Romanos  7 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 25 versitos |
1

Comparación del matrimonio

Les hablo, hermanos, como a gente entendida en leyes: ¿Acaso ustedes ignoran que la ley obliga al hombre sólo mientras vive?
2 La mujer casada está legalmente ligada al marido mientras éste vive. Si muere el marido, queda libre de la ley que lo unía a él.
3 Si se junta con otro mientras vive el marido, se la considera adúltera. Cuando muere el marido, queda libre del vínculo legal y no es adúltera si se une con otro.
4 Del mismo modo, hermanos, por la unión con el cuerpo de Cristo ustedes han muerto a la ley y pueden pertenecer a otro: al que resucitó de la muerte a fin de que diéramos frutos para Dios.
5 Mientras vivíamos bajo el instinto, las pasiones pecaminosas, estimuladas por la ley, actuaban en nuestros miembros y dábamos fruto para la muerte.
6 Pero ahora, libres de la ley, muertos a todo aquello que nos tenía esclavizados, servimos a Dios con un espíritu nuevo, y no según una letra envejecida.
7

La condición pecadora

¿Qué concluimos? ¿Que la ley es pecado? ¡De ningún modo! Yo no hubiera conocido el pecado si no fuera por la ley. No sabría de codicia si la ley no dijera: No codiciarás.
8 Entonces el pecado, aprovechándose del precepto, provocó en mí toda clase de codicias. Porque donde no hay ley, el pecado está muerto.
9 En un tiempo yo vivía sin ley; llegó el precepto, revivió el pecado
10 y yo morí; y así el precepto destinado a darme vida me llevó a la muerte.
11 Porque el pecado, aprovechándose de la oportunidad que le daba el precepto, me sedujo y por medio del precepto me dio muerte.
12 O sea que la ley es santa, el precepto es santo y justo y bueno.
13 Entonces lo bueno, ¿fue para mí mortal? ¡De ningún modo! Antes bien, el pecado, para delatar su naturaleza, usando el bien me provocó la muerte: así el pecado por medio del precepto llegó a la plenitud de su malicia.
14

Dominados por el pecado

Nos consta que la ley es espiritual, pero yo soy carnal y estoy vendido al pecado.
15 Lo que realizo no lo entiendo, porque no hago lo que quiero, sino que hago lo que detesto.
16 Pero si hago lo que no quiero, con eso reconozco que la ley es excelente.
17 Ahora bien, no soy yo quien hace eso, sino el pecado que habita en mí.
18 Sé que nada bueno hay en mí, es decir, en mis bajos instintos. El deseo de hacer el bien está a mi alcance, pero no el realizarlo.
19 No hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero.
20 Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo ejecuta, sino el pecado que habita en mí.
21 Y me encuentro con esta fatalidad: que deseando hacer el bien, se me pone al alcance el mal.
22 En mi interior me agrada la ley de Dios,
23 en mis miembros descubro otra ley que lucha con la ley de la razón y me hace prisionero de la ley del pecado que habita en mis miembros.
24 ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de esta condición mortal?
25 ¡Gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro! En resumen, con la razón yo sirvo a la ley de Dios, con mis bajos instintos a la ley del pecado.

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Introducción a Romanos 

ROMANOS

La comunidad cristiana de Roma. ¿Quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla cristiana a Roma? ¿Algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua? Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas, en su afán universalista, dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos ( Hch_2:10 ). El mismo Lucas menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila ( Hch_18:2 ), que tuvo que huir de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio (año 49). Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío «apóstol de los paganos», este dato era muy importante.

Motivación de la carta. ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente? Y no una carta cualquiera, de cortesía o de circunstancias, sino una carta doctrinal de envergadura, quizás la más importante del Apóstol. He aquí otra pregunta a la que no es fácil dar una respuesta satisfactoria y a gusto de todos los biblistas.
Una opinión minoritaria afirma que en su origen era una carta circular y que el destino a Roma se le añadió después y prevaleció en la tradición. Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano. A la capital del imperio, pues, dedicará su carta capital. Además, ve en Roma, como antes en Antioquía y en Éfeso, una gran plataforma para la difusión del Evangelio.

Lugar y fecha de composición de la carta. La carta fue escrita probablemente en Corinto, al final de su tercer viaje, hacia el año 57-58. Pablo tiene pendiente un viaje a Palestina con el fin de llevar el dinero de la colecta para la comunidad necesitada de Jerusalén. Considera acabada su tarea misionera en Asia y Europa oriental y proyecta una nueva expansión hacia occidente con una escala en Roma, corazón del imperio, y un viaje a España, el último confín hacia el oeste del mundo conocido de aquel entonces.

