PROFETAS
Introducción
La Biblia hebrea agrupa los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y el de los Doce Profetas bajo el título de «Profetas posteriores» y los coloca tras el conjunto Josué-Reyes, al que denomina «Profetas anteriores». La Biblia griega coloca los libros proféticos después de los Hagiógrafos, en un orden distinto del hebreo y además variable, añade Lamentaciones y Daniel, que la Biblia hebrea colocaba en la última parte de su canon, e incluye textos que no se escribieron o no se conservan en hebreo: el libro de Baruc después de Jeremías, la Carta de Jeremías después de Lamentaciones, y las adiciones al libro de Daniel. En la Iglesia latina, la Vulgata ha conservado lo esencial de esta distribución, pero ha vuelto al orden hebreo colocando a los doce «Profetas Menores» después de los cuatro «Mayores» y ha incorporado la carta de Jeremías al libro de Baruc, poniendo éste a continuación de Lamentaciones.
El profetismo.
En grados diversos y formas variables, las grandes religiones de la antigüedad tuvieron hombres inspirados que afirmaban hablar en nombre de su dios. En especial, entre los pueblos vecinos de Israel, se refiere un caso de éxtasis profético en Biblos en el siglo XI a. C., hay pruebas de la existencia de videntes y profetas en Jamá del Orontes en el siglo VIII, y aparecen en varias ocasiones en Mari del Éufrates en el siglo XVIII a. C. En su forma y contenido, sus mensajes, dirigidos al rey, se parecen a los mensajes de los profetas más antiguos de Israel mencionados en la Biblia. Esta misma ofrece su testimonio sobre el vidente Balaán, llamado desde Aram por el rey de Moab, Nm 22-24, y los 450 profetas de Baal convocados por Jezabel de Tiro y humillados por Elías en el Carmelo, 1Re_18:19-40 . Esto hace pensar inmediatamente en los 400 profetas consultados por Ajab, 1Re_22:5-12 . Son, como los primeros, un grupo numeroso arrebatado por el éxtasis frenético, pero hablan en nombre de Yahvé. Y si bien en este caso era falsa su pretensión, es cierto que el Yahvismo antiguo reconoció la legitimidad de tal institución. Junto a Samuel aparecen hermandades de inspirados, 1Sa_10:5 ; 1Sa_19:20 , y, en la época de Elías, 1Re_18:4 , grupos de «hermanos profetas» mantienen relaciones con Eliseo, 2Re_2:3-18 ; 2Re_4:38 s; 2Re_6:1 s; 2Re_9:1 , que luego desaparecen, salvo una alusión en Amó_7:14 . Excitados por la música, 1Sa_10:5 , estos profetas entraban en trance colectivo, que se contagiaba después a los asistentes, 1Sa_10:10 ; 1Sa_10:20-24 , o bien remedaban acciones simbólicas, 1Re_22:11 .
Se da un caso análogo cuando Eliseo recurre a la música antes de profetizar, 2Re_3:15 . Más frecuentes son las acciones simbólicas en los profetas: por ejemplo, Ajías de Siló, 1Re_11:29 s, también Isaías, Isa_20:2-4 , con frecuencia Jeremías, Jer_13:1 s; Jer_19:1 s; Jer_27:2 s, y sobre todo Ezequiel, 4:1-5:4; Eze_12:1-7 , Eze_12:18 ; Eze_21:23 s [ Eze_21:18 ]; Eze_37:15 s. En el curso de estas acciones o fuera de las mismas, se conducen a veces de un modo extraño y pueden pasar por estados psicológicos anormales; pero estas manifestaciones extraordinarias nunca constituyen lo esencial en los profetas cuya actuación y palabras ha conservado la Biblia. Éstos se distinguen claramente de aquellos otros exaltados de las antiguas hermandades.
Llevan, sin embargo, el mismo nombre, nabî' . Aunque el verbo que de él se deriva, a causa del modo de ser de algunos «profetas», viene a significar «delirar» ( 1Sa_18:10 y en otros pasajes), sin embargo, esta acepción derivada no prejuzga el sentido original del sustantivo. Éste, con toda probabilidad, deriva de una raíz que significaba «llamar, anunciar». El nabî' sería «el llamado», o bien «el que anuncia», y ambos sentidos expresan lo esencial del profetismo israelita. El profeta es un mensajero y un intérprete de la palabra divina. Así lo expresan claramente los dos pasajes paralelos de Éxo_4:15-16 : Aarón será el intérprete de Moisés como si fuera su «boca» y como si Moisés fuera «el dios que le inspira», y Éxo_7:1 : Moisés será «un dios para Faraón» y Aarón será su «profeta», nabî' ; con lo cual rima el dicho de Yahvé a Jeremías: «Mira que he puesto mis palabras en tu boca», Jer_1:9 . Los profetas tienen conciencia del origen divino de su mensaje; lo presentan diciendo: «Así habla Yahvé», o «Palabra de Yahvé», o bien «Oráculo de Yahvé».
Esta palabra que les llega es más fuerte que ellos y no la pueden acallar: «Habla el Señor Yahvé, ¿quién no va a profetizar?», exclama Amós, Amó_3:8 , y Jeremías lucha en vano contra esta fuerza, Jer_20:7-9 . En un momento de su vida, fueron llamados de modo irresistible por Dios, Amó_7:15 ; Is 6, sobre todo Jer_1:4-10 , y elegidos como mensajeros suyos, Isa_6:8 , y el comienzo de la historia de Jonás demuestra lo que costaba sustraerse a esta misión. Fueron enviados para manifestar la voluntad de Yavhé y ser ellos mismos «señales». No sólo sus palabras, sino también sus acciones, su vida, todo es profecía. El matrimonio real y desgraciado de Oseas es un símbolo, Os 1-3; Isaías ha de pasearse desnudo para servir de presagio, Isa_20:3 ; él mismo y sus hijos son «señales prodigiosas», Isa_8:18 ; la existencia de Jeremías es una enseñanza, Jr 16, y cuando Ezequiel ejecuta las extrañas órdenes de Dios, él mismo es una «señal para la casa de Israel», Eze_4:3 ; Eze_12:6 , Eze_12:11 ; Eze_24:24 .
