II Reyes  19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 37 versitos |
1 Cuando el rey Ezequías lo oyó, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y fue al templo;
2 y despachó a Eliacín, mayordomo de palacio; a Sobná, el secretario, y a los sacerdotes más ancianos, vestidos de sayal, para que fueran a decirle al profeta Isaías, hijo de Amós:
3 – Así dice Ezequías: Hoy es un día de angustia, de castigo y de vergüenza; los hijos llegan al parto y no hay fuerza para darlos a luz.
4 Ojalá oiga el Señor, tu Dios, las palabras del copero mayor, a quien su señor, el rey de Asiria, ha enviado para ultrajar al Dios vivo, y castigue las palabras que el Señor, tu Dios, ha oído. ¡Reza por el resto que todavía subsiste!
5 Los ministros del rey Ezequías se presentaron a Isaías,
6 y éste les dijo:
– Digan a su señor: Así dice el Señor: No te asustes por esas palabras que has oído, por las blasfemias de los criados del rey de Asiria.
7 Yo mismo le meteré un espíritu, y cuando oiga cierta noticia, se volverá a su país, y allí lo haré morir a espada.
8 El copero mayor regresó y encontró al rey de Asiria combatiendo contra Libna, porque había oído que se había retirado de Laquis
9 al recibir la noticia de que Tarjaca, rey de Etiopía, había salido para luchar contra él.
Senaquerib envió de nuevo mensajeros a Ezequías a decirle:
10 – Digan a Ezequías, rey de Judá: Que no te engañe tu Dios, en quien confías, pensando que Jerusalén no caerá en manos del rey de Asiria.
11 Tú mismo has oído cómo han tratado los reyes de Asiria a todos los países: exterminándolos, ¿y tú te vas a librar?
12 ¿Los salvaron a ellos los dioses de los pueblos que destruyeron mis predecesores: Gozán, Jarán, Résef, y los edenitas de Telasar?
13 ¿Dónde está el rey de Jamat, el rey de Arpad, el rey de Sefarvain, de Hená y de Avá?
14 Ezequías tomó la carta de mano de los mensajeros y la leyó; después subió al templo, la desplegó ante el Señor
15 y oró:
Señor, Dios de Israel,
sentado sobre querubines:
Tú solo eres el Dios
de todos los reinos del mundo.
Tú hiciste el cielo y la tierra.
16 Inclina tu oído, Señor, y escucha;
abre tus ojos, Señor, y mira.
Escucha el mensaje
que ha enviado Senaquerib
para ultrajar al Dios vivo.
17 Es verdad, Señor:
los reyes de Asiria
han asolado todos los países
y su territorio,
18 han quemado todos sus dioses
– porque no son dioses,
sino hechura de manos humanas,
madera y piedra– y los han destruido.
19 Ahora, Señor, Dios nuestro
sálvanos de su mano
para que sepan
todos los reinos del mundo
que tú solo, Señor, eres Dios.
20 Isaías, hijo de Amós, mandó decir a Ezequías:
– Así dice el Señor, Dios de Israel: He oído lo que me pides acerca de Senaquerib, rey de Asiria.
21 Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra él:
Te desprecia y se burla de ti
la doncella, la ciudad de Sión;
mueve la cabeza a tu espalda
la ciudad de Jerusalén.
22 ¿A quién has ultrajado e insultado,
contra quién has alzado la voz
y levantado tus ojos a lo alto?
¡Contra el Santo de Israel!
23 Por medio de tus mensajeros
has ultrajado al Señor:
Con mis numerosos carros
yo he subido
a las cimas de los montes,
a las cumbres del Líbano;
he talado la estatura de sus cedros
y sus mejores cipreses;
entré en su último reducto,
en la espesura de su bosque.
24 Yo excavé pozos
y bebí aguas extranjeras,
sequé bajo la planta de mis pies
todos los canales de Egipto.
25 ¿No lo has oído?
Desde antiguo lo decidí,
en tiempos remotos lo preparé
y ahora lo realizo;
por eso tú reduces sus plazas fuertes
a montones de escombros.
26 Sus habitantes, faltos de fuerza,
con la vergüenza de la derrota,
fueron como pasto del campo,
como verde de los prados,
como la hierba de las azoteas,
que se quema antes de crecer.
27 Conozco cuándo te sientas
y te levantas,
cuándo entras y sales;
28 porque te agitas contra mí
y tu arrogancia
sube a mis oídos,
te pondré mi argolla en la nariz
y mi freno en el hocico,
y te llevaré por el camino
por donde viniste.
29 Esto te servirá de señal:
Éste año comerán
el grano abandonado;
el año que viene,
lo que brote sin sembrar;
el año tercero sembrarán
y cosecharán,
plantarán viñas
y comerán sus frutos.
30 De nuevo
el resto de la casa de Judá
echará raíces por abajo
y dará fruto por arriba;
31 porque de Jerusalén
saldrá un resto,
del monte Sión los sobrevivientes.
¡El celo del Señor lo cumplirá!
32 Por eso así dice el Señor
acerca del rey de Asiria:
No entrará en esta ciudad,
no disparará contra ella su flecha,
no se acercará con escudo
ni levantará contra ella un terraplén;
33 por el camino por donde vino
se volverá,
pero no entrará en esta ciudad
– oráculo del Señor– .
34 Yo defenderé a esta ciudad
para salvarla,
por mi honor y el de David, mi siervo.
35 Aquella misma noche salió el ángel del Señor e hirió en el campamento asirio a ciento ochenta y cinco mil hombres. Por la mañana, al despertar, los encontraron ya cadáveres.
36 Senaquerib, rey de Asiria, levantó el campamento, se volvió a Nínive y se quedó allí.
37 Y un día, mientras estaba postrado en el templo de su dios Nisroc, Adramélec y Saréser lo asesinaron, y escaparon al territorio de Ararat. Su hijo Asaradón le sucedió en el trono.

