I Macabeos 1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 30 versitos |
1

Introducción histórica

Alejandro el macedonio, hijo de Filipo, que ocupaba el trono de Grecia, salió de Macedonia, derrotó y suplantó a Darío, rey de Persia y Media,
2 entabló numerosos combates, ocupó fortalezas, asesinó a reyes,
3 llegó hasta el confín del mundo, saqueó innumerables naciones. Cuando la tierra quedó en paz bajo su mando, su corazón se ensoberbeció y se llenó de orgullo,
4 reunió un ejército potentísimo y dominó países, pueblos y soberanos, que tuvieron que pagarle tributo.
5 Pero después cayó en cama, y cuando vio cercana la muerte,
6 llamó a los generales más ilustres, educados con él desde jóvenes, y les repartió el reino antes de morir.
7 A los doce años de reinado, Alejandro murió
8 y sus generales se hicieron cargo del gobierno, cada cual en su territorio;
9 al morir Alejandro, todos ciñeron la corona real, y después los sucedieron sus hijos durante muchos años, multiplicando las desgracias en el mundo.
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Persecución de Antíoco Epífanes
2 Mac 4,7-17

De ellos brotó un vástago perverso: Antíoco Epífanes, hijo del rey Antíoco. Había estado en Roma como rehén, y subió al trono el año ciento treinta y siete de la era seléucida.
11 Por entonces hubo unos israelitas renegados que convencieron a muchos diciendo:
–¡Vamos a hacer un pacto con las naciones vecinas, porque desde que nos separamos de ellos nos han venido muchas desgracias!
12 Esta propuesta fue bien recibida,
13 y algunos del pueblo fueron enseguida a ver al rey. El rey los autorizó a adoptar las costumbres paganas,
14 y entonces, acomodándose a los usos paganos, construyeron un gimnasio en Jerusalén,
15 disimularon la circuncisión, renegaron de la santa alianza, se emparentaron con los paganos y se entregaron a toda clase de maldades.
16 Cuando ya se sintió seguro en el trono, Antíoco se propuso reinar también sobre Egipto, para ser así rey de dos reinos.
17 Invadió Egipto con un fuerte ejército, con carros, elefantes, caballos y una gran flota.
18 Atacó a Tolomeo, rey de Egipto. Tolomeo retrocedió y huyó, sufriendo muchas bajas.
19 Entonces Antíoco ocupó las plazas fuertes de Egipto y saqueó el país.
20 Cuando volvía de conquistar Egipto, el año ciento cuarenta y tres, subió contra Israel y Jerusalén con un fuerte ejército.
21 Entró con arrogancia en el santuario, robó el altar de oro, el candelabro y todos sus accesorios,
22 la mesa de los panes presentados, las copas para la libación, las fuentes, los incensarios de oro, la cortina y las coronas; arrancó todo el decorado de oro de la fachada del templo;
23 se apoderó también de la plata y el oro, la vajilla de valor y los tesoros escondidos que encontró,
24 y se lo llevó todo a su tierra, después de haber causado una gran masacre y de lanzar palabras insolentes.
25 Un lamento se oyó en todo el país por Israel
26 gimieron los príncipes y los ancianos,
desfallecieron doncellas y muchachos,
se desfiguró la hermosura de las mujeres.
27 El esposo entonó un canto fúnebre,
la esposa se entristeció en su lecho nupcial.
28 La tierra tembló por sus habitantes,
y toda la casa de Jacob se cubrió de vergüenza.
29 Dos años después el rey envió un recaudador de impuestos a las ciudades de Judá que se presentó en Jerusalén con un fuerte ejército.
30 Éste habló a la gente con palabras de paz, pero con la intención de engañarlos. La gente confió en él, entonces atacó sorpresivamente la ciudad, descargándole un duro golpe: mató a muchos israelitas,

31 saqueó la ciudad, derribó sus casas y la muralla entera.

32 Se llevaron cautivos a las mujeres y los niños, y se apoderaron del ganado.

33 Después convirtió la Ciudad de David en su fortaleza, rodeándola de fuertes torres y una muralla alta y maciza.

34 Instalaron allí un grupo de gente impía, sin fe y sin ley que se acuartelaron en ese lugar,

35 almacenaron armas y víveres, y guardaron allí el botín que habían reunido en el saqueo de Jerusalén.

36 De esta forma se convirtieron en un gran peligro, una acechanza para el templo, una continua amenaza para Israel.

37 Derramaron sangre inocente
en torno al santuario, profanándolo.

38 A causa de ellos, huyeron los habitantes de Jerusalén,
y la ciudad se convirtió en morada de extranjeros,
casa extraña para los suyos;
sus hijos la abandonaron.

39 Su santuario quedó como un desierto,
sus fiestas se cambiaron en duelo,
los sábados en motivo de burla,
su honor en humillación.

