II Crónicas  33 Nueva Biblia de Jerusalén (Desclee, 1998) | 25 versitos |
1
3. IMPIEDAD DE MANASÉS Y DE AMÓN
Manasés destruye la obra de Ezequías.
Manasés tenía doce años cuando comenzó a reinar, y reinó cincuenta y cinco años en Jerusalén.
2 Hizo lo malo a los ojos de Yahvé, según la costumbre abominable de las naciones que Yahvé había expulsado delante de los israelitas.
3 Reconstruyó los santuarios que su padre Ezequías había destruido, erigió altares dedicados a los Baales, hizo cipos, se postró ante todo el ejército de los cielos, al que rendía culto,
4 y construyó altares en el templo de Yahvé del que Yahvé había dicho: «En Jerusalén estableceré mi Nombre para siempre.»
5 Construyó altares a todo el ejército de los cielos en los dos patios del templo de Yahvé.
6 Arrojó a sus hijos a la pira del fuego en el valle de Ben Hinón; practicó la adivinación, la magia y la hechicería, consultó a nigromantes y adivinos; se excedió en hacer lo malo a los ojos de Yahvé, provocando su cólera.
7 Instaló en el templo de Dios la imagen del ídolo que había fabricado, del que había dicho Yahvé a David y a Salomón, su hijo: «En este templo y en Jerusalén, que he elegido de entre todas las tribus de Israel, estableceré mi Nombre para siempre.
8 No volveré a hacer que Israel vague errante fuera de la tierra que di a vuestros padres, a condición de que se comprometan a actuar conforme a todo lo que les he mandado, según toda la Ley, los decretos y normas ordenados por Moisés.»
9 Manasés desvió a Judá y a la población de Jerusalén, hasta el punto de actuar peor que las naciones que Yahvé había eliminado ante los israelitas.
10 Yahvé habló a Manasés y a su pueblo, pero no hicieron caso.
11
Castigo y conversión de Manasés.
Entonces Yahvé hizo venir sobre ellos a los jefes del ejército del rey de Asiria, que apresaron a Manasés con ganchos, lo ataron con cadenas de bronce y lo llevaron a Babilonia.
12 Cuando se vio en angustia, quiso aplacar a Yahvé su Dios, humillándose profundamente en presencia del Dios de sus padres.
13 Oró a él y Dios accedió, oyó su oración y le concedió el retorno a Jerusalén, a su reino. Entonces supo Manasés que Yahvé es el Dios.
14 Después de esto edificó la muralla exterior de la Ciudad de David al occidente de Guijón, en el torrente, hasta la entrada de la Puerta de los Peces, cercando el Ofel, y la elevó a gran altura. Puso también jefes del ejército en todas las plazas fuertes de Judá.
15 Quitó del templo de Yahvé los dioses extraños, el ídolo y todos los altares que había erigido en el monte del templo de Yahvé y en Jerusalén, y los echó fuera de la ciudad.
16 Reconstruyó el altar de Yahvé y ofreció sobre él sacrificios de comunión y de alabanza, y mandó a Judá que diese culto a Yahvé, el Dios de Israel.
17 Sin embargo, el pueblo ofrecía aún sacrificios en los altos, aunque sólo a Yahvé su Dios.
18 El resto de los hechos de Manasés, su oración a Dios, y las palabras de los videntes que le hablaron en nombre de Yahvé, Dios de Israel, se encuentran escritos en los Hechos de los reyes de Israel.
19 Su oración y cómo fue oído, todo su pecado, su infidelidad, los sitios donde edificó santuarios y donde puso cipos e ídolos antes de humillarse: todo está escrito en los Hechos de Jozay.
20 Manasés reposó con sus antepasados y fue enterrado en su casa. Amón, su hijo, reinó en su lugar.
21
Obstinación de Amón.
Amón tenía veintidós años cuando empezó a reinar, y reinó dos años en Jerusalén.
22 Hizo lo malo a los ojos de Yahvé, como había hecho su padre Manasés. Amón ofreció sacrificios y dio culto a todos los ídolos que había fabricado su padre Manasés.
23 Pero no se humilló delante de Yahvé, como se había humillado su padre Manasés; al contrario, Amón cometió aún más pecados.
24 Los siervos de Amón conspiraron contra él y mataron al rey en su palacio.
25 Pero el pueblo del país mató a todos los que habían conspirado contra el rey Amón y el pueblo del país proclamó rey en su lugar a su hijo Josías.

