II Crónicas  12 Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998) | 16 versitos |
1
Infidelidad de Roboán.
Tras haber consolidado y afianzado el reino, Roboán abandonó la Ley de Yahvé y con él todo Israel.
2 Y sucedió que el año quinto del rey Roboán subió Sosac, rey de Egipto, contra Jerusalén, —pues no era fiel a Yahvé—
3 con 1.200 carros y 60.000 caballos; no se podía contar la gente que venía con él de Egipto: libios, suquíes y etíopes.
4 Tomó las ciudades fortificadas de Judá y llegó hasta Jerusalén.
5 El profeta Semaías vino a Roboán y a los jefes de Judá que se habían reunido en Jerusalén para hacer frente a Sosac, y les dijo: «Así dice Yahvé: Vosotros me habéis abandonado, y por esto también yo os abandono en manos de Sosac.»
6 Entonces los jefes de Israel y el rey se humillaron y dijeron: «¡Justo es Yahvé!»
7 Cuando Yahvé vio que se habían humillado, la palabra de Yahvé se dirigió a Semaías, diciendo: «Ya que se han humillado, no los destruiré, sino que dentro de poco les daré la salvación y no se derramará mi cólera sobre Jerusalén por mano de Sosac.
8 Pero serán sus siervos, para que sepan lo que es mi servidumbre y la servidumbre de los reinos de las naciones.»
9 Subió, pues, Sosac, rey de Egipto, contra Jerusalén y se apoderó de los tesoros del templo de Yahvé y de los tesoros del palacio real. Se apoderó de todo, incluso de todos los escudos de oro que había hecho Salomón,
10 por lo que el rey Roboán hizo en su lugar escudos de bronce, que confió a los jefes de la guardia que custodiaban la entrada del palacio real.
11 Cuando el rey entraba en el templo de Yahvé, los guardias los portaban, y después los devolvían a la sala de la guardia.
12 Gracias a su humillación se apartó de él la ira de Yahvé y no le destruyó del todo; y concedió algunas cosas buenas a Judá.
13 Se afianzó, pues, el rey Roboán en Jerusalén, y reinó. Roboán tenía cuarenta y un años cuando comenzó a reinar y reinó diecisiete años en Jerusalén, la ciudad que había elegido Yahvé entre todas las tribus de Israel para poner allí su Nombre.
Su madre se llamaba Naamá, y era amonita.
14 Hizo lo que era malo, porque no había dispuesto su corazón para buscar a Yahvé.
15 El resto de los hechos de Roboán, de los primeros a los postreros, ¿no está escrito en la historia del profeta Semaías y del vidente Idó? Hubo guerras incesantes entre Roboán y Jeroboán.
16 Roboán reposó con sus antepasados y fue enterrado en la ciudad de David. Abías, su hijo, reinó en su lugar.

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Introducción a II Crónicas 

LOS LIBROS DE LAS CRÓNICAS DE ESDRAS Y NEHEMÍAS

Introducción
El AT comprende un segundo grupo de libros históricos que en gran parte reiteran y luego prosiguen la historia deuteronomista que abarca de Josué al fin de los Reyes. Se trata de los dos libros de las Crónicas, y además del libro de Esdras y, según la opinión común, del libro de Nehemías. Los dos libros de las Crónicas formaban primitivamente uno solo, y los libros de Esdras y Nehemías integraban el mismo conjunto, obra de un solo autor. No sólo encontramos en ellos el mismo estilo y las mismas ideas fundamentales, sino que la repetición, al comienzo de Esd 1, de los versículos con que concluye 2 Cro 36, certifica la unidad de composición.

