a. C., Samaría cae en poder de los asirios, y así desaparece el reino de Israel. El reino de Judá sobrevive a la catástrofe, pero sólo por un tiempo. En el 587, las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia -convertido en el nuevo árbitro de la situación, después de la derrota de Asiria- invaden Jerusalén, arrasan el Templo y se llevan cautiva a una buena parte de la población de Judá.
Los libros de los Reyes recibieron su redacción definitiva cuando todavía estaba muy vivo el recuerdo de este último acontecimiento. En la composición de la obra, se emplearon diversas fuentes, entre las que se destacan los informes provenientes de los archivos reales. Pero, en el relato de los hechos, lo que más interesa no es la historia en sí misma, sino la enseñanza que se debe extraer de ella, como medio para superar la crisis. Por eso, desde las primeras páginas comienza a vislumbrarse la pregunta que está implícita a lo largo de toda la narración: ¿Por qué el Señor ha rechazado a su Pueblo, dispersándolo entre las naciones paganas? ¿Hay un remedio para la catástrofe o el veredicto de condenación es irrevocable?
Para responder a este doloroso interrogante, el autor de estos Libros sigue paso a paso la historia de Israel en tiempos de la monarquía, y confronta la conducta de los reyes con las enseñanzas del Deuteronomio. Según la doctrina deuteronómica, el Señor eligió gratuitamente a Israel y lo comprometió a vivir en conformidad con su Ley. De esta manera, dejó abierto ante él un doble camino: el de la fidelidad, que conduce a la vida, y el de la desobediencia, que acaba en la muerte. Pero todos los reyes de Israel y casi todos los de Judá, en lugar de guiar al Pueblo del Señor por el camino de la fidelidad, lo encaminaron hacia su propia ruina, tolerando y aun fomentando el culto de Baal y de las otras divinidades cananeas. El fracaso de la monarquía, después de sus promisorios comienzos en tiempos de David, muestra que la raíz de todo mal está en apartarse del verdadero Dios.
Pero esta evocación del pasado, con su balance francamente pesimista, encierra también una lección para el presente. A pesar de las infidelidades de los reyes, el Señor nunca dejó de hacerse presente en la vida de su Pueblo a través de los Profetas. Por medio de ellos, Dios hizo oír constantemente su Palabra a fin de llamar a la conversión. Y esa Palabra seguía vigente para el "Resto" de Judá que se purificaba en el exilio. Si las derrotas nacionales habían sido la consecuencia del pecado, la conversión al Señor traería de nuevo la salvación. Las promesas divinas no podían caer en el vacío y el Reino de Dios se iba a realizar más allá de todos los fracasos terrenos.

Fuente: Libro del Pueblo de Dios (San Pablo, 1990)

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Notas

II Reyes  3,1-27

1. Esta indicación cronológica no concuerda con la de 1. 17.

4. El rey "Mesa" se hizo célebre por la inscripción que hizo grabar sobre una gran piedra, que fue encontrada en Transjordania hace ya más de un siglo. En esta inscripción se menciona a Omrí y a Ajab, reyes de Israel.

11. "Derramar el agua sobre las manos" es el gesto propio del servidor y del discípulo.

15. El uso de los instrumentos musicales estaba destinado a provocar la inspiración y el éxtasis proféticos.

25. "Quir Jaréset", en Transjordania, era la capital del reino de Moab.

27. Esta fuga precipitada se debe sin duda al temor supersticioso que había suscitado en el ejército israelita el sacrificio ofrecido por el rey de Moab.