40 Su deshonra igualó a su fama,
su grandeza se cambió en duelo.

41 El rey decretó la unidad nacional para todos los súbditos de su imperio,

42 obligando a cada uno a abandonar su legislación particular.

43 Todas las naciones se sometieron a la orden del rey, e incluso muchos israelitas adoptaron la religión oficial: ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.

44 El rey despachó correos a Jerusalén y a las ciudades de Judá, con órdenes escritas: tenían que adoptar las costumbres extranjeras,

45 se prohibía ofrecer en el santuario holocaustos, sacrificios y libaciones, guardar los sábados y las fiestas;

46 se mandaba contaminar el santuario y a los fieles,

47 construyendo altares, templos y capillas para el culto idolátrico, así como sacrificar cerdos y otros animales impuros;

48 tenían que dejar incircuncisos a los niños y profanarse a sí mismos con toda clase de impurezas y profanaciones,

49 de manera que olvidaran la ley y cambiaran todas las costumbres.

50 El que no cumpliese la orden del rey sería condenado a muerte.

51 En estos términos escribió el rey a todos sus súbditos. Nombró inspectores para toda la nación, y mandó que en todas las ciudades de Judá, una tras otra, se ofreciesen sacrificios.

52 Se les unió mucha gente, todos traidores a la ley, y causaron tal daño al país,

53 que los israelitas tuvieron que esconderse en cualquier refugio disponible.

54 El día quince de diciembre del año ciento cuarenta y cinco el rey mandó poner sobre el altar de los holocaustos un altar pagano, y fueron poniendo altares por todas las poblaciones judías del contorno;

55 quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas;

56 Se destruían y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban;

57 y al que se lo descubría con un libro de la alianza en su poder, o al que vivía de acuerdo con la ley se lo ajusticiaba, en virtud del decreto real.

58 Como tenían el poder, todos los meses hacían lo mismo a los israelitas que se encontraban en las ciudades.

59 El veinticinco de cada mes sacrificaban sobre el altar pagano encima del altar de los holocaustos.

60 A las madres que circuncidaban a sus hijos, las mataban, como ordenaba el edicto,

61 con las criaturas colgadas al cuello; y mataban también a sus familiares y a los que habían circuncidado a los niños.

62 Pero hubo muchos israelitas que resistieron, haciendo el firme propósito de no comer alimentos impuros;

63 prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos y profanar la alianza santa. Y murieron.

64 Fueron días de terribles calamidades para Israel.

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Introducción a I Macabeos

1 MACABEOS

Contexto histórico. A la muerte de Alejandro, su imperio, apenas sometido, se convierte en escenario de las luchas de los herederos. En menos de veinte años se realiza una división estable en tres zonas: Egipto, Siria y el reino macedonio. Palestina, como zona intermedia, vuelve a ser terreno disputado por los señores de Egipto y Siria. Durante todo el siglo III a.C. dominaron benévolamente los tolomeos, siguiendo una política de tolerancia religiosa y explotación económica. En el 199 a.C., Antíoco III de Siria se aseguró el dominio de Palestina y concedió a los judíos en torno a Jerusalén autonomía para seguir su religión y leyes, con obligación de pagar tributos y dar soldados al rey.
En el primer siglo del helenismo, los judíos, más o menos como otros pueblos, estuvieron sometidos a su influjo, y se fue realizando una cierta simbiosis espiritual y cultural, sin sacrificio de la religión y las leyes y tradiciones paternas. El siglo siguiente, las actitudes diversas frente al helenismo fraguan en dos partidos opuestos: el progresista, que quiere conciliar la fidelidad a las propias tradiciones con una decidida apertura a la nueva cultura internacional, y el partido conservador, cerrado y exclusivista. En gran parte, las luchas que narra este libro son luchas judías internas o provocadas por la rivalidad de ambos partidos.
Antíoco IV hace la coexistencia imposible al escalar las medidas represivas (aquí comienza el libro). Los judíos reaccionaron primero con la resistencia pasiva hasta el martirio; después abandonaron las ciudades en acto de resistencia pasiva; finalmente, estalló la revuelta a mano armada. Primero en guerrillas, después con organización más amplia, lucharon con suerte alterna desde el 165 hasta el 134 a.C.; hasta que los judíos obtuvieron la independencia bajo el reinado del asmoneo Juan Hircano.
En tiempos de este rey y con el optimismo de la victoria se escribió el primer libro de los Macabeos, para exaltar la memoria de los combatientes que habían conseguido la independencia, y para justificar la monarquía reinante. Justificación, porque Juan Hircano era a la vez sumo sacerdote y rey, cosa inaudita y contra la tradición. Si la descendencia levítica podía justificar el cargo sacerdotal, excluía el oficio real, que tocaba a la dinastía davídica de la tribu de Judá.

