Juan  19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 42 versitos |
1 Entonces Pilato se hizo cargo de Jesús y lo mandó azotar.
2 Los soldados entrelazaron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza; lo revistieron con un manto rojo,
3 y acercándose a él le decían:
–¡Salud, rey de los judíos!
Y le pegaban en la cara.
4 Salió otra vez Pilato afuera y les dijo:
– Miren, lo saco afuera para que sepan que no encuentro en él culpa alguna.
5 Salió Jesús afuera, con la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dice:
– Aquí tienen al hombre.
6 Cuando los sumos sacerdotes y los policías del templo lo vieron, gritaron:
–¡Crucifícalo, crucifícalo!
Les dice Pilato:
– Tómenlo ustedes y crucifíquenlo, que yo no encuentro en él ningún motivo de condena.
7 Le replicaron los judíos:
– Nosotros tenemos una ley, y según esa ley debe morir, porque se ha hecho pasar por hijo de Dios.
8 Cuando Pilato oyó aquellas palabras, se asustó mucho.
9 Entró en el pretorio y dice de nuevo a Jesús:
–¿De dónde eres?
Jesús no le dio respuesta.
10 Le dice Pilato:
–¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?
11 [Le] contestó Jesús:
– No tendrías poder contra mí si no te lo hubiera dado el cielo. Por eso el que me entrega es más culpable.
12 A partir de entonces, Pilato procuraba soltarlo, mientras los judíos gritaban:
– Si sueltas a ése, no eres amigo del César. El que se hace rey va contra el César.
13 Al oír aquello, Pilato sacó afuera a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gábbata.
14 Era la víspera de Pascua, al mediodía. Dice a los judíos:
– Ahí tienen a su rey.
15 Ellos gritaron:
–¡Afuera, afuera, crucifícalo!
Les dice Pilato:
–¿Voy a crucificar a su rey?
Los sumos sacerdotes contestaron:
– No tenemos más rey que el César.
16 Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.

Muerte de Jesús
cfr. Mt 27,32-56; Mc 15,21-41; Lc 23,26-49

Se lo llevaron;
17 y Jesús salió cargando él mismo con la cruz, hacia un lugar llamado La Calavera, en hebreo Gólgota.
18 Allí lo crucificaron con otros dos: uno a cada lado y en medio Jesús.
19 Pilato había hecho escribir un letrero y clavarlo en la cruz. El escrito decía: Jesús el Nazareno, rey de los Judíos.
20 Muchos judíos leyeron el letrero, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad. Además, el letrero estaba escrito en hebreo, latín y griego.
21 Los sumos sacerdotes dijeron a Pilato:
– No escribas: Rey de los judíos, sino: Éste ha dicho: Soy rey de los judíos.
22 Pilato contestó:
– Lo escrito, escrito está.
23 Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron su ropa y la dividieron en cuatro partes, una para cada soldado; tomaron también la túnica. Era una túnica sin costuras, tejida de arriba abajo, de una pieza.
24 Así que se dijeron:
– No la rasguemos; vamos a sortearla, para ver a quien le toca.
Así se cumplió lo escrito: Se repartieron mi ropa y se sortearon mi túnica. Es lo que hicieron los soldados.
25 Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María Magdalena.
26 Jesús, viendo a su madre y al lado al discípulo amado, dice a su madre:
– Mujer, ahí tienes a tu hijo.
27 Después dice al discípulo:
– Ahí tienes a tu madre.
Y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.
28 Después, sabiendo que todo había terminado, para que se cumpliese la Escritura, Jesús dijo:
– Tengo sed.
29 Había allí un jarro lleno de vinagre. Empaparon una esponja en vinagre, la sujetaron a una caña y se la acercaron a la boca.
30 Jesús tomó el vinagre y dijo:
– Todo se ha cumplido.
Dobló la cabeza y entregó el espíritu.
31 Era la víspera del sábado, el más solemne de todos; los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos para que no quedaran en la cruz durante el sábado.
32 Fueron los soldados y quebraron las piernas a los dos crucificados con él.
33 Al llegar a Jesús, viendo que estaba muerto, no le quebraron las piernas;
34 sino que un soldado le abrió el costado con una lanza. En seguida brotó sangre y agua.
35 El que lo vio lo atestigua y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
36 Esto sucedió de modo que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ni un hueso;
37 y otro pasaje de la Escritura dice: Mirarán al que ellos mismos atravesaron.
38