El mensaje divino puede llegar al profeta de muchas maneras: en visión, como la de Is 6 o las de Ez 1, 2, 8, etc., Dn 8-12, Za 1-6, rara vez en visión nocturna, ver Núm_12:6 , como en Dn 7; Zac_1:8 s; por audición, pero las más de las veces por una inspiración interior (así pueden entenderse generalmente las fórmulas: «Yahvé me dirigió la palabra», «Palabra de Yahvé a...»), ya sea de improviso, ya con ocasión de una circunstancia trivial, la vista de una rama de almendro, Jer_1:11 , o de dos cestos de higos, Jr 24, una visita al alfarero, Jer_18:1-4 . El profeta transmite el mensaje recibido en formas igualmente variadas: en fragmentos líricos o relatos en prosa, en parábola o abiertamente, en el estilo sobrio de los oráculos, o también utilizando las formas literarias de la reprensión, de la diatriba, del sermón, de los pleitos, de los escritos de sabiduría o de los salmos cultuales, de las canciones amorosas, de la sátira, de la lamentación fúnebre...
Esta variedad en la recepción y expresión del mensaje depende en gran parte del temperamento personal y de las dotes naturales de cada profeta, pero encubre una identidad fundamental: todo verdadero profeta tiene viva conciencia de no ser más que un instrumento, de que las palabras que profiere son y no son suyas a la vez. Tiene la convicción inquebrantable de que ha recibido una palabra de Yahvé y que debe comunicarla. Esta convicción se funda en la experiencia misteriosa, digamos mística, de un contacto inmediato con Yahvé. Puede suceder, como se ha dicho, que este influjo divino provoque exteriormente manifestaciones «anormales», pero sólo se trata de algo accidental, como entre los grandes místicos. En cambio, como también sucede a los místicos, debemos afirmar que esta intervención de Dios en el alma del profeta coloca a éste en un estado psicológico «supranormal». Negarlo, sería rebajar el espíritu profético al rango de la inspiración del poeta, o de las ilusiones de los seudo-inspirados.
El mensaje profético rara vez se dirige a un individuo, Isa_22:15 s; o lo hace en un contexto más amplio, Jer_20:6 ; Amó_7:17 . Hay que exceptuar al rey, que es jefe del pueblo: Natán con David, Elías con Ajab, Isaías ante Ajaz y Ezequías, y Jeremías ante Sedecías; y también al sumo sacerdote, jefe de la comunidad al regreso del Destierro, Za 3. Pero, fuera de estas excepciones, lo que distingue a los grandes profetas, cuya obra conservamos, de sus predecesores en Israel y de sus similares en el medio oriental, es que su mensaje se dirige a todo el pueblo. En todos los relatos de vocación, el profeta es enviado al pueblo, Amó_7:15 ; Isa_6:9 ; Eze_2:3 ; incluso a todos los pueblos, como en el caso de Jeremías, Jer_1:10 .
Su mensaje atañe al presente y al futuro. El profeta es enviado a sus contemporáneos, les transmite los deseos divinos. Pero, en cuanto intérprete de Dios, se halla por encima del tiempo, y sus «predicciones» vienen a confirmar y prolongar sus «predicaciones». Puede anunciar un acontecimiento próximo como señal cuya realización justificará sus palabras y su misión, 1Sa_10:1 s; Isa_7:14 ; Jer_28:15 s; Jer_44:29-30 ; prevé el castigo como sanción de las faltas que fustiga, la salvación como recompensa de la conversión que pide. Los profetas más recientes podrán descorrer el velo hasta los últimos tiempos, hasta el triunfo final de Yahvé, pero siempre resulta una enseñanza para el presente. Sin embargo, como el profeta no es más que un instrumento, el mensaje que transmite puede rebasar las circunstancias en que se haya pronunciado y aun la conciencia misma del profeta, quedando envuelto en el misterio hasta que el porvenir lo haga explícito realizándolo.
Jeremías es enviado «para extirpar y destruir, para reconstruir y plantar». El mensaje profético presenta dos caras, es severo y consolador. Y no hay duda de que a menudo es duro, lleno de amenazas y de reproches, hasta tal punto que esta severidad puede aparecer como señal de la verdadera profecía, Jer_28:8-9 , ver Jer_26:16-19 ; 1Re_22:8 . Es que el pecado, obstáculo para los designios de Dios, obsesiona al profeta. Pero las perspectivas de salvación no se cierran nunca. El libro de la Consolación, Is 40-55, es una de las cumbres de la profecía y no hay razón para cercenar de los profetas más antiguos los anuncios de alegría, que se encuentran ya en Amó_9:8-15 ; Ose_2:16-25 [ Ose_2:14-23 ]; Ose_11:8-11 y Ose_14:2-9 [ Ose_14:1-8 ]. En el proceder de Dios para con su pueblo, gracia y castigo se complementan.
El profeta es enviado al pueblo de Israel, pero su horizonte es más vasto, como el poder de Yahvé, cuyas obras anuncia. Los grandes profetas tienen grupos de oráculos contra las naciones, Is 13-23; Jr 46-51; Ez 25-32. Amós comienza con el juicio contra los vecinos de Israel; Abdías profiere un oráculo sobre Edom; de Nahúm sólo tenemos un oráculo contra Nínive, a donde precisamente es enviado Jonás a predicar.
El profeta está seguro de hablar en nombre de Yahvé, pero ¿cómo reconocerán sus oyentes que es profeta auténtico? Porque existen falsos profetas, que aparecen con frecuencia en la Biblia. Pueden ser hombres sinceros que sufren ilusión o pueden ser simuladores, pero su comportamiento exterior no los distingue de los verdaderos profetas. Engañan al pueblo, y los verdaderos profetas tienen que polemizar contra ellos: Miqueas ben Yimlá contra los profetas de Ajab, 1Re_22:8 s; Jeremías contra Ananías, Jr 28, o contra los falsos profetas en geneal, Jr 23; Ezequiel contra profetas y profetisas, Ez 13. ¿Cómo saber que el mensaje procede verdaderamente de Yahvé? ¿Cómo distinguir la verdadera profecía? Hay dos criterios, según la Biblia: el cumplimiento de la profecía, Jer_28:9 ; Deu_18:22 (y ver los textos arriba citados sobre el anuncio de próximos acontecimientos como «señales» de la verdadera profecía), pero sobre todo la conformidad de la enseñanza con la doctrina yahvista, Jer_23:22 ; Deu_13:2-6 [ Deu_13:1-5 ].
