Hebreos 11 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 40 versitos |
1

La fe – esperanza

La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve.
2 Por ella nuestros antepasados fueron considerados dignos de aprobación.
3 Por la fe comprendemos que el mundo fue formado por la Palabra de Dios, lo visible a partir de lo invisible.
4 Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio mejor que el de Caín, por ella lo declararon justo y Dios aprobó sus dones; por ella, aunque muerto, sigue hablando.
5 Por la fe Enoc fue trasladado sin pasar por la muerte, y no lo encontraron porque Dios se lo había llevado; y recibió testimonio que antes de su traslado había agradado a Dios.
6 Sin fe es imposible agradarle. Quien se acerca a Dios ha de creer que existe y que recompensa a los que lo buscan.
7 Por la fe recibió Noé aviso de lo que aún no se veía, y cauteloso construyó un arca para que se salvase su familia. La fe de Noé condenó al mundo y él alcanzó la justicia que da la fe.
8 Por fe obedeció Abrahán a la llamada de salir hacia el país que habría de recibir en herencia; y salió sin saber adónde iba.
9 Por fe se trasladó como forastero al país que le habían prometido y habitó en tiendas de campaña con Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa.
10 Porque esperaba la ciudad construida sobre cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios.
11 Por fe también Sara, aun pasada la edad, recibió vigor para concebir, porque pensó que era fiel el que lo prometía.
12 Así, de uno solo, y ya cercano a la muerte, nació una multitud como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
13 Con esa fe murieron todos ésos sin haber recibido lo prometido, aunque viéndolo y saludándolo de lejos y confesándose peregrinos y forasteros en la tierra.
14 Quienes así razonan demuestran que están buscando una patria.
15 Pero si hubieran sentido nostalgia de la que abandonaron, podrían haber vuelto allá.
16 Por el contrario, aspiraban a una mejor, es decir, a la patria celestial. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios, porque les había preparado una ciudad.
17 Por fe, Abrahán, cuando Dios lo puso a prueba, tomó a Isaac, para ofrecerlo en sacrificio. Ofreció a su hijo único, el que era la garantía de la promesa,
18 eso que le habían dicho: Isaac continuará tu descendencia;
19 pero pensó que Dios tiene poder para resucitar de la muerte. Y así lo recobró como un símbolo.
20 Por fe, bendijo Isaac el futuro de Jacob y Esaú.
21 Por fe, Jacob moribundo bendijo a los dos hijos de José y se postró apoyándose en el extremo del bastón.
22 Por fe, José, al final de la vida, hizo alusión al éxodo de los israelitas y dio instrucciones acerca de sus restos.
23 Por fe, cuando nació Moisés, sus padres, viendo que era un niño hermoso, y sin temer el decreto real, lo ocultaron tres meses.
24 Por fe, Moisés, ya crecido, renunció al título de hijo de la hija del Faraón,
25 y antes que el disfrute pasajero del pecado, prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios;
26 pensando que la humillación de Cristo valía más que los tesoros de Egipto, ya que tenía puestos los ojos en la recompensa que Dios le habría de dar.
27 Por fe, abandonó Egipto sin temer la cólera del rey, porque se aferraba a lo invisible como si fuera visible.
28 Por fe, celebró la Pascua y roció con sangre, para que el destructor no tocase a sus primogénitos.
29 Por fe, los israelitas atravesaron el Mar Rojo como por tierra firme, mientras que los egipcios al intentarlo se ahogaron.
30 Por fe, la muralla de Jericó, tras ser rodeada durante siete días, se derrumbó.
31 Por fe, la prostituta Rajab acogió amistosamente a los espías y no pereció con los rebeldes.
32 ¿A qué seguir? Me falta tiempo para contar la historia de Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David y Samuel y los profetas;
33 los cuales por fe conquistaron reinos, administraron justicia, vieron cumplidas las promesas, cerraron la boca a leones,
34 extinguieron el ardor del fuego, evitaron el filo de la espada, se restablecieron de la enfermedad, fueron valerosos en la guerra, rechazaron ejércitos extranjeros.
35 Algunas mujeres recobraron resucitados a sus maridos. Otros, torturados, rehusaron librarse, prefiriendo una resurrección de más valor.
36 Otros sufrieron la prueba de burlas y azotes, de cadenas y cárcel.
37 Fueron apedreados, destrozados, pasados a cuchillo; vagaban cubiertos con pieles de cabras y ovejas, necesitados, atribulados, maltratados.
38 El mundo no era digno de ellos. Vagaban por desiertos, montañas, grutas y cavernas.
39 Ninguno de ellos, aunque fueron aprobados por la fe que tenían, alcanzó lo prometido,
40 porque Dios nos reservaba un plan mejor: que aquellos no cumplieran su destino sin nosotros.

