LOS SALMOS
Introducción
Israel, como sus vecinos de Egipto, Mesopotomia y Canaán, cultivó desde sus orígenes la poesía lírica en todas sus formas. Algunas piezas se hallan engastadas en los libros históricos, desde el Cántico de Moisés, Ex 15, el Cántico del Pozo, Núm_21:17-18 , el himno de victoria de Débora, Jc 5, la elegía dedicada por David a Saúl y Jonatán, 2 S 1, etc., hasta los elogios de Judas y Simón Macabeo, 1Ma_3:3-9 y 1Ma_14:4-15 , y más tarde los cánticos del Nuevo Testamento, el Magnificat , el Benedictus y el Nunc dimittis. Numerosos pasajes de los libros proféticos pertenecen a estos mismos géneros literarios. Existían antiguas colecciones de las que no quedan más que el nombre y algunos vestigios, el libro de las Guerras de Yahvé, Núm_21:14 , y el libro del Justo, Jos_10:13 ; 2Sa_1:18 . Pero el tesoro de la lírica religiosa de Israel ha sido conservado en el Salterio.
Los nombres
El Salterio (del griego Psalterion, propiamente nombre del instrumento de cuerda que acompañaba a los cantos, los salmos) es la colección de los ciento cincuenta salmos. Del Sal 10 al Sal 148, la numeración de la Biblia hebrea (la que aquí seguimos) se adelanta en una unidad a la Biblia griega y a la Vulgata, que unen los salmos 9 y 10 y los salmos 114 y 115 , pero dividen en dos el Sal 116 y el Sal 147.
El Salterio se llama Tehil·lim, «Himnos», en hebreo, pero el nombre no encaja con exactitud más que en cierto número de salmos. En realidad, en los títulos que encabezan la mayoría de los salmos, el nombre de himno sólo se da al Sal 145. El título más frecuente es mizmor, que alude a un acompañamiento musical, y que se traduce muy bien con nuestra palabra «salmo». A algunos de estos salmos se les llama también «canciones», y el mismo término, cuando va solo, sirve de introducción a cada pieza de la colección «Canciones de las subidas», Sal 120-134. Otras designaciones resultan más raras y, en ocasiones, de difícil interpretación.
Géneros literarios
Mejor clasificación se obtiene con el estudio de las formas literarias, y, desde este punto de vista estilístico, se distinguen tres grandes géneros: los himnos, las súplicas y las acciones de gracias. No se trata de una división exhaustiva, porque existen formas secundarias, irregulares o mixtas, y no siempre corresponde a un agrupamiento de los salmos que se pudieran hacer según sus temas o sus intenciones.
1. Los himnos . Son los Sal 8, 19, 29, 33, 46-48, 76, 84, 87, 93, 96-100, 103-106, 113, 114, 117, 122, 135, 136, 145-150. Su composición es bastante uniforme. Todos comienzan con una exhortación a la alabanza divina. El cuerpo del himno detalla los motivos de esta alabanza, los prodigios realizados por Yahvé en la naturaleza, especialmente su obra creadora, y en la historia, particularmente la salvación concedida a su pueblo. La conclusión repite la fórmula de introducción o expresa una oración.
En este conjunto podemos distinguir, según su tema, dos grupos de salmos. Los Cánticos de Sión, Sal 46, 48, 76, 87, ensalzan, con una nota teñida de escatología, a la ciudad santa, morada del Altísimo y meta de las peregrinaciones, ver Sal 84 y 122. Los Salmos del Reinado de Dios, en especial Sal 47, 93, 96-98 , celebran, en un estilo que recuerda a los profetas, el reinado universal de Yahvé. Se ha tratado de relacionarlos con una fiesta de la entronización de Yahvé, que suponen se celebraba anualmente en Israel, como se hacía en Babilonia con Marduc, debido a que estos salmos emplean el vocabulario y las imágenes de la subida de los reyes humanos a su trono. Pero la existencia de tal fiesta en Israel es hipótesis poco segura.
