CANTAR DE LOS CANTARES
Tema del Cantar. Un único tema recorre todo el poema del Cantar de los Cantares (o el «supremo cantar»): el amor de marido y mujer, el misterioso descubrimiento del otro, a quien darse sin perderse, realizando la plenitud de la unión en la fuerza creadora, en el poder fecundo del momento eterno. De esto nos habla este brevísimo libro de canciones para una boda, diálogo de novios recordando y esperando, de amantes que se buscan, cantan su amor, se unen, se vuelven a separar, superan las dificultades para unirse definitivamente.
Durante la semana que sigue a la boda los novios son rey y reina; si él es Salomón, ella es Sulamita, si él es «pastor de azucenas», ella es «princesa de los jardines». Son canciones con dos protagonistas por igual. Él y ella, sin nombre declarado, son todas las parejas del mundo que repiten el milagro del amor.
El amor del Cantar Bíblico cree en el cuerpo, contempla extasiado el cuerpo del amado y de la amada, y lo canta y lo desea. Lo contempla como cifra y suma de bellezas naturales: montañas, árboles, animales. La belleza total y multiforme de la creación reside en el cuerpo cantado: gacelas, gamos, cervatillos, palomas y cuervos, granadas y azucenas, palmeras y cedros, los montes del Líbano; también la belleza que fabrica el ser humano: joyas y copas, columnas y torres. Es un amor que rubrica y proclama que todas las criaturas que salieron de la mano del Creador son buenas, sobre todo el hombre y la mujer.
El amor de este libro todavía tiene resquicios de temor y dolor: raposas que destrozan, sorpresas nocturnas, llamadas en vano, búsquedas sin encuentro, las dos obscuridades del Abismo y de la Muerte...Todavía no es perfecto. Pero precisamente en su límite nos descubre un amor sin límites, sin sombra ni recuerdo de temor, la plenitud de amar a Dios y a todo en él.
Autor y estilo literario. Nada cierto sabemos sobre el autor o autores de las canciones o sobre el recopilador de la colección. La leyenda dice que su autor es Salomón y que lo compuso para su boda con una princesa egipcia, pero no pasa de ser una leyenda. Una ingeniosa y fantástica teoría dice que Salomón compuso el Cantar en su juventud, ya maduro los Proverbios, de viejo el Eclesiastés.
El estilo del Cantar se adapta al tema: es rico en imágenes y comparaciones, se complace en expresiones de doble sentido como corresponde al lenguaje erótico. Cuida mucho la sonoridad, pues los poemas se cantaban o recitaban.
¿Tiene una unidad y una progresión el libro? ¿Dónde comienza una escena y acaba otra? Imposible saberlo. Quien lea detenidamente el texto observará repeticiones de palabras y estribillos, pasará de un escenario a otro: del interior del palacio al campo abierto, por ejemplo. La luz y los colores, los sonidos y los olores, las metáforas y las comparaciones, la naturaleza y la historia, lo cotidiano y lo exótico, todo este arco iris de géneros literarios está al servicio de una intención: cantar al amor.
¿Qué amor canta el Cantar? ¿Cómo este libro, franco y atrevido, sobre el amor humano entró a formar parte de la Biblia como palabra inspirada de Dios? Porque de eso trata, del amor humano pura y simplemente. Esto hizo que el Cantar encontrara dificultades en la tradición judía para ser admitido como libro santo y que tuviera que ser defendido como tal en la famosa «Asamblea de Yamnia» (entre los años noventa y cien de nuestra era). El rabino Aquibá dijo en aquella ocasión: «el mundo entero no es digno del día en que fue dado a Israel el Cantar de los Cantares, ya que los hagiógrafos son santos, pero el Cantar de los Cantares es santísimo» (Yad III,5).