Son, pues, los libros de las Crónicas (según el título hebreo; la Biblia griega y la Vulgata los llaman «Paralipómenos», es decir, los libros que refieren las «cosas omitidas», que añaden un complemento) obra del Judaísmo postexílico, de una época en que el pueblo, privado de su independencia política, gozaba con todo de una especie de autonomía reconocida por los dueños del Oriente: vivía bajo la dirección de sus sacerdotes, según las reglas de su ley religiosa. El Templo y sus ceremonias eran el centro de la vida nacional. Pero este marco legalista y ritual recibe vida de una corriente de piedad personal, de las doctrinas sapienciales, del recuerdo de las glorias o de las debilidades del pasado y de la confianza en las promesas de los profetas.

El autor de las Crónicas, un levita de Jerusalén, es profundamente adicto a este medio.

Escribe después de Esdras y Nehemías, bastante tiempo después, puesto que puede combinar a su gusto las fuentes que a aquéllos se refieren. La fecha más probable parece ser el comienzo de la época griega, antes del año 300 a. C. El libro recibió después adiciones procedentes de una o de varias manos. En especial fueron ampliados los cuadros genealógicos de 1 Cro 2-9 y se añadieron listas de nombres, probablemente las de los partidarios de David, 1 Cro 12, las de sacerdotes y levitas, 1 Cro 15, y la larga adición de 23:3-27:34, que es un recuento del personal cultual y administrativo de David.

Estos complementos, que posiblemente utilizaron excelentes documentos, siguen la línea de pensamiento del Cronista.

Muestra gran interés por el Templo. El clero desempeña en su obra un papel preeminente: no sólo los sacerdotes y los levitas, según el espíritu del Deuteronomio y de los textos sacerdotales del Pentateuco, sino también las clases inferiores del clero, los porteros y los cantores, equiparados en adelante a los levitas. La santificación del clero se extiende a los seglares mediante la participación de éstos en los sacrificios de comunión, que ante el Cronista recuperan su antigua importancia. Esta comunidad santa no se restringe exclusivamente a los de Judá: por encima de la apostasía del reino de Israel, del que habla lo menos posible, se imagina a las Doce Tribus unidas bajo el cetro de David y, por encima de las circunstancias del momento, espera la reunión de todos los hijos de Israel. Ni aun los mismos paganos quedan excluidos de la oración del Templo. «Israel» es para él todo el pueblo fiel, con el que Dios había concertado en otro tiempo una alianza y con el que ha renovado aquella alianza en la persona de David. Bajo David se realizaron mejor que nunca las condiciones de la teocracia del reino de Dios sobre la tierra; y en el espíritu de David debe vivir la comunidad, con un afán constante de reforma que es una vuelta a las tradiciones, para que Dios le conserve su favor y cumpla sus promesas.

El centro de interés permanente de esta larga historia es el Templo de Jerusalén y su culto, desde los preparativos bajo David hasta la restauración llevada a cabo por la comunidad vuelta del Destierro.

Estos grandes pensamientos del Cronista explican la composición de su obra. Los primeros caps., 1 Cro 1-9, ofrecen listas genealógicas que se detienen más en la tribu de Judá y la descendencia de David, en los levitas y en los habitantes de Jerusalén. Esto sirve de introducción a la historia de David, que ocupa todo el final del primer libro, 10-29. Se omiten las desavenencias con Saúl, así como el pecado con Betsabé, los dramas de familia y las rebeliones, pero se da relieve a la profecía de Natán, 17, y se concede una importancia considerable a las instituciones religiosas: traslado del arca y organización del culto en Jerusalén, 13, 15-16, preparativos para la construcción del Templo, 21-29. David ha levantado el plano, reunido los materiales, ha organizado las funciones del clero hasta en los detalles, y ha dejado la realización a su hijo Salomón. En la historia de éste, 2 Cro 1-9, la construcción del Templo, la oración del rey en la dedicación y las promesas con que Dios corresponde, ocupan la mayor parte. A partir del cisma, el Cronista sólo se preocupa del reino de Judá y de la dinastía davídica. A los reyes se les juzga conforme a su fidelidad o infidelidad a los principios de la alianza, según se aproximen o se aparten del modelo dado por David, 2 Cro 10-36. A los desórdenes siguen las reformas, y las más profundas de éstas son las de Ezequías y Josías; este último rey tiene sucesores impíos que precipitan el desastre, pero las Crónicas concluyen con la autorización dada por Ciro para reconstruir el Templo. Continuación de estas Crónicas, como hemos dicho, son los libros de Esdras y Nehemías.