2. Las súplicas, o salmos de sufrimiento, o lamentaciones. A diferencia de los himnos, las súplicas no cantan las glorias de Yahvé, sino que se dirigen a él. Generalmente comienzan con una invocación, a la que acompaña una petición de ayuda, una oración o una expresión de confianza. En el cuerpo del salmo se intenta conmover a Yahvé describiendo la triste situación de los suplicantes, con metáforas que son tópicos y que rara vez permiten determinar las circunstancias históricas o concretas de la oración: se habla de las aguas del abismo, de las asechanzas de la muerte o del Seol, de enemigos o de bestias (perros, leones, toros) que amenazan o desgarran, de huesos que se secan o se quiebran, del corazón que palpita y se estremece. Hay protestas de inocencia, Sal 7, 17, 26, y confesiones de pecados como el Miserere, Sal 51, y otros salmos de penitencia. Se le recuerdan a Yahvé sus antiguos beneficios o se le reprocha porque parece olvidadizo o ausente, por ejemplo Sal 9-10, 22, 44. Pero también se afirma la confianza que se tiene en él, Sal 3, 5, 42-43, 55-57, 63, 130, etc., y, en ocasiones, el salmo de petición no es más que una larga invocación de confianza, Sal 4, 11, 16, 23, 62, 91, 121, 125, 131. La súplica concluye a menudo, y en forma a veces abrupta, con la certeza de que la oración es atendida y con una acción de gracias, por ejemplo los Sal 6, 22, 69, 140.
Estas súplicas pueden ser colectivas o individuales.
a) Súplicas colectivas, así Sal 12, 44, 60, 74, 79, 80, 83, 85, 106, 123, 129, 137. Su oración puede ser un desastre nacional, derrota o destrucción, o una necesidad común; en estos casos, se pide la salvación y la restauración del pueblo. Los Sal 74 y 137, por lo menos, como asimismo la colección de Lamentaciones atribuidas por la tradición a Jeremías, reflejan las consecuencias de la ruina de Jerusalén del año 587; el Sal 85 expresa los sentimientos de los repatriados. El Sal 106 es una confesión general de los pecados de la nación.
b) Súplicas individuales , así Sal 3, 5-7, 13, 17, 22, 25, 26, 28, 31, 35, 38, 42-43, 51, 54-57, 59, 63, 64, 69-71, 77, 86, 102, 120, 130, 140-143. Estas plegarias son particularmente numerosas, y el contenido de las mismas es muy variado: además de los peligros de muerte, las persecuciones, el destierro y la vejez, los males cuya liberación piden son, en especial, la enfermedad, la calumnia y el pecado. No quedan suficientemente definidos los enemigos, «los malhechores», aquellos de quienes se quejan o contra los cuales se enojan. No parece tratarse, como algunos han creído, de los echadores de suertes cuyos maleficios se pretendería combatir con estos salmos. No son tales poemas, como se afirmaba en otro tiempo, la expresión en singular del «yo» colectivo. Ni siquiera es posible, como recientemente se ha propuesto, poner todos ellos en boca de un rey que hablara en nombre de su pueblo. Esas oraciones son, por una parte, demasiado individuales por el tono y, por otra, demasiado desprovistas de alusiones a la persona y a la condición regias para que tales teorías sean probables. Es verdad, sin duda, que algunas de ellas han sido adaptadas y utilizadas como lamentaciones nacionales, así, Sal 22, 28, 59, 69, 71, 102; verdad, asimismo, que hay salmos reales, de los que volveremos a hablar; verdad, finalmente, que esas oraciones llegaron a entrar en su totalidad en el uso común (esto es lo que significa su inclusión en el Salterio), pero no es menos verdad que fueron compuestas por tal o cual individuo, en una necesidad particular. Son gritos del alma y expresiones de una fe personal. Porque no son nunca puras lamentaciones, sino confiadas súplicas a Dios en la tribulación.
3. Las acciones de gracias . Ya se ha visto que las súplicas podían concluir con un agradecimiento a Yahvé por haber escuchado la oración. Este agradecimiento puede convertirse en lo esencial del poema en los salmos de acción de gracias, que no son muy numerosos, así Sal 18, 21, 30, 33, 34, 40, 65-68, 92, 116, 118, 124, 129, 138, 144. Rara vez son colectivos. El pueblo da en ellos las gracias por la liberación de un peligro, por la abundancia de las cosechas, por los beneficios concedidos al rey. Más a menudo son individuales: los particulares, tras evocar los males padecidos y la oración atendida, expresan su agradecimiento y exhortan a los fieles a alabar con ellos a Yahvé. Esta última parte sirve frecuentemente de ocasión para introducir temas didácticos. La estructura literaria de los salmos de acción de gracias es afín a la de los himnos.