Los textos citados del Deuteronomio indican que la profecía era una institución reconocida por la religión oficial. A veces los profetas aparecen junto a los sacerdotes, Jer_8:1 ; Jer_23:11 ; Jer_26:7 s, etc.; Zac_7:3 , etc., y Jeremías nos informa de que en el Templo de Jerusalén había una «cámara de Ben Yojanán, hombre de Dios», probablemente un profeta. De estos hechos y de la semejanza de algunas de sus profecías con piezas litúrgicas, se ha sacado recientemente la conclusión de que los profetas, aun los mayores, habían formado parte del personal del santuario y desempeñado un papel en el culto. La teoría va mucho más allá que los textos en que se apoya, y basta con reconocer cierto vínculo entre los profetas y los centros de vida religiosa, así como una influencia de la liturgia sobre la composición de algunos de sus oráculos, sobre todo en Habacuc, Zacarías y Joel.
La idea fundamental que se desprende de la complejidad de los hechos y de los textos tocantes al profetismo parece ser ésta: el profeta es un hombre que tiene una experiencia inmediata de Dios, que ha recibido la revelación de su santidad y de sus deseos, que juzga el presente y ve el futuro a la luz de Dios y que es enviado por Dios para recordar a los hombres sus exigencias y llevarlos por la senda de la obediencia y de su amor. El profetismo así entendido, a pesar de las semejanzas que es posible destacar con fenómenos religiosos en otras religiones y entre los pueblos vecinos, es un fenómeno propio de Israel, uno de los procedimientos de la Providencia divina en la dirección del pueblo elegido.
El movimiento profético.
Siendo éstos el carácter y la función del profeta, no es de extrañar que la Biblia ponga a Moisés a la cabeza del linaje de los profetas, Deu_18:15 , Deu_18:18 , y le considere como el mayor de todos, Núm_12:6-8 ; Deu_34:10-12 , pues ha conocido a Yahvé cara a cara, le ha hablado boca a boca y ha transmitido su Ley al pueblo. Jamás han faltado en Israel herederos de sus dones, empezando por su sucesor Josué, «en quien está el espíritu», Núm_27:18 , ver Deu_34:9 . En la época de los Jueces aparecen la profetisa Débora, Jc 4-5, y un profeta anónimo, Jue_6:8 , luego surge la gran figura de Samuel, profeta y vidente, 1Sa_3:20 ; 1Sa_9:9 ; ver 2Cr_35:18 . Entonces se difunde el espíritu profético en grupos de inspirados, de cuyo extraño comportamiento se ha hablado más arriba, 1Sa_10:5 ; 1Sa_19:20 ; luego encontramos las comunidades más sensatas de «los hermanos profetas», 2 R 2, etc.; estas hermandades no tardan en desaparecer, pero hasta después del regreso del Destierro la Biblia habla de profetas en plural, Zac_7:3 . Fuera de estas comunidades, cuyo influjo sobre la vida religiosa del pueblo no es posible precisar, aparecen personalidades destacadas: Gad, profeta de David, 1Sa_22:5 ; 2Sa_24:11 ; Natán, con el mismo rey, 2Sa_7:2 s; 2Sa_12:1 s; 1Re_1:11 s; Ajías en tiempo de Jeroboán, 1Re_11:29 s; 1Re_14:2 s; Jehú, hijo de Jananí, en tiempo de Basá, 1Re_16:7 ; Elías y Eliseo en tiempo de Ajab y sus sucesores, 1 R 17 hasta 2 R 13 passim; Jonás en tiempo de Jeroboán II, 2Re_14:25 ; la profetisa Juldá en tiempo de Josías, 2Re_22:14 s; Urías en tiempo de Joaquín, Jer_26:20 . Los libros de las Crónicas añaden a esta lista: Semaías en tiempo de Roboán, 2Cr_12:5 s; Idó en tiempo de Roboán y Abías, 2Cr_12:15 ; 2Cr_13:22 ; Azarías en tiempo de Asá, 2Cr_15:1 s; Oded en tiempo de Ajaz, 2Cr_28:9 s, y algunos anónimos.
Sólo por alusiones conocemos a la mayoría de estos profetas. Sin embargo, hay algunas figuras de más relieve. Natán anuncia a David la permanencia de su dinastía, en la que Yahvé se complace; es el primer eslabón de las profecías, que luego irán precisándose, sobre el Mesías hijo de David, 2Sa_7:1-17 . Pero el mismo Natán reprende con vehemencia a David por su pecado con Betsabé y, en vista de su arrepentimiento, le asegura el perdón de Dios, 2Sa_12:1-25 . Estamos especialmente informados sobre Elías y Eliseo por los relatos de los libros de los Reyes. En un momento en que la invasión de los cultos extranjeros hacía peligrar la religión de Yahvé, Elías se alza como el campeón del verdadero Dios y logra en la cumbre del Carmelo una brillante victoria sobre los profetas de Baal, 1 R 18. Su encuentro con Dios en el Horeb, donde se había pactado la alianza, le relaciona directamente con Moisés, 1 R 19. Elías, defensor de la fe, lo es también de la moral, y fulmina la condenación divina contra Ajab, que ha asesinado a Nabot para quitarle su viña, 1 R 21. Su fin misterioso, 2Re_2:1-18 , envuelve en un halo su figura, que no ha dejado de agrandarse en la tradición judía. Al contrario de Elías, profeta solitario, Eliseo se inmiscuye mucho en la vida de su tiempo. Interviene en el curso de la guerra moabita, 2 R 3, y de las guerras arameas, 2 R 6-7, juega un papel en la usurpación de Jazael en Damasco, 2Re_8:7-15 , y en la de Jehú en Israel, 2Re_9:1-3 , le consultan los grandes, como Joás de Israel, 2Re_13:14-19 , Ben Hadad de Damasco, 2Re_8:7-8 , Naamán el sirio, 2 R 5. Mantiene también relaciones con los grupos de «hermanos profetas», que referían de él historias maravillosas, 2Re_4:1-7 , 2Re_4:38-44 ; 2Re_6:1-7.
