NUMEROS
A este libro que nosotros llamamos «Números», por la referencia a los dos censos que contiene y por la minuciosidad aritmética que ofrece en cuestiones relacionadas con el culto, la tradición judía, según su costumbre, lo llaman «En el desierto», pues es una de las primeras palabras con las que comienza el relato. El desierto es el marco geográfico y también teológico, en el que se llevan a cabo todas las acciones.
Contexto del libro. El pueblo sigue en el desierto: sale del Sinaí (1-10) y se acerca a la tierra prometida después de un largo rodeo (21,10-33,49). A lo largo del peregrinaje va enriqueciendo su caudal de leyes o disposiciones.
El autor sacerdotal (P) ha convertido las andanzas de grupos seminómadas durante varios años en la marcha procesional de todo Israel, perfectamente dividido por tribus y clanes, perfectamente organizado y dispuesto como para un desfile militar o una procesión sacra. Las tribus son «los escuadrones» del Señor, cada una con su banderín o estandarte, que avanzan en rigurosa formación: en el centro, el Arca y la tienda; alrededor, los aaronitas y levitas y las doce tribus, tres por lado.
El viaje se realiza en cuarenta etapas (33), a toque de trompeta (10). El término del viaje es tierra sagrada y también es sagrada la organización; los israelitas son peregrinos hacia la tierra de Dios.
En contraste con este movimiento regular, se lee una serie poco trabada de episodios; entre ellos sobresalen el de los exploradores (13s) y el de Balaán (22-24). El primero narra la resistencia del pueblo, que provoca una dilación y un largo rodeo. El segundo muestra el poder del Señor sobre los poderes ocultos de la magia y la adivinación: el adivino extranjero se ve transformado en profeta de la gloria de Israel. Vemos a Moisés en su tarea de jefe y legislador, en sus debilidades y desánimos, en su gran intercesión a favor del pueblo.
Mensaje religioso. Sobre el sobrecogedor escenario del «desierto», imagen de nuestro peregrinar por la tierra, se va desarrollando la relación continua entre Dios y su pueblo Israel (símbolo de todos los pueblos). Dios es el guía de la peregrinación hacia la tierra prometida; a veces, lo hace con intervenciones de una presencia fulgurante; otras, silenciosamente, a través de la mediación de los profetas y hombres sabios que Él se ha escogido de entre el mismo pueblo.
El pueblo no es siempre dócil y fiel. Desobedece, se revela, pierde la meta de su peregrinación, añora otros caminos más fáciles y placenteros. Dios se irrita, reprende, castiga, pero siempre es el Dios que salva.
El libro de los Números nos ha dejado el ideal del «desierto», de las tentaciones y de la lucha, como el lugar privilegiado del encuentro del ser humano con su Dios. Tan gravado quedó en la conciencia colectiva de Israel, que toda reforma posterior será una llamada profética al ideal «desierto».
Es también el «desierto» a donde Jesús se retira antes de iniciar su vida pública para profundizar en su identidad de Hijo de Dios y vencer las tentaciones del maligno. Y serán también los Padres y las Madres del desierto, en la primera gran reforma del cristianismo, los que dejarán ya para toda la historia de la Iglesia la impronta indeleble del «desierto» como camino de conversión y reencuentro con Dios.
Numeros 31,1-54Destrucción de Madián. Este capítulo retoma 25,16-18, donde en efecto se recibe la orden de atacar a los madianitas, un pueblo con el que Moisés tuvo al principio buenas relaciones (cfr. Éxo_2:15s). El motivo de la guerra contra este pueblo, según lo explicita el mismo texto, es haber propiciado la idolatría de los israelitas cuando le rindieron culto a Baal-Fegor y muchos se acostaron con las mujeres consagradas a dicha divinidad.
El capítulo 25 nos narraba el castigo divino propinado a Israel; este capítulo, el castigo dirigido contra los madianitas. Hay una mención negativa de Balaán (8.16); el mismo que había bendecido a Israel rehusando enriquecerse con las ofertas de Balac, rey de Moab, está ahora interesado en la maldición de los israelitas. Estamos ante diversas tradiciones del mismo personaje, tal y como sucede con las tensiones entre Israel y los madianitas, que en algún momento de su historia provocaron la ruptura de sus relaciones. La rivalidad con otros pueblos se retroproyecta al momento mismo o al período previo a la entrada en la tierra prometida con una intencionalidad programática: Israel no puede compartir o imitar ninguna práctica religiosa de los pueblos que le rodean bajo pena de muerte; debe declarar la guerra a todo culto idolátrico y no contaminarse.
Esta represalia desmesurada y cruenta contra los madianitas no debe tomarse en sentido literal; tampoco podemos dudar de si la orden de ataque la dio o no el mismo Dios. Jamás debemos llegar a pensar que un acto de violencia y de barbarie como éste o como tantos otros que encontramos en el Antiguo Testamento pueda provenir del mismo «Ser» cuya esencia es sólo amor, misericordia y perdón. Estos relatos deben ser entendidos en su contexto y en el conjunto de preocupaciones e intencionalidades teológicas de sus redactores. Nunca pueden ser un argumento para promover la violencia o la intolerancia religiosa. Ingenuamente se habla a veces de guerra «santa», como si guerra y santidad fueran compatibles. Toda guerra o acto violento es condenable, por más que el nombre de Dios esté de por medio. Es necesario estar muy atentos para no caer en la aceptación de falsas ideologías político-religiosas que comprometen la auténtica imagen del Dios bíblico.