Hechos 17 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 34 versitos |
1

En Tesalónica

Atravesando Anfípolis y Apolonia llegaron a Tesalónica, donde había una sinagoga judía.
2 Según costumbre, Pablo se dirigió a ella y, durante tres sábados, discutió con ellos, citando la Escritura,
3 explicándola y mostrando que el Mesías tenía que padecer y resucitar al tercer día, y que ese Jesús que les anunciaba era el Mesías.
4 Algunos de ellos se convencieron y se unieron a Pablo y Silas; también lo hicieron gran número de gente de nacionalidad griega que habían aceptado la fe de los judíos y no pocas mujeres influyentes.
5 Llenos de envidia, los judíos reclutaron algunos maleantes del arroyo, promovieron un alboroto y perturbaron el orden de la ciudad. Luego se presentaron en casa de Jasón con la intención de hacer comparecer a Pablo y Silas ante la asamblea del pueblo.
6 Al no encontrarlos, arrastraron a Jasón y a algunos hermanos a la presencia de los magistrados.
Y gritaron:
–Éstos, que han revolucionado el mundo, se han presentado también aquí y
7 Jasón los ha recibido en su casa. Todos éstos actúan contra los edictos del emperador y afirman que hay otro rey, llamado Jesús.
8 Al oírlo, la multitud y los magistrados se asustaron,
9 exigieron una fianza a Jasón y los soltaron.
10

En Berea

Enseguida, de noche, los hermanos enviaron a Pablo y Silas a Berea. Cuando llegaron, se dirigieron a la sinagoga de los judíos.
11 Éstos eran más tolerantes que los de Tesalónica; recibieron con interés el mensaje y todos los días analizaban la Escritura para ver si era cierto.
12 Muchos de ellos abrazaron la fe, lo mismo que algunas mujeres nobles y no pocos hombres griegos.
13 Cuando los judíos de Tesalónica se enteraron de que Pablo había anunciado el mensaje de Dios en Berea, fueron allá para incitar y amotinar a la multitud.
14 Sin tardanza, los hermanos hicieron bajar a Pablo hasta la costa, mientras Silas y Timoteo se quedaban atrás.
15 Los que escoltaban a Pablo lo condujeron hasta Atenas; después volvieron con instrucciones para que Silas y Timoteo se reunieran con él cuanto antes.
16

En Atenas

Mientras los esperaba en Atenas, Pablo se indignaba al observar la idolatría de la ciudad.
17 En la sinagoga discutía con judíos y con los que temen a Dios; en la plaza pública hablaba a los que pasaban por allí.
18 Algunos de las escuelas filosóficas de epicúreos y estoicos entablaban conversación con él; otros comentaban:
–¿Qué querrá decir este charlatán?
Otros decían:
– Parece un propagandista de divinidades extranjeras.
Porque anunciaba a Jesús y la resurrección.
19 Lo llevaron al Areópago y le preguntaron:
–¿Podemos saber en qué consiste esa nueva doctrina que expones?
20 Dices cosas que nos suenan extrañas y queremos saber lo que significan.
21 Porque todos los atenienses y los extranjeros que residen allí no tienen mejor pasatiempo que contar y escuchar novedades.
22

En el Areópago

Pablo se puso en pie en medio del Areópago y habló así:
– Atenienses, veo que son hombres sumamente religiosos.
23 Cuando estaba paseando y observando sus lugares de culto, encontré un altar con esta inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO. Ahora bien, yo vengo a anunciarles al que adoran sin conocer.
24 Es el Dios que hizo cielo y tierra y todo lo que hay en él. El que es Señor de cielo y tierra no habita en templos construidos por hombres
25 ni pide que le sirvan manos humanas, como si necesitase algo. Porque él da vida y aliento y todo a todos.
26 De uno solo formó toda la raza humana, para que poblase la superficie entera de la tierra. Él definió las etapas de la historia y las fronteras de los países.
27 Hizo que buscaran a Dios y que lo encontraran aun a tientas. Porque no está lejos de ninguno de nosotros, ya que
28 en él vivimos, y nos movemos y existimos, como dijeron algunos de los poetas de ustedes: porque somos también de su raza.
29 Por tanto, si somos de raza divina, no debemos pensar que Dios es semejante a la plata o el oro o la piedra modelados por la creatividad y la artesanía del hombre.
30 Ahora bien, Dios, pasando por alto la época de la ignorancia, manda ahora a todos los hombres en todas partes a que se arrepientan;
31 porque ha señalado una fecha para juzgar con justicia al mundo por medio de un hombre que él designó para esto. Y a este hombre lo ha acreditado ante todos resucitándolo de la muerte.
32 Al oír lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, otros decían:
– En otra ocasión te escucharemos sobre este asunto.
33 Y así Pablo abandonó la asamblea.
34 Algunos se juntaron a él y abrazaron la fe; entre ellos Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y algunos más.