Más completa información tenemos naturalmente de los profetas canónicos, y presentaremos a cada uno de ellos a propósito del libro que lleva su nombre. Baste con indicar aquí su lugar en el movimiento profético y exponer las novedades que suponen en relación con la época precedente. Intervienen en los períodos de crisis que preceden o acompañan a los momentos capitales de la historia nacional: la amenaza asiria y la ruina del reino del Norte, la ruina del reino de Judá y la salida para el Destierro, el fin del Destierro y el regreso. No se dirigen al rey, sino al pueblo, y, porque su mensaje tiene este alcance general, se conserva por escrito y sigue operando. El primero entre estos profetas, Amós, ejerce su ministerio a mediados del siglo VIII a. C., unos cincuenta años después de la muerte de Eliseo, y el gran movimiento profético durará hasta el Destierro, menos de dos siglos, que están dominados por las extraordinarias figuras de Isaías y Jeremías, pero en los cuales también se sitúan Oseas, Miqueas, Nahúm, Sofonías y Habacuc. El final del ministerio de Jeremías coincide con los comienzos de Ezequiel. No obstante, con este profeta del Destierro hay un cambio de tono: menos fuego y espontaneidad, visiones grandiosas, pero complicadas, descripciones minuciosas, preocupación cada vez mayor por los últimos tiempos, en una palabra, rasgos que anuncian la literatura apocalíptica. Con todo, la gran corriente isaiana se perpetúa entonces, enriquecida, en el libro de la Consolación, Is 40-55. Los profetas de la vuelta del Destierro, Ageo y Zacarías, tienen un horizonte más limitado: su interés se concentra en la restauración del Templo. Tras ellos, Malaquías subraya los defectos de la nueva comunidad. Luego, el librito de Jonás, que preludia el género midrásico, utiliza las Escrituras antiguas para una enseñanza nueva. La vena apocalíptica, abierta por Ezequiel, brota de nuevo en Joel y en la segunda parte de Zacarías. E invade el libro de Daniel, donde las visiones del pasado y del futuro se conjugan en un cuadro intemporal de la destrucción del Mal y del advenimiento del Reino de Dios. En este momento, la gran inspiración profética parece agotada, se apela a los «profetas de antaño», Dan_9:6, Dan_9:10, ver ya Zac_7:7, Zac_7:12; y Zac_13:2-6 prevé la desaparición de la institución profética comprometida por los falsos profetas. Pero Joe_3:1-5 [ Joe_2:28-32 ] anuncia una efusión del Espíritu en los tiempos mesiánicos. Ésta se realizará en Pentecostés, según Hch_2:16 s. Trátase, en efecto, del comienzo de la nueva era inaugurada por la predicación de Juan el Bautista, el último de los profetas de la antigua Ley, «profeta y más que profeta», Mat_11:9; Luc_7:26.
La doctrina de los profetas.
Los profetas han desempeñado un papel considerable en el desarrollo religioso de Israel. No sólo han mantenido y guiado al pueblo por la senda del Yahvismo auténtico, sino que han sido los órganos principales del progreso de la Revelación. En esta actividad polifacética cada uno ha desempeñado su propia función y ha aportado su piedra al edificio doctrinal. Sin embargo, sus contribuciones se conjugan y se combinan siguiendo tres líneas maestras, precisamente las mismas que caracterizan la religión del AT: el monoteísmo, el moralismo y la espera de la salvación.
El monoteísmo . Sólo paulatinamente había llegado Israel a una definición filosófica del monoteísmo: afirmación de la existencia de un Dios único, negación de la existencia de cualquier otro dios. Por mucho tiempo se había aceptado la idea de que los demás pueblos podían tener otros dioses, pero esto no causaba preocupación: Israel sólo reconocía a Yahvé, que era el más poderoso de los dioses y exigía un culto exclusivo. El paso de esta conciencia y de esta práctica monoteísta a una definición abstracta fue fruto de la predicación de los profetas. Cuando el más antiguo de ellos, Amós, presenta a Yahvé como al Dios que impera sobre las fuerzas de la naturaleza y es el dueño de los hombres y de los acontecimientos, se limita a evocar verdades antiguas, que dan todo su valor a las amenazas que profiere. Pero el contenido y las consecuencias de esta fe antigua van afirmándose cada vez con mayor claridad. La Revelación del Dios del Sinaí había sido vinculada a la elección del pueblo y a la conclusión de la Alianza, y en consecuencia Yahvé aparece como el Dios propio de Israel, vinculado a la tierra y a los santuarios de Israel. Sin dejar de subrayar enérgicamente los vínculos que unen a Yahvé con su pueblo, los profetas muestran que también dirige los destinos de los demás pueblos, Amó_9:7. Él juzga a los pequeños Estados y a los grandes Imperios, Am 1-2 .(y todas las profecías contra las naciones), les otorga y les retira el poder, Jer_27:5-8, los toma como instrumentos de su venganza, Amó_6:11; Isa_7:18-19; Isa_10:6; Jer_5:15-17, pero los frena cuando quiere, Isa_10:12. Sin dejar de proclamar que la tierra de Israel es la de Yahvé, Jer_7:7, y que el Templo es su morada, Is 6; Jer_7:10-11, predicen la destrucción del santuario, Miq_3:12; Jer_7:12-14; 26; y Ezequiel ve cómo la gloria de Yahvé abandona Jerusalén, Eze_10:18-22; Eze_11:22-23.
Yahvé, dueño de toda la tierra, no deja espacio para otros dioses. Los profetas, luchando contra el influjo de los cultos paganos y las tentaciones de sincretismo que ponían en peligro la fe de Israel, afirman la impotencia de los falsos dioses y la vanidad de los ídolos, Ose_2:7-15 [ Ose_2:5-13 ]; Jer_2:5-13, Jer_2:27-28; Jer_5:7; Jer_16:20. Durante el Destierro, cuando el derrumbamiento de las esperanzas nacionales podía suscitar dudas sobre el poder de Yahvé, la polémica contra los ídolos se hace más incisiva y racional en el Deutero-Isaías, Isa_40:19-20; Isa_41:6-7, Isa_41:21; Isa_44:9-20; Isa_46:1-7; ver Jer_10:1-16, y más tarde la carta de Jeremías (= Ba 6) y Dn 14. A esta crítica se contrapone la expresión triunfante del monoteísmo absoluto, Isa_44:6-8; Isa_46:1-7, Isa_46:9.
Este Dios es trascendente, y los profetas expresan precisamente esta trascendencia sobre todo al decir que Dios es «santo», uno de los temas favoritos de la predicación de Isaías, Is 6 y otros muchos pasajes: Isa_1:4; Isa_5:19, Isa_5:24; Isa_10:17, Isa_10:20, etc., pero también Ose_11:9; Isa_40:25; Isa_41:14, Isa_41:16, Isa_41:20, etc.; Jer_50:29; Jer_51:5; Hab_1:12; Hab_3:3. Está rodeado de misterio, Is 6; Ez 1, infinitamente por encima de los «hijos de hombre», expresión que Ezequiel repite hasta la saciedad para subrayar la distancia que separa al profeta de su interlocutor divino. Y sin embargo, está muy cerca por la bondad, por la ternura misma que demuestra a su pueblo, especialmente en Oseas y Jeremías, con la alegoría del matrimonio entre Yahvé e Israel, Os 2; Jer_2:2-7; Jer_3:6-8, ampliamente desarrollada por Ezequiel, Ez 16 y 23.