4. Géneros irregulares y géneros mixtos. La frontera entre los géneros anteriormente descritos es imprecisa y éstos frecuentemente aparecen mezclados. Hay, por ejemplo, lamentaciones que siguen a una oración confiada, Sal 27, 31, o que preceden a un canto de acción de gracias, Sal 28, 57. El Sal 89 comienza con un himno, prosigue con un oráculo y termina con una lamentación. El largo Sal 119 es un himno a la Ley, pero es también una lamentación individual y expone una doctrina de Sabiduría. Esto se debe a que son muchos los elementos, extraños en sí mismos a la lírica, que se han introducido en el Salterio. Acabamos de aludir a los temas de Sabiduría, y más arriba dijimos que se los encuentra en algunos salmos de acción de gracias. Ocupan a veces tanta extensión, que se suele hablar, con cierta impropiedad, de Salmos didácticos. En realidad, los Sal 1, 112 y 127 son meras composiciones sapienciales. Pero algunos otros conservan ciertas características de los géneros líricos: el Sal 25 entronca con las lamentaciones, los Sal 32, 37, 73, con las acciones de gracias, etc.
Otros salmos han recogido oráculos o no son más que oráculos amplificados, así, Sal 2, 50, 75, 81, 82, 85, 95, 110. Han sido interpretados recientemente como verdaderos oráculos pronunciados por sacerdotes o profetas durante las ceremonias del Templo. Otra opinión insiste en no ver en ellos más que el empleo del estilo profético, sin conexión real con el culto. Cuestión debatida. Pero hay que reconocer, por una parte, que las relaciones entre el Salterio y la literatura profética no sólo se dan en los oráculos, sino que se extienden a otros muchos temas, como las teofanías, las imágenes de la copa, del fuego, del crisol, etc., y que, por otra parte, hay vínculos innegables que hacen que el Salterio dependa del culto del Templo; volveremos sobre esto.
Salmos reales
Hay cierto número de cantos «reales» entreverados en el Salterio y que pertenecen a diversos géneros literarios. Hay oráculos en favor del rey, Sal 2 y 110, oraciones por el rey, Sal 20, 61, 72, una acción de gracias por el rey, Sal 21, oraciones del rey, Sal 18, 28, 63, 101, un canto real de procesión, Sal 132, un himno real, Sal 144, incluso un epitalamio para una boda de príncipes, Sal 45. Se trata de poemas antiguos, que datan de la época monárquica y reflejan el lenguaje y el ceremonial de la corte. Aludían sin duda a un rey de su época y los Sal 2, 72, 110 pudieron ser salmos de entronización. Se dice del rey que es hijo adoptivo de Yahvé, que su reino no tendrá fin, que su poder se extenderá hasta los confines de la tierra; hará que triunfen la paz y la justicia, será el salvador de su pueblo. Estas expresiones pueden parecer extravagantes, pero no exceden a lo que los pueblos vecinos decían de su soberano y de lo que Israel esperaba del suyo.
