II Corintios 4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 18 versitos |
1

Predicación sincera

Por eso, habiendo recibido este ministerio por pura misericordia, no nos acobardamos;
2 antes bien renunciamos a callar por vergüenza. No procedemos con astucia, falsificando la Palabra de Dios, sino que, declarando la verdad, nos encomendamos delante de Dios a la conciencia de quien sea.
3 Y si nuestra Buena Noticia está oculta, la está solamente para los que se pierden:
4 a quienes por su incredulidad el dios de este mundo les ha cegado la mente para que no les amanezca la claridad de la gloriosa Buena Noticia de Cristo, que es imagen de Dios.
5 No nos anunciamos a nosotros, sino a Jesucristo como Señor, y nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús.
6 El mismo Dios que mandó a la luz brillar en las tinieblas, es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que en nosotros se irradie la gloria de Dios, como brilla en el rostro de Cristo.
7

Confianza en Dios

Ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea bien que ese poder extraordinario procede de Dios y no de nosotros.
8 Por todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan; andamos con graves preocupaciones, pero no desesperados;
9 somos perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no aniquilados;
10 siempre y a todas partes, llevamos en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también en nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús.
11 Continuamente nosotros, los que vivimos, estamos expuestos a la muerte por causa de Jesús, de modo que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal.
12 Así la muerte hace su obra en nosotros, y en ustedes, la vida.
13 Pero como poseemos el mismo espíritu de fe conforme a lo que está escrito: creí y por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos,
14 convencidos de que quien resucitó al Señor Jesús, nos resucitará a nosotros con Jesús y nos llevará con ustedes a su presencia.
15 Todo esto es por ustedes, para que, al multiplicarse la gracia entre muchos, sean también numerosos los que den gracias para gloria de Dios.
16

Esperanza de la gloria

Por tanto no nos acobardamos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día.
17 A nosotros la angustia presente, que es liviana y pasajera, nos prepara una gloria perpetua que supera toda medida, ya que tenemos la mirada puesta en lo invisible, no en lo visible,
18 porque lo visible es pasajero, pero lo que no se ve es para siempre.

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Introducción a II Corintios

2ª CORINTIOS

Ocasión y fecha de composición de la carta. Sobre las circunstancias que provocaron esta «segunda» carta tenemos más dudas que certezas. El libro de los Hechos de los Apóstoles, la única fuente de información que existe acerca de las actividades de Pablo -aparte de la correspondencia del mismo Apóstol- no menciona ninguna crisis en Corinto que motivara otra respuesta por escrito. Hay, pues, que reconstruir los acontecimientos con los datos que nos ofrece la misma carta, datos no muy claros, ya que se dan por sabidas cosas que nosotros desconocemos.
He aquí una aproximación a lo que debió ocurrir. La primera carta a los corintios no obtuvo, por lo visto, el efecto deseado. La visita de seguimiento de Timoteo a la comunidad, anunciada en 1Co_16:10 s, se realizó sin resultados positivos y el colaborador y hombre de confianza de Pablo regresó con malas noticias. El Apóstol, que estaba en Éfeso, se ve en la necesidad de desplazarse brevemente a Corinto. Su presencia en la ciudad, lejos de solucionar el problema, lo empeoró. Es más, Pablo fue insultado grave y públicamente en una asamblea eucarística, como él mismo menciona en 2,5 y 7,12. Debió regresar a Éfeso abatido, y desde allí les escribe «con gran angustia y ansiedad, derramando lágrimas» (2,4). Esta vez es su discípulo Tito el portador de este dramático mensaje. La comunidad reacciona, se arrepiente y se dispone a castigar al ofensor. Tito sale en busca de Pablo con la buena noticia y lo encuentra, por fin, en Filipos a donde, mientras tanto, había tenido que huir desde Éfeso por un motín desencadenado contra él por el sindicato de los plateros, como nos cuenta Lucas en los Hechos (cfr. Hch_19:23-40 ). Ya tranquilo y en tono conciliador, el Apóstol se dirige de nuevo a la comunidad con la que hoy figura como la «Segunda Carta a los Corintios», escrita hacia finales del 57, año y medio después de la primera.
En cuanto a esa enigmática «carta de lágrimas», no ha llegado hasta nosotros en su integridad, sino sólo en los fragmentos que probablemente un recopilador posterior insertó, sin más, en la «Segunda» que conocemos, y que forman los capítulos 10-13 de la misma. El brusco cambio de tema y de tono y otra serie de detalles avalan esta hipótesis. Es también probable que la «Segunda a los Corintios» contenga además otros fragmentos de otras cartas enviadas en el decurso de la crisis. En resumidas cuentas, estaríamos ante un escrito que podría recopilar hasta cuatro posibles cartas del Apóstol.

