I Samuel 24 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 22 versitos |
1 Cuando Saúl volvió de perseguir a los filisteos, le avisaron:
– David está en el desierto de Engadí.
2 Entonces Saúl, con tres mil soldados de todo Israel, marchó en busca de David y su gente, hacia las Suré Hayelim,
3 llegó a unos corrales de ovejas junto al camino, donde había una cueva, y entró a hacer sus necesidades.
4 David y los suyos estaban en lo más hondo de la cueva. Sus hombres le dijeron a David:
–Éste es el día del que te dijo el Señor: Yo te entrego tu enemigo. Haz con él lo que quieras.
5 Pero él les respondió:
–¡Dios me libre de hacer eso a mi señor, el ungido del Señor, extender la mano contra él! ¡Es el ungido del Señor!
6 Y les prohibió enérgicamente echarse contra Saúl;
7 pero él se levantó sin meter ruido y le cortó a Saúl el borde del manto; aunque más tarde le remordió la conciencia por haberle cortado a Saúl el borde del manto. Cuando Saúl se levantó, salió de la cueva y siguió su camino,
8 David se levantó, salió de la cueva detrás de Saúl y le gritó:
–¡Majestad!
Saúl se volvió a ver, y David se postró rostro en tierra, rindiéndole vasallaje.
9 Le dijo:
–¿Por qué haces caso a lo que dice la gente, que David anda buscando tu ruina?
10 Mira, lo estás viendo hoy con tus propios ojos: el Señor te había puesto en mi poder dentro de la cueva; me dijeron que te matara, pero te respeté, y dije que no extendería la mano contra mi señor, porque eres el ungido del Señor.
11 Padre mío, mira en mi mano el borde de tu manto; si te corté el borde del manto y no te maté, ya ves que mis manos no están manchadas de maldad, ni de traición, ni de ofensa contra ti, mientras que tú me acechas para matarme.
12 Que el Señor sea nuestro juez. Y que él me vengue de ti; pero mi mano no se alzará contra ti.
13 Como dice el viejo refrán: La maldad sale de los malos..., mi mano no se alzará contra ti.
14 ¿Tras de quién ha salido el rey de Israel? ¿A quién vas persiguiendo? ¡A un perro muerto, a una pulga!
15 El Señor sea juez y sentencie nuestro pleito, vea y defienda mi causa, librándome de tu mano.
16 Cuando David terminó de decir esto a Saúl, Saúl exclamó:
– Pero, ¿es ésta tu voz, David, hijo mío?
Luego levantó la voz llorando,
17 mientras decía a David:
–¡Tú eres inocente y no yo! Porque tú me has pagado con bienes y yo te he pagado con males,
18 y hoy me has hecho el favor más grande, porque el Señor me entregó a ti y tú no me mataste.
19 Porque si uno encuentra a su enemigo, ¿lo deja marchar por las buenas? ¡El Señor te pague lo que hoy has hecho conmigo!
20 Ahora, mira, sé que tú serás rey y que el reino de Israel se consolidará en tu mano.
21 Júrame, entonces, por el Señor, que no aniquilarás mi descendencia, que no borrarás mi apellido.
22 David se lo juró. Saúl volvió a casa y David y su gente subieron a su refugio.

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Introducción a I Samuel

1 SAMUEL

El libro de Samuel se llama así por uno de sus personajes decisivos, no porque sea él el autor. Está artificialmente divido en dos partes, que se suelen llamar primer libro y segundo libro, aunque en realidad constituyen la primera y segunda parte de una misma obra.

Tema del libro.
El tema central es el advenimiento de la monarquía bajo la guía de Samuel como juez y profeta. Samuel actúa como juez con residencia fija e itinerante. Aunque prolonga la serie de jueces precedentes como Débora, Gedeón, Jefté y Sansón, Samuel recibe una vocación nueva: ser mediador de la Palabra de Dios, ser un profeta. Al autor le interesa mucho el detalle y proyecta esa vocación a la adolescencia de su personaje. En virtud de dicha vocación, el muchacho se enfrenta con el sacerdote del santuario central; más tarde introduce un cambio radical: unge al primer rey, lo condena, unge al segundo, se retira, desaparece, y hasta se asoma por un momento desde la tumba. Cuando muere, toman su relevo Gad y Natán.
En otras palabras, el autor que escribe en tiempos de Josías, uno de los reyes buenos, o el que escribe durante el destierro, nos hace saber que la monarquía está sometida a la palabra profética.

