Ezequiel  21 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 32 versitos |
1 Me dirigió la palabra el Señor:
2 – Hijo de hombre,
ponte mirando a Jerusalén,
dirige tu palabra hacia el templo,
3 di así a la tierra de Israel:
Tierra de Israel, esto dice el Señor:
Aquí estoy contra ti,
desenvaino la espada
para extirpar de ti
a inocentes y culpables.
4 Porque tengo que extirpar de ti
a inocentes y culpables,
por eso sale mi espada de la vaina
contra todo mortal, de sur a norte.
5 Y sabrá todo mortal que yo, el Señor,
desenvainé mi espada:
no volverá a la vaina.
6 Y tú, Hijo de hombre,
gime doblando la cintura,
gime amargamente a la vista de ellos.
7 Y cuando te pregunten por qué gimes,
responderás:
Porque al llegar una noticia
todos los corazones desmayarán
y desfallecerán todos los brazos,
todos los espíritus vacilarán
y flaquearán todas las rodillas.
Mira que llega, que sucede
– oráculo del Señor– .
8

Canto a la espada
Is 27,1; Jr 50,35-38

Me dirigió la palabra el Señor:
9 – Hijo de hombre, profetiza diciendo:
Esto dice el Señor:
¡Espada, espada afilada
y además pulida!
10 Afilada para degollar,
pulida para brillar.
....................................................
11 La llevaron a pulir
antes de empuñarla;
ya está afilada la espada,
ya está pulida,
para ponerla en manos del asesino.
12 Grita y gime, Hijo de hombre,
porque la alzan contra mi pueblo,
contra todos los príncipes de Israel;
los han entregado a la espada,
junto con mi pueblo;
por tanto, golpéate el pecho.
...............................................
13 – oráculo del Señor– .
14 Y tú, Hijo de hombre,
profetiza y golpea las palmas:
que se duplique la espada,
que se triplique,
la espada de los acribillados,
la espada grande que acribilla,
que los tiene acorralados.
15 Para que el corazón tiemble
y haya muchos caídos,
contra todas sus puertas
enderezo la punta de la espada,
hermanada con el rayo,
desnuda para la matanza.
16 Da estocadas a derecha
y tajos a izquierda:
donde tu hoja sea requerida.
17 También yo golpearé las palmas
y descargaré mi rabia.
Yo, el Señor, he hablado.
18 Me dirigió la palabra el Señor:
19 – Y tú, Hijo de hombre, traza dos rutas para la espada del rey de Babilonia; las dos arrancarán del mismo país.
20 Pon una señal en el inicio de cada ruta para la espada: A Rabat de los amonitas; a Judá, que tiene en Jerusalén su plaza fuerte.
21 Ha hecho alto el rey de Babilonia en la bifurcación del camino, donde se dividen las dos rutas, para consultar los presagios: revuelve las flechas, pregunta a los ídolos, inspecciona el hígado de las víctimas.
22 Ya tiene en su mano derecha el vaticinio: ¡A Jerusalén! ¡A prorrumpir en alaridos y lanzar gritos de guerra, a dirigir máquinas de guerra contra las puertas, a hacer un terraplén y construir torres de asalto!
23 A los habitantes de Jerusalén les pareció falso el vaticinio, porque les habían jurado vasallaje; pero él los acusará y los arrestará.
24 Por tanto, así dice el Señor:
Porque les denuncian su culpa
y se descubren sus delitos;
porque quedan patentes
sus pecados
y todos sus crímenes;
porque están procesados,
los arrestarán por la fuerza.
25 Y tú, malhechor infame,
príncipe de Israel,
cuyo día ha llegado,
la hora del castigo final;
26 esto dice el Señor:
¡Fuera el turbante, quítate la corona!
Esto ya no será así:
lo humilde será elevado
y lo excel so será humillado;
27 ruinas, ruinas,
todo lo convierto en ruinas.
Pero esto no sucederá
hasta que llegue
el que ha de ejecutar la sentencia
que yo le he encargado.
28 Y tú, Hijo de hombre, profetiza:
Esto dice el Señor
contra los amonitas
y contra sus insultos.
¡Espada, espada
desenvainada para la matanza,
pulida para brillar!
29 De ti, en visiones falsas,
vaticinan engaños.
¡Que te apliquen al cuello
de los malhechores infames,
cuyo día ha llegado,
la hora del castigo final!
30 ¡Vuelve a la vaina!
En el mismo lugar
donde fuiste forjada,
en tu país natal, te juzgaré;
31 derramaré mi furor sobre ti,
alimentaré contra ti
el fuego de mi furia
y te entregaré
en poder de hombres bárbaros,
artesanos del exterminio.
32 Serás pasto del fuego,
tu sangre caerá en tu propia tierra.
Jamás serás nombrada,
porque yo, el Señor, he hablado.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  21,1-37El bosque en llamas - Canto a la espada. Encontramos cuatro oráculos; los tres primeros van dirigidos contra Israel, mientras que el cuarto y más largo va dirigido contra Amón y Babilonia. El primer oráculo evoca un gran incendio que abrasará el bosque del sur, esto es, Judá y su capital. Este oráculo es una respuesta a quienes se mofan del profeta porque sus palabras no se cumplen (5), y al mismo tiempo nos prepara para la noticia de la destrucción de Jerusalén y del templo. Los restantes oráculos (13-18; 19-22; 23-37) están construidos a partir de la imagen de la «espada del Señor», expresión simbólica del castigo de Dios, castigo que puede ejecutar Él personalmente o valiéndose de otros, en este caso de los babilonios. La imagen del rey en el cruce de caminos (26), consultando y echando suertes, subraya su valor de instrumento en manos del Señor. Al final, la espada castigadora también será juzgada y destruida (35).