Carácter y finalidad de la carta. Al dirigirse a los romanos, Pablo tiene ya en su haber una larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación (su «Buena Noticia», como él lo llama en Rom_2:16 ; Rom_16:25 ), sobre todo en vistas al viaje previo que va a hacer a la Iglesia madre de Jerusalén donde sospechaba -como así ocurrió- que encontraría serias resistencias a su labor de apertura evangelizadora hacia los no judíos. El tema central de la carta es, sin lugar a dudas, la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin discriminación.

Ocasión de la carta. La situación que vivían las Iglesias en los años 57-58 necesitaba de una palabra autorizada y definitiva que pusiera fin a las tensiones que ocasionaba la entrada imparable de los paganos en el seno de la comunidad cristiana, y que estaba poniendo en peligro la unidad de la Iglesia. El «nuevo pueblo de Dios» surgido del anuncio evangélico, ¿debía ser una continuación del pueblo judío a cuya Ley tenían que someterse los paganos convertidos? O, por el contrario, ¿se trataba de una Nueva Alianza que, sin perder sus raíces históricas judías, estaba abierta a todos por igual, judíos y paganos, con la sola condición de la fe en Cristo?
Frente a esta oferta de salvación universal, ¿qué sentido tenía ya la Ley, la circuncisión y demás prescripciones que habían mantenido al pueblo judío en un gueto cerrado de elegidos y privilegiados? Es comprensible que la Iglesia madre de Jerusalén se resistiera a romper con gran parte de ese bagaje religioso y a perder su protagonismo a favor de una Iglesia que comenzaba a ser ya ecuménica, desplazándose definitivamente más allá de las fronteras geográficas, raciales y culturales de Palestina. Por otra parte, y dentro de este designio de salvación universal de Dios en Jesucristo, ¿cuál era la función del pueblo judío? Y, sobre todo, ¿qué iba a suceder con la mayoría de ellos que no habían aceptado el Evangelio?
Pablo responde a todos estos interrogantes haciendo una relectura, con los ojos iluminados por la fe, de la historia religiosa de su pueblo, descubriendo en ella el hilo conductor de la promesa que apuntaba a Jesús como Mesías y Salvador, quien, cumpliendo con exceso lo anunciado y prometido, pone fin a lo caduco e inaugura la nueva era definitiva, donde todas las barreras que dividen a la familia humana quedan abolidas.

Actualidad de la carta. Quizás no exista otro libro del Nuevo Testamento que haya suscitado tanta polémica de interpretación. Es irónico que la carta que nos ofrece la más universal y ecuménica visión de la salvación se haya convertido en la carta del «desencuentro» dentro de la familia cristiana, entre católicos y protestantes. Pero esto es ya historia pasada. Hoy día se puede afirmar justamente lo contrario: no sólo es la carta del «reencuentro» que está uniendo de nuevo a una familia dividida, sino que es también una plataforma doctrinal sin par para lanzar a la Iglesia hacia el diálogo con las otras religiones de la tierra, haciéndonos descubrir su función histórica dentro del plan de salvación universal de Dios.
Pablo nos trasmite a todos un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicional de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador que nos trae la liberación presente como promesa y arras de gloria eterna. Sólo pide de nosotros una respuesta de fe, amor y de esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Romanos  7,1-6Comparación del matrimonio. En los capítulos precedentes ya han asomado varias alusiones a la Ley de Moisés (3,20.21.28; 5,20; 6,14). Es éste un tema que aparece en todas las grandes cartas de Pablo (cfr. Gál_3:10-13), porque era justamente la «ley» el gran obstáculo que impedía al judaísmo de su tiempo la aceptación del Evangelio. Dirigiéndose, pues, a los judeo-cristianos e, implícitamente, a los judíos, les dice sin ambages que también de la Ley de Moisés nos ha liberado Cristo. No pasa a probar la afirmación pues ya lo ha hecho anteriormente, sino que la ilustra con una comparación del derecho matrimonial romano que Pablo aplica, de manera muy curiosa, a la condición cristiana. Se mire por donde se mire, viene a decir el Apóstol, el matrimonio que unía a los judeo-cristianos a la ley ha quedado disuelto por doble defunción. Si se mira al esposo -la ley- éste ha muerto por la acción de Cristo y por consiguiente, la esposa -el judío- queda libre para casarse con otro. Si se mira a la «esposa» -el judío, ahora cristiano-, pues bien, ésta también ha muerto por el bautismo, y en su nueva vida ya no está ligada a su antiguo esposo -la ley-.
A lo que apunta Pablo es a la nueva realidad en que vive el cristiano y que compara con un matrimonio en el que Cristo resucitado es «el esposo», el cristiano es «la esposa», y cuya unión es fecunda en frutos para Dios (cfr. Jua_15:8). Justo lo contrario de la fecundidad fatal de las pasiones «estimuladas por la ley» (5) que dan frutos destinados a morir (cfr. Stg_1:15).