Para escribir esta historia, el autor se ha valido, en primer lugar, de los libros canónicos: Génesis y Números para las listas del comienzo, y sobre todo Samuel y Reyes. Los utiliza con libertad, elige lo que cuadra a su propósito, añade y corta. Con todo, jamás cita estas fuentes esenciales que nosotros podemos verificar. En cambio, se refiere a cierto número de otras obras, «libros» de los reyes de Israel o de los reyes de Israel y de Judá, un «midrás» del libro de los Reyes, «palabras» o «visiones» de tal o cual profeta, etc. Estos escritos son desconocidos para nosotros y se discute respecto a su contenido y sus mutuas relaciones. Probablemente describían los diversos reinos a la luz de las intervenciones proféticas. Es dudoso que el Cronista se haya valido también de tradiciones orales.

Puesto que el Cronista ha dispuesto de fuentes que nosotros ignoramos y que podían ser dignas de fe, no hay razón para desconfiar, en principio, de todo lo que añade a los libros canónicos que nosotros conocemos. Se ha de examinar cada caso en sí, e investigaciones recientes han vindicado en diversos puntos al Cronista del descrédito en que le tenían muchos exegetas. Pero también se da el caso de que presente noticias incompatibles con el cuadro que trazan Samuel o los Reyes, o bien que modifique a sabiendas lo que dicen estos últimos libros. Este procedimiento —que no tendría excusa en ningún historiador moderno, cuya misión es narrar y explicar la sucesión de los hechos— se justifica por la intención del autor; él no es un historiador, es un teólogo que, a la luz de las experiencias antiguas y, sobre todo, de la experiencia davídica, «medita» sobre las condiciones del reino ideal; hace que el pasado, el presente y el futuro confluyan en una síntesis: proyecta sobre la época de David toda la organización cultual que tiene ante sus ojos, omite todo lo que pudiera empequeñecer a su héroe. Fuera de los datos nuevos que contiene y cuyo valor se puede verificar, su obra no vale tanto para reconstruir el pasado como para ofrecernos un cuadro del estado y de las preocupaciones de su época.

Porque el Cronista escribe para sus contemporáneos. Les recuerda que la vida de la nación depende de su fidelidad a Dios y que esta fidelidad se expresa mediante la obediencia a la ley y a la regularidad de un culto animado por la verdadera piedad. Quiere hacer de su pueblo una comunidad santa, en cuyo favor se realizarán las promesas hechas a David. Los hombres religiosos del Judaísmo contemporáneo de Cristo vivirán en este espíritu, a veces con desviaciones que él no había previsto. Su enseñanza sobre la primacía de lo espiritual y sobre el gobierno divino de todos los acontecimientos del mundo tiene un valor permanente; deberíamos meditarlo en una época como la nuestra, en que la invasión de lo profano parece retrasar indefinidamente el establecimiento del reino de Dios.

Fuente: Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros

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Notas

II Crónicas  12,1
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 1Re_14:22; |1Re_14:25

NOTAS

12 A las indicaciones de 1 R 14 sobre la campaña de Sesonc, el Cronista añade 2Cr_12:2-8 y 2Cr_12:12, que toma de una fuente independiente, acaso el escrito del profeta Semaías mencionado en 2Cr_12:15.


II Crónicas  12,4
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 2Cr_11:2

II Crónicas  12,9
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] |1Re_14:26-28

II Crónicas  12,13
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] |1Re_14:21

II Crónicas  12,14
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] |1Re_14:29-31

II Crónicas  12,15
NOTAS

12:15 Hebr. añade: «según el registro genealógico (?)».