Ezequiel  4 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
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Acciones simbólicas

Y tú, Hijo de hombre, agarra un ladrillo, póntelo delante y graba en él una ciudad,
2 ponle cerco, construye torres de asalto contra ella, y haz un terraplén contra ella; pon tropas contra ella y emplaza máquinas de guerra a su alrededor.
3 Y tú agarra una sartén de hierro y ponla como muro de hierro entre ti y la ciudad; dirige contra ella tu rostro; quedará sitiada y le apretarás el cerco. Es una señal para la casa de Israel.
4 Y tú, acuéstate del lado izquierdo, y te echaré encima la culpa de la casa de Israel. Los días que estés así acostado cargarás con su culpa.
5 Yo te señalo en días los años de su culpa – trescientos noventa días– para que cargues con la culpa de la casa de Israel.
6 Cumplidos éstos, te acostarás del lado derecho y cargarás con la culpa de la casa de Judá cuarenta días: un día por cada año te señalo.
7 Dirigirás el rostro y el brazo desnudo hacia el cerco de Jerusalén y profetizarás contra ella.
8 Mira, te amarro con sogas, y no podrás cambiar de lado hasta que cumplas los días de tu asedio.
9 Y tú, recoge trigo y cebada, habas y lentejas, mijo y maíz: échalo todo en una vasija y con ello hazte de comer. – Eso comerás trescientos noventa días, todos los días que estés echado de lado– .
10 Comerás una cantidad fija de alimento: una ración diaria de ocho onzas; a una hora fija la comerás.
11 Beberás el agua medida: la sexta parte de un jarrón, a una hora fija la beberás.
12 Comerás un pan de cebada, que cocerás delante de ellos sobre excremento humano.
13 Y dijo el Señor:
– Los israelitas comerán un pan impuro en las naciones por donde los disperse.
14 Yo repliqué:
–¡Ay, Señor! Mira que yo nunca me he contaminado; desde muchacho nunca he comido carne de animal muerto o despedazado por una fiera; nunca ha entrado en mi boca carne de desecho.
15 Me respondió:
– Está bien, te concedo que prepares tu pan no sobre excremento humano, sino sobre excremento de vaca.
16 Y añadió:
– Hijo de hombre, cortaré el sustento
del pan en Jerusalén:
comerán el pan racionado y con susto,
beberán el agua medida y con miedo,
17 para que, al faltarles el pan y el agua,
se consuman por su culpa,
y todo el mundo se horrorice.

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Introducción a Ezequiel 

EZEQUIEL

Su vida. No sabemos cuándo nació. Probablemente en su infancia y juventud conoció algo de la reforma de Josías, de su muerte trágica, de la caída de Nínive y del ascenso del nuevo imperio babilónico. Siendo de familia sacerdotal, recibiría su formación en el templo, donde debió oficiar hasta el momento del destierro. Es en el destierro donde recibe la vocación profética.
Su actividad se divide en dos etapas con un corte violento. La primera dura unos siete años, hasta la caída de Jerusalén; su tarea en ella es destruir sistemáticamente toda esperanza falsa; denunciando y anunciando hace comprender que es vano confiar en Egipto y en Sedecías, que la primera deportación es sólo el primer acto, preparatorio de la catástrofe definitiva. La caída de Jerusalén sella la validez de su profecía.
Viene un entreacto de silencio forzado, casi más trágico que la palabra precedente. Unos siete meses de intermedio fúnebre sin ritos ni palabras, sin consuelo ni compasión.
El profeta comienza la segunda etapa pronunciando sus oráculos contra las naciones: a la vez que socava toda esperanza humana en otros poderes, afirma el juicio de Dios en la historia. Después comienza a rehacer una nueva esperanza, fundada solamente en la gracia y la fidelidad de Dios. Sus oráculos precedentes reciben una nueva luz, los completa, les añade nuevos finales y otros oráculos de pura esperanza.