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Introducción a Hebreos

HEBREOS

Carta. Más que una carta, este escrito parece una homilía pronunciada ante unos oyentes o un tratado doctrinal que interpela a sus lectores. No cuenta con la clásica introducción epistolar compuesta por el saludo, la acción de gracias y la súplica; su conclusión es escueta y muy formal. Su autor ha empleado recursos de una elegante oratoria, como las llamadas de atención y el cuidadoso movimiento entre el sujeto plural y el singular en la exhortación, características propias de un discurso entonado.

De Pablo. Ya en la antigüedad se dudó sobre su autenticidad paulina y tardó en imponerse como carta salida de la pluma del Apóstol. Las dudas persistieron, no obstante, hasta convertirse hoy en la casi certeza de que el autor no es Pablo, sino un discípulo anónimo suyo. Las razones son muchas: faltan, por ejemplo, las referencias personales; el griego que utiliza es más puro y elegante, como si fuera la lengua nativa del autor; el estilo es sosegado, expositivo, y carece de la pasión, movimiento y espontaneidad propios del Apóstol.

A los hebreos. La tradición ha afirmado que los destinatarios eran los «hebreos», o sea, los judíos convertidos al cristianismo. Y ésa sigue siendo la opinión más aceptada hoy en día. La carta cita y comenta continuamente el Antiguo Testamento; a veces alude a textos que supone conocidos. En ella se puede apreciar a una comunidad que atraviesa un momento de desaliento ante el ambiente hostil de persecución que la rodea. El entusiasmo primero se ha enfriado y, con ello, la práctica cristiana. La nostalgia del esplendor de la liturgia del Templo de Jerusalén, que se desarrolla alrededor del sacerdocio judío, está poniendo en peligro una vuelta al judaísmo, a sus instituciones y a su culto.

Fecha y lugar de composición de la carta. La fecha de composición es discutida. Algunos piensan que la carta es anterior a la destrucción de Jerusalén (año 70), pues el autor parece insinuar que el culto judío todavía se desarrolla en el Templo (10,1-3). Otros apuntan a una fecha posterior, cuyo tope sería el año 95, año en que la carta es citada por Clemente. En cuanto al lugar, la incertidumbre es completa.

Contenido de la carta. Esta carta-tratado alterna la exposición con la exhortación. Desde su sublime altura doctrinal, el autor contempla admirables y grandiosas correspondencias. La primera, entre las instituciones del Antiguo Testamento y la nueva realidad cristiana. La segunda media entre la realidad terrestre y la celeste, unidas y armonizadas por la resurrección y glorificación de Cristo. Su tema principal, provocado por la situación de los destinatarios, es el sacerdocio de Cristo y el consiguiente culto cristiano.

El sacerdocio de Cristo
. A la nostalgia de una compleja institución y práctica judías opone el autor, no otra institución ni otra práctica, sino una persona: Jesucristo, Hijo de Dios, hermano de los hombres. Él es el gran mediador, superior a Moisés; es el «sumo sacerdote», que ya barruntaba la figura excepcional y misteriosa de Melquisedec.
El autor lo explica comentando el Sal 110 y su trasfondo de Gn 14. Jesús no era de la tribu levítica, ni ejerció de sacerdote de la institución judía, era un laico. Su muerte no tuvo nada de litúrgico, fue simplemente un crimen cometido contra un inocente. Si el autor llama «sacerdote» a Cristo -el único lugar del Nuevo Testamento donde esto ocurre- lo hace rompiendo todos los moldes y esquemas, dando un sentido radicalmente nuevo, profundo y alto a su sacerdocio, y por consiguiente al sacerdocio de la Iglesia.
Jesucristo es el mediador de una alianza nueva y mejor, anunciada ya por Jeremías (cfr. Jr 31). Su sacrificio, insinuado en el Sal 40, es diverso, único y definitivo; inaugura, ya para siempre, la perfecta mediación de quien es, por una parte, verdadero Hijo de Dios y, por otra, verdadero hombre que conoce y asume la fragilidad humana en su condición mortal.
Su sacerdocio consiste en su misma vida ofrecida como don de amor a Dios su Padre, a favor y en nombre de sus hermanos y hermanas. Una vida marcada por la obediencia y solidaridad hasta el último sacrificio. Dios transformó esa muerte en resurrección, colocando esa vida ofrecida y esa sangre derramada por nosotros en un «ahora» eterno que abarca la totalidad de la historia humana con la mediación de su poder salvador.

