Jeremías  12 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 17 versitos |
1 Así dice el Señor Todopoderoso:
Yo los voy a castigar,
sus jóvenes morirán a espada,
sus hijos e hijas morirán de hambre;
2 y no quedará resto de ellos
el año que tengan que rendir cuenta,
cuando envíe la desgracia
a los vecinos de Anatot.
3

El problema de la retribución
Sal 73

Aunque tú, Señor,
tienes siempre la razón
cuando discuto contigo,
quiero proponerte un caso:
¿Por qué prosperan los malvados
y viven en paz los traidores?
4 Las plantas echan raíces,
crecen, dan fruto;
sí, tú estás cerca de sus labios
y lejos de su corazón,
5 c porque dicen:
No ve nuestras andanzas.
6 Si corres con los de a pie y te cansas,
¿cómo competirás
con los de a caballo?
Aunque en tierra tranquila
te sientas seguro,
¿qué harás en la espesura del Jordán?
7

He desechado mi heredad

He abandonado mi casa
y rechazado mi herencia,
he entregado el amor de mi alma
en manos enemigas;
8 porque mi herencia
se había vuelto contra mí,
rugiendo como león feroz;
por eso la detesté;
9 mi herencia
se había vuelto un leopardo,
y los buitres giraban sobre él:
¡vengan, fieras del campo,
acérquense a comer!
10 Entre tantos pastores
destrozaron mi viña
y pisotearon mi parcela,
convirtieron mi parcela escogida
en desierto desolado,
11 la dejaron desolada, desértica,
¡qué desolación!
Todo el país desolado,
¡y a nadie le importaba!
12 Por todas las lomas del desierto
llegaron hombres violentos,
porque la espada del Señor
devora de un extremo al otro del país,
y ningún ser vivo se salvará.
¿Hasta cuándo hará duelo la tierra
y se secará la hierba del campo?
Por la maldad de sus habitantes
mueren el ganado
y las aves del cielo.
13 Sembraron trigo
y cosecharon cardos,
en vano se agotaron
¡qué miseria de cosecha!,
por la ira ardiente del Señor.
14

Cada uno a su heredad

Así dice el Señor a todos los malos vecinos que tocaron la herencia que yo regalé a mi pueblo, Israel:
– Yo los arrancaré de sus campos, arrancaré de allí a los judíos.
15 Después de arrancarlos, volveré a compadecerme de ellos y a traer a cada uno a su tierra y su herencia.
16 Y si aprenden la costumbre de mi pueblo, de jurar por mi Nombre, por la vida del Señor, como ellos enseñaron a mi pueblo a jurar por Baal, se establecerán en medio de mi pueblo.
17 Pero a la nación que no obedezca, la arrancaré y la destruiré, oráculo del Señor.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  12,1-5El problema de la retribución. He aquí uno de los interrogantes aún no despejados, el problema de la retribución como lo plantea la Biblia: ¿por qué al malvado y traidor le va bien, mientras que el justo sufre? También la literatura sapiencial se ocupa del mismo problema, pero sin llegar a una solución definitiva; tal es el núcleo esencial del libro de Job (cfr. especialmente Job 21; Sal 37; 49; 73). El versículo 5 parece la respuesta del Señor, que ciertamente no responde ni al interrogante de Jeremías ni aprueba su petición de venganza; en cambio, le augura más persecución y más traición por parte de sus propios hermanos. Es el camino del profeta, no porque Dios se complazca en ello; se trata más bien de la obstinación del hombre que no es capaz de reconocer en el otro la palabra que Dios le dirige.
Es una ventaja que el Antiguo Testamento haya dejado sin resolver el interrogante de la retribución; eso nos ayuda a entender que Dios no es el directo responsable de la suerte adversa que sufren los justos, que es el mismo hombre con su capacidad de ser solidario, justo y bueno, pero también con su capacidad de codicia, de acaparamiento y de enemigo de la vida, quien puede imprimirle a las relaciones sociales, políticas, económicas y aun religiosas una dinámica de desigualdad, de opresión, de sometimiento y de falta de respeto a la vida y a la justicia. Hay que partir de una convicción profunda: Dios no quiere la desigualdad en absoluto, no le interesa «probar» a unos con la abundancia y el bienestar y a otros con el hambre, el dolor o la enfermedad. Somos nosotros, nuestra conciencia creyente, quienes de un modo simplista interpretamos esa realidad como si de verdad fuera voluntad divina. Dios espera que nosotros, hombres y mujeres, construyamos una sociedad distinta, nueva, donde el bien, la paz, la prosperidad y las oportunidades sean iguales para todos.


Jeremías  12,7-13He desechado mi heredad. El profeta hace una lectura religiosa de la situación adversa de Israel, y lo hace en forma de poema. Es importante tener en cuenta que aquí, como en muchos otros pasajes de la literatura profética, se juntan varios lenguajes: el religioso, el poético y el profético; no caigamos en el error de dar un valor literal a las palabras del profeta, que describe la devastación de su pueblo como una acción directa de la ira divina. Si nuestra convicción y nuestra fe es que Dios es creador y Señor de la vida, jamás podremos atribuirle a ese mismo Dios acciones de destrucción y de muerte, ni pensar siquiera que las aprueba como necesarias para defender instituciones o causas aparentemente nobles.
Jeremías  12,14-17Cada uno a su heredad. El desplazamiento del pueblo lo ve el profeta, no como algo definitivo, sino como algo temporal y con una intencionalidad pedagógica por parte de Dios: los que debían ser castigados por haber seguido a Baal aprenderán a ser leales sólo al Señor, al Dios único de Israel. Se anuncia también el castigo para quienes hayan hecho daño en tierra israelita.