Marco histórico.
Con razonable probabilidad podemos situar los relatos en los siglos XI y X a.C. Hacia el año 1030 Saúl es ungido rey, David comenzaría su reinado en Hebrón hacia el 1010 y Salomón en el 971. Los grandes imperios atraviesan momentos de cambios y crisis internas y durante este largo compás de silencio pueden actuar como solistas sobre el suelo de Palestina dos pueblos relativamente recientes en dicho lugar: filisteos e israelitas.

Maestría narrativa. Si lo referente a la historicidad es hipotético, lo que es indudable e indiscutible es la maestría narrativa de esta obra. Aquí alcanza la prosa hebrea una cumbre clásica. Aquí el arte de contar se muestra inagotable en los argumentos, intuidor de lo esencial, creador de escenas impresionantes e inolvidables, capaz de decir mucho en poco espacio y de sugerir más.
El autor o autores sabían contar y gozaban contando; no menos gozaron los antiguos oyentes y lectores; del mismo deleite debemos participar en la lectura del libro, recreándolo en la contemplación gozosa de unos relatos magistrales.

Samuel. En su elogio de los antepasados, Ben Sirá -o Eclesiástico-, traza así el perfil de Samuel: «Amado del pueblo y favorito de su Creador, pedido desde el vientre materno, consagrado como profeta del Señor, Samuel juez y sacerdote» (46,13). Sacerdote porque ofrecía sacrificios. Juez de tipo institucional, porque resuelve pleitos y casos, no empuña la espada ni el bastón de mando. Cuando su judicatura intenta convertirse en asunto familiar por medio de la sucesión de sus hijos, fracasa. Profeta, por recibir y trasmitir la Palabra de Dios. Hch_13:20 s lo llama profeta; Heb_11:32 lo coloca en su lista entre los jueces y David.
Un monte en las cercanías de Jerusalén perpetúa su nombre: «Nebi Samwil». ¿Y no es Samuel como una montaña? Descollante, cercano al cielo y bien plantado en tierra, solitario, invitador de tormentas, recogiendo la primera luz de un nuevo sol y proyectando una ancha sombra sobre la historia.

La monarquía. Fue para los israelitas una experiencia ambivalente, con más peso en el platillo negativo de la balanza. En realidad pocos monarcas respondieron a su misión religiosa y política. Aunque es verdad que los hubo buenos: David, Josafat, Ezequías, Josías (cfr. Eclo 49a). Por otra parte, los salmos dan testimonio de una aceptación sincera y hasta de un entusiasmo hiperbólico por la monarquía. Antes de ser leídos en clave mesiánica los salmos reales expresaron la esperanza de justicia y de paz, como bendición canalizada por el Ungido.
Pues bien, el autor proyecta la ambigüedad y las tensiones al mismo origen de la monarquía -remontarse a los orígenes para explicar el presente o la historia es hábito mental hebreo-. Explícita o implícitamente el libro nos hace presenciar o deducir las dos tendencias, en pro o en contra de la monarquía. Es un acto de honradez del autor el haber concedido la voz en sus páginas a los dos partidos.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

I Samuel 24,1-23Saúl y David, en la cueva. Sólo un fiel devoto como David podría poner tan en alto la lealtad al legítimo, aunque impopular, rey de Israel y su profundo respeto por la vida del ungido. Saúl ha estado en manos de David y, sin embargo, queda con vida; tan solo un pedazo del manto real servirá de testimonio y de prueba para que Saúl reconozca públicamente la calidad del corazón y de los pensamientos del futuro rey. Saúl reconoce lo justo del planteamiento y las razones del adversario y habla bajo el impacto de sentir que ha estado a un paso de la muerte; su llanto es mezcla de terror y arrepentimiento. Al reconocerse culpable, la causa está terminada, y no hace falta apelar al Señor juez; mejor invocar al Señor benefactor, que igualará con sus beneficios el desequilibrio de mal y bien causado por el rey. Saúl, que se ha librado de la venganza de David, quiere librarse también de la temible venganza de Dios; para ello invoca al Señor a favor de su rival y pide a éste un juramento que contrarreste la apelación del versículo 14. El autor va más lejos y aprovecha el momento para poner en boca de Saúl un acto de homenaje anticipado al futuro rey de Israel; lo decía Jonatán en 22,17. El juramento de David incluye mentalmente a su amigo Jonatán.