II Pedro  1 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 21 versitos |
1

Saludo

Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que comparten con nosotros el privilegio de la fe, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo:
2 que la gracia y la paz abunden en ustedes por el conocimiento de Dios y de Jesús nuestro Señor.
3

Vocación cristiana

El poder divino nos ha otorgado todo lo que necesitamos para la vida y la piedad, haciéndonos conocer a aquel que nos llamó con su propia gloria y mérito.
4 Con ellas nos ha otorgado las promesas más grandes y valiosas, para que por ellas participen de la naturaleza divina y escapen de la corrupción que habita en el mundo a causa de los malos deseos.
5 Así, no ahorren esfuerzos por añadir a su fe la virtud, a la virtud el conocimiento,
6 al conocimiento el dominio propio, al dominio propio la paciencia, a la paciencia la piedad,
7 a la piedad el afecto fraterno, al afecto fraterno el amor.
8 Si ustedes poseen esos dones en abundancia no permanecerán inactivos ni estériles para conocer a nuestro Señor Jesucristo.
9 Y quien no los posee está ciego y va a tientas, olvidando de que lo han purificado de sus viejos pecados.
10 Por tanto, hermanos, esfuércense por asegurar su vocación y elección. Si obran así, no tropezarán nunca;
11 y además se les abrirá generosamente la entrada en el reino perpetuo del Señor nuestro y Salvador Jesucristo.
12 Por tanto, siempre trataré de recordarles estas cosas aunque las saben y están firmes en la verdad poseída;
13 y mientras vivo en esta morada, juzgo oportuno mantenerlos despiertos con mis llamados.
14 Porque sé que pronto dejaré esta morada, como me ha informado el Señor nuestro Jesucristo.
15 Y me esforzaré para que, después de mi partida, ustedes se acuerden siempre de estas cosas.
16

La gloria de Cristo

Porque cuando les anunciamos el poder y la venida del Señor nuestro Jesucristo, no nos guiábamos por fábulas ingeniosas, sino que habíamos sido testigos oculares de su grandeza.
17 En efecto, él recibió de Dios Padre honor y gloria, por una voz que le llegó desde la sublime Majestad que dijo: Éste es mi Hijo querido, mi predilecto.
18 Esa voz llegada del cielo la oímos nosotros cuando estábamos con él en la montaña santa.
19 Con ello se nos confirma el mensaje profético, y ustedes harán bien en prestarle atención, como a una lámpara que alumbra en la oscuridad, hasta que amanezca el día y el astro matutino amanezca en sus mentes.
20 Pero deben saber ante todo que nadie puede interpretar por sí mismo una profecía de la Escritura,
21 porque la profecía nunca sucedió por iniciativa humana, sino que los hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo.

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Introducción a II Pedro 

2ª PEDRO

Autor, destinatarios y fecha de composición de la carta. La carta comienza con seriedad y solemnidad: doble nombre del remitente, hebreo y griego; doble título, «siervo y apóstol». A lo largo del escrito se refiere a otra carta precedente (3,1), recuerda su presencia en la transfiguración (1,18), llama hermano a Pablo (3,15), se siente a punto de morir (1,14). ¿No está claro el autor?
Lo que está demasiado claro es la ficción de la pseudonimia, comúnmente practicada entonces. El autor quiere presentar el escrito como si fuera el apóstol Pedro. Ya en la antigüedad se discutió bastante sobre la autenticidad del autor. Hoy son raros los que la defienden. Las razones son convincentes. El autor se traiciona repetidas veces, como cuando se incluye en la generación post-apostólica (3,4), o se distingue de los apóstoles (3,2), o al discutir el retraso de la parusía (3,8). A lo cual hay que añadir diferencia de lengua, estilo y vocabulario.
Pero si el autor no es Pedro, sí nos dice cómo imaginaba al apóstol un cristiano de la segunda generación. Este autor escribe a creyentes convertidos del paganismo, como lo sugieren el estilo, los influjos de la filosofía estoica y el tipo de herejías que combate. Es probable que se trate del último escrito del Nuevo Testamento, compuesto hacia finales del s. I o comienzos del s. II.