Pero, en Israel, el rey recibe la unción, que le convierte en vasallo de Yahvé y lugarteniente suyo en la tierra. Es el Ungido de Yahvé, en hebreo el «Mesías», y esta relación religiosa establecida con Dios particulariza la concepción israelita y la diferencia de las de Egipto o Mesopotamia, a pesar del empleo de una fraseología común. El «mesianismo real», que aparece con la profecía de Natán, 2 S 7, se expresa en los comentarios que de él ofrecen los Sal 89 y 132 y especialmente los Sal 2, 72, 110. Mantenían en el pueblo la esperanza en las promesas hechas a la dinastía de David. Si por mesianismo se entiende la espera de un rey futuro, de un último rey que traerá la salvación definitiva y que establecerá el reinado de Yahvé en la tierra, ninguno de estos salmos es propiamente «mesiánico». Pero algunos de estos antiguos cantos reales, que siguieron utilizándose después de la caída de la monarquía y fueron incorporados al Salterio, posiblemente con retoques y adiciones, alimentaron la esperanza de un Mesías individual, descendiente de David. Esta esperanza seguía viva entre los judíos en vísperas del comienzo de nuestra era, y los cristianos vieron su realización en Cristo (Cristo en griego, como Mesías en hebreo, significa Ungido). El Sal 110 será el texto del Salterio que más a menudo se citará en el Nuevo Testamento. El mismo canto nupcial del Sal 45 terminó por expresar la unión del Mesías con el nuevo Israel, en la línea de las alegorías matrimoniales de los profetas, y Heb_1:8 lo aplica a Cristo. En la misma perspectiva, el Nuevo Testamento y la tradición cristiana aplican a Cristo otros salmos que no eran salmos reales, pero que expresaban por anticipado el estado y los sentimientos del Mesías, el Justo por excelencia, por ejemplo, los Sal 16 y 22, y algunos pasajes de numerosos salmos, en particular de los Sal 8, 35, 40, 41, 68, 69, 97, 102, 118, 119. Asimismo, los salmos del reinado de Yahvé han sido relacionados con el reinado de Cristo. Y aun cuando estas aplicaciones sobrepasan el sentido literal, son legítimas, porque todas las esperanzas que animan el Salterio sólo se realizan plenamente con la venida del Hijo de Dios al mundo.
Los Salmos y el culto
El Salterio es la colección de cantos religiosos de Israel. Sabemos, por otra parte, que entre el personal del Templo figuraban los cantores y, si bien éstos no son mencionados explícitamente hasta después del Destierro, es cierto que existieron desde el principio. Las fiestas de Yahvé se celebraban con danzas y coros, ver Jue_21:19-21 ; 2Sa_6:5 , 2Sa_6:16 . Según Amó_5:23 , los sacrificios se acompañaban con cánticos y, puesto que el palacio real tenía sus cantores en tiempo de David, 2Sa_19:26 [ 2Sa_19:25 ], y de Ezequías, según los Anales de Senaquerib, el Templo de Salomón debió de tener los suyos, como todos los grandes santuarios orientales. De hecho, hay salmos que se atribuyen a Asaf, a los hijos de Coré, a Hemán y a Etán (o Yedutún), todos ellos cantores del Templo preexílico según los libros de las Crónicas. La tradición que atribuye a David muchos de los Salmos hace también remontarse a él la organización del culto, incluso los cantores, 1 Cro 25, y se une a los viejos textos que le presentan danzando y cantando ante Yahvé, 2Sa_6:5 , 2Sa_6:16 .
Muchos de los salmos llevan indicaciones musicales o litúrgicas. Algunos se remiten, en su texto, a un rito que se realiza simultáneamente, Sal 20, 26, 27, 66, 81, 107, 116, 134, 135. Es evidente que éstos y otros salmos, 48, 65, 95, 96, 118, se recitaban en el recinto del Templo. Las «Canciones de las Subidas», Sal 120-134, como el Sal 84, eran cantos de peregrinación al santuario. Estos ejemplos, elegidos entre los más claros, bastan para demostrar que muchos salmos, e incluso salmos individuales, fueron compuestos para el servicio del Templo. Otros, si bien no tuvieron al principio tal destino, fueron al menos adaptados al mismo mediante la adición de bendiciones, por ejemplo, Sal 125, 128, 129 .
Son, pues, innegables tanto la relación de los salmos con el culto como el carácter litúrgico del Salterio tomado en conjunto. Pero, en general, carecemos de datos para concretar la ceremonia o la fiesta en el curso de las cuales se utilizaba un salmo determinado. El título hebreo del Sal 92 lo destina al día del sábado; los títulos griegos de los Sal 24, 48, 93, 94 los distribuyen en otros días de la semana. El Sal 30 se utilizaba en la fiesta de la Dedicación, según el hebreo, y el Sal 29 se cantaba en la fiesta de las Tiendas, según el griego. Quizá no sean primitivas estas indicaciones, pero al igual que las detalladas asignaciones que se hicieron en la época judía, testifican que el Salterio fue el Cantoral del Templo y de la Sinagoga, antes de convertirse en el de la Iglesia cristiana.
Autores y fechas
Los títulos atribuyen 73 salmos a David, 12 a Asaf, 11 a los hijos de Coré y salmos aislados a Hemán, Etán (o Yedutún), Moisés y Salomón; 35 salmos quedan sin atribución. Los títulos de la versión griega no coinciden siempre con el hebreo y atribuyen 82 salmos a David. La versión siríaca difiere aún más.