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Introducción a II Crónicas 

LOS LIBROS DE LAS CRÓNICAS DE ESDRAS Y NEHEMÍAS

Introducción
El AT comprende un segundo grupo de libros históricos que en gran parte reiteran y luego prosiguen la historia deuteronomista que abarca de Josué al fin de los Reyes. Se trata de los dos libros de las Crónicas, y además del libro de Esdras y, según la opinión común, del libro de Nehemías. Los dos libros de las Crónicas formaban primitivamente uno solo, y los libros de Esdras y Nehemías integraban el mismo conjunto, obra de un solo autor. No sólo encontramos en ellos el mismo estilo y las mismas ideas fundamentales, sino que la repetición, al comienzo de Esd 1, de los versículos con que concluye 2 Cro 36, certifica la unidad de composición.

Son, pues, los libros de las Crónicas (según el título hebreo; la Biblia griega y la Vulgata los llaman «Paralipómenos», es decir, los libros que refieren las «cosas omitidas», que añaden un complemento) obra del Judaísmo postexílico, de una época en que el pueblo, privado de su independencia política, gozaba con todo de una especie de autonomía reconocida por los dueños del Oriente: vivía bajo la dirección de sus sacerdotes, según las reglas de su ley religiosa. El Templo y sus ceremonias eran el centro de la vida nacional. Pero este marco legalista y ritual recibe vida de una corriente de piedad personal, de las doctrinas sapienciales, del recuerdo de las glorias o de las debilidades del pasado y de la confianza en las promesas de los profetas.

El autor de las Crónicas, un levita de Jerusalén, es profundamente adicto a este medio.

Escribe después de Esdras y Nehemías, bastante tiempo después, puesto que puede combinar a su gusto las fuentes que a aquéllos se refieren. La fecha más probable parece ser el comienzo de la época griega, antes del año 300 a. C. El libro recibió después adiciones procedentes de una o de varias manos. En especial fueron ampliados los cuadros genealógicos de 1 Cro 2-9 y se añadieron listas de nombres, probablemente las de los partidarios de David, 1 Cro 12, las de sacerdotes y levitas, 1 Cro 15, y la larga adición de 23:3-27:34, que es un recuento del personal cultual y administrativo de David.

Estos complementos, que posiblemente utilizaron excelentes documentos, siguen la línea de pensamiento del Cronista.

Muestra gran interés por el Templo. El clero desempeña en su obra un papel preeminente: no sólo los sacerdotes y los levitas, según el espíritu del Deuteronomio y de los textos sacerdotales del Pentateuco, sino también las clases inferiores del clero, los porteros y los cantores, equiparados en adelante a los levitas. La santificación del clero se extiende a los seglares mediante la participación de éstos en los sacrificios de comunión, que ante el Cronista recuperan su antigua importancia. Esta comunidad santa no se restringe exclusivamente a los de Judá: por encima de la apostasía del reino de Israel, del que habla lo menos posible, se imagina a las Doce Tribus unidas bajo el cetro de David y, por encima de las circunstancias del momento, espera la reunión de todos los hijos de Israel. Ni aun los mismos paganos quedan excluidos de la oración del Templo. «Israel» es para él todo el pueblo fiel, con el que Dios había concertado en otro tiempo una alianza y con el que ha renovado aquella alianza en la persona de David. Bajo David se realizaron mejor que nunca las condiciones de la teocracia del reino de Dios sobre la tierra; y en el espíritu de David debe vivir la comunidad, con un afán constante de reforma que es una vuelta a las tradiciones, para que Dios le conserve su favor y cumpla sus promesas.

El centro de interés permanente de esta larga historia es el Templo de Jerusalén y su culto, desde los preparativos bajo David hasta la restauración llevada a cabo por la comunidad vuelta del Destierro.

Estos grandes pensamientos del Cronista explican la composición de su obra. Los primeros caps., 1 Cro 1-9, ofrecen listas genealógicas que se detienen más en la tribu de Judá y la descendencia de David, en los levitas y en los habitantes de Jerusalén. Esto sirve de introducción a la historia de David, que ocupa todo el final del primer libro, 10-29. Se omiten las desavenencias con Saúl, así como el pecado con Betsabé, los dramas de familia y las rebeliones, pero se da relieve a la profecía de Natán, 17, y se concede una importancia considerable a las instituciones religiosas: traslado del arca y organización del culto en Jerusalén, 13, 15-16, preparativos para la construcción del Templo, 21-29. David ha levantado el plano, reunido los materiales, ha organizado las funciones del clero hasta en los detalles, y ha dejado la realización a su hijo Salomón. En la historia de éste, 2 Cro 1-9, la construcción del Templo, la oración del rey en la dedicación y las promesas con que Dios corresponde, ocupan la mayor parte. A partir del cisma, el Cronista sólo se preocupa del reino de Judá y de la dinastía davídica. A los reyes se les juzga conforme a su fidelidad o infidelidad a los principios de la alianza, según se aproximen o se aparten del modelo dado por David, 2 Cro 10-36. A los desórdenes siguen las reformas, y las más profundas de éstas son las de Ezequías y Josías; este último rey tiene sucesores impíos que precipitan el desastre, pero las Crónicas concluyen con la autorización dada por Ciro para reconstruir el Templo. Continuación de estas Crónicas, como hemos dicho, son los libros de Esdras y Nehemías.