El sacerdocio de los cristianos.
Los cristianos participan en este sacerdocio de Cristo. Es la misma vida del creyente la que, por el bautismo y su incorporación a la muerte y resurrección del Señor, se convierte en culto agradable a Dios, o lo que es lo mismo, en un cotidiano vivir en solidaridad y amor, capaces de trasformar el mundo. En esta peregrinación de fe y de esperanza del nuevo pueblo sacerdotal de Dios hacia el reposo prometido, Cristo nos acompaña como mediador, guía e intercesor.

Actualidad de la carta. Ha sido el Concilio Vaticano II el que ha puesto la Carta a los Hebreos como punto obligado de referencia para comprender el significado del sacerdocio dentro de la Iglesia, tanto el de los ministros ordenados, como el sacerdocio de los fieles. Toda la Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es sacerdotal. Todos y cada uno de los bautizados, hombres y mujeres, participan del único sacerdocio de Cristo, con todas las consecuencias de dignidad y protagonismo en la misión común. El sacramento del ministerio ordenado -obispos, presbíteros y diáconos-, ha sido instituido por el Señor en función y al servicio del sacerdocio de los fieles. Estamos sólo en los comienzos del gran cambio que revolucionará a la Iglesia y cuyos fundamentos puso ya el autor de esta carta.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Hebreos 11,1-40La fe - esperanza. La fe nos mantiene firmes en la espera de lo que todavía «no se ve» (1), aludiendo a esa segunda y definitiva venida del Señor. Son los ojos de la fe los que perciben en lontananza al que ha de venir, es más: la fe posee ya, por anticipado, esa realidad del encuentro definitivo con el Señor que se perfila como el horizonte último de la historia y que da sentido al tiempo presente.
Dios ha hecho una promesa y el creyente se fía de ella, por eso espera. Esta fe transida de esperanza es la clave de interpretación de la verdadera historia del pueblo de Israel, que el predicador nos va a mostrar como una historia de fe a través de las gestas de sus protagonistas a quienes presenta justamente como campeones y testigos de la fe.
El recorrido histórico es largo y detallado. Menciona a quince personajes por sus nombres y a otros muchos anónimos que superaron toda clase de pruebas y soportaron indecibles sufrimientos y tribulaciones, que fueron marginados, excluidos, perseguidos, encarcelados, despreciados, torturados, asesinados. El predicador termina su recorrido con una exclamación: «el mundo no era digno de ellos» (38), como queriendo resaltar la superior calidad humana y estatura moral de esas personas a quienes, de ordinario, la sociedad en que viven no tiene la capacidad de reconocer ni de apreciar.
¿Cómo pudieron aquellos hombres y aquellas mujeres hacer lo que hicieron, mantenerse firmes, luchar contra corriente y sin tregua en el mundo hostil en que les tocó vivir? «Por la fe», afirma el predicador, repitiendo la expresión detrás de cada nombre (22 veces) como la melodía de fondo que dio sentido a sus vidas. La fe los convirtió en «peregrinos y forasteros en la tierra» (13), buscadores de una patria mejor (16). Por la fe en lo prometido, Jesús el Mesías, murieron «viéndolo y saludándolo de lejos» (13), aunque no llegaron a conocerlo. Por la fe ofrecieron sus vidas «prefiriendo una resurrección de más valor» (35).
Al final de su recorrido histórico por los personajes de la historia de Israel, el predicador afirma que aquellos no cumplieron su destino sin nosotros (40). Por una parte, abarca en un abrazo solidario a todos los testigos de la fe que peregrinaron por la tierra buscando, creyendo y esperando en Dios, aunque no llegaron a conocer a Aquel en quien la fe tiene sentido y cumplimiento: Jesús de Nazaret. Por otra, nos abarca a nosotros, los cristianos que sabemos y conocemos y por eso completamos el destino de todos ellos al anunciar y proclamar el nombre santo del Salvador universal. Ésta es la misión de la Iglesia: ser el signo, el sacramento de la salvación que Dios ofrece en la muerte y resurrección de Jesucristo a todos los hombres y todas las mujeres de toda raza y nación.