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Introducción a Hechos

Hechos de los Apóstoles

Autor, destinatarios y fecha de composición. El libro de los Hechos ha sido considerado siempre como la segunda parte y complemento del tercer evangelio, y así se comprende todo su sentido y finalidad. Ambas partes de la obra han salido de la pluma del mismo autor, a quien la tradición antigua identifica como Lucas. Fue escrito probablemente después del año 70, y sus destinatarios inmediatos parecen ser paganos convertidos, simbolizados en el «querido Teófilo» (amigo de Dios) -el mismo del tercer evangelio- a quien el autor dedica su escrito.
El título no refleja exactamente el contenido del libro, pues en realidad éste se centra, casi con exclusividad, en los «Hechos» de dos apóstoles, pioneros de la primera evangelización de la Iglesia: Pedro y Pablo. Alrededor de ellos, toda una galería de personajes y acontecimientos, con los que el autor teje su narración, recorre las páginas de este bello documento del Nuevo Testamento.

Carácter del Libro. Si hubiera que encerrar en una frase el carácter principal del libro de los Hechos, se podría decir que es fundamentalmente una narrativa de misión, la primera de la Iglesia, prolongación de la misma misión de Jesús. Sólo así se comprende que el verdadero protagonista de la obra sea el Espíritu Santo prometido y enviado por Cristo a sus seguidores, que es el alma de la misión, el que impulsa la Palabra o el Mensaje evangélico a través del protagonismo secundario de Pedro, Pablo y del gran número de hombres y mujeres cuyos nombres y gestas, gracias a Lucas, forman ya parte de la memoria misionera colectiva de la comunidad cristiana de todos los tiempos. No en vano se ha llamado a los Hechos el «evangelio del Espíritu Santo».
Este carácter misionero hace que el libro de los Hechos sea de un género literario único. Aunque narra acontecimientos reales de la Iglesia naciente, no es propiamente un libro de historia de la Iglesia. Más bien sería una relectura, en clave espiritual, de una historia que era ya bien conocida por las comunidades cristianas a las que se dirige Lucas 30 ó 40 años después de que ocurrieran los hechos que narra. Su intención, pues, no es la de informar, sino la de hacer que el lector descubra el hilo conductor de aquella aventura misionera que comenzó en Jerusalén y que llegó hasta el centro neurálgico del mundo de entonces, Roma.
Aunque gran parte del libro está dedicado a las actividades apostólicas de Pedro y Pablo, tampoco hay que considerar Hechos como un escrito biográfico o hagiográfico de dichos apóstoles. Lo que el autor pretende es interpretar sus respectivos itinerarios misioneros, sus sufrimientos por el Evangelio y el martirio de ambos -aunque no haga mención explícitamente de ello por ser de sobra conocido- como un camino de fidelidad, de servicio y de identificación con la Palabra de Dios, siguiendo las huellas del Señor.

Relatos, sumarios y discursos. Para componer su historia, Lucas usa con libertad todos los recursos literarios de la cultura de su tiempo, como los «relatos» en los que, a veces, mezcla el realismo de las reacciones humanas con el halo maravilloso de apariciones y prodigios; los «sumarios», que son como paradas narrativas para mirar hacia atrás y hacia delante, con el fin de resumir y dejar caer claves de interpretación; y sobre todo los «discursos» que el autor pone en boca de los principales personajes: Pedro, Esteban, Pablo, etc. Los catorce discursos, cuidadosamente elaborados por Lucas, ocupan casi una tercera parte de la obra y cumplen en el libro de los Hechos la misma función que las palabras de Jesús en los evangelios: la Buena Noticia proclamada por los primeros misioneros que ilumina este primer capítulo de la historia de la Iglesia, presentada en episodios llenos de vida y dramatismo.

