Romanos  1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 32 versitos |
1

Saludo

Pablo, servidor de Cristo Jesús, llamado a ser apóstol, elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios,
2 quién ya había prometido por medio de sus profetas en las sagradas Escrituras,
3 acerca de su Hijo, nacido por línea carnal del linaje de David,
4 y constituido por el Espíritu Santo Hijo de Dios con poder a partir de la resurrección: Jesucristo, nuestro Señor.
5 Por medio de él recibimos la gracia del apostolado, para que todos los pueblos respondan con la obediencia de la fe para gloria de su nombre;
6 entre ellos se encuentran también ustedes, llamados por Jesucristo.
7 A todos los que Dios amó y llamó a ser consagrados, que se encuentran en Roma: Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
8

Deseos de visitar la comunidad de Roma

Ante todo, por medio de Jesucristo, doy gracias a mi Dios por todos ustedes, porque su fe es alabada en el mundo entero.
9 Tomo por testigo a Dios, a quien doy culto espiritual anunciando la Buena Noticia de su Hijo, de que yo los recuerdo
10 siempre en mis oraciones; pidiendo que de una vez, si Dios quiere, pueda realizar mi viaje para visitarlos.
11 Porque tengo muchos deseos de verlos a fin de comunicarles algún don espiritual que los fortalezca
12 o más bien para compartir con ustedes el mutuo consuelo de nuestra fe común.
13 Quiero que sepan, hermanos, que muchas veces me propuse ir a visitarlos para cosechar entre ustedes algún fruto, como entre los demás pueblos; pero hasta ahora me he visto impedido.
14 Yo me debo tanto a los griegos como a los que no lo son, a los sabios como a los ignorantes;
15 de ahí mi propósito de anunciarles la Buena Noticia también a ustedes los que habitan en Roma.
16

Perdón y castigo: programa

Yo no me avergüenzo de la Buena Noticia, que es una fuerza divina de salvación para todo el que cree – primero para el judío, después para el griego– .
17 Esta Buena Noticia nos manifiesta la justicia de Dios que libera exclusivamente por la fe. Según aquel texto el justo vivirá por la fe.
18 Desde el cielo se revela la ira de Dios contra toda clase de hombres impíos e injustos que por su injusticia esconden la verdad.
19

La humanidad culpable

Porque lo que se puede conocer de Dios lo tienen a la vista, ya que él mismo se lo ha dado a conocer.
20 Lo invisible de Dios, su poder eterno y su divinidad, se hacen reconocibles a la razón, desde la creación del mundo por medio de sus obras. Por tanto no tienen excusa;
21 ya que, aunque conocieron a Dios, no le dieron gloria ni gracias, sino que se extraviaron con sus razonamientos, y su mente ignorante quedó a oscuras.
22 Alardeaban de sabios, resultaron necios,
23 cambiaron la gloria del Dios incorruptible por imágenes de hombres corruptibles, de aves, cuadrúpedos y reptiles.
24 Por eso Dios dejó que fueran dominados por sus malos deseos, que degradaban sus propios cuerpos.
25 Como cambiaron la verdad de Dios por la mentira, veneraron y adoraron la criatura en vez del Creador – bendito por siempre, amén– ,
26 por eso los entregó Dios a pasiones vergonzosas. Sus mujeres sustituyeron las relaciones naturales con otras antinaturales.
27 Lo mismo los hombres: dejando la relación natural con la mujer, se encendieron en deseo mutuo, cometiendo infamias hombres con hombres y recibiendo en su persona la paga merecida por su extravío.
28 Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a una mente depravada, para que hicieran lo que no es debido.
29 Están repletos de injusticia, maldad, codicia, malignidad; están llenos de envidia, homicidios, discordias, fraudes, perversión; son difamadores,
30 calumniadores, enemigos de Dios, soberbios, arrogantes, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes con sus padres,
31 sin juicio, desleales, crueles, despiadados.
32 Y, aunque conocen el veredicto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que aprueban a los que las hacen.

