Isaías 61 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 11 versitos |
1

Misión del profeta
42,1-4; Lc 4,18s

El Espíritu del Señor
está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido.
Me ha enviado para dar
una buena noticia a los que sufren,
para vendar
los corazones desgarrados,
para proclamar
la liberación a los cautivos
y a los prisioneros la libertad,
2 para proclamar
el año de gracia del Señor,
el día del desquite de nuestro Dios;
para consolar a los afligidos;
3 para cambiar su ceniza en corona,
su luto en perfume de fiesta,
su abatimiento en traje de gala.
Los llamarán Robles del Justo,
plantados por el Señor, para su gloria.
4

Restauración

Reconstruirán las viejas ruinas,
levantarán los antiguos escombros;
renovarán las ciudades en ruinas,
los escombros
de muchas generaciones.
5 Se presentarán extranjeros
a pastorear sus rebaños,
y forasteros
serán sus labradores y viñadores.
6 Ustedes se llamarán
Sacerdotes del Señor,
dirán de ustedes:
Ministros de nuestro Dios.
Comerán la opulencia de los pueblos,
y tomarán posesión de sus riquezas.
7 A cambio de su vergüenza
e insultos,
ellos obtendrán una porción doble;
poseerán el doble en su país,
y gozarán de alegría perpetua.
8 Porque yo, el Señor, amo la justicia,
detesto la rapiña y el crimen.
Les daré su salario fielmente
y haré con ellos una alianza perpetua.
9 Su descendencia
será célebre entre las naciones,
y sus vástagos entre los pueblos.
Quienes los vean reconocerán
que son la descendencia
que bendijo el Señor.
10 Como el suelo echa sus brotes,
como un jardín
hace germinar sus semillas,
así el Señor hará brotar la justicia
y su fama frente a todos los pueblos.
11

La nueva Jerusalén
49,14-26; 54,11-17; 60

Desbordo de gozo con el Señor,
y me alegro con mi Dios:
porque me ha vestido un traje de gala
y me ha envuelto
en un manto de triunfo,
como novio que se pone la corona
o novia que se adorna con sus joyas.

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Introducción a Isaías

PROFETAS

Libros proféticos. El apelativo de profeta se ha aplicado en la Biblia a los grandes amigos de Dios que han desarrollado un papel decisivo en la historia del pueblo de Israel, ya sea como líderes carismáticos (Abrahán, Moisés, etc.) o como autores inspirados que escribieron esa historia a la luz de la inspiración divina (de Josué a los libros de los Reyes). La Biblia hebrea los denominó con el término genérico de «profetas anteriores», para distinguirlos de los profetas propiamente dichos, los cuales, a su vez, fueron catalogados como «profetas mayores», Isaías, Jeremías y Ezequiel, y los 12 «profetas menores».
«Elección, vocación y misión» podrían resumir la experiencia excepcional de Dios que lanzaron a estos hombres a enfrentarse con el pueblo en momentos decisivos de su historia, para denunciar el pecado, llamar a la conversión, avivar la fe, abrir un horizonte trascendente de esperanza e interpretar los signos de los tiempos a la luz de la revelación divina.

ISAÍAS

La profecía de Isaías. Isaías es el primero de los grandes profetas, cuya personalidad e impacto de su mensaje hizo que bajo su nombre y autoridad se reuniera una colección de escritos proféticos posteriores a su muerte y a su época, formando una obra de conjunto que nos ha sido transmitida como la «profecía de Isaías».
Durante siglos todo el escrito se atribuyó a un solo autor, a Isaías -que en hebreo significa «El Señor salva»-. Hoy día la obra aparece claramente dividida en tres partes: los capítulos 1-39 serían del profeta Isaías propiamente dicho; los capítulos 40-55, de un profeta anónimo que ejerció su ministerio, dos siglos más tarde, entre los desterrados de Babilonia, durante el ascenso de Ciro (553-539 a.C.), y al que conocemos como Isaías II o Deuteroisaías; finalmente, los capítulos 56-66 formarían una colección de oráculos heterogéneos perteneciente a la época del retorno del destierro y de la reconstrucción del templo, a la que se le ha dado el título de Isaías III o Tritoisaías.
A pesar de las diferencias entre sí y del largo período histórico que abarcan las tres partes de la obra (tres siglos), el conjunto del escrito aparece como un todo unitario, portador de un mismo espíritu profético y de una misma visión trascendente de la historia.