Sepultura de Jesús
cfr. Mt 27,57-61; Mc 15,42-47; Lc 23,50-56

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo clandestino de Jesús, por miedo a los judíos, pidió permiso a Pilato para llevarse el cadáver de Jesús. Pilato se lo concedió.
Él fue y se llevó el cadáver.
39 Fue también Nicodemo, el que lo había visitado en una ocasión de noche, llevando cien libras de una mezcla de mirra y áloe.
40 Tomaron el cadáver de Jesús y lo envolvieron en lienzos con los perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
41 En el lugar donde había sido crucificado había un huerto y en él un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido sepultado.
42 Como era la víspera de la fiesta judía y como el sepulcro estaba cerca, colocaron allí a Jesús.

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Introducción a Juan 

Juan

El más puro y radical de los evangelios. También el originalísimo libro de Juan es un evangelio. Y si Evangelio es proclamar la fe en Jesús para provocar la fe del oyente, éste es el más puro y radical. Si en el Antiguo Testamento la existencia humana se decidía frente a la ley de Dios (cfr. Dt 29), en Juan ésta se decide frente a Jesús: por Él o contra Él, fe o incredulidad.

Jesús, camino que conduce al Padre. La persona de Jesús ocupa el centro del mensaje de Juan. Su estilo descriptivo es intencionadamente realista, quizás como reacción contra los que negaban la realidad humana del Hijo de Dios -docetismo-. Juan nos lleva a «ver y palpar» a su protagonista. Pero su realismo es simbólico, cargado de sentido, que la fe descubre y la contemplación asimila. El evangelista se propone desvelar el misterio de Jesús como camino para descubrir el rostro de Dios. Si en Marcos Jesús se revela como Hijo de Dios a partir del bautismo, y en Mateo y Lucas a partir de su concepción, Juan se remonta a su preexistencia en el seno de la Trinidad. Desde allí, desciende y entra en la historia humana con la misión primaria de revelar al Padre.

El camino de Jesús. Para captar el alcance de la misión histórica del Jesús que nos presenta Juan, hay que sumergirse en el mundo simbólico de las Escrituras: luz, tinieblas, agua, vino, boda, camino, paloma, palabra. O en sus personajes: Abrahán, Moisés, Jacob-Israel, la mujer infiel de Os 2, David, la esposa del Cantar de los Cantares, mencionados explícitamente o aludidos en filigrana para quien sepa adivinarlos. Pero, por encima de todo, resuena en su evangelio el «Yo soy» del Dios del Antiguo Testamento, que Jesús se apropia reiteradamente.
Juan utiliza sus materiales y sus recursos con libertad y dominio. Su patria es la Escritura, que hace presente en unas cuantas citas formales -lejos de la abundancia de Mateo-, en frases alusivas que se adaptan a otra situación, en un tejido sutil de símbolos apenas insinuados, como invitando a un juego de enigmas y desafíos. Sobre este trasfondo, Juan hace emerger con dramatismo la progresiva revelación del misterio de la persona de Jesús, luz y vida de los hombres, hasta su «hora» suprema en que se manifestará con toda su grandeza. Simultáneamente, junto a la adhesión de fe, titubeante a veces, de unos pocos seguidores, surge y crece en intensidad la incredulidad que provoca esta revelación. La luz y las tinieblas se ven así confrontadas hasta esa «hora», la muerte, en la que la aparente victoria de las tinieblas se desvanece ante la luz gloriosa de la resurrección. Entonces, Padre e Hijo, por medio del Espíritu, abren su intimidad a la contemplación del creyente.

Destinatarios. La comunidad de Juan muestra conocer familiarmente el Antiguo Testamento y el judaísmo. Pero está separada de él, no por cuestiones de observancia, sino por la fe en Jesús. Es una comunidad preparada ya para caminar en la historia entre dificultades y persecuciones esperando la definitiva venida del Señor, de la que ya participa en esperanza por la experiencia mística y por la acción del Espíritu. El evangelista deja entrever a unos cristianos y cristianas que viven la presencia de Jesús en los sacramentos: el bautismo en el diálogo con Nicodemo y los símbolos del agua (3); la eucaristía en el milagro y discurso de los panes (6,1-58) y en el lavatorio de los pies -acto humilde de solidaridad ejemplar- (13,1-17); el perdón de los pecados en el don del Espíritu, después de la resurrección (20,22s). Pero los destinatarios de Juan son los hombres y las mujeres de todos los tiempos para quienes Jesús se hizo hombre a fin de revelarles el verdadero rostro de Dios. O como lo dice el mismo evangelista al final de su narración: estas señales «quedan escritas para que crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida por medio de él» (20,31).