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Introducción a Romanos 

ROMANOS

La comunidad cristiana de Roma. ¿Quién fue el misionero anónimo que llevó la semilla cristiana a Roma? ¿Algún judío convertido de los muchos que emigraban a la capital del imperio o que regresaba después de peregrinar a Jerusalén para las grandes solemnidades de la Pascua? Es ésta una pregunta que probablemente quedará sin respuesta. Lucas, en su afán universalista, dice que entre los oyentes de Pentecostés había peregrinos romanos ( Hch_2:10 ). El mismo Lucas menciona a un matrimonio judío, Áquila y Priscila ( Hch_18:2 ), que tuvo que huir de Roma a Corinto a raíz del edicto de expulsión de los judíos hecho por Claudio (año 49). Lo cierto es que en tiempos de Pablo existía ya una importante comunidad cristiana en la ciudad, cuya mayoría era de origen pagano y en parte de origen judío. Para el judío «apóstol de los paganos», este dato era muy importante.

Motivación de la carta. ¿Qué motivos tenía Pablo para escribir una carta a una Iglesia que no había fundado ni conocía personalmente? Y no una carta cualquiera, de cortesía o de circunstancias, sino una carta doctrinal de envergadura, quizás la más importante del Apóstol. He aquí otra pregunta a la que no es fácil dar una respuesta satisfactoria y a gusto de todos los biblistas.
Una opinión minoritaria afirma que en su origen era una carta circular y que el destino a Roma se le añadió después y prevaleció en la tradición. Quizás la propuesta mejor sea la más obvia y sencilla, la sugerida por la misma carta. Pablo es apóstol de los paganos y Roma es cabeza del mundo pagano. A la capital del imperio, pues, dedicará su carta capital. Además, ve en Roma, como antes en Antioquía y en Éfeso, una gran plataforma para la difusión del Evangelio.

Lugar y fecha de composición de la carta. La carta fue escrita probablemente en Corinto, al final de su tercer viaje, hacia el año 57-58. Pablo tiene pendiente un viaje a Palestina con el fin de llevar el dinero de la colecta para la comunidad necesitada de Jerusalén. Considera acabada su tarea misionera en Asia y Europa oriental y proyecta una nueva expansión hacia occidente con una escala en Roma, corazón del imperio, y un viaje a España, el último confín hacia el oeste del mundo conocido de aquel entonces.

Carácter y finalidad de la carta. Al dirigirse a los romanos, Pablo tiene ya en su haber una larga experiencia misionera que le había llevado a enfrentarse, de palabra y por cartas, con las principales dificultades y problemas por los que atravesaban las comunidades cristianas, ya sean las fundadas por él mismo o las otras de las que tenía noticia por la constante comunicación que existía entre las diversas Iglesias esparcidas por el imperio. Antes de emprender una nueva aventura misionera hacia occidente, parece como si el Apóstol sintiera la necesidad de recapitular y poner por escrito una síntesis más elaborada y sistemática de los temas claves de su predicación (su «Buena Noticia», como él lo llama en Rom_2:16 ; Rom_16:25 ), sobre todo en vistas al viaje previo que va a hacer a la Iglesia madre de Jerusalén donde sospechaba -como así ocurrió- que encontraría serias resistencias a su labor de apertura evangelizadora hacia los no judíos. El tema central de la carta es, sin lugar a dudas, la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin discriminación.

Ocasión de la carta. La situación que vivían las Iglesias en los años 57-58 necesitaba de una palabra autorizada y definitiva que pusiera fin a las tensiones que ocasionaba la entrada imparable de los paganos en el seno de la comunidad cristiana, y que estaba poniendo en peligro la unidad de la Iglesia. El «nuevo pueblo de Dios» surgido del anuncio evangélico, ¿debía ser una continuación del pueblo judío a cuya Ley tenían que someterse los paganos convertidos? O, por el contrario, ¿se trataba de una Nueva Alianza que, sin perder sus raíces históricas judías, estaba abierta a todos por igual, judíos y paganos, con la sola condición de la fe en Cristo?
Frente a esta oferta de salvación universal, ¿qué sentido tenía ya la Ley, la circuncisión y demás prescripciones que habían mantenido al pueblo judío en un gueto cerrado de elegidos y privilegiados? Es comprensible que la Iglesia madre de Jerusalén se resistiera a romper con gran parte de ese bagaje religioso y a perder su protagonismo a favor de una Iglesia que comenzaba a ser ya ecuménica, desplazándose definitivamente más allá de las fronteras geográficas, raciales y culturales de Palestina. Por otra parte, y dentro de este designio de salvación universal de Dios en Jesucristo, ¿cuál era la función del pueblo judío? Y, sobre todo, ¿qué iba a suceder con la mayoría de ellos que no habían aceptado el Evangelio?
Pablo responde a todos estos interrogantes haciendo una relectura, con los ojos iluminados por la fe, de la historia religiosa de su pueblo, descubriendo en ella el hilo conductor de la promesa que apuntaba a Jesús como Mesías y Salvador, quien, cumpliendo con exceso lo anunciado y prometido, pone fin a lo caduco e inaugura la nueva era definitiva, donde todas las barreras que dividen a la familia humana quedan abolidas.