Estos títulos quizá no pretendían designar a los autores de los salmos. La fórmula hebrea solamente establece una cierta relación del salmo con el personaje nombrado, sea por razón de la conveniencia del tema, sea porque este salmo pertenecía a una colección puesta bajo su nombre. Los «salmos de los hijos de Coré» pertenecían al repertorio de esta familia de cantores, así como los numerosos «del maestro de coro», Sal 4, 5, 6, 8, etc., eran piezas que ejecutaba la capilla del Templo. Había asimismo una colección de Asaf y otra davídica. Pero bien pronto se llegó a ver, en esas etiquetas de procedencia, indicaciones de autor, y algunos salmos «de David» recibieron un subtítulo que precisaba la circunstancia de la vida del rey en la que se compuso el poema, Sal 3, 7, 18, 34, 51, 52, 54, etc. Finalmente, la tradición ha visto en David no sólo al autor de todos los salmos que llevan su nombre, sino de todo el Salterio.
Estas exageradas interpretaciones no deben llevarnos a desechar el testimonio, antiguo e importante, que ofrecen los títulos de los salmos. Es razonable admitir que las colecciones de Asaf y de los hijos de Coré fueran compuestas por cantores del Templo. De forma parecida, la colección davídica debe vincularse de algún modo al gran rey. Teniendo en cuenta lo que los libros históricos refieren de su genio musical, 1Sa_16:16-18 ; ver Amó_6:5 , y poético, 2Sa_1:19-27 ; 2Sa_3:33-34 , de su gusto por el culto, 2Sa_6:5 , 2Sa_6:15 , se ha de reconocer que en el Salterio puede haber alguna pieza que tiene a David por autor. De hecho, el Sal 18 reproduce, en una recensión distinta, un poema atribuido a David por 2 S 22. Sin duda, no todos los Salmos de la colección davídica le pertenecen; pero esa colección no ha podido formarse más que a partir de un núcleo auténtico. Sólo que es difícil precisar más. Hemos visto que los títulos dados por el hebreo no eran argumento definitivo, y los escritores del Nuevo Testamento, al citar tal o cual salmo bajo el nombre de David, se atienen a la opinión de su tiempo. Con todo, no debemos rechazar esos testimonios sin razones serias, y siempre deberemos reservar a David, «el suave salmista de Israel», 2Sa_23:1 , un papel en los orígenes de la lírica religiosa del pueblo elegido.
El impulso dado en su tiempo continuó después, y el Salterio resume varios siglos de actividad poética. La crítica, que había retrasado hasta la vuelta del Destierro, y a veces hasta muy tarde, todos los Salmos, adopta ahora puntos de vista más prudentes. Un número bastante nutrido de salmos se remontaría a la época monárquica, especialmente los salmos «reales», pero su contenido es demasiado general para aventurar algo más que hipótesis acerca de su fecha. Por el contrario, los salmos del Reinado de Yahvé, cargados de reminiscencias de otros salmos y de la segunda parte de Isaías, fueron compuestos durante el Destierro; y también, evidentemente, los salmos que, como el 137, hablan de la ruina de Jerusalén y de la deportación. El Sal 126 canta la Vuelta. El periodo que siguió parece haber sido fecundo en composiciones sálmicas: es el momento de la expansión del culto en el Templo restaurado, donde los cantores ganan en dignidad y son equiparados a los levitas, donde igualmente los sabios adoptan el género sálmico para difundir sus enseñanzas, como lo hará Ben Sirá. ¿Habrá que descender hasta una época posterior a la persa y reconocer salmos macabeicos? El problema se plantea especialmente para los Sal 44, 74, 79, 83, pero los argumentos propuestos no bastan para dar como probable una fecha tan tardía.