Género y finalidad de la carta.
Aunque se presenta y comienza como carta, el texto es más bien una exhortación. Teniendo en cuenta que se dice próximo a la muerte (1,3-15), se podría catalogar el escrito como uno de esos testamentos espirituales tan corrientes entonces y de ilustre ascendencia bíblica. El autor se enfrenta con dos problemas principales: el retraso de la parusía o segunda venida del Señor y las herejías, preocupaciones comunes de la segunda generación cristiana.
La aparente tardanza de la victoria definitiva de Jesús enfriaba los ánimos de los creyentes y cundía el desaliento y la incertidumbre ante el gran acontecimiento que, con el correr de los años, aparecía cada vez más lejano. Los enemigos se burlaban de ellos: «¿Qué ha sido de su venida prometida?... todo sigue igual que desde el principio del mundo» (3,4).
El autor responde invitando a sus oyentes a mirar la historia con los ojos de la fe. El tiempo presente es el tiempo de la «paciencia de Dios», pues «no quiere que se pierda nadie, sino que todos se arrepientan» (3,9). Por otra parte, el calendario de Dios es distinto del calendario de los hombres, pues para el Señor «un día es como mil años y mil años como un día» (3,8). De esta lectura de los signos de los tiempos, el autor saca su conclusión: una conducta irreprochable y santa no sólo sitúa al cristiano en el camino de la esperanza, sino que apresura «la venida del día de Dios» (3,12), viviéndolo ya como inminente y convirtiendo la espera no en una actitud pasiva, sino en activa colaboración que acelere la transformación final.
En cuanto a las herejías o falsas doctrinas, todo induce a pensar que se trata de una forma de gnosticismo, con sus historias de mitos y la insistencia en conocimientos arcanos. El autor no las nombra, sólo insiste en el libertinaje de los herejes. Ese «día» para ellos llegará como un ladrón en la noche.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Pedro  1,1-12Saludo. Típico saludo epistolar, en este caso un claro ejemplo de pseudonimia: para dar fuerza a su escrito, el remitente se presenta, sin serlo, como Simón Pedro -los manuscritos más antiguos hablan de Simeón, forma utilizada sólo en Hch 15,14-. Emplea además dos epítetos, «siervo y apóstol», propios de Pablo (Rom_1:1; Tit_1:1), que lo identifican como misionero oficial y significativo en la Iglesia primitiva. Los destinatarios son todos los que comparten la misma fe y la misma justicia -misericordia- de Dios, probablemente comunidades judeocristianas de Asia Menor. La continuidad del saludo en el versículo 2 es común en las cartas paulinas: «gracia y la paz», aunque aquí encontramos un énfasis nuevo: que «abunden» (cfr. 1Pe_1:2) a través del conocimiento de Dios y de Jesús.


II Pedro  1,3-15Vocación cristiana. He aquí una exhortación de acción de gracias por la fe y la vocación recibida (1,5.10). En el versículo 3 se resalta la potencia de Dios generadora de vida, piedad y conocimiento de Jesús. Dios es la vida que nos permite conocer a quien dio su vida por nosotros. Expresiones como «naturaleza divina», «malos deseos» o «mundo» (4) son una clara influencia de la filosofía helenista. Sólo optando por el proyecto de Dios podemos vencer el mundo, símbolo de corrupción y maldad.
En los versículos 5-7 tenemos una lista de las ocho virtudes típicas del helenismo, también presentes en otros lugares del Nuevo Testamento (Rom_5:3s; Gál_5:22s), que comienza con la fe y termina con el amor; semillas que sólo crecen a través del conocimiento de Jesús. Los versículos 10s son una invitación a mantenerse firmes en la fe recibida, como cuota inicial para entrar en el reino de Jesús. Del carácter teológico del reinado de Dios, propio de los evangelios sinópticos (Mat_5:20; Mat_7:21; Mat_18:3; Mat_19:23.24), se pasa a un carácter cristológico -reino de Jesús- propio del período pospascual.
La fuerza de los versículos 12-15 está en el verbo «recordar». El autor, sintiéndose apóstol centinela, hace memoria de las palabras de Jesús mediante el género literario «testamento» al mejor estilo de Moisés (cfr. Dt 31, donde anuncia su muerte y da instrucciones para recordar en el futuro), Josué (Jos 22) o David (2 Sm 23).
II Pedro  1,16-21La gloria de Cristo. El autor defiende la parusía de Cristo (16) como fruto, no de leyendas, sino de experiencias vividas. Y aparece entonces el recuerdo de la transfiguración como mensaje profético (18; cfr. Mat_17:3s), que como lámpara (19b) nos permite ver a Jesús en su doble dimensión de glorificado (17; cfr. Mat_17:1s) e «Hijo querido y predilecto» de Dios (17; cfr. Mat_17:5). La parusía, más que preocupación por lo que viene, es un ejercicio profético del presente que hace memoria comunitaria de Jesús para vivirlo como sol de la mañana y vencer así los problemas de la oscuridad llenando de luz el día por venir.
El contenido de los versículos 20s ha sido fundamental en la definición de los principios de inspiración e interpretación bíblica en la tradición de la Iglesia. La Escritura requiere del Espíritu para su interpretación. Esto no excluye la razón, lenguaje humano a través del cual actúa el Espíritu, ni la comunidad eclesial, lugar privilegiado donde actúa el Espíritu.