II Reyes  22 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 20 versitos |
1

Josías de Judá (640-609)
2 Cr 34s

Cuando Josías subió al trono tenía dieciocho años, y reinó treinta y un años en Jerusalén. Su madre se llamaba Yedidá, hija de Adaya, natural de Boscat.
2 Hizo lo que el Señor aprueba. Siguió el camino de su antepasado David, sin desviarse a derecha ni izquierda.
3 El año dieciocho de su reinado mandó al secretario Safán, hijo de Asalías, hijo de Musulán, que fuera al templo con este encargo:
4 – Preséntate al sacerdote Jelcías; que tenga preparado el dinero ingresado en el templo por las colectas que los porteros hacen entre la gente.
5 Que se lo entreguen a los encargados de las obras del templo, para que lo repartan a los obreros que trabajan en el templo reparando los desperfectos del edificio
6 – carpinteros, albañiles y tapiadores– o para comprar madera y piedras talladas para reparar el edificio.
7 Pero que no les pidan cuentas del dinero que les entregan, porque se portan con honradez.
8 El sumo sacerdote Jelcías, dijo al cronista Safán:
– He encontrado en el templo el libro de la ley.
9 Entregó el libro a Safán, y éste lo leyó. Luego fue a dar cuenta al rey:
– Tus siervos han juntado el dinero que había en el templo y se lo han entregado a los encargados de las obras.
10 Y le comunicó la noticia:
– El sacerdote Jelcías me ha dado un libro.
Safán lo leyó ante el rey,
11 y cuando el rey oyó el contenido del libro de la ley, se rasgó las vestiduras
12 y ordenó al sacerdote Jelcías; a Ajicán, hijo de Safán; a Acbor, hijo de Miqueas; al cronista Safán, y a Asaías, funcionario real:
13 – Vayan a consultar al Señor por mí y por el pueblo y por todo Judá a propósito de este libro que han encontrado; porque el Señor estará enfurecido contra nosotros, porque nuestros padres no obedecieron los mandatos de este libro cumpliendo lo prescrito en él.
14 Entonces el sacerdote Jelcías, Ajicán, Acbor, Safán y Asaías fueron a ver a la profetisa Julda, esposa de Salún, el guardarropa, hijo de Ticua de Jarjás. Julda vivía en Jerusalén, en el Barrio Nuevo. Le expusieron el caso,
15 y ella les respondió:
– Así dice el Señor, Dios de Israel: Díganle al hombre que los ha enviado:
16 Así dice el Señor: Yo voy a traer la desgracia sobre este lugar y todos sus habitantes: todas las maldiciones de este libro que ha leído el rey de Judá;
17 por haberme abandonado y haber quemado incienso a otros dioses, irritándome con sus ídolos, está ardiendo mi cólera contra este lugar, y no se apagará.
18 Y al rey de Judá, que los ha enviado a consultar al Señor, díganle: Así dice el Señor, Dios de Israel:
19 Porque tu corazón se ha conmovido y te has humillado delante el Señor al oír mi amenaza contra este lugar y sus habitantes, que serán objeto de espanto y de maldición; porque te has rasgado las vestiduras y llorado en mi presencia, también yo te escucho – oráculo del Señor– .
20 Por eso, cuando yo te reúna con tus padres, te enterrarán en paz, sin que llegues a ver con tus ojos la desgracia que voy a traer a este lugar.
Ellos llevaron la respuesta al rey.

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Introducción a II Reyes 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Reyes  22,1-20Josías de Judá. Junto con su bisabuelo Ezequías, Josías es el único rey de Judá que merece el calificativo de rey justo, equiparable a David. De Josías sabemos que retoma la política reformadora de su bisabuelo; según la narración, todo comienza porque Josías ordena una remodelación y reparación del edifico del Templo. En dichos trabajos, el sacerdote Jelcías encuentra una copia del libro de la Ley, el cual, después de haberlo leído, envía al rey para que también él lo lea. Una vez que ha escuchado Josías el contenido del rollo, «se rasgó las vestiduras» (22,11) en señal de humillación y de reconocimiento de que el pueblo estaba muy lejos de lo exigido por el Señor.
Consultada la profetisa Julda por orden del rey, retoma la profecía del castigo de Judá (22,16s), pero al mismo tiempo envía un mensaje de tranquilidad como respuesta del Señor a la humillación y el reconocimiento del pecado del pueblo (22,18-20). Con este trasfondo podremos entender mejor las seis grandes acciones que emprende el rey: 1. Una vez leído el rollo delante de todo el pueblo, el rey sella ante el Señor una alianza suscrita por todos (23,1-3), al igual que había hecho Josué en Siquén siglos antes (cfr. Jos_24:1-28). 2. Renovada y suscrita la alianza, Josías emprende la purificación del culto; esto implica la abolición definitiva de todos los santuarios locales y de todos los reductos de culto a otras divinidades que queden en el reino (Jos_23:4-15). 3. Centraliza definitivamente el culto en Jerusalén y hace venir a la ciudad a todos los sacerdotes que oficiaban en los santuarios locales (Jos_23:8). 4. Su acción abarca también los territorios del norte donde alcanza su reinado, pues muchos de ellos han sido recuperados por el mismo Josías para Judá; allí derriba el altar de Betel que había construido Jeroboán cuando la división del reino, así como los centros de culto en los lugares altos dispersos por toda Samaría (Jos_23:15-20). 5. Una vez realizado este trabajo, sólo queda una cosa: la celebración de la Pascua en honor del Señor, porque «no se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces gobernaban a Israel ni durante todos los reyes de Israel y Judá» (Jos_23:22). 6. Para ajustarse más todavía a las exigencias del libro de la Ley, hace desaparecer también a nigromantes, adivinos, ídolos, fetiches y todos los aborrecibles objetos de cultos extraños que aún quedaban en Judá y en Jerusalén (Jos_23:24).
Pero ni la humillación del rey, ni la renovación de la alianza, ni las reformas cultuales y religiosas logran apartar la profecía de la destrucción de Jerusalén. Desafortunadamente, en la lectura que hace el deuteronomista de los acontecimientos históricos mundiales de la época, sólo se tiene en cuenta la tesis del castigo del que se ha hecho merecedor el pueblo de Judá por sus infidelidades y rebeldías, un punto de vista muy limitado. Con ello queda en entredicho la imagen de ese Dios justo y misericordioso, lleno de bondad y de paciencia que se percibe en otros momentos de la vida del pueblo. No estamos ante el Dios que por encima de todo ama y perdona, el que siglos más tarde nos va a revelar Jesús de Nazaret y al cual nosotros debemos adherir nuestra fe.