Para escribir esta historia, el autor se ha valido, en primer lugar, de los libros canónicos: Génesis y Números para las listas del comienzo, y sobre todo Samuel y Reyes. Los utiliza con libertad, elige lo que cuadra a su propósito, añade y corta. Con todo, jamás cita estas fuentes esenciales que nosotros podemos verificar. En cambio, se refiere a cierto número de otras obras, «libros» de los reyes de Israel o de los reyes de Israel y de Judá, un «midrás» del libro de los Reyes, «palabras» o «visiones» de tal o cual profeta, etc. Estos escritos son desconocidos para nosotros y se discute respecto a su contenido y sus mutuas relaciones. Probablemente describían los diversos reinos a la luz de las intervenciones proféticas. Es dudoso que el Cronista se haya valido también de tradiciones orales.

Puesto que el Cronista ha dispuesto de fuentes que nosotros ignoramos y que podían ser dignas de fe, no hay razón para desconfiar, en principio, de todo lo que añade a los libros canónicos que nosotros conocemos. Se ha de examinar cada caso en sí, e investigaciones recientes han vindicado en diversos puntos al Cronista del descrédito en que le tenían muchos exegetas. Pero también se da el caso de que presente noticias incompatibles con el cuadro que trazan Samuel o los Reyes, o bien que modifique a sabiendas lo que dicen estos últimos libros. Este procedimiento —que no tendría excusa en ningún historiador moderno, cuya misión es narrar y explicar la sucesión de los hechos— se justifica por la intención del autor; él no es un historiador, es un teólogo que, a la luz de las experiencias antiguas y, sobre todo, de la experiencia davídica, «medita» sobre las condiciones del reino ideal; hace que el pasado, el presente y el futuro confluyan en una síntesis: proyecta sobre la época de David toda la organización cultual que tiene ante sus ojos, omite todo lo que pudiera empequeñecer a su héroe. Fuera de los datos nuevos que contiene y cuyo valor se puede verificar, su obra no vale tanto para reconstruir el pasado como para ofrecernos un cuadro del estado y de las preocupaciones de su época.

Porque el Cronista escribe para sus contemporáneos. Les recuerda que la vida de la nación depende de su fidelidad a Dios y que esta fidelidad se expresa mediante la obediencia a la ley y a la regularidad de un culto animado por la verdadera piedad. Quiere hacer de su pueblo una comunidad santa, en cuyo favor se realizarán las promesas hechas a David. Los hombres religiosos del Judaísmo contemporáneo de Cristo vivirán en este espíritu, a veces con desviaciones que él no había previsto. Su enseñanza sobre la primacía de lo espiritual y sobre el gobierno divino de todos los acontecimientos del mundo tiene un valor permanente; deberíamos meditarlo en una época como la nuestra, en que la invasión de lo profano parece retrasar indefinidamente el establecimiento del reino de Dios.

Fuente: Nueva Biblia de Jerusalén (1998) - referencias, notas e introducciones a los libros

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Notas

II Crónicas  33,1
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] |2Re_21:1-18


II Crónicas  33,11
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] Eze_19:9

NOTAS

33:11 Algunos textos asirios mencionan a Manasés de Judá como vasallo de Asaradón y de Asurbanipal, pero ni los textos asirios ni el libro de los Reyes hablan del cautiverio de Manasés. Puede relacionarse esto con las sublevaciones antiasirias que por esa época sacudieron a Palestina, o bien puede representar la interpretación por el Cronista de una convocatoria de todos sus vasallos por Asaradón, que mencionan otros textos asirios. El Cronista interpreta la libertad de Manasés, 2Cr_33:13, como el fruto de su conversión.

II Crónicas  33,15
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] 2Cr_14:2 [2Cr_14:3]

NOTAS

33:15 El Cronista atribuye a Manasés una reforma descrita según el modelo de las de Asá, Ezequías y Josías.

II Crónicas  33,18
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] |2Re_21:17-18

NOTAS

33:18 Existe un Salmo apócrifo titulado «Oración de Manasés», inspirado sin duda por este pasaje de las Crónicas.

II Crónicas  33,19
NOTAS

33:19 Profeta desconocido, cuyo nombre significa «vidente».

II Crónicas  33,21
REFERENCIAS CRUZADAS

[1] |2Re_21:19-26

NOTAS

33:21 El Cronista atribuye a Amón la condenación que 2Re_21:12 lanzaba contra Manasés. El reinado de Amón fue tan breve como largo el de Manasés, y la vida larga es una recompensa, Pro_4:10; Sal_34:13 s [Sal_34:12].