El moralismo. A la Santidad de Dios se opone la impureza del hombre, Isa_6:5, y por este contraste los profetas adquieren una aguda conciencia del pecado. Si el monoteísmo no era ninguna innovación, tampoco lo fue este moralismo, inscrito ya en el Decálogo, motivo de la intervención de Natán ante David, 2 S 12, de Elías ante Ajab, 1 R 21. Pero los profetas canónicos vuelven constantemente a lo mismo: el pecado es lo que separa al hombre de Dios, Isa_59:2. El pecado, en efecto, es un atentado contra el Dios de Justicia (Amós), contra el Dios de Amor (Oseas), contra el Dios de Santidad (Isaías). En cuanto a Jeremías, se puede decir que el pecado ocupa el centro de su visión: se extiende a toda la nación, que parece corrompida definitivamente, incapaz de conversión, Jer_13:23. Este desbordamiento del mal reclama el castigo de Dios, el gran juicio del «Día de Yahvé», Isa_2:6-22; Isa_5:18-20; Ose_5:9-14; Joe_2:1-2; Sof_1:14-18, y el anuncio de la desgracia es para Jeremías un distintivo de la verdadera profecía, Jer_28:8-9 . El pecado, que es pecado de la masa, reclama esta sanción colectiva; con todo, la idea de la retribución individual comienza a aparecer en Jer_31:29-30 (ver Deu_24:16) y se afirma en Ez 18, ver Eze_33:10-20.
Pero lo que se llama «monoteísmo ético» de los profetas no es un antilegalismo. Su moralismo está basado en el derecho promulgado por Dios que se infringe o es pasado por alto; ver, por ejemplo, el discurso de Jer_7:5-10 y sus relaciones con el Decálogo.
Paralelamente la concepción de la vida religiosa gana en profundidad. Para escapar al castigo hay que «buscar a Dios», Amó_5:4; Jer_50:4; Sof_2:3, es decir, precisa Sofonías, hay que cumplir sus mandamientos, caminar en rectitud, vivir en humildad, ver Isa_1:17; Amó_5:24; Ose_10:12; Miq_6:8. Lo que Dios pide es una religión interior, que para Jeremías es una condición de la Alianza nueva, Jer_31:31-34. Este espíritu debe animar toda la vida religiosa y las manifestaciones exteriores del culto, y los profetas protestan contra un ritualismo ajeno a toda preocupación moral, Isa_1:11-17; Jer_6:20; Ose_6:6; Miq_6:6-8. Pero presentarlos como adversarios del culto en sí mismo es falsear la verdad; el culto y el templo serán las preocupaciones más importantes para Ezequiel, Ageo y Zacarías.
La espera de la Salvación. Sin embargo, el castigo no es la última palabra de Dios, que no quiere la ruina total de su pueblo, sino que, a pesar de todas las apostasías, prosigue la realización de sus promesas. Dios reservará un «Resto», Isa_4:3+. La noción que aparece en Amós, Amó_5:15, evoluciona y se precisa en sus sucesores. En la visión de los profetas, los dos planos del castigo inminente y del juicio postrero de Dios se superponen, y el «Resto» es a la vez el que se librará del peligro presente y se beneficiará de la salvación final. Ambos planos se distinguen por el desarrollo de la historia: después de cada prueba, el Resto es el grupo que ha sobrevivido; los habitantes que quedaron en Israel o Judá después de la caída de Samaría o la invasión de Senaquerib, Amó_5:15; Isa_37:31-32, los desterrados en Babilonia tras la ruina de Jerusalén, Jer_24:8, la comunidad que vuelve a Palestina después del Destierro, Zac_8:6, Zac_8:11-12; Esd_9:8, Esd_9:13-15. Pero ese grupo es al mismo tiempo, en cada época, el germen, el vástago de un pueblo santo al que está prometido el futuro, Isa_11:10; Isa_37:31; Miq_4:7; Miq_5:6-7 [ Miq_5:7-8 ]; Eze_37:12-14; Zac_8:11-13.
Será una era de felicidad inaudita; los dispersos de Israel y de Judá, Isa_11:12-13; Jr 30-31, volverán a Tierra Santa, que será prodigiosamente próspera, Isa_30:23-26; Isa_32:15-17, y el pueblo de Dios se vengará de sus enemigos, Miq_4:11-13; Miq_5:6-8 [ Miq_5:7-9 ]. Pero estas perspectivas de prosperidad y poder materiales no constituyen lo esencial; simplemente acompañan al advenimiento del Reino de Dios. Y éste supone un clima espiritual: justicia y santidad, Isa_29:19-24, conversión interior y perdón divino, Jer_31:31-34, conocimiento de Dios, Isa_2:3; Isa_11:9; Jer_31:34, paz y gozo, Isa_2:4; Isa_9:6; Isa_11:6-8; Isa_29:19.
Para establecer y regir su reino sobre la tierra, el rey Yahvé tendrá un representante al que la unción le hará su vasallo: será el «ungido» de Yahvé, en hebreo su «mesías». Será un profeta, Natán, quien al prometer a David la permanencia de su dinastía, 2 S 7, formule la primera expresión de este mesianismo real cuyo eco se encuentra en ciertos Salmos, ver Introducción. Sin embargo, los fracasos y la mala conducta de la mayoría de los sucesores de David pareció que daba un mentís a ese mesianismo «dinástico» y la esperanza se concentró en un rey particular cuya venida se esperaba en un futuro próximo o lejano. Éste es el salvador que vislumbran los profetas, especialmente Isaías, pero también Miqueas y Jeremías. El Mesías (ahora sí se puede emplear la mayúscula) será del linaje de David, Isa_11:1; Jer_23:5 = Jer_33:15, y como él, saldrá de Belén-Efratá, Miq_5:1 [ Miq_5:2 ]. Recibirá los títulos más grandiosos, Isa_9:5, y el Espíritu de Yahvé reposará en él con todo el cortejo de sus dones, Isa_11:1-5. Para Isaías, él es el Emmanuel , «Dios con nosotros», Isa_7:14 ; para Jeremías, Yahvé sidqenû, «Yahvé, justicia nuestra», Jer_23:6, dos nombres que resumen el genuino ideal mesiánico.