Actualidad de la carta. Quizás no exista otro libro del Nuevo Testamento que haya suscitado tanta polémica de interpretación. Es irónico que la carta que nos ofrece la más universal y ecuménica visión de la salvación se haya convertido en la carta del «desencuentro» dentro de la familia cristiana, entre católicos y protestantes. Pero esto es ya historia pasada. Hoy día se puede afirmar justamente lo contrario: no sólo es la carta del «reencuentro» que está uniendo de nuevo a una familia dividida, sino que es también una plataforma doctrinal sin par para lanzar a la Iglesia hacia el diálogo con las otras religiones de la tierra, haciéndonos descubrir su función histórica dentro del plan de salvación universal de Dios.
Pablo nos trasmite a todos un mensaje de esperanza y gozo: el amor infinito e incondicional de Dios en Jesucristo abarca a toda la familia humana en un abrazo salvador que nos trae la liberación presente como promesa y arras de gloria eterna. Sólo pide de nosotros una respuesta de fe, amor y de esperanza.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Romanos  1,1-7Saludo. El saludo, con sus componentes básicos -remitente, destinatarios y deseos- más que un saludo parece un discurso de inauguración. Pablo está escribiendo a una Iglesia que él no fundó y sobre la que no se atribuye derecho de paternidad, de ahí lo formal y solemne de su introducción. Se presenta con tres títulos: «siervo de Cristo Jesús», «llamado a ser apóstol» y «elegido para anunciar la Buena Noticia». Ésta es la nueva identidad que le dio el Señor en el camino de Damasco y que le definirá para siempre.
Pablo se considera embajador de Cristo y, junto a los títulos de quien lo envía, menciona la finalidad de su misión: anunciar la «Buena Noticia» de parte de Dios. Para eso (3s) usa una fórmula primitiva de confesión de fe a la que añade un toque personal. Quien lo envía es el Hijo de Dios, el mismo que en la resurrección ha recibido plenos poderes para ejercer su señorío sobre el mundo. La misión de Pablo participa de los poderes del resucitado y se extiende a todos los pueblos paganos entre los que se encuentra Roma, capital del imperio romano. Su misión tiene como objetivo provocar una respuesta de fe al mensaje del Evangelio. Como la comunidad de Roma ya ha respondido, sus miembros reciben el título honorífico de amados de Dios y consagrados (7).