Autor, fecha y lugar de composición. Una tradición antigua ha identificado al autor con el apóstol Juan. Hoy día es muy difícil mantener esta opinión. La mayoría de los biblistas atribuye el evangelio a un discípulo suyo de la segunda generación. Por su familiaridad con el Antiguo Testamento y el sabor semítico de su prosa, debió ser judío. En cuanto a la fecha de su composición se propone la última década del s. I; y respecto al lugar, Éfeso.

Plan del evangelio: la «hora» de Jesús. Es esta «hora» la que aglutina y estructura todo el evangelio de Juan, marcando el ritmo de la vida de Jesús como un movimiento de descenso y de retorno.
El evangelista comienza con un prólogo (1,1-18) en que presenta a su protagonista, la Palabra eterna de Dios, que desciende a la historia humana haciéndose carne en Jesús de Nazaret con la misión de revelar a los hombres el misterio salvador de Dios. Esta «misión» es su «hora».
A este prólogo sigue la primera parte de la obra, el llamado «libro de los signos» (2-12), que describe el comienzo de la misión de Jesús. A través de siete milagros a los que el evangelista llama «signos» y otros relatos va apareciendo la novedad radical de su presencia en medio de los hombres: el vino de la nueva alianza (2,1-11); el nuevo templo de su cuerpo sacrificado (2,13-22); el nuevo renacer (3,1-21); el agua viva (4,1-42); el pan de vida (6,35); la luz del mundo (8,12), la resurrección y la vida (11,25).
A continuación viene la segunda parte de la obra, el llamado «libro de la pasión o de la gloria» (13-21). Ante la inminencia de su «hora», provocada por la hostilidad creciente de sus enemigos, Jesús prepara el acontecimiento con el gesto de lavar los pies a sus discípulos (13,1-11), gesto preñado de significado: purificación bautismal, eucaristía, anuncio simbólico de la humillación en la pasión. Luego realiza una gran despedida a los suyos en la última cena (13,12-17,26) en la que retoma y ahonda los principales temas de su predicación. Por fin, el cumplimiento de su «hora» y el retorno al Padre a través de la pasión, muerte y resurrección (18-21).

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Juan  19,1-16Jesús ante Pilato - Condena a muerte. Juan presenta el juicio de Jesús ante el gobernador romano en una serie de siete pequeñas escenas o diálogos, fuera y dentro del palacio. La primera escena ante la gente (18,29-32) anuncia que se trata de una cuestión de vida o muerte a manos de los romanos, según lo anunciado por Jesús. En la segunda escena (18,33-37), dentro del palacio, Jesús se proclama rey; su reinado y poder no es como el del mundo. Jesús es un rey-maestro que no tiene súbditos sino discípulos, los que escuchan su voz. En la tercera escena (18,38-40), de nuevo ante la gente, Pilato proclama la inocencia de Jesús; los judíos rechazan el reino de verdad que ofrece Jesús y piden a cambio la liberación de Barrabás, un «asaltante» para los romanos, uno de los que luchaban violentamente por la independencia y la libertad política de Judea (40). La escena central (19,1-3), en la que Jesús es insultado y rechazado como rey, aunque sucede dentro del palacio -porque Pilato sale afuera después de ella-, deja la impresión de que la coronación de Jesús sucede a vista de todo el mundo. Solamente menciona la corona y el manto que eran símbolos comunes de la realeza. En la quinta escena (19,4-7), Pilato vuelve a salir y proclama nuevamente la inocencia de Jesús, que es realmente el Hijo del Hombre y el Hijo de Dios, aunque los judíos se nieguen a aceptarlo. En la sexta escena (19,8-12) Pilato está asustado porque, como muchos de su tiempo, creía en la encarnación de los dioses y en el peligro que corría de ofender a un dios si es que Jesús era realmente lo que decían de Él. Jesús le dice que la providencia ha puesto en sus manos el tomar una decisión de la cual no puede escapar. En la última escena (19,13-16), Pilato, que temía al césar mucho más que a Dios, con su autoridad oficial, y sin saberlo él, hace una declaración suprema sobre Jesús: Es el rey que inaugura el reinado de Dios. Como cuando se trata de algo muy importante, el evangelista nos da los datos exactos de la proclamación: El lugar (Enlosado o «Litróstotos»), el día (la víspera de Pascua), y la hora (al mediodía). La gente reniega de Dios, que era el único rey de Israel, y prefiere acatar al odiado césar antes que aceptar el reino de Jesús. Pilato entrega a Jesús a su suerte en la cruz.