Autor del libro.
Lo que hoy conocemos como libro de Ezequiel no es enteramente obra del profeta, sino también, de su escuela. Por una parte, se le incorporan bastantes adiciones: especulaciones teológicas, fragmentos legislativos al final, aclaraciones exigidas por acontecimientos posteriores; por otra, con todo ese material se realiza una tarea de composición unitaria de un libro.
Su estructura es clara en las grandes líneas y responde a las etapas de su actividad: hasta la caída de Jerusalén (1-24); oráculos contra las naciones (25-32); después de la caída de Jerusalén (33-48). Esta construcción ofrece el esquema ideal de amenaza-promesa, tragedia-restauración. Sucede que este esquema se aplica también a capítulos individuales, por medio de adiciones o trasponiendo material de la segunda etapa a los primeros capítulos; también se traspone material posterior a los capítulos iniciales para presentar desde el principio una imagen sintética de la actividad del profeta.
El libro se puede leer como una unidad amplia, dentro de la cual se cobijan piezas no bien armonizadas: algo así como una catedral de tres naves góticas en la que se han abierto capillas barrocas con monumentos funerarios y estatuas de devociones limitadas.

Mensaje religioso. La lectura del libro nos hace descubrir el dinamismo admirable de una palabra que interpreta la historia para re-crearla, el dinamismo de una acción divina que, a través de la cruz merecida de su pueblo, va a sacar un puro don de resurrección. Este mensaje es el que hace a Ezequiel el profeta de la ruina y de la reconstrucción cuya absoluta novedad él solo acierta a barruntar en el llamado «Apocalipsis de Ezequiel» (38s), donde contempla el nuevo reino del Señor y al pueblo renovado reconociendo con gozo al Señor en Jerusalén, la ciudad del templo.
El punto central de la predicación de Ezequiel es la responsabilidad personal (18) que llevará a cada uno a responder de sus propias acciones ante Dios. Y estas obras que salvarán o condenarán a la persona están basadas en la justicia hacia el pobre y el oprimido. En una sociedad donde la explotación del débil era rampante, Ezequiel se alza como el defensor del hambriento y del desnudo, del oprimido por la injusticia y por los intereses de los usureros. Truena contra los atropellos y los maltratos y llama constantemente a la conversión. Sin derecho y sin justicia no puede haber conversión.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Ezequiel  4,1-17Acciones simbólicas. La primera actividad profética de Ezequiel va dirigida tanto a los que comparten su situación de desterrado como a los que aún permanecen en tierra de Judá, especialmente en su capital Jerusalén. Todavía no se ha llevado a cabo la destrucción de la ciudad y su templo y algunos albergan la creencia de que no sucederá. Los capítulos 424 están orientados a demostrar y desenmascarar los grandes pecados y las infidelidades de Israel, por los cuales será juzgado y castigado. Encontraremos vocabulario bélico: asalto, asedio, amenazas propias de la época -espada, hambre y peste-. Todo ello está orientado a destruir, literalmente, en cada israelita cualquier falsa esperanza. Ezequiel, como Jeremías, tiene la desafortunada misión de arrancar y derribar (Jer_1:10), de dejar el corazón completamente vacío en orden a comenzar una nueva posibilidad de relación con Dios. Por eso no será siempre comprendido ni aceptado su mensaje. Mediante palabras, gestos y relatos de visiones, el profeta busca hacer entrar en razón a sus contemporáneos. La destrucción de la ciudad y del templo son los ejes propios de la predicación de Ezequiel; sólo una cosa prevalecerá: las promesas de Dios.
A las varias acciones simbólicas que realiza el profeta siguen diversos oráculos de condena: 1. El primero tiene como causa la rebeldía de la casa de Israel (Jer_5:5-11); la amenaza consiste en la destrucción de todo el país y la dispersión de los sobrevivientes. 2. El segundo se debe a la profanación del santuario mediante ídolos y abominaciones; el castigo (Jer_5:12-15) ya estaba ilustrado con los cabellos arrancados de Ezequiel (Jer_5:1-4). El profeta no duda en poner en labios del Señor expresiones tan fuertes como: «juro que te rechazaré, no me apiadaré de ti, ni te perdonaré» (11b; véase también 8,18; 9,10, etc.). Tal vez busca con ello tocar las conciencias de sus oyentes y espectadores, haciéndoles caer en la cuenta de la magnitud de sus culpas y las consecuencias venideras.