Isaías el profeta.
De la persona de Isaías sólo sabemos lo que él mismo dice en su libro y lo que nos deja leer entre líneas: un hombre exquisitamente culto, de buena posición social, quien siguiendo quizás una tradición familiar ocupó un puesto importante en la corte real de Jerusalén. Hijo de un tal Amós, sintió la vocación profética en el año 742 a.C. «el año de la muerte del rey Ozías» (6,1).
Ya metido en su ministerio profético, se casó con una mujer designada como «profetisa» (8,3), de la que tuvo dos hijos, cuyos nombres simbólicos (7,3 y 8,3) se convierten en oráculo vivo sobre la suerte del pueblo. Toda su actividad profética se desarrolló en Jerusalén, durante los reinados de Ozías (Azarías), Yotán (739-734 a.C.), Acaz (734-727 a.C.) y Ezequías (727-698 a.C.).

Su época
. En el terreno de la política internacional, el libro de Isaías nos trasmite los ecos de un período de angustia que discurre bajo la sombra amenazadora del expansionismo del imperio asirio. El año 745 a.C. sube al trono Tiglat Piléser III, consumado y creativo militar. Con un ejército incontrastable va sometiendo naciones con la táctica del vasallaje forzado, los impuestos crecientes, la represión despiadada. Sus sucesores, Salmanazar V (727-722 a.C.) y Senaquerib (704-681 a.C.), siguen la misma política de conquistas. Cae pueblo tras pueblo, entre ellos Israel, el reino del norte, cuya capital, Samaría, es conquistada (722 a.C.), a lo que seguiría, poco después, una gran deportación de israelitas y la instalación de colonos extranjeros en el territorio ocupado.
Mientras tanto, el reino de Judá que ha mantenido un equilibrio inestable ante la amenaza Asiria, se suma, en coalición con otras naciones y contra los consejos de Isaías, a un intento de rebelión, y provoca la intervención armada del emperador que pone cerco a Jerusalén. La capital se libra de modo inesperado: el invasor levanta el cerco, pero impone un fuerte tributo ( 2Re_18:14 ).

Mensaje religioso. Como escritor, Isaías es el gran poeta clásico, dueño de singular maestría estilística; amante de la brevedad, la concisión y las frases lapidarias. En su predicación al pueblo sabe ser incisivo, con imágenes originales y escuetas, que sacuden con su inmediatez.
La visión de la santidad y del poder universal de Dios que ha tenido en su llamada profética dominará toda su predicación. Verá la injusticia contra el pobre y el oprimido como una ofensa contra «el Santo de Israel», su nombre favorito para designar a Dios. Desde esa santidad, tratará de avivar la vacilante fe del pueblo.
A la soberanía de Dios se opone el orgullo de las naciones poderosas, orgullo que será castigado pues el destino de todas las naciones está en sus manos. Es justamente este orgullo -antítesis de la fe, de labrarse su propio destino a través de alianzas con potencias vecinas- el pecado de Judá que más denunciará y fustigará el profeta. Pero a pesar de las infidelidades del pueblo y sus dirigentes, Isaías abrirá un horizonte mesiánico de esperanza: Dios se reservará un «resto» fiel de elegidos, hará que perdure la dinastía de David y convertirá a Jerusalén en el centro donde se cumplirán sus promesas.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Isaías 61,1-3Misión del profeta. El profeta anuncia que ha sido ungido y enviado por el Señor para portar la Buena Noticia a su pueblo. Los términos de esta Buena Noticia son, en primer lugar, la consolación (1-3), la reconstrucción (4) y un cambio total de la situación (5-7). Todo lo cual queda ratificado por una nueva Alianza que establecerá Dios con su pueblo. Finaliza el poema con un canto de acción de gracias, en donde el profeta personifica a Sión. Es de notar que las palabras iniciales de este poema son las que utiliza Lucas (Luc_4:18s) para enmarcar el punto de partida de la misión de Jesús. El «año de gracia» o «año jubilar» (Lev_25:8-16), se debía proclamar en Israel cada 49 años, e incluía condonación de deudas, liberación de los esclavos y retorno a la propiedad familiar. Esta ley no se cumplía desde hacía tiempo. Cuando se instituyó sirvió para remediar la situación de empobrecimiento de muchos israelitas; el espíritu era nivelar socialmente al pueblo, un volver a comenzar.
¿No sería ésta una buena solución para el problema del empobrecimiento mundial? ¿Seremos demasiado ingenuos si apostamos por esta posibilidad? El jubileo en Israel nunca se pensó para ser vivido «espiritualmente», tenía connotaciones muy concretas, animado, eso sí, por el espíritu o por la espiritualidad de la justicia.


Isaías 61,4-9Restauración. De nuevo un mensaje de consuelo y esperanza para quienes añoraban volver a tener una ciudad restaurada.