Jeremías  19 La Biblia de Nuestro Pueblo (2006) | 15 versitos |
1

La jarra de barro
25,1

El Señor me dijo:
– Vete a comprar una jarra de barro; acompañado de algunos ancianos y sacerdotes,
2 sal hacia el valle de Ben-Hinón, adonde da la Puerta de los Cascotes, y proclama allí lo que yo te diré:
3

El valle de Ben-Hinón
7,29– 8,3

Tú dirás:
Escuchen la Palabra del Señor,
reyes de Judá y vecinos de Jerusalén:
Así dice el Señor Todopoderoso,
Dios de Israel:
Yo haré venir sobre este lugar
una catástrofe que a quien la oiga
le zumbarán los oídos;
4 porque me abandonaron,
profanaron este lugar
sacrificando en él
a dioses extranjeros,
que ni ellos ni sus padres conocían,
y los reyes de Judá
lo llenaron de sangre inocente.
5 Construyeron santuarios a Baal,
donde quemaban a sus hijos
como holocaustos en honor de Baal;
cosa que no les mandé, ni les dije,
ni se me pasó por la cabeza.
6 Por eso llegarán días
– oráculo del Señor–
en que este lugar
ya no se llamará El Horno
ni Valle de Ben-Hinón,
sino Valle de las Ánimas.
7 Haré fracasar en él
los planes de Judá y Jerusalén,
los derribaré a espada del enemigo,
por mano de los que
los buscan para matarlos,
daré sus cadáveres en pasto
a las aves del cielo
y a las bestias de la tierra.
8 Haré de esta ciudad espanto y burla:
los que pasen junto a ella
se espantarán y silbarán a la vista
de tantas heridas.
9 Haré que se coman a sus hijos e hijas,
que se coman unos a otros,
cuando les aprieten
y estrechen el cerco
sus enemigos mortales.
10 Rompe la jarra en presencia de tus acompañantes,
11 y diles: Así dice el Señor Todopoderoso: Del mismo modo romperé yo a este pueblo y a esta ciudad; como se rompe un cacharro de barro y no se puede recomponer.Y enterrarán en El Horno,
por falta de sitio.
12 Así trataré a este lugar
y a sus habitantes,
haré de esta ciudad un horno
– oráculo del Señor– ;
13 las casas de Jerusalén
y los palacios reales de Judá
serán inmundos
como el sitio de El Horno;
las casas en cuyas azoteas
ofrecían sacrificios
a los astros del cielo,
y libaban a dioses extranjeros.
14 Jeremías volvió de la puerta adonde lo había mandado el Señor a profetizar, se plantó en el atrio del templo y dijo a todo el pueblo:
15 – Así dice el Señor Todopoderoso, Dios de Israel: Yo haré venir sobre esta ciudad y su región todos los males con que la he amenazado, porque se pusieron tercos y no escucharon mis palabras.

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Introducción a Jeremías 

JEREMÍAS

La época. Sobre la época del ministerio de Jeremías estamos bastante bien informados gracias a los libros de Reyes y Crónicas, algunos documentos extrabíblicos y el mismo libro de Jeremías. Es una época de cambios importantes en la esfera internacional, dramática y trágica para los judíos. Durante la segunda mitad del siglo VII a.C. Asiria declina rápidamente, se desmorona y cede ante el ataque combinado de medos y persas. Josías, rey de Judá (640-609 a.C.), aprovecha la coyuntura para afianzar su reforma, extender sus dominios hacia el norte y atraer a miembros del destrozado reino del norte.
También se aprovecha Egipto para extender sus dominios sobre Siria y contrarrestar el poder creciente de Babilonia. Los dos imperios se enfrentan; el faraón es derrotado y cede la hegemonía a Babilonia. Josías, mezclado en rivalidad, muere en 609 a.C. En Judá comienza el juego de sumisión y rebelión que acabará trágicamente. La rebelión de uno de los reyes, Joaquín (609-598 a.C.) contra el pago del tributo, provoca la primera deportación de gente notable a Babilonia y el nombramiento de un rey sumiso, Sedecías. La rebelión de éste, provoca el asedio, la matanza y la gran deportación (586 a.C.). Judá deja de existir como nación soberana.