Esta esperanza sobrevivió al derrumbamiento de los sueños del dominio terrestre y a la dura lección del Destierro, pero las perspectivas sufrieron un cambio. A pesar de las esperanzas puestas por unos momentos en el davídida Zorobabel por Ageo y Zacarías, el mesianismo real sufrió un eclipse: ningún descendiente de David se sentaba ya en el trono e Israel se encontraba sometido a dominación extranjera. Bien es verdad que Ezequiel espera la venida de un nuevo David, pero le llama «príncipe» y no «rey», y lo describe como mediador y pastor más que como soberano poderoso, Eze_34:23-24; Eze_37:24-25; Zacarías anunciará la venida de un rey, pero éste será humilde y pacífico, Zac_9:9-10. Para el Segundo Isaías, el Ungido de Yahvé no es un rey davídico, sino el rey de Persia, Ciro, Isa_45:1, instrumento de Dios para la liberación de su pueblo; y el mismo profeta introduce otra figura de salvador, el Siervo de Yahvé, que es maestro de su pueblo y luz de las naciones, y que predica con toda dulzura el derecho de Dios; no tendrá figura humana, será rechazado por los suyos, pero les conseguirá la salvación al precio de su propia vida, Isa_42:1-7; Isa_49:1-9; Isa_50:4-9, y principalmente Isa_52:13 hasta Isa_53:12. Finalmente, Daniel ve venir sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre, que recibe de Dios el imperio sobre todos los pueblos, un reino que no pasará, Dn 7. Hubo, sin embargo, un rebrote de la antigua corriente: en vísperas de nuestra era, la espera de un Mesías gozaba de amplia difusión, pero ciertos ambientes esperaban también a un Mesías sacerdotal, y otros a un Mesías trascendente.
La primera comunidad cristiana refirió todos estos pasajes proféticos a Jesús, quien concilió en sí mismo sus divergencias. Él es el Salvador, el Cristo, es decir, el Mesías, descendiente de David, nacido en Belén, el Rey pacífico de Zacarías y el Siervo doliente del Segundo Isaías, el niño Emmanuel anunciado por Isaías y también el Hijo del hombre de origen celeste, contemplado por Daniel. Pero estas referencias a los antiguos anuncios no deben ocultar la originalidad de este mesianismo cristiano, que se desprende de la persona y de la vida de Jesús. Él ha realizado las profecías, pero rebasándolas, y él mismo ha repudiado la noción política tradicional del mesianismo real.
Los libros de los profetas.
Se llama comúnmente «profetas escritores» a aquellos a quienes se les atribuye un libro en el canon de la Biblia. Lo que queda dicho respecto del ministerio profético muestra que tal denominación es inexacta: el profeta no es un escritor, es ante todo un orador, un predicador. El mensaje profético en su origen es hablado, pero debemos explicar cómo se ha pasado de la palabra hablada al libro escrito.
En estos libros encontramos tres clases de elementos: 1º «dichos proféticos», oráculos en los que unas veces es el propio Yahvé quien habla, otras el profeta en nombre de Yahvé, o bien trozos poéticos que contienen una enseñanza, un anuncio, una amenaza, una promesa...; 2º relatos en primera persona en los que el profeta refiere su experiencia, en especial su vocación; 3º relatos en tercera persona, que narran acontecimientos de la vida del profeta o las circunstancias de su ministerio. Pueden entreverarse estos tres géneros y frecuentemente ocurre que los relatos intercalan oráculos o discursos.
Los pasajes en tercera persona indican un redactor distinto del profeta. Tenemos un claro testimonio de esto en el libro de Jeremías. El profeta dictó a Baruc, Jer_36:4, todas las palabras que había pronunciado en nombre de Yahvé desde hacía veintitrés años, ver Jer_25:3. Habiendo quemado el rollo el rey Joaquín, Jer_36:23, un nuevo rollo fue escrito por el mismo Baruc, Jer_36:32. La relación de estos hechos sólo puede provenir del mismo Baruc, a quien, en consecuencia, se atribuirán también los relatos biográficos subsiguientes, Jr 37-44, que de hecho concluyen con una palabra de consuelo dirigida a Baruc por Jeremías, Jer_45:1-5. Incidentalmente, se nos dice que en el segundo rollo de Baruc «se añadió a aquéllas (palabras) otras muchas por el estilo» (añadidas por Baruc o por otros), Jer_36:32.
Circunstancias análogas pueden explicar la composición de otros libros. Es probable que los mismos profetas hayan escrito o dictado una parte de sus profecías o el relato de sus experiencias, ver Isa_8:1; Isa_30:8; Jer_30:2; Jer_51:60; Eze_43:11; Hab_2:2. Una parte de esta herencia ha podido también conservarse fielmente por mera tradición oral entre los que rodeaban a los profetas o entre sus discípulos (parece haber una alusión a los de Isaías, Isa_8:16). Estos mismos medios conservaban recuerdos de la vida de cada profeta, y tales recuerdos incluían también oráculos, por ejemplo, las tradiciones sobre Isaías reunidas en los libros de los Reyes, 2 R 18-20, y de allí trasladadas al libro de Isaías, Is 36-39, o bien el relato del conflicto entre Amós y Amasías, Amó_7:10-17.
Partiendo de estos elementos, se han formado colecciones que reúnen los oráculos del mismo estilo o los trozos que tratan de un mismo tema (por ejemplo los oráculos contra las naciones de Isaías, Jeremías y Ezequiel), o que contrarrestan los anuncios de infortunio con promesas de salvación (por ejemplo Miqueas). Estos escritos han sido leídos y meditados, y han contribuido a perpetuar las corrientes espirituales emanadas de los profetas; los contemporáneos de Jeremías citan una profecía de Miqueas, Jer_26:17-18; es frecuente la alusión a los antiguos profetas, Jer_28:8, y como un estribillo en Jer_7:25; Jer_25:4; Jer_26:5, etc.; luego en Zac_1:4-6; Zac_7:7, Zac_7:12; Dan_9:6, Dan_9:10; Esd_9:11. En los medios fervorosos que alimentaban su fe y su piedad con las profecías, los libros de los profetas seguían siendo algo vivo y lo mismo que en el rollo de Baruc, Jer_36:32, «se añadió a aquéllas (palabras) otras muchas por el estilo» por inspiración de Dios, para adaptarlas a las necesidades presentes del pueblo o para enriquecerlas; en algunos casos, como veremos en los libros de Isaías y Zacarías, tales adiciones pudieron ser extensas. Al hacer esto, los herederos de los profetas tenían la convicción de que preservaban y hacían fructificar el tesoro que de ellos habían recibido.