Tema y contenido de la carta. A pesar de las complicadas circunstancias que la motivaron y de los avatares que sufrió el texto mismo de la carta hasta llegar a la forma en que lo conocemos, gracias al talento y talante de Pablo ha brotado un escrito muy personal e intenso. Casi tanto como el valor de la doctrina pesa la comunicación de la persona, o mejor dicho, su testimonio personal se convierte en doctrina, en tratado vital de la misión apostólica, pues ésta era, en definitiva, la razón de la crisis: el cuestionamiento de su apostolado por parte de algunos miembros influyentes de la comunidad de Corinto.
Si había algo que Pablo no toleraba en absoluto era que se pusiera en duda el mandato misionero recibido del mismo Jesús resucitado. Y no por vanidad o prestigio personal, sino porque estaba en juego la «memoria de Jesús», la verdad del Evangelio que predicaba. Siempre que se siente atacado en este punto, Pablo no rehúsa la polémica, sino que se defiende con acaloramiento, sin ahorrar contra sus adversarios epítetos e invectivas mordaces que delatan su carácter pasional. Era un hombre que no tenía pelos en la lengua.

Retrato de un misionero del Evangelio. Recogiendo todos los datos que nos ofrece esta especie de carta-confesión, surge el retrato fascinante de este servidor de la Palabra de Dios que era Pablo, modelo ya para siempre de todo cristiano comprometido con el Evangelio.
Pablo fue una persona controvertida, siempre en el punto de mira de la polémica y que no dejaba indiferente a nadie. Fue amado incondicionalmente al igual que encarnizadamente perseguido, porque el «anuncio» de la Buena Noticia de que era portador se convertía en denuncia implacable contra toda injusticia, discriminación, comportamiento ético o enseñanza falsa que pisoteara o domesticara la «memoria de Jesús». Fue su fe en Jesús muerto y resucitado la que le impulsaba a predicar: «creí y por eso hablé» (4,13).
Era un hombre, como él mismo dice, que no traficaba con la Palabra de Dios (2,17). Esto le acarreó quebrantos y sufrimientos de toda clase que él consideraba como parte integrante de su misión, como la prueba máxima de la veracidad del Evangelio que predicaba y que, como tal, no se recataba en recordárselos a sus oyentes, de palabra y por escrito, cuando era necesario. El relato que hace de ellos en esta carta (4,7-15) es una pequeña obra maestra de dramatismo y expresividad.
Fue la misma Palabra de Dios la que alejó a Pablo de todo fanatismo y arrogancia, haciéndole descubrir su propia fragilidad humana, como la «vasija de barro» que contenía el tesoro, hasta el punto de no dudar en exhibir sus limitaciones y defectos para que se viera que la fuerza superior de la que estaba poseído «procede de Dios y no de nosotros» (4,7).
Es este Pablo en toda su apasionante humanidad, frágil y a la vez fuerte, cargando humildemente con su tribulación por el Evangelio que predica, pero consciente de la carga incalculable de gloria perpetua que produce (4,17s) el que se nos presenta en este escrito/confesión a los Corintios. Él mismo es la enseñanza y el contenido de la carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Corintios 4,1-6Predicación sincera. Pablo reivindica su ministerio respondiendo a las acusaciones de sus enemigos. Dice que el ministerio es puro don y por ello impone responsabilidad (cfr. 1Ti_2:5). A la franqueza y sinceridad responsable que antes mencionó se oponen dos tácticas: ocultar con vergüenza y deformar por astucia.
Pablo, que apelaba antes al juicio de su propia conciencia, se somete ahora al juicio de la conciencia de los otros (1Ti_1:12), pero «en la presencia de Dios», es decir, pidiendo honestidad en los razonamientos. Ni la codicia, la adulación, la hipocresía o la adulteración de la Palabra -de todo esto le acusaban- forman parte de su proceder como apóstol. Se le podría objetar: si el mensaje es tan valioso y el que lo transmite tan sincero, ¿cómo se explica que tantos lo rechacen, no sólo judíos sino también paganos? Responde: no está encubierto el mensaje, sino que muchos se niegan a creer voluntariamente (cfr. Isa_6:9; Isa_56:10); son aquellos a quienes «por su incredulidad el dios de este mundo les ha cegado la mente para que no les amanezca la claridad de la gloriosa Buena Noticia de Cristo» (4).
Pablo sigue su defensa afirmando que él no se anuncia a sí mismo sino a Cristo y su ministerio es de servicio, llevado a cabo en la humildad, en la pobreza y en el sufrimiento. Es un ministerio sin brillo ni prestigio humanos. Sin embargo, es precisamente en esta oscuridad donde aparece y se experimenta la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Jesús (cfr. Isa_9:1). ¿Está recordando el Apóstol su camino de Damasco, cuando la luz de Cristo brilló en las tinieblas de su ceguera? ¿Está defendiendo su compromiso evangelizador llevado a cabo en la oscuridad de la humildad y la pobreza donde brilla la luz de Cristo? Éste es el ministerio que Pablo defiende contra sus detractores.