Nacimiento y primeros pasos de la Iglesia. El libro de los Hechos nos trae a la memoria el nacimiento, la consolidación y expansión de la Iglesia, continuadora de Cristo y su misión, en muchas Iglesias o comunidades locales de culturas y lenguas diferentes que forman, entre todas, la gran unidad del Pueblo de Dios. Primero es la Iglesia rectora de Jerusalén de donde todo arranca; después toma el relevo Antioquía, y así sucesivamente. La expansión no es sólo geográfica; es principalmente un ir penetrando y ganando para el Evangelio hombres y mujeres de toda lengua y nación. Ésta es la constante del libro que culmina en la última página, en Roma.
La organización de las Iglesias que nos presenta Lucas es fluida, con un cuerpo rector local de «ancianos» (en griego presbíteros). Los apóstoles tienen la responsabilidad superior. Hay constancia de una vida sacramental y litúrgica: bautismo, imposición de manos o ministerio ordenado, celebraciones y catequesis.

El libro de los Hechos y el cristiano de hoy.
Como Palabra de Dios, el libro de los Hechos sigue tan vivo y actual, hoy, como hace dos mil años. El mismo Espíritu que animó y sostuvo a aquellas primeras comunidades cristianas, sigue presente y operante en la Iglesia de hoy, impulsando, animando y confortando a los testigos del Evangelio de nuestros días. Hoy como entonces, Lucas nos interpela con la misma llamada a la conversión y al seguimiento de Jesús en una fraternidad que no conoce fronteras donde se vive ya, en fe y en esperanza, la salvación que Jesús nos trajo con su muerte y resurrección. Finalmente, es un libro que nos da la seguridad de que la Palabra de Salvación, impulsada por el Espíritu, no será nunca encadenada ni amordazada porque lleva en sí el aliento del poder y del amor salvador de Dios.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hechos 17,1-9En Tesalónica. Dejando ciudades secundarias, los misioneros se encaminan a la capital de Macedonia, Tesalónica -hoy Salónica-, una ciudad portuaria, rica y abierta, en la que no faltaba la sinagoga judía. Siguiendo su estrategia misionera, Pablo se dirige primero a los judíos a quienes explica y muestra que el Mesías tenía que sufrir y resucitar, y que este Mesías era Jesús. El éxito de la predicación de Pablo en Tesalónica es muy superior al de Filipos. Entre los que se asociaron a Pablo y Silas había judíos, griegos y no pocas mujeres influyentes. De nuevo, Lucas hace notar la presencia de las mujeres. Probablemente no lo hace sólo para promocionarlas, sino para dar testimonio de su protagonismo en aquellas comunidades cristianas.
Como en otras ocasiones, el éxito provoca la envidia y la acusación de los judíos, muy semejante a la que lanzaron contra Jesús (cfr. Luc_23:2; Jua_19:12): intentar suplantar al emperador romano con otro rey. Esta vez, al no encontrar a Pablo y Silas, los amotinados se volvieron contra el anfitrión de los misioneros, Jasón. Menos mal que las autoridades se dieron cuenta de lo absurdo de la acusación y se contentaron con amonestar a Jasón.