Romanos  7,7-13La condición pecadora. Estamos en la parte más dramática de la carta. Pablo interioriza esta lucha contra el pecado y la ve como un desdoblamiento y desgarramiento de su conciencia que acaba en un grito de auxilio. Por lo que tiene de introspección lúcida y apasionada, esta página es magistral. Es como si el pecado fuese una «fiera» que está al acecho en la puerta de la conciencia (cfr. 1Pe_5:8) y a la que el hombre tiene que someter (véase la historia de Caín, Gén_4:1-8).
¿Está hablando Pablo en primera persona? Seguramente que sí; pero viviendo en su propia carne este drama común, se hace al mismo tiempo el portavoz de todos nosotros: «¿Alguien enferma sin que yo enferme? ¿Alguien cae sin que a mí me dé fiebre?» (2Co_11:29). Es, pues, a la humanidad entera en su lucha contra el pecado a la que el Apóstol quiere abarcar en este grito de angustia. En cuanto a la ley que menciona, ¿de qué ley habla? ¿Sólo de la judía? Éste es el contexto inmediato; sin embargo, por todo lo que dirá a continuación, la visión del Apóstol abarca a toda ley -la judía, la cristiana, la de cualquier religión-, vista desde la condición pecadora del ser humano. ¿Es la Ley pecado? (7), se pregunta el Apóstol retóricamente, para responder que pensar así sería un absurdo. La ley no manda pecar pues «el precepto es santo... justo y bueno» (12). La fuerza, pues, de su argumento no está en la bondad o maldad intrínseca de la ley sino en la astucia, en la insidia de nuestra condición pecadora personificada en este protagonista siniestro, el pecado, capaz de convertir hasta el mismísimo «Decálogo» en instrumento de prevaricación, pues «aprovechándose del precepto provocó en mí toda clase de codicias» (8)... «me sedujo y por medio del precepto me dio muerte» (11).
Es fascinante la descripción psicológica que hace Pablo de esta faceta de la ley como tentadora cuando el pecado trata de manipularla. La ley prohíbe, da nombre, llama la atención sobre el objeto prohibido, lo valora, lo exhibe como un desafío y un trofeo. El precepto, vienen a decir el Apóstol, ceba y engorda al pecado, delata su naturaleza... lo convierte en superpecado (13).
Romanos  7,14-25Dominados por el pecado. Pablo contempla la situación del «yo» bajo el pecado con una frase casi desesperada: «estoy vendido al pecado» (14). Una encrucijada de fuerzas contradictorias parecen anidarse en el ser humano, las cuales van anulando una a una, toda su capacidad ética y afectiva de hacer el bien: «no hago el bien que quiero, sino que practico el mal que no quiero» (19) y así en aumento, hasta señalar al enemigo que lleva dentro: «el pecado que habita en mí» (20), «y me hace prisionero de la ley del pecado que habita en mis miembros» (23). Sin embargo, a la desesperación de la derrota: «¡Desgraciado de mí!» (24), responde el grito agradecido de la victoria: la liberación ya está aquí «gracias a Dios por Jesucristo Señor nuestro» (25). Es como si al borde del abismo le salieran alas. Así termina Pablo su dramático recorrido por el «Evangelio de la ira» (1,18) que nos ha llevado desde la visión de la corrupción del mundo pagano y judío de su tiempo hasta el origen del pecado en Adán, para adentrarse después en las leyes humanas manipuladas por el pecado y hasta en la misma estructura de la persona donde también se anida el pecado. El Apóstol ha llegado hasta la misma raíz que une a todos los hombres y mujeres del mundo en una solidaridad en la culpa, anterior y por encima de las religiones, razas y culturas: la condición pecadora de la familia humana. Sin embargo, este «Evangelio de la ira» de Dios, no es sino la otra cara del misterio: el «Evangelio de la salvación universal» ofrecido en y por Jesucristo.