Puesto que el Cantar se prestaba a usos profanos, tuvo que «ser interpretado» para ser recibido en la Biblia. Así es cómo comenzó la interpretación «alegórica», que de la tradición judía pasó a la tradición cristiana: el Cantar habla del amor, sí, pero de Dios (el esposo) a Israel (su esposa). En el cristianismo los interlocutores serían Cristo y la Iglesia, Cristo y el alma, el Espíritu Santo y María. Se llegó incluso a decir que el libro propone un auténtico itinerario místico que finaliza en el matrimonio espiritual del alma con Dios a la manera del eros platónico.
Aunque sin negarla, hoy día no tenemos que recurrir a la alegoría para justificar la inspiración divina de estas canciones de amor. Antes que la lectura alegórica del libro está el sentido literal, y este sentido es ya teológico, y es el que nos llevará a una lectura superior de carácter alegórico ¿No es el amor humano digno de ser Palabra de Dios? El amor que procede de Dios nos lleva a Dios que es Amor. Si el amor del Cantar, sin perder nada de su intensidad, pudiera abarcar y abrazar a todos, ese amor sería la más alta encarnación del amor de Dios.
Cantares 5,1-16XIV. La mujer herida de amor durante el banquete ya ha soñado una vez (3,1-5). Sueña nuevamente en este segundo nocturno, que finaliza con el conjuro dirigido a las «muchachas de Jerusalén» (como en 3,5). Este segundo sueño es más intenso: llega a convertirse en pesadilla. El corazón vigilante percibe un rumor lejano. Los oídos atentos oyen primero una llamada a la puerta y después las palabras nítidas del amado. Si es la amada quien responde al requerimiento, lo que dice suena a dilación, que puede excitar más aún el deseo. Pero quizás todo sea un sueño: tanto la voz del amado cuanto la respuesta de la muchacha. De hecho la mujer sueña con la entrega total y nos informa de su experiencia inefable con esta expresión: «Mis entrañas se estremecieron». Jeremías la aplica la ternura de Dios (Jer_31:20) y el evangelio al amor de Jesús hacia su amigo Lázaro (Jua_11:33.38). Ya levantada, desaparecen el rostro y la voz del amado. Quedan tan sólo unos dedos de los que fluye mirra (no es claro si son los dedos de la mujer o del varón). La búsqueda es infructuosa, y la llamada no tiene respuesta. Los centinelas de la ciudad no son preguntados, sino que abusan de la mujer, acaso porque la han identificado por su vestimenta: por el velo. La herida de amor se hace insufrible, tanto que la mujer ya no pide a las muchachas de Jerusalén que no despierten ni desvelen al amor, sino que informen al amado que la mujer enamorada ha sido herida por el Amor (una vez más sin artículo en el texto hebreo). Esta herida duele mucho más que los ultrajes, mucho más que las pesadillas. Duele el alma, cuando quien ama enamoradamente no encuentra a su amado.
XV. Formalmente este idilio es una continuación del anterior: es la respuesta al conjuro. Temáticamente es la réplica al idilio que hemos escuchado en 4,1-7. La descripción del cuerpo desnudo del varón obedece a lo que tiene de particular el amado. Un combinado de colores, que van del negro de los cabellos al blanco de los ojos -pasando por el color rosáceo y por el amarillo del oro-, un conjunto de minerales nobles -como el marfil y el alabastro- y también de perlas, como las gemas y los zafiros; el oro en la cabeza, a medio cuerpo y en los pies; las balsameras y las plantas aromáticas, así como la altura semejante a la de los cedros, sirven para describir más una estatua hierática que una figura humana. Algo de vida y de movimiento se advierte cuando se describen los labios que destilan mirra líquida. Esta estatua, sin embargo, emite una luz casi divina: todo él es radiante. Para la mujer enamorada no hay nada frío en la descripción hecha, sino que todo cuanto es el amado le torna delicioso y codiciable. Al finalizar el idilio se subraya con énfasis: «así es mi amado, así es mi amigo, muchachas de Jerusalén». Nadie, en efecto, hay como él. Nadie reúne tanta luz y tantos colores en tan breve espacio. Ningún cuerpo es semejante al cuerpo del amado.