-
II Reyes 22,1-20Josías de Judá. Junto con su bisabuelo Ezequías, Josías es el único rey de Judá que merece el calificativo de rey justo, equiparable a David. De Josías sabemos que retoma la política reformadora de su bisabuelo; según la narración, todo comienza porque Josías ordena una remodelación y reparación del edifico del Templo. En dichos trabajos, el sacerdote Jelcías encuentra una copia del libro de la Ley, el cual, después de haberlo leído, envía al rey para que también él lo lea. Una vez que ha escuchado Josías el contenido del rollo, «se rasgó las vestiduras» (22,11) en señal de humillación y de reconocimiento de que el pueblo estaba muy lejos de lo exigido por el Señor.
Consultada la profetisa Julda por orden del rey, retoma la profecía del castigo de Judá (22,16s), pero al mismo tiempo envía un mensaje de tranquilidad como respuesta del Señor a la humillación y el reconocimiento del pecado del pueblo (22,18-20). Con este trasfondo podremos entender mejor las seis grandes acciones que emprende el rey: 1. Una vez leído el rollo delante de todo el pueblo, el rey sella ante el Señor una alianza suscrita por todos (23,1-3), al igual que había hecho Josué en Siquén siglos antes (cfr. Jos_24:1-28). 2. Renovada y suscrita la alianza, Josías emprende la purificación del culto; esto implica la abolición definitiva de todos los santuarios locales y de todos los reductos de culto a otras divinidades que queden en el reino (Jos_23:4-15). 3. Centraliza definitivamente el culto en Jerusalén y hace venir a la ciudad a todos los sacerdotes que oficiaban en los santuarios locales (Jos_23:8). 4. Su acción abarca también los territorios del norte donde alcanza su reinado, pues muchos de ellos han sido recuperados por el mismo Josías para Judá; allí derriba el altar de Betel que había construido Jeroboán cuando la división del reino, así como los centros de culto en los lugares altos dispersos por toda Samaría (Jos_23:15-20). 5. Una vez realizado este trabajo, sólo queda una cosa: la celebración de la Pascua en honor del Señor, porque «no se había celebrado una Pascua semejante desde el tiempo en que los jueces gobernaban a Israel ni durante todos los reyes de Israel y Judá» (Jos_23:22). 6. Para ajustarse más todavía a las exigencias del libro de la Ley, hace desaparecer también a nigromantes, adivinos, ídolos, fetiches y todos los aborrecibles objetos de cultos extraños que aún quedaban en Judá y en Jerusalén (Jos_23:24).
Pero ni la humillación del rey, ni la renovación de la alianza, ni las reformas cultuales y religiosas logran apartar la profecía de la destrucción de Jerusalén. Desafortunadamente, en la lectura que hace el deuteronomista de los acontecimientos históricos mundiales de la época, sólo se tiene en cuenta la tesis del castigo del que se ha hecho merecedor el pueblo de Judá por sus infidelidades y rebeldías, un punto de vista muy limitado. Con ello queda en entredicho la imagen de ese Dios justo y misericordioso, lleno de bondad y de paciencia que se percibe en otros momentos de la vida del pueblo. No estamos ante el Dios que por encima de todo ama y perdona, el que siglos más tarde nos va a revelar Jesús de Nazaret y al cual nosotros debemos adherir nuestra fe.