II Corintios 4,7-15Confianza en Dios. Estamos llegando a la parte central de la carta. Hasta aquí, Pablo se ha defendido de los predicadores adversarios. Ahora va a exponer su «ideal» de la misión de un apóstol de Cristo. Habla con el corazón en la mano, curtido por largos años de experiencia misionera. Comienza con la imagen bíblica de las «vasijas de barro» que recuerdan la creación del hombre y de la mujer del barro de la tierra (cfr. Gén_2:7; Sal_103:14); también puede aludir a Jeremías en el taller del alfarero (cfr. Jer_18:1-17). La «fuerza de Dios» rebasa la capacidad de la vasija y rebosa demostrando su acción. Lo importante es lo que el envase «contiene», no el recipiente en sí. El contenido es el tesoro. Pablo es esa vasija de barro: pura fragilidad humana, agudizada por los avatares de su apostolado. El Apóstol nunca ha ocultado en sus cartas sus sufrimientos y penalidades (cfr. 11,23b-29; 12,10; Rom_8:35). Aquí, sin embargo une sufrimientos a triunfos en una lista de antítesis que va a vincular a la paradoja entre la muerte y vida de Jesús. No cede al temor de verse aplastado (cfr. Eze_2:6) ni pide el milagro de verse libre de dificultades (cfr. Jr 45): sería negar una parte esencial del misterio pascual de Jesús, su cruz.
Pablo está convencido de que «un crucificado» es el mensajero más apto del Crucificado. Pero así como la muerte de Cristo acabó en vida para él y para todos, así los sufrimientos del Apóstol son fuente de vida para la comunidad: muerte en nosotros y en ustedes la vida (12). Con esa esperanza, el Apóstol sobrelleva gozosa y confiadamente sus desgracias, haciendo suyo un verso del Sal_116:10 : «creí y por eso hablé» (13), para terminar afirmando que «quien resucitó al Señor Jesús, nos resucitará a nosotros con Jesús y nos llevará con ustedes a su presencia» (14).