I Samuel 8 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
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Los israelitas piden un rey – La monarquía

Cuando Samuel llegó a viejo, nombró a sus hijos jueces de Israel.
2 El hijo mayor se llamaba Joel y el segundo Abías; ejercían el cargo en Berseba.
3 Pero no se comportaban como su padre; atentos sólo al provecho propio, aceptaban sobornos y pervirtieron la justicia.
4 Entonces los ancianos de Israel se reunieron y fueron a entrevistarse con Samuel en Ramá.
5 Le dijeron:
– Mira, tú ya eres viejo y tus hijos no se comportan como tú. Nómbranos un rey que nos gobierne, como es costumbre en todas las naciones.
6 A Samuel le disgustó que le pidieran ser gobernados por un rey, y se puso a orar al Señor.
7 El Señor le respondió:
– Escucha al pueblo en todo lo que te pidan. No te rechazan a ti, sino a mí; no me quieren por rey.
8 Como me trataron desde el día que los saqué de Egipto, abandonándome para servir a otros dioses, así te tratan a ti.
9 Por eso, escucha su reclamo; pero adviérteles bien claro, explícales los derechos del rey.
10 Samuel comunicó la Palabra del Señor a la gente que le pedía un rey:
11 –Éstos son los derechos del rey que los regirá: él tomará a los hijos de ustedes y los destinará a sus carros de guerra y a su caballería y ellos correrán delante de su carroza;
12 los empleará como jefes y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y para recoger su cosecha, como fabricantes de armamentos y de arneses para sus carros.
13 A sus hijas se las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras.
14 Les quitará sus mejores campos, viñas y olivares para dárselos a sus ministros.
15 Exigirá el diezmo de los sembrados y las viñas, para dárselos a sus funcionarios y ministros.
16 A sus criados y criadas, a sus mejores burros y bueyes se los llevará para usarlos en su hacienda.
17 De sus rebaños les exigirá diezmos. ¡Y ustedes mismos serán sus esclavos!
18 Entonces gritarán contra el rey que se han elegido, pero Dios no les responderá.
19 El pueblo no quiso hacer caso a Samuel, e insistió:
– No importa. ¡Queremos un rey!
20 Así nosotros seremos como los demás pueblos. Que nuestro rey nos gobierne y salga al frente de nosotros a luchar en la guerra.
21 Samuel oyó lo que pedía el pueblo y se lo comunicó al Señor.
22 El Señor le respondió:
– Escúchalos y nómbrales un rey.
Entonces Samuel dijo a los israelitas:
–¡Vuelva cada uno a su ciudad!

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Samuel 8,1-22Los israelitas piden un rey - La monarquía. La institución de los jueces, último estadio en la vida de Israel representada por Samuel, comienza también su etapa de decadencia y desaparición. Acertadamente se describe en pocas líneas lo que originó esa decadencia y pérdida de calidad del proyecto socio-religioso: Samuel nombró jueces a sus hijos que no se comportaron como él; atentos sólo al provecho propio, aceptaban el soborno y juzgaban contra justicia (1-3). De la institución del régimen monárquico nos da el libro dos versiones discordantes: una negativa y otra positiva. Samuel se opone a la petición del pueblo. Israel debe tener al Señor por único rey, debe confiar en él en su vida política y militar, el profeta será el intermediario que hará conocer en cada caso la voluntad de Dios dirigiendo la historia. Además, la monarquía se volverá contra el pueblo por sus exigencias despóticas. Samuel recita al pueblo lo que significa tener un rey: esclavitud más que liberación. Recordemos que cuando el autor quiere hablar, lo suele hacer por boca de alguno de sus protagonistas. Pero, ¿no exagera Samuel? Un mediador humano no desbanca la soberanía del Señor. El rey es el defensor del pueblo frente a la prepotencia de los poderosos, es garante de la justicia y defensor en la guerra. Eso justifica la otra postura, y los hechos lo comprueban. El libro cuenta que Samuel lo ungió, el pueblo lo aclamó, el rey comenzó bien su tarea salvadora. Para explicar la presencia de las dos visiones opuestas en el libro, algunos proponen una sucesión temporal. En tiempo de Salomón se redactó la versión positiva, favorable a David, prolongando la conciencia «premonárquica» del final de Jueces. A medida que creció la oposición de varios profetas a varios monarcas, fue cuajando la postura hostil o crítica representada en el libro por Samuel. En el capítulo 8 asistimos, entonces, a la versión antimonárquica en forma dramática de diálogo. Para el pueblo, el rey representa gobierno firme y defensa militar; para Samuel representa impuestos y servidumbre. El drama consiste en que ambos tienen razón. La verdadera libertad y seguridad está en reconocer y servir al Señor, que libera y no esclaviza; sólo cuando el rey sea servidor del Señor al servicio de la comunidad, protegerá sin esclavizar (cfr. Deu_17:14-20). Hay que recordar la historia de José culminando en Gén_47:25 : «Nos has salvado la vida... seremos siervos del Faraón».