Hechos 17,10-15En Berea. Se repiten los mismos sucesos que en Tesalónica. La misión de Pablo y Silas termina, como siempre, en persecución. Esta vez son los judíos venidos de Tesalónica los que se dirigen a Berea -unos 80 km. de distancia- para impedir la misión de Pablo. Sin embargo, los convertidos siguen aumentando; entre ellos, vuelve a repetir Lucas, había mujeres importantes. En Berea se separan los compañeros por un tiempo, de modo que Pablo va a afrontar en solitario el desafío de Atenas.
Hechos 17,16-21En Atenas. El relato de Atenas está entre los más importantes del libro de los Hechos. A través de los episodios anteriores Lucas ha ido preparando el terreno para este encuentro importantísimo de Pablo con las religiones paganas. Hasta ahora los predicadores cristianos se han enfrentado con el judaísmo y la ley, la magia (16,16-18; 19,12-16), con el politeísmo ingenuo (14,6-18). Ahora le toca a Pablo enfrentarse con una religiosidad marcada por la filosofía. A pesar de su decadencia económica y política, Atenas conservaba intacta su aureola cultural, aunque evocaba mucho más de lo que era. Los filósofos habían reinterpretado la mitología para transformarla en religión purificada. En aquel momento actuaban en Atenas «la Academia» de Platón; «los peripatéticos» de Aristóteles; «los epicúreos»; «los estoicos» y quizás también «los cínicos».
Hechos 17,22-34En el Areópago. En sus tres grandes viajes misioneros, Pablo pronunció tres discursos programáticos: a los judíos en Antioquía de Pisidia, a los líderes cristianos en Éfeso y a los filósofos paganos en Atenas. El discurso de Atenas es de suma importancia para Lucas, hombre abierto a la cultura griega, dialogante y conciliador, de origen pagano él mismo. El discurso está colocado justo al comienzo de la gran misión de Pablo que le llevaría a predicar el Evangelio en el mundo greco-romano, donde, desde el punto de vista religioso, la pluralidad era la nota dominante.
Para nosotros, cristianos del s. XXI, lo fascinante de este relato es que justamente haya sucedido; que uno de los representantes más cualificados de la Iglesia de entonces, apóstol de Jesús, viaje a Atenas; escuche con respeto a los filósofos; comparta con los epicúreos el rechazo de los ídolos; apruebe la creencia de los estoicos en el parentesco entre Dios y la humanidad: «en él vivimos, nos movemos y existimos» (28) llega a decir Pablo citando a un poeta griego; haga suyas las convicciones del mundo cultural griego de tolerancia hacia las religiones extranjeras; dialogue y anuncie el mensaje de Jesús.
Hoy llamaríamos a la actuación misionera de Pablo en Atenas: diálogo interreligioso, la última y desafiante frontera de la misión universal de la Iglesia que estamos viviendo con tanta pasión en nuestros días. Esta escena de Pablo dialogando con las religiones no cristianas, representadas por los filósofos de Atenas, no se volverá a repetir en la historia de la Iglesia «a tan alto nivel», hasta la mitad del s. XX, en el Concilio Vaticano II, que abrió las puertas al diálogo atento y respetuoso con los creyentes de otras religiones, sin descalificaciones, prejuicios y condenas. Pablo, respetuoso en la escucha, es también valiente en el anuncio. Después de captarse la benevolencia de los atenienses, dice sin rodeos que toda la historia pasada de búsqueda de Dios, del «dios desconocido», ha sido, en realidad, una época de ignorancia. Ha llegado el momento de salir de ella y pasar al arrepentimiento. Todas las personas han sido llamadas a romper con el pasado. Hay un día fijado, aunque no revelado, para el juicio de Dios (cfr. Sal_75:3; Sal_96:13). Y un «varón» encargado de ejecutarlo (cfr. 10,42; Mat_25:31s). La resurrección de Jesús llega casi sin hacer ruido: en atención a los paganos, para agudizar su curiosidad, o en atención a sus lectores que ya han oído hablar de ella en el libro.
Los resultados del diálogo y anuncio, hoy como en Atenas, están en manos de Dios. La mayoría de los oyentes de Pablo deciden que no merece la pena seguir escuchando. La predicación del Apóstol, sin embargo, no fue totalmente ineficaz. Lucas menciona por sus nombres a dos convertidos: Dionisio, funcionario de la ciudad para la educación y la cultura y Dámaris, ¡otra mujer!
¿Triunfó Pablo en Atenas? ¿Fracasó? Para el cristiano de hoy Lucas tiene un mensaje importantísimo que comunicar: Pablo, frente a las religiones no cristianas, respetó, escuchó, dialogó y anunció el mensaje de Cristo. Éste fue su triunfo indiscutible y la lección que nos transmite. En esto consiste la misión evangelizadora de la Iglesia.