Levítico 9 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 24 versitos |
1

Primeros sacrificios públicos

El día octavo Moisés llamó a Aarón, a sus hijos y al senado de Israel.
2 Y dijo a Aarón:
– Toma un novillo para el sacrificio por el pecado y un carnero para el holocausto, ambos sin defecto, y ofrécelos en presencia del Señor.
3 Y di a los israelitas: Tomen un chivo para el sacrificio por los pecados, un novillo y un cordero de un año y sin defecto, para el holocausto;
4 un toro y un carnero para el sacrificio de comunión, que sacrificarán en presencia del Señor, y una ofrenda amasada con aceite, porque hoy se les mostrará el Señor.
5 Llevaron ante la tienda del encuentro lo que Moisés había mandado, y acercándose toda la comunidad, se colocó ante el Señor.
6 Moisés les dijo:
– Cumplan todo cuanto el Señor ha ordenado, y se les mostrará su Gloria.
7 Después dijo a Aarón:
– Acércate al altar a ofrecer tu sacrificio expiatorio y tu holocausto. Realiza así la expiación por ti y por el pueblo, presenta luego la ofrenda del pueblo y realiza la expiación por él, como el Señor ha ordenado.
8 Aarón se acercó al altar y degolló el novillo del sacrificio por su propio pecado.
9 Los aaronitas le acercaron la sangre, y él, mojando un dedo en ella, untó los salientes del altar. Después derramó la sangre al pie del mismo altar.
10 Dejó quemarse sobre el altar la grasa, los riñones y el lóbulo del hígado de la víctima, como el Señor se lo había ordenado a Moisés.
11 La carne y la piel las quemó fuera del campamento.
12 Después degolló la víctima del holocausto, los aaronitas le acercaron la sangre y él roció el altar por todos los lados.
13 Le acercaron la víctima cortada en pedazos y la cabeza, y Aarón las dejó quemarse sobre el altar.
14 Lavó vísceras y patas y las dejó quemarse junto con el holocausto, sobre el altar.
15 Aarón tomó el chivo, víctima expiatoria del pueblo, y lo degolló en sacrificio por el pecado, igual que el primer chivo.
16 Ofreció el holocausto según el ritual.
17 Hizo la ofrenda. Y tomando un puñado de ella, lo dejó quemarse sobre el altar, junto con el holocausto matutino.
18 Degolló el toro y el carnero del sacrificio de comunión del pueblo, los aaronitas le acercaron la sangre y él roció el altar por todos los lados.
19 La grasa del toro y del carnero, la cola, la grasa que envuelve las vísceras, los dos riñones con su grasa y el lóbulo del hígado,
20 los puso junto a la grasa del pecho y lo dejó quemarse sobre el altar.
21 El pecho y la pierna derecha los agitó ritualmente en presencia del Señor, como Moisés lo había ordenado.
22

Bendición
Nm 6,22-26

Aarón, alzando las manos sobre el pueblo, lo bendijo, y después de haber ofrecido el sacrificio por el pecado, el holocausto y el sacrificio de comunión, bajó.
23 Aarón y Moisés entraron en la tienda del encuentro. Cuando salieron bendijeron al pueblo. Y la Gloria del Señor se mostró a todo el pueblo.
24 De la presencia del Señor salió fuego que devoró el holocausto y la grasa. Al verlo, el pueblo aclamó y cayó rostro a tierra.

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Introducción a Levítico

LEVITICO

De todos los libros del Antiguo Testamento, el Levítico es el más extraño, el más erizado e impenetrable. Tabúes de alimentos, normas primitivas de higiene, insignificantes prescripciones rituales acobardan o aburren al lector de mejor voluntad. Hay creyentes que comienzan con los mejores deseos a leer la Biblia, y al llegar al Levítico desisten.
Es verdad que este libro puede interesar al etnólogo, porque encuentra en él, cuidadosamente formulados y relativamente organizados, múltiples usos parecidos a los de otros pueblos, menos explícitos y articulados. Sólo que no buscamos satisfacer la curiosidad etnológica. El Levítico es un libro sagrado, recogido entero por la Iglesia y ofrecido a los cristianos para su alimento espiritual como Palabra de Dios.
El Levítico, libro cristiano, ¿no sería mejor decir que es un libro abolido por Cristo? Todos los sacrificios reducidos a uno, y éste renovado en la sencillez de un convite fraterno; todas las distinciones de animales puros e impuros arrolladas por el dinamismo de Cristo, que todo lo asume y santifica. Desde la plenitud y sencillez liberadora de Cristo, el Levítico se nos antoja como un catálogo de prescripciones jurídicas abolidas, como país de prisión que recordamos sin nostalgia. Este sentido dialéctico del libro es interesante, desde luego, y llegará hasta ser necesario para denunciar la presencia reptante del pasado entre nosotros, para sanarmos de la tentación de recaída.
Entonces, ¿aquellas leyes eran malas? ¿Cómo las atribuye la Escritura a Dios? Tenemos que seguir buscando un acceso vivo a estas páginas, y no es poco que desafíen nuestro conformismo y curiosidad. El Levítico nos obliga a buscar, y esto es algo.

