ZACARÍAS
Uno o dos Zacarías. La mayoría de los comentaristas modernos distinguen dos partes en el libro (1-8 y 9-14), diversas por el contenido, estilo e intención. La primera se ocupa del templo, la segunda prescinde de él; la primera da mucha importancia a la actividad humana, la segunda sólo se fija en la acción de Dios; la primera estima mucho la profecía, la segunda asiste a su desaparición; la primera es libro de visiones, la segunda de oráculos; en la primera abundan los datos biográficos, en la segunda son escasos; en la primera abundan las fórmulas proféticas, en la segunda las apocalípticas. La primera parte recogería la predicación de Zacarías, contemporáneo de Ageo; la segunda sería obra de otro autor de época posterior.
Zacarías y su época. Aparece citado, junto con Ageo, en Esd_5:1 y 6,14, como inspirador de la reconstrucción del templo. Probablemente perteneció a una familia sacerdotal y, como tal, fue llamado desde muy joven al servicio del templo. Su actividad se extiende hasta diciembre del 518 a.C. Coincidió por poco tiempo con Ageo, con quien compartió los dos grandes temas de predicación, reconstrucción del templo y la restauración escatológica.
Sobre la época véase la introducción a Ageo. En cuanto al contexto histórico de la segunda parte del libro: Zacarías II (9-14), es muy difícil de precisar. Los nombres mencionados, tales como Asiria, Egipto, etc., más que referirse a una situación presente, evocan el pasado para resaltar que lo que Dios hizo con esos pueblos lo sigue y seguirá haciendo, como Señor de la historia, con otros pueblos.
Mensaje religioso. Zacarías se inserta conscientemente en la línea de los antiguos profetas (1,4), predica la conversión, inculca exigencias éticas, critica el culto sin justicia. Depende de Isaías II (2,10-17) y más de Ezequiel en procedimientos literarios.
Como para Ageo, también para Zacarías la reconstrucción del templo es garantía de la restauración de la era mesiánica. Este futuro mesiánico es descrito en la segunda parte del libro en un estilo visionario que está anticipando ya la literatura apocalíptica. Aunque difícil de entender para nosotros, este Zacarías II es el más citado en el Nuevo Testamento, cuyos autores vieron realizados en la pasión de Jesucristo el simbólico mensaje del profeta.
Zacarías 8,1-23Diez promesas. Podríamos denominar este capítulo como un «oráculo múltiple», pues en realidad son diez oráculos en uno solo. Para intentar entenderlo mejor podemos reducirlo a un esquema muy sencillo: promesa-exigencias-efectos hacia el futuro. El profeta parte de una actitud de Dios: Él está celoso por Sión, arde en deseos de volver a habitarla (2), y decide volver; por tanto, promete establecerse de nuevo en ella (3) y poblarla de nuevo (4s). Aunque para muchos sea algo imposible lo que Dios piensa realizar (6), Él está decidido a salvar a su pueblo, Él mismo hará volver a los dispersos (7); con ellos promete restablecer en primer lugar la Alianza: «ellos serán mi pueblo, yo seré su Dios auténtico y legítimo» (8).
Con la restauración de la Alianza vienen las promesas de un cambio de situación que comienza con la normalización de las relaciones interpersonales o, si se quiere, intergrupales (10), cambio de situación en lo que atañe al necesario bienestar y prosperidad (12), que se traduce en bendición (13), y paz (15), elementos esenciales del «shalom» hebreo y del «salam» árabe. Estas promesas, fruto de la decisión divina, implican unos compromisos efectivos (16-19) que tienen que ver tanto con la relación con los demás: justicia y rectitud (16.17a), como con las relaciones con Dios (17b.19). Las promesas inquebrantables de Dios y el esfuerzo del pueblo por cumplir sus compromisos traerán efectos propios a la vida interna (9-15), y a la vida externa: muchos otros se animarán a regresar, pero también pueblos y naciones de otras lenguas llegarán hasta Jerusalén atraídos por las obras del Señor; allí le adorarán y pedirán también ellos su protección (20-23).