Mensaje del libro.
El autor, usando situaciones paralelas y un lenguaje rico en alusiones, muestra que el iniciador de la revuelta es el nuevo Fineés (Nm 25), merecedor de la función sacerdotal; que sus hijos son los nuevos «jueces», suscitados y apoyados por Dios para salvar a su pueblo; que la dinastía asmonea es la correspondencia actual de la davídica.
Más aún, muestra el nuevo reino como cumplimiento parcial de muchas profecías escatológicas o mesiánicas: la liberación del yugo extranjero, la vuelta de judíos dispersos, la gran tribulación superada, el honor nacional reconquistado, son los signos de la nueva era de gracia.
El autor no vivió (al parecer) para contemplar el fracaso de tantos esfuerzos e ilusiones, es decir, la traición por parte de los nuevos monarcas de los principios religiosos y políticos que habían animado a los héroes de la resistencia. Fueron otros quienes juraron odio a la dinastía asmonea y con su influjo lograron excluir de los libros sagrados una obra que exaltaba las glorias de dicha familia.
Por encima del desenlace demasiado humano, el libro resultó el canto heroico de un pueblo pequeño, empeñado en luchar por su identidad e independencia nacional: con el heroísmo de sus mártires, la audacia de sus guerrilleros, la prudencia política de sus jefes. La identidad nacional en aquel momento se definía por las «leyes paternas» frente a los usos griegos, especialmente las más distintivas. Por el pueblo, así definido, lucharon y murieron hasta la victoria.
El libro es, por tanto, un libro de batallas, con muy poco culto y devoción personal. Dios apoya a los combatientes de modo providencial, a veces inesperado, pero sin los milagros del segundo libro de los Macabeos y sin realizar Él solo la tarea, como en las Crónicas. El autor es muy parco en referencias religiosas explícitas, pero el tejido de alusiones hace la obra transparente para quienes estaban familiarizados con los escritos bíblicos precedentes.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Macabeos 1,1-9Introducción histórica. El autor aprovecha los dos primeros capítulos para presentar los protagonistas del libro: el imperio, que llevado por la codicia pretende dominar el mundo a través de la guerra, el saqueo y la muerte (1); y el pueblo judeomacabeo, que resiste para mantener su unidad, cultura y autonomía (2). Lamentablemente, la historia macabea que nació como resistencia, terminará repitiendo los males del imperio que combatió.
Un nuevo imperio, cuyo centro de poder es Grecia, se une a la lista de imperios que invadieron y sometieron al pueblo de Israel. Antes habían sido Egipto, Asiria, Babilonia y Persia. A la cabeza del imperio griego está Alejandro Magno (356-323 a.C.), quien haciéndose honrar como dios, establece su poder a través de la invasión, dominio y sometimiento tributario de pueblos soberanos. A la muerte de Alejandro sus generales entran en conflicto por la ambición de poder (cfr. Josefo Ant. 112Cr_8:7). Finalmente, el reino quedó dividido en cuatro partes: Siria bajo el dominio de Seleuco I; Egipto para Tolomeo I; Tracia para Lisímaco, y Macedonia para Casandro. Los sucesores de Alejandro no cambian el esquema de poder, por el contrario, «multiplican las desgracias en el mundo».


I Macabeos 1,10-64Persecución de Antíoco Epífanes. Aparece en escena uno de los mayores símbolos del mal para Israel: Antíoco IV Epífanes, rey de la dinastía Seléucida y nuevo representante del poder imperial. Se puso el sobrenombre de «theos Epiphanes», que significa «dios manifestado». Es significativo, que inmediatamente después de Antíoco IV el autor presente un nuevo e importante actor: el grupo de judíos llamados «renegados» que abogan por la helenización del mundo judío como vía de progreso y modernidad (11-14). Cuando hablamos de helenismo nos referimos a la cultura de origen griego. En contraposición al grupo de los judíos «renegados», están los judíos de corte tradicional articulados en torno al proyecto macabeo. El autor deja claro desde el principio su postura promacabea, tanto que cuando habla de «Israel, pueblo» se refiere a este grupo.
Aprovechando el viejo lema imperial de «divide y vencerás», Antíoco IV hace alianza con los judíos helenistas o «renegados» (15) para alcanzar sus objetivos de imponer la cultura helenista -gimnasios-, establecer un régimen tributario, saquear los tesoros del Templo de Jerusalén para financiar la conquista de Egipto (21-24), imponer un nuevo sistema religioso con dioses y cultos idolátricos, hasta el punto de colocar al dios Zeus en el altar del Templo, prohibir el cumplimiento de la Ley (culto, circuncisión, normas alimentarias, sábado, etc.), y asesinar a todos los opositores (41-50). Jerusalén, la ciudad de Dios, termina siendo una ciudadela griega (33s), y la Alianza con el Dios de la liberación se cambia por una alianza con el imperio pagano (15). El autor recoge en una elegía los tiempos de muerte, sacrilegio y abominación que llenan de luto y dolor al pueblo de Israel (25-28.37-40; cfr. Sal_79:3; Sal_106:38; Jer_7:6; Jer_22:3; Lam_5:2).