Formación del Salterio
El Salterio que poseemos constituye el término de esta larga actividad. Existieron en un principio colecciones parciales. El Sal 72 (que el título atribuye, por lo demás, a Salomón) concluye con la nota: «Fin de las oraciones de David», aun cuando haya delante del mismo salmos no davídicos, y otros, davídicos, detrás de él. Existen en realidad dos grupos davídicos, los Sal 3-41 y 51-72, atribuidos individualmente a David, excepto el último (Salomón) y tres salmos anónimos. Otras colecciones análogas debieron existir al principio separadamente: el salterio de Asaf, Sal 50 y 73-83, el de los hijos de Coré, Sal 42-49 y 84, 85, 87, 88, el de las Subidas, Sal 120-134, el del Hal. lel, Sal 105-107, 111-118; 135, 136, 146-150. La coexistencia de varias colecciones se demuestra por los salmos que se repiten con algunas variantes, por ejemplo, Sal 14 y 53; Sal_40:14-18 [ Sal_40:13-17 ] y 70 ; Sal_57:8-12 [ Sal_57:7-11 ] más Sal_60:7-14 [ Sal_60:5-12 ] y 108.
La labor de los coleccionistas se refleja también en el uso de los nombres divinos: «Yahvé» se emplea casi exclusivamente en los Sal 1-41 (primer grupo davídico), «Elohim» le sustituye en los Sal 42-89 (que abarcan el segundo grupo davídico, una parte de los salmos de los hijos de Coré y el salterio de Asaf), y todo el resto, 90-150 es «yahvista», con excepción del Sal 108, que combina los dos salmos «elohistas» 57 y 60. Este segundo conjunto «yahvista», en el que muchos de los salmos son anónimos, en el que abundan las repeticiones y los préstamos, parece ser el más reciente del Salterio, hipótesis que no prejuzga la fecha de cada salmo en particular.
Finalmente, el Salterio se dividió, sin duda a imitación del Pentateuco, en cinco libros que fueron separados por breves doxologías: Sal_41:14 [ Sal_41:13 ]; Sal_72:18-20 ; Sal_89:52 [ Sal_89:51 ]; Sal_106:48 . El Sal 150 sirve de larga doxología final, mientras que el Sal 1 es una especie de prólogo antepuesto al conjunto.
Esta forma canónica del Salterio sólo muy tarde se impuso de forma definitiva y tuvo competidores. El Salterio griego cuenta con 151 salmos; la antigua versión siríaca, con 155. Los descubrimientos del mar Muerto han restituido el original hebreo del Sal 151 del griego, en realidad dos salmos combinados, y los dos últimos salmos siríacos, y han dado a conocer tres nuevas composiciones poéticas, incluidas en manuscritos del Salterio, en el que, por lo demás, los salmos no vienen siempre en el orden canónico. Así pues, el Salterio siguió siendo una colección abierta hasta los comienzos de nuestra era, al menos en algunos ambientes.
Valor espiritual
Es tan evidente la riqueza religiosa de los salmos que no son necesarias muchas palabras. Ellos fueron la oración del Antiguo Testamento, en la que el mismo Dios inspiró los sentimientos que sus hijos deben albergar con respecto a él y las palabras de que deben servirse al dirigirse a él. Los recitaron Jesús y la Virgen, los Apóstoles y los primeros mártires. La Iglesia cristiana ha hecho de ellos, sin cambiarlos, su oración oficial. Sin cambios, esos gritos de alabanza, de súplica o de acción de gracias, arrancados a los salmitas en las circunstancias de su época y de su experiencia personal, tienen un eco universal, porque expresan la actitud que todo hombre debe adoptar ante Dios. Sin cambios en las palabras, pero con un enriquecimiento considerable del sentido: en la Nueva Alianza, el fiel alaba y agradece a Dios que le ha revelado el secreto de su vida íntima, que le ha rescatado con la sangre de su Hijo, que le ha infundido su Espíritu y, en la recitación litúrgica, cada salmo concluye con la doxología trinitaria del Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Las viejas súplicas se hacen más ardientes una vez que la Cena, la Cruz y la Resurrección han enseñado al hombre el amor infinito de Dios, la universalidad y la gravedad del pecado, la gloria prometida a los justos. Las esperanzas cantadas por los salmistas se realizan; el Mesías ha venido y reina, y todas las naciones son llamadas para que lo alaben.
Salmos 20,1
REFERENCIAS CRUZADAS
[1] Pro_18:10; Sal_18:50 [Sal_18:49]; Sal_44:6 [Sal_44:5]
NOTAS
20 Oración por el rey al salir a la guerra, ver 1Re_8:44; 2Cr_20:18 s, en dos partes, seguidas cada una de ellas de una antífona coral.