Juan  19,17-37Muerte de Jesús
Crucifixión (17:27). Juan presenta el Calvario como una especie de escenario que tiene por centro la cruz de Jesús. Cinco grupos de personas van pasando por ese escenario ejecutando cada cual su función. Cada cual revela una cualidad del reinado de Jesús que se ejerce desde la cruz. Dios reina desde un madero. Juan presenta a Jesús animoso y triunfador llevando su propia cruz; no hay lugar para la debilidad ni para un Cireneo que le ayude. Jesús es crucificado «en medio», donde va a estar a partir de esta hora (18; 20,19.26). Aunque sucedió en el palacio de Pilato, la primera acción presenta a Jesús como rey que debe ser reconocido por todo el mundo, por todas las lenguas (20). El reino de Jesús goza de universalidad. La segunda acción es protagonizada por los soldados que no quieren rasgar la túnica de Jesús. Un trozo de ropa o de tela, como una bandera, puede representar a una comunidad (1Re_11:29-31). Juan emplea aquí la misma palabra que en 7,43, donde la gente de Jerusalén estaba dividida en sus opiniones sobre Jesús. Los que pertenecen a Jesús, los miembros de su reino, deben mantenerse unidos y sin rasgarse. El reino de Jesús exige unidad; el que se separa de la unidad deja de pertenecer al reino.
En la sección central de los acontecimientos (25-27), Jesús anuncia el nacimiento de la nueva familia escatológica; su reino es una unión familiar; sus discípulos van a tener el mismo Padre y la misma madre que Él, siendo plenamente hermanos y hermanas entre sí. El discípulo acogió a María en su casa. Todo cristiano está llamado a acoger a María como madre en su corazón.
Muerte de Jesús (28:37). Jesús sabe que ha terminado su misión al revelar la familia escatológica. Para llevar la Escritura a su cumplimiento, Jesús muere entregando su espíritu. La sed de Jesús está asociada con el Espíritu que va a dar a los creyentes. Jesús desea donar el Espíritu. Juan emplea el mismo verbo que usa para la traición de Judas, por largo tiempo planeada y pensada. Jesús, al irse, entrega su Espíritu a los que creen en Él (7,39), a María y al discípulo que están al pie de la cruz. En Lucas, el Espíritu vendrá sobre María y los discípulos en Pentecostés. Para Juan, el Espíritu es el puente que salva las distancia entre el Jesús muerto y resucitado. La primera acción pascual de Jesús será entregar de nuevo su Espíritu a los suyos (20,22s). La comunidad y el reino de Jesús, más que por reglas y leyes, va a ser guiada por el Espíritu de Jesús, el Espíritu de la verdad.
La última acción que tiene lugar en el Calvario es la apertura del costado de Jesús, de donde manan sangre y agua. El evangelista insiste en que él mismo lo vio, y no miente, ni se engaña, porque para él se trata de una verdad de fe (35). La sangre y el agua significan los sacramentos: eucaristía y bautismo, que derivan su eficacia de la pasión de Jesús.
En resumen, para Juan, el reinado de Jesús está integrado por personas que lo reconocen como su Rey, permanecen en la unidad, forman una familia con Jesús, son guiados por su Espíritu, y celebran su presencia y memoria a través de ciertos sacramentos.
Juan  19,38-42Sepultura de Jesús. Jesús es enterrado como Rey, con gran abundancia de perfumes, en un sepulcro nuevo. Es enterrado en un huerto, como al comienzo de la pasión. La caída de Adán ha sido reparada por Jesús. Una nueva comunidad, un nuevo Israel, acaba de nacer al morir Él. El reino de Dios ha sido inaugurado con la revelación del Rey.