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Introducción a II Reyes 

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Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

II Reyes  19,1-7El rey Ezequías consulta al profeta Isaías (19:1-7). Como era costumbre, ante un inminente peligro se consultaba a un profeta para saber la voluntad de Dios respecto a las medidas que se debían tomar. En este caso, Ezequías envía sus mensajeros al profeta Isaías para que consulte al Señor. Isaías ejercía desde tiempo atrás su ministerio en Jerusalén (cfr. Isa_6:1; Isa_7:3) y ya había criticado la decisión del rey de rebelarse contra Asiria. Su crítica más contundente se dirigía contra el deseo de aliarse con Egipto, la «caña quebrada», como la llama el rey asirio (Isa_18:21). Isaías estaba convencido de que Asiria era un instrumento de castigo en manos de Dios para escarmentar a Judá por sus rebeldías (cfr. Isa_30:1-5; Isa_31:1-3). Con todo, Isaías devuelve a los mensajeros del rey con noticias que inspiran confianza: el ejército asirio se retirará y su rey morirá asesinado en su propio país (6s).


II Reyes  19,8-14Nuevo mensaje a Ezequías (19:8-14). Las intenciones de Asiria respecto a Judá siguen en pie. Senaquerib cuestiona el poder del Dios de Judá para salvar a su pueblo, dado que el rey asirio y su dios Asur han sometido a todos los territorios y países contra los que han combatido.

II Reyes  19,15-19Oración de Ezequías (19:15-19). El rey, consternado, se dirige al Templo y allí ora ante el Señor. La oración consta de tres partes: 1. Ezequías confiesa que su Dios es soberano de todos los reinos del mundo, puesto que es Él quien ha creado los cielos y la tierra (15). 2. El Señor está encumbrado sobre la tierra, y por eso le suplica que se incline para escuchar y ver los ultrajes de que son objeto tanto Dios como su pueblo escogido (16). No se deja de reconocer que, ciertamente, Asiria ha arrasado con todo a su paso, incluso con los dioses de cada localidad; pero se debe a que éstos no son dioses, sino figuras hechas por manos humanas, no como el Dios de Israel, que es el único, el verdadero, el que vive y hace vivir (17s). 3. Por todo lo anterior, el Dios vivo de Israel debe intervenir para que todo el mundo sepa que Él es Único y Verdadero (19).

II Reyes  19,20-34Mensaje de Isaías a Ezequías (19:20-34). Aunque Ezequías ha orado directamente al Señor, la respuesta a su súplica le viene por medio del profeta Isaías. Su oración ha sido escuchada, así que la respuesta va dirigida a Senaquerib. El Señor hace un recuento de las acciones heroicas de este rey, pero para decir que todo lo que ha realizado ha sido por disposición divina, porque Él está por encima de todo: todo lo ve, todo lo escudriña, todo lo conoce (22-27). Pero es llegada la hora de ponerle la «argolla en la nariz» (28), es decir, de hacerle sentir al arrogante rey quién es realmente el Poderoso; la manera de hacerle sentir su poder es devolviéndolo a casa (28b). Los versículos 29-34 son la promesa para los habitantes de Jerusalén y las señales concretas para que sepan que Asiria no tocará la Ciudad Santa; la defensa la hará el propio Señor por honor a David, «mi siervo» (34).

II Reyes  19,35-37Liberación de Jerusalén (19:35-37). Los últimos versículos de este capítulo narran cómo el ejército asirio fue herido por el ángel del Señor durante la noche (cfr. Éxo_14:19-31) y cómo el rey, con lo poco que quedó de su ejército, se retiró a su país, desapareciendo así la amenaza sobre Jerusalén. El acontecimiento, que tiene ciertamente un trasfondo histórico, es leído en clave teológica por el redactor deuteronomista como un gesto del amor y favor divinos hacia Jerusalén; del mismo modo, su caída y destrucción a manos de Babilonia años más tarde será vista como un castigo por su infidelidad (cfr. 21,10-15; 23,27). En el versículo 37 se constata la muerte de Senaquerib a manos de unos conspiradores, con lo cual se cumple lo dicho en 19,7.