Contexto histórico en el que surgió el Levítico. En el s. V a.C. los judíos formaban una provincia bajo el dominio de Persia. No tenían independencia política ni soberanía nacional y dependían económicamente del gobierno imperial. No tenían rey ni tampoco, quizás, profetas, pues la época de las grandes personalidades proféticas había ya pasado. Pero eran libres para practicar su religión, seguir su derecho tradicional y resolver sus pleitos. Muchos judíos vivían y crecían en la diáspora.
En estas circunstancias el Templo y el culto de Jerusalén son la gran fuerza de cohesión, y los sacerdotes sus administradores. La otra fuerza es la Torá, conservada celosamente, interpretada y aplicada con razonable uniformidad en las diversas comunidades. Es así como surgió el enorme cuerpo legislativo conocido posteriormente con el nombre de Levítico -perteneciente al mundo sacerdotal o clerical- con todas las normas referentes al culto, aunque contiene algunas de ámbito civil o laico.
Con cierta lógica, el recopilador insertó este código legal en la narrativa del Éxodo, en el tiempo transcurrido -casi dos años- desde la llegada de los israelitas al Sinaí (Éx 19) y su salida (Nm 10). Es así como el libro del Levítico llegó a formar parte del Pentateuco.

Mensaje religioso. Procuremos trasladarnos al contexto vital del libro, no por curiosidad distante, sino buscando el testimonio humano. Pues bien, en estas páginas se expresa un sentido religioso profundo: el ser humano se enfrenta con Dios en el filo de la vida y la muerte, en la conciencia de pecado e indignidad, en el ansia de liberación y reconciliación. Busca a Dios en el banquete compartido; se preocupa del prójimo tanteando diagnósticos, adivinando y previniendo contagios, ordenando las relaciones sexuales para la defensa de la familia.
El Levítico es en gran parte un libro de ceremonias, sin la interpretación viva y sin los textos recitados. En este sentido, resulta un libro de consulta más que de lectura. Pero, si superando la maraña de pequeñas prescripciones, llegamos a auscultar un latido de vida religiosa, habremos descubierto una realidad humana válida y permanente.
Traslademos el libro al contexto cristiano, y desplegará su energía dialéctica. Ante todo nos hará ver cómo lo complejo se resuelve en la simplicidad de Cristo. Pero al mismo tiempo debemos recordar que la simplicidad de Cristo es concentración, y que esa concentración exige un despliegue para ser comprendida en su pluralidad de aspectos y riqueza de contenido. Cristo concentra en su persona y obra lo sustancial y permanente de las viejas ceremonias; éstas, a su vez, despliegan y explicitan diversos aspectos de la obra de Cristo. Así lo entendió el autor de la carta a los Hebreos, sin perderse en demasiados particulares, pero dándonos un ejemplo de reflexión cristiana.
Contemplando el Levítico como un arco entre las prácticas religiosas de otros pueblos y la obra de Cristo, veremos en él la pedagogía de Dios. Pedagogía paterna y comprensiva y paciente: comprende lo bueno que hay en tantas expresiones humanas del paganismo, lo aprueba y lo recoge, lo traslada a un nuevo contexto para depurarlo y desarrollarlo. Con esos elementos encauza la religiosidad de su pueblo, satisface la necesidad de expresión y práctica religiosa. Pero al mismo tiempo envía la palabra profética para criticar el formalismo, la rutina, el ritualismo, que son peligros inherentes a toda práctica religiosa.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Levítico 9,1-21Primeros sacrificios públicos. Hay toda una intencionalidad teológica por parte de la corriente sacerdotal (P) en relacionar su concepto y doctrina sobre la creación con el culto en Israel. En 8,33.35 estipulaba que la consagración del sumo sacerdote y los demás sacerdotes debía durar siete días, tiempo que debían permanecer en la tienda del encuentro; esos siete días evocan simbólicamente los seis días de la creación y el séptimo del descanso divino. Sólo el octavo día está la obra completada, dispuesta a funcionar con un fin determinado, y por eso sólo el octavo día se da inicio al culto público. A partir de entonces, la comunidad puede empezar a disfrutar de su culto, pero sobre todo puede contar con que, gracias a ese culto, la presencia de Dios se encuentra en medio de ellos (4-6.24).
Si la creación divina tiene como antecedente el caos, la oscuridad y el abismo vacío, el culto de Israel tiene como antecedente un pueblo que todavía no era pueblo, sino una masa informe de esclavos. Por ello, para la corriente sacerdotal (P) lo central del Sinaí no es la alianza, sino el lugar de origen del culto puesto bajo la autoridad divina y que otorga identidad y forma al pueblo, de modo que cuenta con la presencia permanente de Dios.


Levítico 9,22-24Bendición. El signo de la aprobación divina a todo lo que se ha realizado en esos ocho días es la irrupción del fuego que sale de la presencia de Dios y que devora el holocausto (24), idéntica a la aprobación y confirmación que recibe Elías como profeta del Señor en el monte Carmelo delante de los profetas de Baal (1Re_18:20-40). La aprobación y confirmación divinas también quedan ratificadas y reconocidas por parte de todo el pueblo, que aclama y cae rostro en tierra (24). El culto israelita queda establecido con la bendición de Aarón, sumo sacerdote, y de Moisés (22s), con la presencia de la Gloria de Dios (23b) y con la postración del pueblo (24b). Cualquier desviación de las estipulaciones confirmadas y aceptadas hasta aquí acarrearán incluso la muerte, como muestra el relato del siguiente capítulo.