Los libros de los cuatro profetas «Mayores» se colocan en el canon conforme a su orden cronológico, que es el que seguiremos. La distribución de los doce Profetas «Menores» es más arbitraria. Intentaremos presentarlos también por orden cronológico en cuanto sea posible.
Isaías.
El profeta Isaías nació hacia el 765 a. C. El año de la muerte del rey Ozías, el 740, recibió en el templo de Jerusalén su vocación profética, la misión de anunciar la ruina de Israel y de Judá en castigo de las infidelidades del pueblo, Isa_6:1-13. Ejerció su ministerio durante cuarenta años, que fueron dominados por la amenaza creciente que Asiria hizo pesar sobre Israel y Judá. Se distinguen cuatro períodos entre los cuales se pueden distribuir los oráculos del profeta con mayor o menor seguridad. 1º Los primeros datan de los años (unos pocos) que separan su vocación de la subida al trono de Ajaz el 736. Por entonces, a Isaías le preocupaba sobre todo la corrupción moral que la prosperidad había traído a Judá, 1-5 en gran parte. 2º El rey de Damasco, Rasón, y el rey de Israel, Pécaj, quisieron entonces arrastrar al joven Ajaz a una coalición contra Teglatfalasar III, rey de Asiria. Ante su negativa, le atacaron, y Ajaz recurrió a Asiria. Isaías trató en vano de contrarrestar esta política demasiado humana. De esta época datan el «libro de Emmanuel», 7:1-11:9, en gran parte, pero también Isa_5:26-29 (?); Isa_17:1-6; Isa_28:1-4. Fracasada su misión ante Ajaz, Isaías se retiró de la escena pública, ver Isa_8:16-18. 3º El recurso de Ajaz a Teglatfalasar puso a Judá bajo la tutela de Asiria y precipitó la ruina del reino del Norte. Tras la anexión de una parte de su territorio el 734, la presión extranjera se agravó y, el 721, Samaría cayó en poder de los asirios. En Judá, Ezequías sucedió a Ajaz. Era un rey piadoso, animado de espíritu de reforma. Pero las intrigas políticas resurgieron, y entonces se buscó el apoyo de Egipto contra Asiria. Isaías, fiel a sus principios, quería que se rechazara toda alianza militar y se confiara en Dios. Se atribuyen a este comienzo del reinado de Ezequías Isa_14:28-32; 18; 20; Isa_28:7-22; Isa_29:1-14; Isa_30:8-17. Después de la represión de la revuelta y conquistada Asdod por Sargón, 20, Isaías volvió a su silencio. 4º Salió de él (705 a. C.) cuando Ezequías se dejó arrastrar a una rebelión contra Asiria. Senaquerib asoló Palestina el 701. Pero el rey de Judá quiso defender a Jerusalén. Isaías le apoyó en su resistencia y le prometió la ayuda de Dios; en efecto, la ciudad fue salvada. De esta última época datan por lo menos los oráculos de Isa_1:4-9 (?); Isa_10:5-15, Isa_10:27; Isa_14:24-27 y los pasajes de 28-32 que no se han atribuido al período precedente. Nada más sabemos de la vida de Isaías después del 700. Según una tradición judía, habría sido martirizado bajo Manasés.
Esta activa participación en los asuntos del país hace de Isaías un héroe nacional. Es también un poeta genial. El brillo de su estilo, la novedad de sus imágenes le convierten en el gran «clásico» de la Biblia. Sus composiciones tienen una gran fuerza concisa, una majestad, una armonía que jamás volverán a lograrse. Pero su grandeza es ante todo religiosa. Isaías quedó impresionado para siempre por la escena de su vocación en el Templo, donde tuvo la revelación de la trascendencia de Dios y de la indignidad del hombre. Su monoteísmo tiene algo de triunfal, y también de pavoroso: Dios es el Santo, el Fuerte, el Poderoso, el Rey. El hombre es un ser manchado por el pecado, del que Dios pide reparación. Porque Dios exige la justicia en las relaciones sociales y también la sinceridad en el culto que se le tributa. Quiere fidelidad. Isaías es el profeta de la fe y, en las grandes crisis que atraviesa su nación, pide que sólo se confíe en Dios: es la única posibilidad de salvación. Sabe que la prueba será dura, pero es el más grande de los profetas mesiánicos. El Mesías que anuncia es un descendiente de David que hará reinar la paz y la justicia sobre la tierra y difundirá el conocimiento de Dios, Isa_2:1-5; Isa_7:10-17; Isa_9:1-6; Isa_11:1-9; Isa_28:16-17.
Un genio religioso de esta magnitud dejó una huella profunda en su época y creó escuela. Se conservaron sus palabras y se les añadieron otras. El libro que lleva su nombre es el resultado de un largo trabajo de composición cuyas etapas es difícil establecer en su totalidad. El plan definitivo recuerda al de Jeremías (según el griego) y Ezequiel: 1-12, oráculos contra Jerusalén y Judá; 13-23, oráculos contra las naciones; 24-35, promesas. Pero no se trata de un plan rígido; por otra parte, el análisis ha demostrado que el libro seguía de una manera imperfecta el orden cronológico de la biografía de Isaías. Se formó a partir de varias colecciones de oráculos. Varios grupos se remontan al profeta mismo, ver Isa_8:16; Isa_30:8. Sus discípulos, inmediatos o remotos, reunieron otros conjuntos, glosando a veces las palabras del profeta o añadiendo otras. Los oráculos contra las naciones, agrupados en 13-23, recibieron piezas posteriores, en especial 13-14 contra Babilonia (exílico). Adiciones más extensas son: «el Apocalipsis de Isaías», 24-27, cuyo género literario y doctrina no permiten situarlo antes del siglo V a. C.; una liturgia profética según el Éxodo, 33; un «pequeño Apocalipsis», 34-35, que depende del Segundo Isaías. Finalmente, se pusieron en apéndice el relato de la acción de Isaías durante la campaña de Senaquerib, 36-39, tomado de 2 R 18-19 con la inserción de un salmo postexílico puesto en labios de Ezequías, Isa_38:9-20.