Romanos  1,8-15Deseos de visitar la comunidad de Roma. La acción de gracias a Dios, habitual al comienzo de todas las cartas, le sirve a Pablo para declarar su relación personal, no oficial, con la Iglesia de Roma. Y así, menciona sus deseos de visitarla. Aunque no conoce personalmente a los romanos, tiene noticias de su fe. De ahí que los tenga presentes en sus oraciones y desee encontrarse con ellos cara a cara. ¿Por qué Pablo deseaba visitar la comunidad cristiana de Roma? ¿Acaso no habían recibido ya la fe que él mismo acaba de elogiar? Las razones las va desgranando poco a poco: él quiere comunicar a los romanos su carisma personal para robustecerlos, o más bien -se apresura a decir para no parecer presuntuoso- desea compartir el mutuo consuelo de la fe común y cosechar entre ellos algún fruto. Esto se fundamenta en la vocación que recibió y lo hizo deudor, no tanto de Dios sino de los hombres y mujeres sin distinción.
Romanos  1,16-18Perdón y castigo: programa. Pablo parece como impaciente de presentar su evangelio a los romanos, incluso antes de llegar a Roma. Dice que no se avergüenza, ni se siente impotente o acomplejado de la Buena Noticia que anuncia, aludiendo a que el mensaje de la cruz es una locura (1Co_1:18) de la que aun los mismos cristianos se acobardan. ¿Se sentían acomplejados algunos romanos ante esta novedad y sus consecuencias? Y proponiendo ya el tema de la carta, dice que esta utópica locura es «una fuerza divina de salvación para todo el que cree» (16). Judío hasta sus raíces, el Apóstol añade: «primero para el judío» (16). La no aceptación del Evangelio por parte de su gente, será su gran frustración y tragedia (cfr. 2Co_12:7
Romanos  1,19-32La humanidad culpable. Pablo comienza presentando la otra «cara» del Evangelio. El «anuncio» es también «denuncia». El Evangelio que revela la justicia salvadora de Dios también manifiesta su actitud irreconciliable contra todo lo que vaya en oposición de su proyecto de salvación, revela la «ira de Dios». El Apóstol echa mano de una de las imágenes más fuertes del Antiguo Testamento (cfr. Sof_1:15; Jer_50:11-17; Eze_5:13; Eze_36:5-13) que presenta a un Dios colérico y airado, «contra toda clase de hombres -y mujeres- impíos e injustos que por su injusticia esconden la verdad» (18). Sus ojos iluminados por la fe parecen abarcar a toda la humanidad que se resiste a la verdad. Se refiere primero al mundo pagano que lo rodea y al que fue enviado a evangelizar; después lo hará con su pueblo, los judíos, a quienes les ha anunciado el Evangelio con insistencia y cuya mayoría se opone y resiste.
Como en una visión apocalíptica Pablo contempla en primer lugar la situación aterradora a la que pueden llegar los hombres y mujeres del mundo pagano cuando han alejado de sus vidas la presencia vivificante y salvadora de Dios. No en vano el Apóstol está escribiendo desde Corinto, una de las ciudades más corrompidas del imperio por aquel entonces. Con el tono de un profeta del Antiguo Testamento, Pablo se lanza a describir el Evangelio de la ira de Dios en acción con una implacable constatación: «dejó que fueran dominados por sus malos deseos» (24), «los entregó... a pasiones vergonzosas» (26), «los entregó a una mente depravada» (28).
¿Está presentando el Apóstol a un Dios vengativo y castigador? No, éste no es el Dios de su evangelio. Pablo está describiendo el castigo al que se someten aquellos hombres y mujeres que se convierten en los peores enemigos de sí mismos cuando sustituyen la «verdad de Dios por la mentira» (25). La «mentira» es el pecado radical del ser humano, conduce a la idolatría: «adoraron la criatura en vez del Creador» (25). Desterrar a Dios de nuestras vidas es el peor castigo que podemos darnos a nosotros mismos. Es a este destierro de Dios a lo que el Apóstol llama atrevidamente la ira de Dios. Ahora bien, ¿puede estar Dios ausente de su mundo, indiferente ante la suerte de sus hijos e hijas por más pecadores y depravados que sean? Pablo viene a decir que no, que su «presencia amorosa» se convierte en «presencia airada», que es «ausencia» para el pecador. ¿Estrategia del amor infinito de Dios? ¿Qué decir de esta visión trágica de un mundo en bancarrota y a la deriva, dominado por todas las pasiones, todas las corrupciones, todas las injusticias? ¿Está Pablo condenando de un plumazo a las religiones, a las culturas, a la moral del mundo pagano de su tiempo? Ciertamente no. Escribiría lo mismo si contemplara nuestra sociedad de hoy, incluso la denominada «cristiana». ¿Es el Apóstol un pesimista sin remedio? Todo lo contrario. No olvidemos que comienza su carta presentándose como embajador plenipotenciario de Jesús, quien en su resurrección ha recibido plenos poderes para ejercer su señorío salvador sobre el mundo (5). Pablo no mira al mundo como moralista fustigador de vicios y excesos como cualquier predicador ambulante. Sus ojos iluminados por la fe ven más allá, contemplan aterrados la «raíz» de toda maldad e injusticia humanas que pueden emponzoñar los comportamientos personales y colectivos, las sociedades, las culturas y aun las religiones de todos los tiempos: la «ausencia de Dios», producida por el pecado. O lo que es lo mismo, escudriña y desenmascara lo más profundo de la condición humana; la ve como «pecado», bajo la ira de Dios. Esta visión le espanta, de ahí que su carácter apasionado nos haya dejado este catálogo de horrores.
Sin embargo, no olvidemos que estamos en la introducción al «Evangelio de la salvación» -el tema de la carta- y que esta presentación del Evangelio de la ira no puede entenderse separadamente del desconcertante anuncio de salvación del que Pablo es mensajero y embajador. No perdamos de vista que para el Apóstol la ira de Dios está siempre al servicio de su amor.