El profeta Jeremías. Pocas personalidades del Antiguo Testamento nos resultan tan conocidas y próximas como el profeta Jeremías, nacido en Anatot, pueblo de la tribu de Benjamín, a mediados del siglo VII a.C. A Jeremías lo conocemos a través de los relatos, de las confesiones en las que se desahoga con Dios, por sus irrupciones líricas en la retórica de la predicación. Comparado con el «clásico» Isaías, lo llamaríamos «romántico». Como sus escritos (36,23s), Jeremías es el «profeta quemado».
Su itinerario profético, que comienza con su vocación en 627 a.C., es trágico y conmovedor. Tras una etapa de ilusión y gozo en su ministerio, sucede la resistencia pasiva del pueblo, y activa y creciente de sus rivales, entre los que se encuentran autoridades, profetas y familiares. Su predicación es antipática y sus consignas impopulares. En su actuación, va de fracaso en fracaso; su vocación llega a hacerse intolerable, necesitando la consolación de Dios.
Se siente desgarrado entre la nostalgia de los oráculos de promesa y la presencia de los oráculos de amenaza que Dios le impone; entre la solidaridad a su pueblo, que le empuja a la intercesión, y la Palabra del Señor que le ordena apartarse y no interceder; entre la obediencia a la misión divina y la empatía con su pueblo. Con ojos lúcidos de profeta, contempla el fracaso sistemático de toda su vida y actividad, hasta hacerle exclamar en un arrebato de desesperación: «¡Maldito el día en que nací!... ¿Por qué salí del vientre para pasar trabajos y penas y acabar mis días derrotado?» (20,14-18).
Nuestro profeta es como un anti-Moisés. Se le prohíbe interceder. Tiene que abandonar la tierra y marchar forzado a Egipto, donde seis años después muere asesinado a manos de sus propios compatriotas. De su muerte trágica se salva un libro, y en ese libro pervive la personalidad de Jeremías con un vigor excepcional. Su vida y pasión parece en muchos aspectos una anticipación de la de Cristo.

El libro de Jeremías. Jeremías es un poeta que desarrolla con gran originalidad la tradición de sus predecesores; sobresale su capacidad de crear imágenes y de trascender visiones simples y caseras. El estilo de la poesía se distingue por la riqueza imaginativa y la intensidad emotiva. La prosa narrativa, siguiendo la gran tradición israelita de brevedad, inmediatez e intensidad, es de lo mejor que leemos en el Antiguo Testamento, haciendo de la obra una de las más asequibles para al lector de hoy.
Se suelen repartir los materiales del libro en tres grandes grupos: 1. Oráculos en verso, subdivididos en: oráculos para el pueblo y el rey, confesiones del profeta (10,18-12,6; 15,10-21; 17,14-18; 18, 18-23; 20,7-18), oráculos contra naciones paganas (25 y 46-51). 2. Textos narrativos con palabras del profeta incorporadas. 3. Discursos en prosa elaborados en estilo deuteronomista (7,1-8,3; 11,1-14; 16,1-13; 17,19-27; 18,1-12; 21,1-10; 22,1-5; 25,1-14; 34,8-22; 35,1-19).

Mensaje religioso de Jeremías. Jeremías es un profeta que vive en su propia carne el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una absoluta solidaridad con el pueblo rebelde y desertor a quien, fiel a su vocación profética, tiene que anunciar la catástrofe a la que le llevan sus pecados.
Su fidelidad y continuo contacto con Dios, sellados por el sufrimiento, llevará a la conciencia del pueblo la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en una alianza jurídica y externa. Esta relación de obediencia es el culto que Dios desea y que deberá manifestarse en juzgar según derecho y en la defensa de la causa del huérfano y del pobre.

Fuente: La Biblia de Nuestro Pueblo (Liturgical Press, 2006),

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Notas

Jeremías  19,1-19La jarra de barro (Cap. 19-20:6). Una nueva acción simbólica: rompiendo públicamente una jarra y pronunciando un oráculo, el profeta ilustra el desastre que se avecina sobre Jerusalén y Judá. La realiza en una de las puertas de la ciudad, pero inmediatamente después prosigue hasta los atrios del templo y allí repite por lo menos el oráculo de destrucción.

19:3-12s El valle de Ben