El libro recibió todavía adiciones más considerables. Los caps. 40-55 no pudieron ser elaborados por el profeta del siglo VIII. No sólo no se nombra jamás en ellos a Isaías, sino que hasta el marco histórico es posterior a él en un par de siglos: Jerusalén ha sido tomada, el pueblo se halla cautivo en Babilonia, Ciro aparece ya en escena y será el instrumento de la liberación. Sin duda, la omnipotencia divina podría trasladar al profeta a un futuro remoto, arracándole del presente y cambiar sus imágenes y sus pensamientos. Pero esto supondría un desdoblamiento de su personalidad y un olvido de sus contemporáneos —a quienes era enviado— que no tiene paralelo en la Biblia y son contrarios a la noción misma de la profecía, que solamente incluye la intervención del futuro en cuanto es enseñanza para el presente. Estos capítulos contienen la predicación de un anónimo, un continuador de Isaías, y gran profeta como él, al que, a falta de algo más concreto, llamamos el Deutero-Isaías o el Segundo Isaías. Predicó en Babilonia entre las primeras victorias de Ciro, el 550 a. C., que permitían presagiar la ruina del imperio babilónico, y el edicto liberador del 538, que autorizó los primeros regresos. La colección, que realmente no sufrió una elaboración, presenta mayor unidad que los caps. 1-39. Comienza con lo que equivale a un relato de vocación profética, Isa_40:1-11, y finaliza con una conclusión, Isa_55:6-13. A tenor de sus primeras palabras: «Consolad, consolad a mi pueblo», Isa_40:1, se le llama «Libro de la Consolación de Israel».
Ése es, en efecto, su tema principal. Los oráculos de los caps. 1-39 generalmente contenían amenazas y estaban llenos de alusiones a los acontecimientos de los reinados de Ajaz y Ezequías; los de los caps. 40-55 se apartan de este contexto histórico y tratan de consolar. El juicio ha concluido con la ruina de Jerusalén, el tiempo de la restauración está cerca. Será una renovación completa, y se subraya este aspecto con la importancia que se da al tema de Dios creador unido al de Dios salvador. Un nuevo Éxodo, más maravilloso que el primero, devolverá al pueblo a una nueva Jerusalén, más hermosa que la primera. Esta distinción entre dos tiempos, el de las «cosas pasadas» y el de las «cosas futuras» señala el comienzo de la escatología. En relación con el primer Isaías, el pensamiento está construido de manera más teológica. El monoteísmo está afirmado doctrinalmente y demostrada la vanidad de los falsos dioses por su impotencia. Se subraya la sabiduría y la providencia insondables de Dios. Por primera vez se expresa claramente el universalismo religioso. Y estas verdades se dicen con un tono encendido y ritmo corto, que manifiestan la urgencia de la salvación.
En el libro están incluidas cuatro piezas líricas, los «cantos del Siervo», Isa_42:1-4 (5-9); Isa_49:1-6; Isa_50:4-9 (10-11); 52:13-53:12. Presentan a un perfecto discípulo de Yahvé (del Yahvé que reúne a su pueblo y es luz de las naciones), que predica la verdadera fe, que expía con su muerte los pecados del pueblo y es glorificado por Dios. Estos pasajes son de los más estudiados del Antiguo Testamento y no hay acuerdo ni en cuanto a su origen ni en cuanto a su significación. Parece muy probable la atribución de los tres primeros cantos al Segundo Isaías; es probable que el cuarto se deba a uno de sus discípulos. Se discute mucho la identificación del Siervo. A menudo se ha visto en él una imagen de la comunidad de Israel, a la que efectivamente otros pasajes del Segundo Isaías dan el título de «siervo». Pero los rasgos individuales están demasiado marcados, por lo que otros exegetas, que en la actualidad forman mayoría, reconocen en el Siervo a un personaje histórico del pasado o del presente; en esta perspectiva, la opinión más atrayente es la que identifica al Siervo con el mismo Segundo Isaías; el cuarto canto habría sido añadido después de su muerte. Se han combinado también las dos interpretaciones, considerando al Siervo como un individuo que reúne en sí los destinos de su pueblo.
De todos modos, una interpretación que se limite al pasado o al presente no explica suficientemente los textos. El Siervo es el mediador de la salvación futura y esto justifica la interpretación mesiánica que incluso una parte de la tradición judía ha dado de estos pasajes, excepto en el aspecto del dolor. Por el contrario, son precisamente los textos acerca del Siervo doliente y su expiación vicaria los que Jesús ha recogido aplicándoselos a sí mismo y a su misión, Luc_22:19-20, Luc_22:37; Mar_10:45, y la primera predicación cristiana reconoció en él al Siervo perfecto anunciado por el Segundo Isaías, Mat_12:17-21; Jua_1:29.
La última parte del libro, caps. 56-66, ha sido considerada como obra de algún otro profeta, al que se le ha llamado el Trito-Isaías o Tercer Isaías. Hoy en día se reconoce generalmente que es una colección heterogénea. El Salmo de 63:7-64:11 parece anterior al fin del Destierro; el oráculo de Isa_66:1-4 es coetáneo de la reconstrucción del Templo hacia el 520 a. C. El pensamiento y el estilo de los caps. 60-62 los emparentan muy estrechamente con el Segundo Isaías. Los caps. 56-59, en conjunto, pueden datar del siglo V a. C. Los capítulos 65-66 (excepto Isa_66:1-4), de sabor fuertemente apocalíptico, han sido datados por algunos exegetas en la época griega, pero otros los sitúan a la vuelta del Destierrro. Considerada globalmente, esta tercera parte del libro se presenta como obra de los continuadores del Segundo Isaías; es el último producto de la tradición isaiana, que ha prolongado la acción del gran profeta del siglo VIII.
En una cueva a orillas del mar Muerto se ha encontrado un manuscrito completo de Isaías, que probablemente data del siglo II antes de nuestra era. Se aparta del texto masorético por una ortografía especial y por variantes que en parte son útiles para la fijación del texto.
Isaías 17,1
REFERENCIAS CRUZADAS
[1] Jer_49:23-27; Amó_1:3-6
NOTAS
17:1 A pesar del título, sólo la primera parte se refiere a Damasco y aun ello paralelamente con Israel, que será el tema de las estrofas siguientes. El oráculo puede datarse en torno al año 735, en que Damasco e Israel eran aliados contra Judá, ver Isa_7:1+. Damasco será tomada por Teglatfalasar el 732, y Samaría por Sargón el 721.